Ian Rankin - En La Oscuridad

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Edimburgo está a punto de convertirse, al cabo de casi tres siglos, en anfitriona del primer Parlamento escocés, un hito histórico y político que enciende pasiones. El inspector Rebus ha sido destinado al comité de enlace de seguridad del Parlamento, en Queensberry House, centro mismo del distrito de la comisaría de St. Leonard. De Queensberry House, futura sede del gobierno de la nueva Escocia, perdura la maldición de una leyenda, una maldición que según algunos recaerá sobre los nuevos inquilinos.Los problemas empiezan cuando, en la antigua chimenea donde de acuerdo con la leyenda murió asado un joven, aparece el cadáver de Roddy Grieve,candidato a un escaño en el nuevo Parlamento.

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– Voy a preguntarlo cortésmente -dijo Rebus sacando un cigarrillo; lo encendió y después les ofreció la cajetilla, pero los tres rehusaron.

Uno de ellos jugueteaba con su móvil, comprobando si había mensajes en la diminuta pantalla.

– ¿Puede darnos alguna noticia, inspector Rebus? -preguntó el segundo periodista.

Rebus le miró fijamente y comprendió de inmediato que iba a ser inútil hacerle entrar en razón.

– Una noticia oficiosa, si quiere -insistió el joven.

El periodista sacó una grabadora del bolsillo de la chaqueta.

– Acérquese más, por favor.

El periodista se acercó y conectó el aparato.

Rebus comenzó a hablar vocalizando con todo esmero, despacio y claro, hasta que al cabo de ocho o nueve palabras el periodista apagó la grabadora y se le quedó mirando con una sonrisa ambigua, mezcla de desprecio y rencor. Detrás de él, sus colegas no levantaban los ojos del suelo.

– ¿Quieres que te deletree alguna palabra? -preguntó Rebus antes de darse media vuelta y cruzar la calle para volver al depósito.

Había terminado la identificación y el papeleo, los miembros de la familia parecían estar petrificados. Hasta a Linford se le veía un tanto impresionado. Quizá era otra de sus actuaciones. Rebus se acercó a la viuda.

– Podemos disponer un par de coches para ustedes.

– No, gracias -replicó ella sorbiéndose las lágrimas-. Muy amable -añadió parpadeando para fijarse bien en él-. Esperamos un taxi.

En aquel momento se les acercó la hermana del difunto, pero la madre siguió sentada en una de las sillas con rostro imperturbable y muy tiesa.

– Si te parece bien, madre tiene una funeraria que puede encargarse de todo -dijo Lorna Grieve a la viuda, pero fue Rebus quien contestó.

– Comprenderá usted que no se puede aún entregar el cadáver.

Ella le miró con aquellos ojos que él había visto tantas veces en periódicos y revistas: los ojos de la modelo Lorna Grieve, ahora ya casi cincuentona. Rebus la conocía desde finales de los sesenta, cuando ella no tenía ni veinte años, salía con estrellas del rock y ya corrían rumores de que había provocado la separación de más de un grupo famoso. Melody Maker y New Musical Express publicaban fotos de ella con el cabello largo y rubio, delgada hasta el punto de la escualidez. Desde entonces había engordado bastante y ahora llevaba una melena más corta y más oscura, pero conservaba el aura de antaño, pese al lugar y a las circunstancias.

– ¡Sepa que somos la familia! -exclamó.

– Lorna, por favor -terció su cuñada.

– ¿Acaso no es verdad? Sólo nos faltaba que un mequetrefe presuntuoso con carpeta venga a decirnos…

– Creo que me confunde usted con un empleado de aquí -la interrumpió Rebus.

– ¿Pues, quién demonios es, si no? -replicó ella mirándole y entornando los ojos.

– Es el policía -dijo Seona Grieve-. Quien tiene que… -añadió sin poder terminar la frase, lanzó un suspiro.

Lorna Grieve resopló y señaló a Derek Linford, que, sentado al lado de la madre del difunto, Alicia, se inclinaba en aquel momento sobre ella y le apoyaba la mano en la espalda.

– El agente que investiga el asesinato de Roddy es aquél -comentó Lorna dando un apretón en el hombro a su cuñada-. Es con ése con quien debemos tratar y no con este mono -dijo con una mirada final a Rebus.

Rebus la vio acercarse a las sillas pero la viuda permaneció a su lado balbuciendo alguna cosa ininteligible en voz baja.

– Lo siento -repitió ella.

Rebus asintió con la cabeza y sonrió mientras acudían a su mente diversas respuestas tópicas, pero se frotó la frente borrándolas.

– ¿Quiere usted interrogarnos? -preguntó ella.

– Cuando les venga bien.

– Roddy no tenía enemigos… que yo sepa -añadió ella como si hablase consigo misma-. Es lo que siempre preguntan en la tele, ¿no?

– Habrá que investigar -comentó Rebus, que no apartaba los ojos de Lorna Grieve, ahora en cuclillas delante de su madre.

También Linford la miraba sin perderse ningún detalle. En aquel momento se abrió la puerta y asomó por ella una cabeza.

– ¿Han pedido un taxi?

Rebus vio a Derek Linford acompañar a Alicia Grieve a la salida. Era astuto: se congraciaba no con la viuda sino con la matriarca. Linford reconocía el poder cuando lo veía.

Dejaron transcurrir unas horas antes de ir a Ravelston Dykes a hablar con la familia.

– ¿Qué te parece? -preguntó Linford.

A Rebus, por el tono, le dio la impresión de que se refería al BMW.

Rebus se limitó a encogerse de hombros. Habían conseguido entre los dos que les asignaran para aquel homicidio una sala en Saint Leonard, la comisaría más próxima al lugar del crimen. No era todavía un caso de homicidio pero sabían que se daría curso a la investigación en cuanto tuvieran los resultados de la autopsia.

Habían llamado a Joe Dickie y a Bobby Hogan y Rebus se había puesto en contacto con Grant Hood y Ellie Wylie, que se habían prestado a colaborar en el caso de Mojama. «Será un reto», dijeron cada uno por su lado. Tendrían que contar con la aprobación de los jefes, pero Rebus no pensaba que hubiera problemas y propuso a Hood y Wylie que elaboraran juntos un plan de ataque.

– ¿A quién tenemos que presentar los informes de las investigaciones? -preguntó Wylie.

– A mí -dijo él cuidándose de que Linford no le oyera.

El BMW redujo a segunda al aproximarse al semáforo en ámbar. De haber ido él al volante casi seguro que habría acelerado antes de que se pusiera rojo. Puede que yendo solo, no, pero si hubiese llevado a alguien, lo habría hecho para impresionar. Y apostaría algo a que Linford también lo hacía. Además de detenerse ante el semáforo, Linford puso el freno de mano y se volvió hacia él.

– Era analista de inversiones, candidato laborista y miembro de una familia prominente. ¿Tú qué dices?

Rebus volvió a encogerse de hombros.

– Yo simplemente he leído los artículos de prensa; igual que tú. La gente no siempre está de acuerdo con el método de nombramiento de los candidatos.

– Algún rencoroso, quizá -añadió Linford asintiendo con la cabeza.

– Lo averiguaremos. Quién sabe si no fue un atraco que acabó mal.

– O se trata de alguna historia extramatrimonial. Rebus le miró y vio que fijaba la atención en el semáforo con los dedos sobre el freno de mano.

– A ver si los de la científica hacen un milagro.

– ¿Recogiendo huellas dactilares y fibras? -comentó Linford escéptico.

– Como había mucho barro, es posible que encuentren huellas de pisadas.

El semáforo se puso verde y, sin coches delante, el BMW cambió rápidamente de marchas.

– El jefe ya me ha informado -dijo Linford; Rebus supo que no se refería a ningún mando intermedio sino al superior del comisario-. Colin Carswell, el ayudante del jefe de policía de Fettes quiere formar un equipo especial, algo de gran calibre.

– ¿Con la Brigada Criminal?

Linford se encogió de hombros.

– Algo selecto. No sé lo que tiene en mente.

– ¿Tú que le has dicho?

– Que estando yo encargado no tiene por qué preocuparse.

Linford no pudo por menos de volverse a observar cómo reaccionaba Rebus, quien, a su vez, hizo ingentes esfuerzos por permanecer imperturbable. En todos los años que llevaba en el Cuerpo él no habría hablado más de un par de veces con el ayudante del comisario. Linford sonrió consciente de que había hecho mella en Rebus a pesar de su exterior impasible.

– Claro que -prosiguió-, cuando le mencioné que el inspector Rebus iba a ayudar…

– ¿Ayudar? -replicó Rebus irritado, y sólo en ese momento se percató de que Linford también había dicho que él estaría al mando del caso.

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