Ian Rankin - En La Oscuridad

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Edimburgo está a punto de convertirse, al cabo de casi tres siglos, en anfitriona del primer Parlamento escocés, un hito histórico y político que enciende pasiones. El inspector Rebus ha sido destinado al comité de enlace de seguridad del Parlamento, en Queensberry House, centro mismo del distrito de la comisaría de St. Leonard. De Queensberry House, futura sede del gobierno de la nueva Escocia, perdura la maldición de una leyenda, una maldición que según algunos recaerá sobre los nuevos inquilinos.Los problemas empiezan cuando, en la antigua chimenea donde de acuerdo con la leyenda murió asado un joven, aparece el cadáver de Roddy Grieve,candidato a un escaño en el nuevo Parlamento.

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– Es promotor -añadió Clarke-, pero en aquella época era un simple trabajador.

– Que aprendía los trucos del oficio -comentó Rebus dando un trago de vino-. ¿Sabéis cuánto valen los terrenos en Holyrood ahora que construyen allí el Parlamento y no en Calton Hill o en Leith?

– Más que antes -apuntó Wylie.

Rebus asintió en silencio.

– Además, ahora Barry Hutton ha echado el ojo a Granton, Gyle y Dios sabe qué más.

– Porque es su negocio. Rebus seguía asintiendo.

– Y es mucho mejor si te haces con lo que no tiene la competencia.

– ¿A través de tácticas mañosas?

Rebus dijo que no con un gesto.

– A través de amigos en los puestos adecuados.

– Parcelas ad -dijo Hood dando un golpecito en la pantalla.

Rebus se inclinó junto a él examinando las letras color naranja. Hood se pellizcó el puente de la nariz, cerró los ojos, volvió a abrirlos y movió vigorosamente la cabeza como apartando una telaraña.

– Es tarde -comentó Rebus.

Eran casi las diez y estaban a punto de hacer un descanso. Habían avanzado bastante pero, como había señalado el propio Rebus, no tenían nada concreto. Y ahora esto.

– Parcelas ad -repitió Hood-. Éstos deben de ser los socios capitalistas.

– Aquí no aparece -dijo Wylie, que buscaba el nombre en el listín.

– Seguramente cerraría -añadió Siobhan- si es que existió.

– ¿No son las iniciales de Bryce Callan? -comentó Rebus sonriendo.

– bc -dijo Hood-. Entonces, tenemos: bc y ad [Before Cbrist y Anno Domini].

– Un chistecillo privado. bc como futuro de ad -dijo Rebus, que ya estaba hablando por teléfono sobre Bryce Callan con un par de colegas jubilados.

Había vendido terrenos a finales del setenta y nueve, parte de los cuales habían ido a parar a manos de un arribista llamado Morris Gerald Cafferty. Éste había comenzado en la costa oeste, con el poder de los usureros en los sesenta; después pasó un tiempo en Londres remplazando a Krays y Richardson para adquirir fama y aprender el oficio.

– Siempre hay que pasar por un aprendizaje, John -le dijeron a Rebus-, esos tipos no nacen con ciencia infusa, y si no aprenden bien van a la cárcel una y otra vez.

Pero Cafferty aprendió rápido y bien. Una vez en Edimburgo, tanto asociado con Bryce Callan como después al establecerse por cuenta propia, mostró claramente que no cometía errores.

Hasta que se topó con John Rebus.

Ahora había vuelto y Callan, su antiguo jefe, estaba relacionado con el caso. Rebus hacía inútiles esfuerzos por establecer un vínculo.

La conclusión era que a finales del setenta y nueve Callan tiró la toalla. O, dicho de otra manera, se marchó a un país extranjero fuera de las leyes de extradición inglesas. ¿Por qué tenía dinero de sobra? ¿O porque le preocupaba algo…, algún crimen que podía volverse contra él?

– Es Bryce Callan -dijo Rebus-. Tiene que ser él.

– Lo que nos plantea un pequeño problema -comentó Siobhan.

Sí, demostrarlo.

31

Les ocupó la mayor parte del día siguiente, jueves, organizarlo todo después de rastrear informes sobre empresas y efectuar llamadas. Rebus habló una hora larga con Pauline Carnett, su contacto en el Servicio Central de Inteligencia Criminal, y otra hora con un ex director jubilado que durante ocho años sucesivos trató en los setenta inútilmente de meter en la cárcel a Bryce Callan. Poco después Pauline Carnett le llamó de nuevo, tras ponerse en contacto con Scotland Yard y la Interpol, y le dio un número de teléfono en España con el prefijo 950 de Almería.

– Estuve allí una vez de vacaciones -comentó Grant Hood-, pero había tanto turista que acabamos yendo de excursión a Sierra Nevada.

– ¿Acabamos? -inquirió Ellen Wylie alzando una ceja.

– Mi acompañante y yo -musitó Hood ruborizándose al tiempo que Wylie y Siobhan intercambiaban un guiño y una sonrisa.

Tendrían que poner la conferencia desde el despacho del jefe porque sólo allí había teléfono con altavoz. Además, tenían prohibidas las llamadas internacionales en las otras dependencias de la comisaría. Watson estaría presente y habría poco sitio en el despacho, por lo que se decidió grabar la conversación si accedía el interrogado y que los tres agentes más jóvenes se quedaran en el pasillo.

Rebus envió a Siobhan Clarke y a Ellen Wylie como equipo negociador ante Watson, cuyas dos primeras preguntas fueron:

– ¿Dónde está el inspector Linford? ¿Es que no cuentan con él?

Aleccionadas por Rebus, solventaron lo de Linford con una excusa y lograron vencer la resistencia del jefe.

Cuando todo estuvo preparado, Rebus se sentó en la silla del comisario y marcó el número. El propio Watson estaba sentado frente a la mesa en la silla que generalmente ocupaba Rebus.

– Procure no acostumbrarse -comentó.

En cuanto descolgaron al otro extremo de la línea y se oyó una voz de mujer en español, Rebus pulsó el botón de grabación.

– ¿Podría hablar con el señor Bryce Callan, por favor?

Se oyó una frase en español, Rebus repitió el nombre y finalmente la mujer dejó el aparato.

– ¿Será una asistenta? -comentó.

Watson se encogió de hombros en el momento en que otra persona se ponía al teléfono.

– Diga. ¿Quién llama? -hablaba en tono desabrido, como si le hubieran interrumpido la siesta.

– ¿Bryce Callan?

– He preguntado yo primero -era una voz profunda, gutural, sin ninguna merma de su acento escocés.

– Aquí el inspector John Rebus de la policía de Lothian y Borders. Quiero hablar con el señor Bryce Callan.

– Vaya, qué modales tan cojonudos han adquirido ahora.

– Será por la práctica de nuestras relaciones con los clientes.

Callan lanzó una risita que desembocó en tos. Catarro del fumador. Rebus encendió un cigarrillo y, aunque Watson frunció el entrecejo, él no hizo caso. Dos fumadores al teléfono y fumando tenían que congeniar necesariamente.

– Bien, ¿a qué se debe su llamada? -preguntó Callan.

– ¿Le importa que grabemos la conversación para tener constancia, señor Callan? -comentó Rebus sin darle importancia.

– Oiga, aunque ustedes me tengan fichado, contra mí no hay nada. No existe ninguna prueba.

– Lo sé, señor Callan.

– Entonces, ¿de qué se trata?

– De una empresa llamada Parcelas ad -dijo Rebus leyendo en la hoja que tenía delante y en la que, por lo investigado, se evidenciaba que aquella firma formaba parte del pequeño imperio de Callan.

Se hizo un silencio.

– Señor Callan, ¿me oye?

Watson se levantó y acercó la papelera a Rebus para que echara la ceniza y luego fue a abrir una ventana.

– Le oigo -respondió Callan-. Llámeme dentro de una hora.

– Le agradecería si fuera posible… -añadió Rebus, pero se dio cuenta de que habían colgado-. Cabrón -dijo colgando a su vez-. Ahora tendrá tiempo de inventarse algo.

– No está obligado a hablar con nosotros -le recordó Watson.

Rebus asintió.

– Ahora que ya ha acabado, podría apagar esa porquería -dijo Watson.

Rebus apagó el cigarrillo en el interior de la papelera.

Le esperaban en el pasillo y sus rostros impacientes se ensombrecieron al ver que negaba con la cabeza.

– Dice que llamemos dentro de una hora -les dijo, consultando el reloj.

– Y ya tendrá una versión preparada -dijo Siobhan Clarke.

– ¿Qué queréis que haga yo? -espetó Rebus.

– Lo siento, señor.

– Bah, no es culpa vuestra.

– Él tiene una hora por delante -añadió Wylie-, pero también nosotros disponemos de una hora. Podemos hacer unas cuantas llamadas y seguir buscando en los papeles de Hastings… ¿Quién sabe? -dijo encogiéndose de hombros.

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