Ian Rankin - En La Oscuridad

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Edimburgo está a punto de convertirse, al cabo de casi tres siglos, en anfitriona del primer Parlamento escocés, un hito histórico y político que enciende pasiones. El inspector Rebus ha sido destinado al comité de enlace de seguridad del Parlamento, en Queensberry House, centro mismo del distrito de la comisaría de St. Leonard. De Queensberry House, futura sede del gobierno de la nueva Escocia, perdura la maldición de una leyenda, una maldición que según algunos recaerá sobre los nuevos inquilinos.Los problemas empiezan cuando, en la antigua chimenea donde de acuerdo con la leyenda murió asado un joven, aparece el cadáver de Roddy Grieve,candidato a un escaño en el nuevo Parlamento.

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Delante de la tienda había un grupo heterogéneo de jóvenes y una música estridente salía de unos coches aparcados junto a la acera. Al lado, dos perros intentaban copular animados por sus respectivos dueños para escándalo de las chicas que chillaban y apartaban la vista. Rebus entró en el comercio y la intensa luz le hizo cerrar los ojos un instante. Pidió un paquete de salchichas y cuatro panecillos, fue al mostrador a comprar tabaco y lo guardó todo en una bolsa blanca de plástico para llevárselo a casa. Tenía que haber girado a la derecha, pero giró a la izquierda.

Necesitaba orinar y el Royal Oak quedaba a un paso. Era un local cercano a la calle principal que nunca cerraba, y donde se podía ir a los servicios sin pasar por el bar. Al entrar había que cruzar un zaguán para llegar a la puerta del bar, pero allí mismo había una escalera que bajaba a los servicios. A los servicios y a otro bar más tranquilo. El bar de encima del Oak era famoso, estaba abierto hasta muy tarde y siempre había música en directo. Los clientes entonaban canciones tradicionales y a continuación actuaba algún guitarrista español de flamenco y tras él un individuo con cara de asiático y acento escocés que cantaba blues.

Sorpresas de la vida.

Antes de bajar por la escalera miró por la ventana. Era un pub pequeño y aquella noche estaba a rebosar: caras relucientes de gente mayor y bebedores empedernidos, más los curiosos y los incondicionales. Alguien entonaba una canción; una voz sola. Vio violines y un acordeonista inactivos y el público atento al cantante de buena voz de barítono, que estaba en un rincón hacia el que convergían todas las miradas, pero Rebus no lo veía. La letra de la canción era de Burns:

Lo que no pudieron someter la fuerza ni la astucia,
en muchos siglos de guerra,
lo doblegan ahora unos cobardes,
por mísero dinero mercenario…

Iba ya a bajar por la escalera pero se detuvo porque acababa de ver una cara conocida. Retrocedió y acercó más la cara al cristal. Sí, sentado al lado del piano estaba el compadre de Cafferty, el que había estado en la cárcel con él. ¿Cuál era el nombre? Ah, sí, Rab. Un rostro sudoroso, amargado, con el pelo liso y unos ojos apagados. En la mano sostenía una bebida que Rebus pensó sería vodka con naranja.

En aquel momento el cantante dio un paso adelante y pudo verle bien.

Era Cafferty.

Pudimos a la espada inglesa,
enardecidos en nuestro firme coraje,
pero el oro inglés fue un veneno,
como un hatajo de granujas de la nación…

Al terminar la estrofa Cafferty miró hacia los cristales y cuando vio que Rebus entraba para acercarse a la barra sonrió forzadamente. Rab le miró, quizá tratando de recordar quién era. Se acercó una camarera a atender a Rebus y él pidió media jarra y un whisky. En la barra no hablaba nadie; reinaba un respetuoso silencio. Una lágrima asomaba en los ojos de una patriota sentada en un taburete, con un vaso de coñac con Coca-cola en mano. Su desarrapado acompañante le acariciaba los hombros.

Al concluir la canción sonó un aplauso y algunos silbidos y vítores. Cafferty hizo una reverencia, alzó su vaso de whisky y brindó al público. El cese de los aplausos fue la pauta para que el acordeonista iniciara su actuación. Cafferty respondió a algunos cumplidos en su camino hacia el piano, donde se inclinó a decir algo a Rab al oído. Tras lo cual, como esperaba Rebus, se acercó a la barra.

– A modo de reflexión para cuando lleguen las elecciones -dijo Cafferty.

– En Escocia hay muchos sinvergüenzas -replicó Rebus- y no creo que con la independencia vaya a haber menos.

Cafferty no entró al trapo y brindó a la salud de Rebus apurando el whisky de un trago antes de pedir otro.

– Y uno más para mi amigo, el Hombre de paja.

– Ya tengo uno -dijo Rebus.

– Sea simpático conmigo, Hombre de paja, hoy que celebro mi regreso -dijo Cafferty sacando del bolsillo un periódico doblado por la sección inmobiliaria que dejó en la barra.

– ¿Al mercado? -replicó Rebus.

– Pudiera ser -respondió Cafferty con un guiño.

– ¿De qué modo?

– Me han dicho que hay que hacer una limpieza en el antiguo Edimburgo en las actuales circunstancias.

Rebus señaló con la cabeza hacia el piano, donde Rab había cambiado de posición la silla para poder ver mejor la barra.

– No sólo le da al alcohol, ¿eh? ¿Toma pastillas?

Cafferty miró hacia su guardaespaldas.

– En la cárcel se consigue lo que se necesita. Le advierto -añadió sonriendo- que he estado en celdas más grandes que este barecito.

Llegaron los vasos de whisky y Cafferty añadió agua al suyo mientras Rebus le observaba. Rab se le antojaba un compinche inaudito para Cafferty aunque, ciertamente, en un lugar como Barlinnie se necesita protección. Pero ahora que había vuelto a sus reales, donde no le faltaban hombres, ¿qué vínculo existía entre Cafferty y Rab, qué unía a Rab con Cafferty? ¿Había sucedido algo en la cárcel o… estaba sucediendo algo? Cafferty aguardó con el jarrito de agua sobre el vaso de Rebus hasta que éste asintió al fin con la cabeza y, después de servirlo, alzó el vaso.

– Salud -dijo.

– Slainte -añadió Cafferty dando un sorbo y enjuagándose la boca.

– Ya veo que estás muy contento -dijo Rebus encendiendo un cigarrillo.

– ¿De qué sirve poner cara larga?

– ¿Quieres decir salvo para alegrarme a mí la vida?

– Hay que ver lo duro que es, Hombre de paja. A veces me pregunto si no es más duro que yo.

– ¿Hacemos la prueba?

Cafferty se echó a reír.

– ¿En mi actual estado? ¿Y con usted tan enfadado? -Negó con la cabeza-. En otra ocasión tal vez.

Permanecieron en silencio y Cafferty aplaudió al terminar de tocar el acordeonista.

– Es francés, ¿sabe? Casi no habla inglés. Encoré! Encoré, mon ami! -añadió dirigiéndose al hombre.

El hombre le dirigió una reverencia. Estaba sentado en una de las mesas y a su lado el guitarrista entonaba los acordes del próximo número. Reanudaron la actuación con algo más melancólico, y Cafferty se volvió hacia Rebus.

– Es curioso que el otro día sacara a relucir a Bryce Callan.

– ¿Por qué?

– Porque yo precisamente quería ver a Barry para saber cómo seguía el viejo Bryce.

– ¿Y qué ha dicho Barry?

Cafferty miró su bebida.

– Nada. Sólo sé que un mensajero le llevó mi recado -dijo con cara sombría, aunque se echó a reír-, pero el pequeño Barry aún no ha dicho nada.

– Ahora el pequeño Barry es muy importante en Edimburgo, Cafferty. Quizá no le interese que le vean contigo.

– Sí, pues que tenga suerte, pero nunca llegará a ser ni la cuarta parte de lo que fue su tío -comentó apurando el whisky.

Rebus se sintió obligado a invitar a una ronda sin dejar de dar de vez en cuando un sorbo a la cerveza y al whisky con agua, para acabarlos y concentrarse en el que iban a servirles. ¿Por qué demonios le estaría contando Cafferty todo aquello?

– Quizá Bryce estuvo acertado al largarse y retirarse al sol -dijo Cafferty en el momento en que les servían los whiskies.

– ¿Te propones seguir su ejemplo? -preguntó Rebus mientras añadía el agua.

– Pues, a lo mejor. Nunca he estado en el extranjero.

– ¿Nunca?

Cafferty negó con la cabeza.

– Una vez tomé el transbordador de Skye.

– Ahora hay un puente.

– Siempre que hay algo bonito lo estropean -dijo Cafferty frunciendo el entrecejo.

En su interior, Rebus estaba de acuerdo pero no quería dárselo a entender a Cafferty.

– Es mucho más cómodo el puente -replicó.

Cafferty se puso aún más ceñudo, como apenado… Pero era dolor auténtico porque se encogió y se llevó la mano al estómago al tiempo que dejaba el vaso en la barra buscando algo en el bolsillo. Llevaba un blazer oscuro con un jersey negro de cuello alto. Sacó dos comprimidos y se los tragó con un poco de agua, que echó en un vaso vacío.

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