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Peter Tremayne: La Serpiente Sutil

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Peter Tremayne La Serpiente Sutil

La Serpiente Sutil: краткое содержание, описание и аннотация

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Un suceso espantoso convulsiona por completo la vida aparentemente tranquila de la comunidad religiosa de la abadía de El Salmón de los Tres Pozos: el cadáver decapitado de una joven, con señales de haber sido sometida a un culto demoníaco, es descubierto muy cerca del convento. Sor Fidelma de Kildare llega dispuesta a resolver un caso de asesinato ritual, pero pronto se da cuenta de que en ese lugar santo todo es oscuro como los pozos que le dan nombre: ¿qué negros pensamientos y pasiones ocultas habitan la menta de la abadesa Draigen?, ¿qué tenebroso pasado parece haber marcado el triste carácter de la conserje Brónach?, ¿qué secretas ambiciones persiguen los nobles que se reúnen en la cercana fortaleza de Dún Boí?, ¿dónde está la tripulación del barco galo que aparece de repente y a la deriva en las aguas de la bahía? El odio llena todos los rincones de El Salmón de los Tres Pozos en el año del Señor de 666, y sor Fidelma ha decidido saber por qué.

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Éste enrojeció de furia.

– Tengo toda la autoridad para estar aquí. ¿Acaso no soy el bó-aire de este distrito? Mi palabra…

– Vuestra palabra la dicta Gulban, jefe de los Beara -se mofó la mujer-. Si él no dice nada, vos no decís nada. Yo he pedido al abad Brocc de Ros Ailithir que enviara a un brehon, responsable sólo ante el rey de Cashel, a quien vuestro jefe, Gulban, ha de dar cuenta. -Se volvió hacia Ross-. ¿Dónde está el brehon, Ross? ¿Dónde está el brehon que ha enviado el abad Brocc?

Ross lanzó una mirada hacia Fidelma y se encogió de hombros disculpándose, como si intentara que los visitantes lo absolvieran de toda responsabilidad.

Aquel gesto hizo que los recién llegados se fijaran en Fidelma. Por primera vez, la abadesa de rostro austero parecía darse cuenta de su existencia y frunció el ceño.

– ¿Y vos quién sois, hermana? -soltó con autoridad-. ¿Habéis venido a entrar en nuestra comunidad?

Fidelma consiguió esbozar una leve sonrisa.

– Creo que soy la persona que estáis buscando, hermana abadesa -contestó con llaneza-. Me ha enviado el abad Brocc de Ros Ailithir en respuesta a vuestra petición.

Por un momento el rostro de la abadesa mostró una mirada de absoluto asombro.

El sonido de una risotada escandalosa distrajo a todos durante un momento. Adnár se sacudía de risa.

– ¡Pedís un brehon y Brocc os envía a esta chiquilla! ¡Ja! ¡Vuestro querido abad no os tiene en gran consideración después de todo!

La abadesa hizo todo lo que pudo para controlar la furia que relucía en sus ojos, y fijó la mirada en Fidelma apretando los labios.

– ¿Acaso le divierte esto al abad Brocc? -preguntó con frialdad-. ¿Acaso quiere insultarme?

Fidelma sacudió la cabeza con hastío.

– Yo no creo que mi primo -Fidelma se detuvo durante una fracción de segundo, para que la pausa enfatizara la palabra-, no creo que mi primo, el abad, se divierta con estas cosas.

La expresión de la abadesa empezó a transformarse en desdén, pero Ross, sintiendo que había llegado el momento de intervenir como capitán que era del barco, dio un paso adelante con rapidez.

– Permitidme, abadesa, que os presente a sor Fidelma, que es abogado de los tribunales. Tiene el grado de anruth.

La abadesa abrió los ojos de forma casi imperceptible, mientras que Adnár dejó bruscamente de reírse. La calificación de anruth era tan sólo un grado inferior al título máximo que podían otorgar las universidades y los colegios eclesiásticos de Irlanda.

Se hizo un silencio y luego la abadesa empezó a preguntar lentamente.

– ¿Cómo decís que os llamáis?

– Soy Fidelma, de la comunidad de Kildare.

La abadesa entornó sus ojos brillantes.

– ¿De Kildare? Kildare está en el reino de Laigin. Sin embargo habéis dicho que estáis emparentada con el abad Brocc de Ros Ailithir. ¿Qué queréis decir?

Fidelma saboreó aquel momento.

– Mi hermano es Colgú, el rey de Cashel. -Fidelma no pudo evitar que sus ojos parpadearan en dirección de Adnár para juzgar su reacción. Se vio recompensada, pues éste tenía la boca abierta y la mirada fija. Parecía, por un momento, un pez al que acabaran de sacar del agua-. Sirvo a la fe, que no queda incluida en los límites de los reinos terrenales.

La abadesa dejó ir un leve suspiro y luego tendió su mano a Fidelma. Parecía que su autoridad había menguado un poco. Su rostro pasó a reflejar una expresión de disculpa contrita. Si era sincera o no, Fidelma no podía asegurarlo.

– Permitidme que os dé la bienvenida a nuestra comunidad, hermana. Soy la abadesa Draigen, superiora de la fundación de El Salmón de los Tres Pozos. -Con la mano señaló hacia la costa, como indicando su comunidad-. Lamento haberos saludado tan groseramente. Son tiempos difíciles. Yo esperaba que Brocc enviara a alguien con una cierta experiencia práctica en, en…

Fidelma sonrió amablemente al ver que la abadesa dudaba.

– ¿En la resolución de crímenes violentos? ¿En la resolución de misterios? No temáis respecto a eso, hermana abadesa. Hay un proverbio: usus leplura doceit. La experiencia lo enseña todo. Yo he adquirido una cierta aptitud para la tarea que vos tenéis en mente gracias a mis experiencias como abogada de los tribunales.

Se oyó un gruñido cuando Adnár se adelantó. Intentó con todas sus fuerzas volver a mostrar su porte seguro pero sus ojos se bajaron momentáneamente ante la mirada de los verdes y brillantes de Fidelma. Inclinó un poco la cabeza con obvia turbación.

– Bienvenida, hermana. Yo soy Adnár.

Fidelma lo examinó de cerca. No estaba segura de que le gustara. El hombre era bien parecido, sin duda, pero ella siempre se encontraba incómoda cuando se encontraba ante hombres guapos y seguros.

– Sí. Ya lo he oído. Sois el bó-aire de este territorio -dijo Fidelma con voz glacial. De hecho, disfrutaba con el aparente desconcierto del hombre, aunque se reprendía mentalmente por alegrarse del malestar de los otros. Eso iba en contra de las enseñanzas de la fe, pero ella era tan sólo humana.

– No era mi intención, es decir, yo… -empezó a decir Adnár.

– ¿Queríais verme, no es así? -insistió Fidelma inocentemente.

Adnár lanzó una mirada de irritación a la abadesa Draigen. Tenía que elegir bien sus palabras cuando se dirigía a Fidelma.

– Hermana, yo soy el bó-aire de aquí. Soy magistrado y juez de los tribunales de la jurisdicción de mi jefe, Gulban. No hay necesidad alguna de que nadie de este territorio pida ayuda externa en cuestiones de ley. Sin embargo, éste no es el lugar ni el momento para discutir este asunto. Allí está mi fortaleza -dijo señalando con la mano-. Os daría la bienvenida con un banquete esta noche.

La abadesa Draigen tosió para contener una exclamación de protesta.

– Se os espera en la abadía esta noche, hermana Fidelma, para que os pueda explicar con mayor detalle por qué os han enviado -dijo apresuradamente.

Fidelma miró primero a la abadesa y luego al jefe y luego negó firmemente con la cabeza.

– Es cierto que mi primer deber se encuentra en la abadía, Adnár -dijo al jefe-. Sin embargo, iré mañana por la mañana y desayunaré con vos.

Adnár se sonrojó y lanzó una mirada inquieta hacia la abadesa, cuyas facciones esbozaban una sonrisa de satisfacción. El hombre asintió.

– Así lo deseo, hermana -dijo con renuencia. Estaba a punto de retirarse, pero dudaba y echó una ojeada al mercante galo como si lo viera por primera vez-. Vais mal acompañado, Ross. ¿Qué le pasa a ese barco que su capitán os ha pedido que lo remolquéis a puerto?

Ross cambió de postura.

– ¿No estoy seguro de entender lo que queréis decir con «mal acompañado»?

– Vais acompañado de un barco galo. He visto la cuerda para remolcarlo cuando entrabais en el puerto. ¿Qué le pasa al capitán? ¿No puede gobernarlo él mismo? No importa, remaremos hasta allí y hablaremos con él.

– No lo encontraréis a bordo -contestó Ross.

– ¿A bordo no?

– Así es -confirmó Fidelma-. El barco había sido abandonado cuando lo descubrimos, alejado de esta costa.

Una vez más una expresión de asombro se mostró en la cara de Adnár.

– Entonces tendremos que hablar de dos asuntos cuando vengáis mañana.

Saludando brevemente con la cabeza a la abadesa y a Ross, se dirigió enseguida hacia su barca. Oyeron cómo sus hombres introducían los remos en el agua y observaron en silencio cómo el bote retornaba en silencio hacia la playa.

– Un hombre irritante -dijo con un suspiro la abadesa-. Sin embargo, habéis tomado la decisión acertada, hermana. Dejad que os acompañemos hasta la abadía y os explicaré todo.

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