Ian Rankin - El jardínde las sombras

Здесь есть возможность читать онлайн «Ian Rankin - El jardínde las sombras» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El jardínde las sombras: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El jardínde las sombras»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El inspector Rebus se desvive por llegar al fondo de una investigación que podría desenmascarar a un genocida de la segunda guerra mundial, asunto que el gobierno británico preferiría no destapar, cuando la batalla callejera entre dos bandas rivales llama a su puerta. Un mafioso checheno y Tommy Telford, un joven gánster de Glasgow que ha comenzado a afianzar su territorio
Rebus, rodeado de enemigos, explora y se enfrenta al crimen organizado; quiere acabar con Telford, y así lo hará, aun a costa de sellar un pacto con el diablo.

El jardínde las sombras — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El jardínde las sombras», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Son como tú o yo -comentó ella-: trabajan para dar de comer a sus hijos.

– O pagarse el vicio.

– También, por supuesto.

– En Amsterdam tienen un sindicato.

– Pero que no les sirve de nada a las desgraciadas que van a parar allí -Kenworthy puso el intermitente en un cruce-. ¿Estás seguro de que está en manos de Tarawicz?

– No creo que esté en poder de Telford. Alguien disponía de unas señas de Sarajevo, unas direcciones de su lugar de origen importantes para ella.

– Sí, desde luego parece cosa del señor Rosa.

– Y él es el único que puede hacerla regresar a su país.

Ella se le quedó mirando.

– ¿Y por qué iba a hacerlo?

En el momento preciso en que Rebus iba pensando que la zona por la que circulaban no podía ser más espantosa a juzgar por las industrias en ruinas, las casas derruidas y los baches, Kenworthy puso el intermitente para girar y cruzó la puerta de un almacén de desguace y chatarra.

– Pero ¿adonde me llevas? -exclamó.

Tres perros lobo atados a una cadena de diez metros ladraron dando saltos hacia el coche sin que Kenworthy se inmutara. Aquello era como internarse por un barranco de inquietantes paredes formadas por chatarra de automóviles.

– ¿Oyes eso?

Sí, claro que lo oía: el estrépito de un fuerte impacto. Desembocaron en un claro donde una grúa amarilla de cuya pluma colgaba una pinza gigantesca prendía el coche que acababa de dejar caer para volver a levantarlo y tirarlo otra vez desde lo alto sobre la carcasa de otro. A prudente distancia, unos hombres contemplaban la escena fumando con cara de aburrimiento. La pinza cayó en vertical sobre el techo del coche machacándolo. En el suelo lleno de grasa brillaban restos de cristales; diamantes sobre terciopelo negro.

Jake Tarawicz -el señor Ojos Rosa- prosiguió entre sonoras carcajadas manejando la grúa con la que cuidadosamente cogió de nuevo el coche, como un gato que juega con un ratón sin percatarse de que ya está muerto, como si no hubiera visto a los recién llegados. Antes de salir del coche Kenworthy adoptó una de las expresiones de su repertorio y, una vez lista, dirigió una inclinación de cabeza a Rebus y los dos abrieron simultáneamente la portezuela.

En el momento en que Rebus se erguía vio que la pinza soltaba el coche y avanzaba hacia ellos. Kenworthy, imperturbable, se cruzó de brazos. Todo aquello le recordaba a Rebus ese tipo de juegos de máquina consistentes en pinzar un premio, y viendo a Tarawicz en la cabina manipulando con fruición infantil los mandos pensó en Tommy Telford en su moto del salón de juegos y comprendió el rasgo común en aquellos dos niños creciditos.

El motor enmudeció de pronto y Tarawicz saltó de la cabina. Vestía un traje color crema y camisa esmeralda con el cuello abierto, para no estropearse los bajos del pantalón calzaba unas botas verdes de goma. Al dirigirse hacia los dos policías, sus hombres se situaron a sus espaldas.

– Es un placer verla, Miriam -dijo e hizo una pausa-, o al menos eso dicen.

Un par de sus hombres sonrieron y Rebus reconoció una cara entre ellos: «el Cangrejo», como le llamaban en Escocia central. Un tipo capaz de romperle a uno los huesos de un apretón. No lo había visto hacía mucho y le chocó lo bien acicalado y vestido que iba.

– ¿Cómo estás, Cangrejo? -preguntó.

El saludo pareció desconcertar a Tarawicz, que se volvió levemente hacia su secuaz quien, aunque sin inmutarse, acusó su azoramiento por el rubor en el cuello.

De cerca resultaba difícil desviar la mirada de la cara del señor Ojos Rosa. Sus ojos eran como un imán, pero más intrigante aún era la masa carnosa que los rodeaba.

Miró a Rebus.

– ¿Nos conocemos?

– No.

– Es el inspector Rebus -dijo Kenworthy-. Y ha venido de Escocia para verle.

– Qué halagador -dijo Tarawicz con una sonrisa que dejó al descubierto sus menudos dientes agudos y mellados.

– Supongo que sabe por qué he venido -dijo Rebus.

– ¿Yo? -replicó Tarawicz, visiblemente sorprendido.

– Telford necesitó su concurso para esconder a Candice y redactar una nota en serbocroata…

– ¿Se trata de un acertijo?

– Y ahora la tiene en su poder.

– ¿Ah, sí?

Rebus dio medio paso al frente y los hombres de Tarawicz se desplegaron en abanico a la espalda del jefe. El rostro de Tarawicz brillaba por efecto del sudor o de alguna pomada.

– Ella quería dejar esa vida -dijo Rebus-, yo le prometí ayuda, y siempre cumplo lo que prometo.

– ¿Ella le dijo que quería dejarla? -replicó Tarawicz burlón.

Uno de los que estaban detrás carraspeó. Era un hombre que venía intrigando a Rebus porque era mucho menos fornido y más discreto que el resto; vestía mejor y era de tez cetrina y ojos tristones. Ahora se lo explicaba: era abogado y había tosido para advertir a Tarawicz que reprimiera su lengua.

– Voy a cargarme a Tommy Telford -añadió Rebus midiendo las palabras-. Se lo prometo. Ya veremos lo que cuenta cuando esté detenido…

– Estoy seguro de que el señor Telford sabrá cuidarse, inspector, cosa que no puede decirse de Candice.

El abogado volvió a toser.

– No quiero que vuelva a hacer la calle -dijo Rebus.

Tarawicz clavó en él sus pupilas como alfileres taladrando la oscuridad.

– ¿Es que no va a poder Thomas Telford hacer sus negocios sin que le dejen en paz? -dijo finalmente, mientras a su espalda al abogado casi le daba un ataque de tos.

– Sabe que en eso no puedo prometer nada -respondió Rebus-. No soy yo quien debe preocuparle.

– Pues déle el recado a su amigo -replicó Tarawicz-. Y deje después esa amistad.

Rebus comprendió que Tarawicz se refería a Cafferty. Telford le había dicho que él era un mandado del gángster.

– No digo que no -replicó Rebus en voz baja.

– Pues hágalo -espetó Tarawicz dándole la espalda.

– ¿Y Candice?

– Veré lo que puede hacerse. -Se detuvo y metió las manos en los bolsillos-. Oiga, Miriam -añadió sin volverse-, me gusta más con su dos piezas rojo -añadió soltando una carcajada mientras se alejaba.

– Vamos al coche -dijo Kenworth furiosa entre dientes.

En su nerviosismo dejó caer las llaves y se agachó a recogerlas.

– ¿Qué te pasa?

– No me pasa nada -replicó irritada.

– ¿Es por lo del bikini rojo?

Le miró enfurecida.

– Yo no tengo ningún bikini rojo -farfulló maniobrando en giro cerrado pisando freno y acelerador con más fuerza de la necesaria.

– Pues no lo entiendo.

– Es que la semana pasada compré lencería roja… sostén y bragas -dijo acelerando-. A eso se refería.

– Pero ¿cómo lo sabía?

– Es lo que yo me pregunto.

Pasó como una bala ante los perros de la puerta, mientras Rebus pensaba en Tommy Telford, que había vigilado su piso.

– A veces la vigilancia es recíproca -dijo, cayendo en la cuenta de quién había aprendido la triquiñuela Tommy Telford.

Dejó pasar un rato y al cabo le preguntó datos sobre el almacén de desguace.

– Tarawicz es el dueño, y tiene una prensa como es debido, pero antes de hacer las balas de chatarra le gusta jugar con los coches. Y si alguien se interpone en su camino le ata al cinturón de seguridad y le incluye en el juego -añadió.

La regla de oro era jamás implicarse personalmente. Pero Rebus la vulneraba casi en todos los casos que le asignaban. A veces tenía la impresión de que se inmiscuía de ese modo a falta de vida propia y que sólo vivía por mediación de otras personas.

¿Por qué con Candice se había implicado tanto? ¿Por su parecido físico con Sammy o por creer que le necesitaba? Aquella manera de agarrarse a sus piernas el primer día… ¿No habría pasado de pronto por su imaginación el deseo de ser de verdad su caballero andante de reluciente armadura y no uno de pacotilla?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El jardínde las sombras»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El jardínde las sombras» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El jardínde las sombras»

Обсуждение, отзывы о книге «El jardínde las sombras» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x