David Serafín - Golpe de Reyes
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– Mala cosa, Paco -suspiró Bernal-. Con esto no tenemos base para la identificación.
– Me temo que no, jefe, pero el doctor Peláez me ha dicho por teléfono que va a intentar, a modo de prueba, una tomografía comparada de los senos faciales.
– ¿Una tomografía comparada? No estoy muy enterado de eso. ¿En qué ha dicho que consiste?
– Creo que en hacer radiografías de los planos horizontales de los senos maxilares.
– Bueno, ya nos iniciará en el secreto cuando corresponda. ¿Ha hecho Varga su informe?
– Sí, y tampoco dice gran cosa. Las huellas de los neumáticos de jeep sólo nos servirán si encontramos el vehículo en cuestión y las comparamos. Se trata de neumáticos Michelin X, y, en fin, ya puedes figurarte los millones que estarán en uso en todo el país.
– ¿Y la explosión? -inquirió Bernal-. ¿La causó un rayo o fue provocada?
– Definitivamente provocada, jefe. Ha encontrado rastros de esa goma-2 que suelen utilizar los terroristas. El problema es que como se roba con mucha frecuencia de las minas y canteras, las probabilidades de dar con sus ilegítimos propietarios son casi nulas.
– ¿Sabes si al final se encontró algún rastro de mecha o conductor eléctrico?
– Varga dice que no encontró ninguno. Y sugiere que quizá no se tuviera tiempo de colocar nada en este sentido, ya que el explosivo estalló prematuramente.
– Bueno, por lo menos podré comunicar al secretario del Rey que el fluido eléctrico fue cortado adrede, sin que sepamos en qué momento exacto quería hacerse el corte.
– Lista trajo ayer de la compañía eléctrica este mapa del tendido, jefe; sería conveniente que le echases una ojeada antes de llamar al secretario del Rey. Aquí se ven todos los puntos que alimenta la red y entre ellos están El Pardo y el palacio de la Zarzuela.
– Me pregunto si habrán instalado ya una vía de alimentación secundaria que proceda de otra parte del tendido. Porque es posible que haya más atentados.
Bernal utilizó el teléfono rojo con selector por vez primera y no tardó en responder el secretario real, a quien comunicó las últimas noticias.
– Me alegra poder decirle, Bernal, que la compañía ha comenzado ya la instalación de un segundo conducto alimentador al que se podrá recurrir en caso de emergencia. He hecho además que revisaran nuestro propio generador.
– ¿Qué me dice de los cables telefónicos? -preguntó Bernal-. ¿No sería prudente pedir a Telefónica que hiciese lo mismo?
– Excelente idea, comisario, sobre todo en vista de lo ocurrido esta mañana en el palacio de Oriente.
Un timbrazo de alarma resonó en el cerebro de Bernal.
– ¿Qué ha ocurrido?
– Pues que quedó interrumpida la comunicación a eso de las ocho y media por haberse inundado el terreno por donde pasa el cable subterráneo. Sin duda fue a causa de la densa lluvia que caía.
– Será mejor que vaya ahí ahora mismo -dijo Bernal-. Sólo para estar seguro.
– Se lo agradezco de veras, pero creo que ha sido una coincidencia.
– Yo no creo en coincidencias en los casos como éste -replicó Bernal.
Cuando hubo colgado el teléfono rojo, se volvió a Navarro.
– ¿Está libre Lista?
– Sí, se encuentra ahora con Varga en el laboratorio.
– Dile que pida un coche. Vamos al palacio de Oriente.
La lluvia seguía azotando la Puerta del Sol cuando salieron y los escasos viandantes que pasaban por la calle del Arenal se metían rápidamente en vestíbulos de tiendas para evitar las salpicaduras de los vehículos.
– Llévanos a la Puerta del Príncipe, en Bailén -ordenó Bernal al chófer.
Los guardias reales vistosamente uniformados saludaron desde las garitas de centinela cuando el Seat 134 cruzó el arco de la entrada y accedió al patio empedrado por la derecha de la suntuosa fachada de granito de Sepúlveda, que había sido objeto de reciente limpieza con motivo de la restauración de la monarquía. Advirtió Bernal que adquiría un tinte rosado en las partes mojadas por la lluvia, contrastando así más con los entrepaños de piedra blanca de Colmenar. El conserje de palacio comprobó la autorización real del comisario, le saludó cortésmente y le indicó dónde estaba la centralita. El coche negro cruzó el patio interior, de elegantes proporciones, y condujo a Bernal y Lista bajo la columnata. Tuvieron suerte porque encontraron todavía allí a los dos mecánicos de la Telefónica, que en aquel momento charlaban con la operadora.
– Policía -dijo Bernal, al tiempo que enseñaba la chapa de la DSE-. ¿Tendrían la amabilidad de explicarnos cómo ha sido esa interrupción de las comunicaciones?
– Bueno, pues mire -dijo el mecánico de más edad-, a eso de las ocho se puso a llover a cántaros, ¿y qué pasó?, pues que donde los albañales no se tragaron el agua se changaron los teléfonos. La plaza de Oriente y Bailén eran un embalse cuando llegamos. ¿Y qué pasó? Pues que la caja de empalme estaba inundada.
– ¿No viene el cable a lo largo de Bailén, por la acera del lado de palacio? -preguntó Bernal.
– No, qué va; viene por San Quintín, por el lado norte de la plaza, pasa por debajo de Bailén, y va a parar a la caja a la que se llega desde la rampa que conduce a los Jardines de Sabatini, bajo la fachada norte del palacio.
– ¿Tendrían la bondad de enseñarnos el sitio?
Lista y Bernal examinaron la caja de empalme con detenimiento.
– Está muy mal protegida, ¿no? -dijo Bernal a los mecánicos-. El cierre es antiguo y cualquiera podría forzar la portezuela metálica y cortar los cables.
– Ya, claro, pero habría que saber que la caja está aquí. Y los guardias verían a cualquiera que bajase por la rampa.
– ¿Había alguna señal de forzamiento? -preguntó Bernal.
– No, qué va. Aunque, según nuestro capataz, esta caja no se había inundado nunca de esta manera. El agua que cayó fue más de diluvio que de chaparrón.
A Bernal no le satisfizo aquello.
– Lista -dijo-, habrá que hablar con el administrador de obras de palacio para que nos explique la distribución de los cables.
El funcionario en cuestión resultó ser de lo más complaciente y hasta les enseñó copias de los planos que Filippo Juvara diseñase en 1735, con los cambios que había hecho el arquitecto y constructor Sachetti, además de otros planos que ponían de manifiesto los añadidos y reformas del siglo diecinueve.
– Aquí lo tiene, comisario: la red de los cables telefónicos y el tendido eléctrico que se instaló en el siglo pasado. Por supuesto, el material se renovó en los años treinta y otra vez en fecha más reciente.
– ¿No tendría usted un plano de los desagües de la plaza de Oriente y de la calle Bailén? -preguntó Bernal.
– Eso es más difícil, comisario, ya que corre a cargo del Ayuntamiento, pero es posible que tengamos en los archivos alguna reproducción del plano municipal de alcantarillado. Enviaré a mi ayudante para que lo busque.
Cuando volvió el funcionario, Bernal le preguntó si la línea telefónica era el único medio de telecomunicación entre el palacio y el mundo de fuera.
– El único por lo que afecta a la administración civil de la casa, pero la centralita dispone de seis líneas.
– Y por desgracia todas dependen del mismo cable -comentó Bernal.
– La casa militar de Su Majestad cuenta también con una emisora de radio, cuya antena está en el tejado, de manera que el aislamiento no sería total -dijo el funcionario con una sonrisa.
– Con todo, el cable deja bastante que desear en cuanto a seguridad -señaló Bernal.
El joven ayudante volvió en aquel momento con un cilindro de cartón del que el administrador de obras sacó un plano amarillento.
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