– No -dijo la mujer-, sólo me di cuenta al ver que se arremolinaba gente. Bueno, tres o cuatro personas; pero sí vi que miraban algo en el suelo mientras llegaba la ambulancia. ¿Está fuera de peligro?
Rebus conocía aquella clase de mirada casi como anhelando que la víctima hubiese muerto para poder contarlo.
– Está en el hospital -contestó incapaz de seguir mirando a aquella mujer.
– Ya, pero el periódico decía que en coma.
– ¿Qué periódico?
La mujer fue a buscar el Evening News, en cuyas páginas interiores había una simple gacetilla con el título de: «Mujer atropellada en estado de coma. El conductor se da a la fuga».
No estaba en coma. Sólo inconsciente. Pero a Rebus le alegraba que lo publicasen así pues quizás alguien que lo leyera se sentiría impulsado a facilitarles alguna información. Quién sabe si el conductor sentía remordimientos o si iba con alguien… Los secretos son difíciles de guardar y suelen revelarse a alguien.
Probó en Remnant Kings, pero le dijeron que a aquella hora estaba cerrado, claro. Subió a los pisos y en el primero no había nadie; escribió una nota en el reverso de su tarjeta, la echó al buzón y apuntó el apellido. Si no llamaban llamaría él. En la segunda puerta le abrió un joven que no tendría aún veinte años, echándose hacia atrás el tupé que le tapaba los ojos. Llevaba gafas Buddy Holly y tenía señales de acné en la cara. Rebus se presentó y el joven volvió a apartarse el pelo volviendo la cabeza hacia atrás mirando al apartamento.
– ¿Vives aquí? -preguntó Rebus.
– Sí. Bueno, no soy el propietario. Lo alquilamos.
En la puerta no había ningún nombre.
– ¿Hay alguien más en este momento?
– No.
– ¿Sois estudiantes?
El joven asintió con la cabeza y Rebus le preguntó cómo se llamaba.
– Rob. Robert Renton. ¿Qué sucede?
– Anoche hubo un accidente, Rob, y el conductor se dio a la fuga.
Se había visto muchas veces en la misma situación dando sobre un tercero una noticia irrelevante para él pero que cambia la vida del que la recibe. Hacía ya una hora que había llamado al hospital donde al final se limitaron a tomar nota del número de su móvil y decirle que era preferible que llamaran ellos si había alguna novedad. Preferible, para ellos, para él no.
– Ah, sí -dijo Renton-. Lo vi.
– ¿Lo viste? -preguntó Rebus sin salir de su asombro.
Renton asentía con la cabeza con el pelo bailándole delante de los ojos.
– Lo vi por la ventana. Me disponía a cambiar un disco y…
– ¿Te importa que pase un minuto? Quiero ver desde dónde exactamente.
Renton dio un resoplido y lanzó un suspiro.
– Bueno, pase…
Dicho y hecho.
Había bastante orden en el cuarto de estar. Renton le precedió y se dirigió a un aparato de alta fidelidad situado entre dos ventanas.
– Yo estaba cambiando el disco y miré por la ventana, pues se domina la parada del autobús y pensé que a lo mejor veía a Jane bajando. -Hizo una pausa-. Jane es la novia de Eric.
Rebus sentía resbalarle las palabras mientras miraba la calle por donde había pasado Sammy.
– Dime qué viste.
– La chica cruzaba. Era guapa… Bueno, es lo que pensé. Bien, el coche se saltó el semáforo, dio un golpe de volante y la atropello.
Rebus cerró los ojos un segundo.
– Debió de levantarla al menos tres metros del suelo, rebotó en el seto, volvió a caer y ya no se movió.
Rebus abrió los ojos. Estaba delante de la ventana con el muchacho detrás. Abajo, la gente cruzaba la calle pisando el sitio en que habían atropellado a Sammy y el lugar en que había aterrizado, tirando la ceniza de sus cigarrillos.
– Supongo que no verías al conductor.
– No se puede ver desde aquí.
– ¿Iba alguien a su lado?
– No lo sé.
«Usa gafas», pensó Rebus. ¿Hasta qué extremo es fiable?
– ¿Y no bajaste al verlo?
– Yo no soy estudiante de medicina ni nada por el estilo -respondió señalando con la cabeza el caballete que había en un rincón, junto al cual Rebus vio una estantería con pinturas y pinceles-. Vi que la gente echaba a correr hacia la cabina telefónica y pensé que no tardaría en llegar ayuda.
Rebus asintió con la cabeza.
– ¿Lo vio alguien más del piso?
– Los demás estaban en la cocina. -Hizo una pausa-. Sé lo que está pensando. -Rebus lo dudaba-. Cree que como llevo gafas no lo vería bien. Pero estoy seguro de que dio un golpe de volante… aposta, vamos… O sea, con intención de atropellada -añadió asintiendo repetidas veces con la cabeza.
– ¿Con intención?
Renton hizo un gesto con la mano imitando a un coche que se desvía de su trayectoria.
– Dirigió el volante hacia ella.
– ¿No sería que perdió el control?
– Habría sido una pasada, ¿no?
– ¿De qué color era el coche?
– Verde oscuro.
– ¿De qué marca?
Renton se encogió de hombros.
– Soy una nulidad en coches. Pero una cosa…
– ¿Qué?
El muchacho se quitó las gafas y comenzó a limpiarlas.
– ¿Quiere que pruebe a dibujarlo?
Acercó el caballete a la ventana y se puso manos a la obra mientras Rebus salía al pasillo a llamar al hospital. El que cogió el teléfono le atendió con absoluta displicencia.
– Me temo que sigue igual. Ahora hay dos personas con ella.
Mickey y Rhona. Cortó la comunicación y llamó al móvil de Pryde.
– Estoy en los pisos, encima de Remnant Kings y hay un testigo ocular.
– ¿Ah, sí?
– Es un estudiante de Bellas Artes que lo vio todo.
– No me digas.
– Venga, Bill, no querrás que te lo dibuje yo.
Se hizo un silencio al final del cual Pryde exclamó:
– Ah.
Rebus apretó el móvil contra la oreja al entrar en el hospital.
– Joe Herdman ha hecho una lista -decía Bill Pryde- con los Rover de la serie 600, los Ford Mondeo nuevos, los Toyota Célica y un par de Nissan. Categóricamente queda descartado el BMW de la serie 5.
– Bueno, eso simplifica algo las cosas.
– Dice Joe que el Rover, el Mondeo y el Célica son los más probables. Me ha dado algún detalle más sobre el cromado donde se halla la matrícula y alguna otra diferencia. Voy a llamar a nuestro amigo el estudiante a ver si coincide en algo.
Una enfermera miró furiosa a Rebus conforme caminaba hacia ella.
– Tenme al corriente de lo que te diga. Hasta luego, Bill -dijo guardándose el móvil.
– Aquí está prohibido el uso de esos teléfonos -espetó la enfermera.
– Oiga, es que tenía prisa…
– Provoca interferencias en los aparatos.
Rebus no supo qué responder y se le subieron los colores.
– Se me olvidó -dijo llevándose a la frente una mano temblorosa.
– ¿Se encuentra bien?
– Estoy bien, estoy bien. Escuche, no volverá a suceder. Pierda cuidado -añadió alejándose.
Sacó del bolsillo la fotocopia del dibujo de Renton. Joe Herdman era un sargento del mostrador al público experto en modelos de coches y no era la primera vez que a partir de una vaga descripción les ayudaba con datos más concretos. Miró el dibujo mientras caminaba y comprobó que no le faltaba detalle porque el muchacho había incluido los edificios del fondo, el seto y peatones. Y a Sammy en el punto de colisión girada un poco sobre sí misma con las manos extendidas como intentando detener el coche. Pero Renton había dibujado además unas líneas de fuga por detrás del vehículo para dar sensación de velocidad, y a guisa de rostro había trazado un óvalo. La mitad trasera del vehículo era muy realista, al contrario del resto que no se apreciaba tan bien por efecto de la perspectiva dinámica. Renton le comentó que había dejado sin concretar los detalles de los que no estaba muy seguro.
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