– Lo sé, Siobhan -dijo Watson-, pero quiero que se aprecie también el trabajo de Derek.
– Yo hablaré con él, señor -dijo Rebus.
– Bien -siguieron un instante sentados sin decir nada-. Siento haber tenido que aguar la fiesta -dijo al final Watson apurando el whisky y anunciando que tenía que marcharse.
Pero antes pagó él otra ronda.
Ellos le dijeron que no se molestara pero él se empeñó, y una vez que se fue se sintieron más relajados. Quizá por efecto del alcohol.
Tal vez.
Hood llevó un juego de damas del bar y se puso a jugar con Clarke. Rebus dijo que él no jugaba nunca.
– Mi problema es que soy mal perdedor.
– Yo lo que odio es un mal ganador -dijo Clarke- de ésos que te lo restriegan por las narices cuando ganan.
– Pierde cuidado, seré amable contigo -dijo Hood.
El muchacho estaba realmente venciendo la timidez, pensó Rebus viendo como su adversaria Siobhan le comía varias fichas conservando indemne su primera fila.
– Qué bruta -comentó Wylie por consolar a Hood pasándole una mano por el pelo.
Para la segunda partida Wylie ocupó el sitio de Hood y éste se sentó frente a Rebus, apuró la primera jarra y cogió la que había pagado el comisario.
– Salud -dijo dando un sorbo. Rebus alzó su vaso-. Yo no puedo beber whisky porque me da una resaca tremenda -confesó el joven.
– A mí también, a veces -admitió Rebus.
– Entonces, ¿por qué lo bebe?
– Por aquello del placer antes de la penitencia. Es una máxima calvinista -Hood le miró con cara de no entender nada-. No tiene importancia -añadió él.
– Lo hizo todo mal, ¿sabéis? -dijo Siobhan Clarke mientras Wylie se pensaba la ficha que iba a mover.
– ¿Quién?
– Callan. Por servirse de una empresa tapadera para sus planes, cuando había un medio mejor.
Wylie miró a Rebus y a Hood.
– A ver si hay suerte y nos lo dice…
– Me da la impresión de que espera que lo adivinemos -dijo Rebus.
Wylie comió una ficha a Clarke, quien contraatacó comiéndole otra.
– Pues es bien sencillo -dijo Siobhan-. Sobornar a los urbanistas.
– ¿Sobornar al ayuntamiento? -añadió Hood con una sonrisa escéptica.
– ¡Maldita sea! -exclamó Rebus mirando su whisky-. Quizá la cosa vaya por ahí…
Comentario que no quiso explicar pese a las amenazas de obligarle a jugar a las damas.
– No voy a ser tan tonto -dijo en broma mientras su mente no dejaba de explorar nuevas posibilidades y permutaciones en las que surgía Cafferty, y se estrujaba el cerebro tratando de hacerlas encajar.
El viernes por la mañana Rebus y Derek Linford entraron en la cantina de la central de Fettes. Rebus saludó con una inclinación de cabeza a dos caras conocidas: Claverhouse y Ormiston de la Brigada Criminal escocesa, que despachaban con apetito unos bocadillos de bacon. Linford miró hacia su mesa.
– ¿Los conoces?
– No suelo saludar a desconocidos.
– ¿Cómo está Siobhan? -optó por preguntar Linford tras mirar la tostada, que se enfriaba en su plato.
– Estupendamente sin verte a ti.
– ¿Recibió mi nota?
– No ha dicho nada -respondió Rebus apurando la taza.
– ¿Eso es buena señal?
Rebus se encogió de hombros.
– Escucha, no pienses que vais a volver a ser amigos sin más. Podría haberte denunciado por acosarla, ¡por Dios bendito! ¿Qué impresión habría causado eso en el despacho 279? -dijo Rebus señalando con el pulgar hacia el techo.
Linford hundió los hombros. Rebus se levantó y fue a por otro café.
– Bueno -añadió-, hay novedades.
Le explicó la relación entre Freddy Hastings y Bryce Callan, y Linford se animó olvidándose de Siobhan Clarke.
– ¿Cómo entra en el esquema Roddy Grieve? -preguntó.
– Es lo que no sabemos -reconoció Rebus-. ¿Será una venganza por la estafa de su hermano a Callan?
– ¿Iba Callan a esperar veinte años?
– Sí, por eso yo tampoco lo acabo de entender.
Linford le miró.
– Hay algo más, ¿no? Algo que me ocultas. Rebus negó con la cabeza.
– No le des tantas vueltas, si quieres investiga a Barry Hutton. Si fue cosa de Callan tendría que tener a alguien aquí.
– ¿Y Barry encaja?
– Es sobrino suyo.
– ¿Hay alguna prueba de que no sea estrictamente un honorable hombre de negocios?
Rebus hizo un gesto en dirección de Claverhouse y Ormiston.
– Pregunta a la Brigada Criminal a ver si tienen algo.
– Por lo poco que sé de Hutton no se ajusta a la descripción del hombre visto en Holyrood Road.
– Pero tiene empleados, ¿no es cierto?
– El comisario Watson ya me ha advertido que Hutton tiene «amigos». ¿Cómo voy a fisgar sin hacer que alguien se sulfure?
– No lo hagas -dijo Rebus mirándole.
– ¿No investigo? -replicó Linford aturdido.
Rebus negó con la cabeza.
– No hagas que nadie se sulfure. Escucha, Linford, somos policías. Hay ocasiones en que hay que salir de detrás del mostrador y molestar a la gente -Linford no parecía convencido-. ¿Crees que trato de meterte en un lío?
– ¿No es así?
– ¿Iba a confesártelo de ser cierto?
– Imagino que no. Lo que no sé es si no será una especie de… prueba.
Rebus se levantó sin haber tocado el café.
– Eres muy suspicaz -dijo-. Eso es bueno para delimitar territorios.
– ¿Qué territorios?
Pero Rebus se contentó con hacerle un guiño y se alejó con las manos en los bolsillos. Linford permaneció sentado, tamborileando con los dedos en la mesa; luego, apartó la tostada, se levantó y se dirigió a la mesa de los dos agentes de la Brigada Criminal.
– ¿Les importa que me siente?
Claverhouse le señaló una silla libre.
– Los amigos de John Rebus… -empezó a decir.
– … es muy probable que vengan a pedir algún maldito favor -apostilló Ormiston.
Linford estaba en el BMW, en el único espacio que encontró para aparcar delante de la Torre Hutton. Era la hora del almuerzo y una riada de empleados salió del edificio para regresar momentos después con bolsas de bocadillos y latas de refrescos. Algunos se quedaron en la escalinata a fumar los cigarrillos que no podían fumar dentro. Le había costado encontrar aquel sitio después de meterse por un receso sin asfaltar en el que un cartel indicaba: aparcamiento reservado al personal; pero él se había metido en el hueco libre sin pensárselo dos veces.
Salió del coche y comprobó si los neumáticos estaban bien después de aquel periplo por los baches. Los pasos de rueda estaban salpicados de barro gris. Lavaría el coche al final del día. Volvió a sentarse al volante contemplando a los empleados con sus bocadillos, los panecillos y la fruta y lamentando no haberse comido la tostada del desayuno. Claverhouse y Ormiston le habían acompañado a sus dependencias de la Brigada pero el único resultado de la investigación sobre Hutton eran unas simples multas de aparcamiento y el dato de que su madre era hermana de Bryce Edwin Callan.
Sí, Rebus le había dicho que no había manera de hacer aquella indagación en secreto y que tendría que decir quién era y lo que quería. Era imposible entrar en el edificio a interrogar a todos los empleados. Aunque no tuviera nada que ocultar, a Hutton no le haría ninguna gracia, preguntaría a cuento de qué venía aquello y si le decía sus motivos se negaría de plano a hablar y llamaría a su abogado, a los periódicos, los de derechos civiles…
Pensándolo bien, una pesquisa así iba a ser una pérdida de tiempo, un invento de Rebus, o tal vez de Siobhan, para castigarle. Si se buscaba líos, los únicos beneficiados serían ellos.
De todos modos…
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