– John, despierte.
El jefe le zarandeaba suavemente. Rebus parpadeó y se enderezó en la silla.
– Perdone, señor.
El subjefe de policía Watson fue a sentarse a su mesa.
– Siento muchísimo lo de Sammy. No tengo palabras, pero le diré que la tengo presente en mis oraciones.
– Gracias, señor.
– ¿Quiere tomar un café?
El café de Watson tenía mala fama en la comisaría pero Rebus aceptó encantado la invitación.
– Bien, ¿cómo está su hija?
– Sigue inconsciente.
– ¿Han localizado el coche?
– Aún no, que yo sepa.
– ¿Quién lleva el caso?
– Bill Pryde inició las primeras pesquisas anoche, pero no sé quién lo llevará ahora.
– Vamos a averiguarlo.
Watson hizo una llamada interna mientras Rebus le miraba por encima de la taza. Era un hombre grande, imponente, sentado a la mesa. Cubría sus mejillas una red de venillas rojas y el poco pelo le envolvía el cráneo como los surcos de un terreno bien arado. Tenía sobre el escritorio unas fotos de sus nietos en un jardín, con un columpio al fondo y uno de ellos con un osito de peluche. Sintió un nudo en la garganta y tragó saliva.
Watson colgó.
– Sigue llevándolo Bill -dijo-. Pensó que si continuaba él se resolvería antes.
– Es de agradecer.
– Escuche, le informaremos en cuanto sepamos algo. Entretanto, seguramente querrá irse a casa…
– No, señor.
– O estar en el hospital.
Rebus negó despacio con la cabeza. Sí, claro, el hospital, pero no ahora. Primero tenía que hablar con Bill Pryde.
– Mientras tanto asignaré sus casos a otro -dijo Watson comenzado a escribir-. Tiene ese de los crímenes de guerra y está de servicio de enlace en el de Telford. ¿Investiga algo más?
– Señor, preferiría que… Vamos, que quiero seguir trabajando.
Watson le miró y se reclinó en el sillón columpiando el bolígrafo entre los dedos.
– ¿Por qué?
Rebus se encogió de hombros.
– Quiero estar ocupado.
Sí, eso exactamente. Y no quería que nadie se encargara de su trabajo. Era suyo, le pertenecía y se debía a él.
– Mire, John, es evidente que necesitará unos días de permiso. -Me las arreglaré, señor -replicó cruzando la mirada con Watson-. Por favor.
En el Departamento de Investigación Criminal saludó con la cabeza a quienes se acercaron a manifestarle su pesar; uno de ellos no se apartó de la mesa. Era Bill Pryde, precisamente con quien él quería hablar.
– Buenos días, Bill.
Pryde le saludó con una inclinación de cabeza. Se habían visto de madrugada en el hospital cuando Ned Farlowe cabeceaba en un sillón, y salieron al pasillo a hablar. Pryde parecía ahora más cansado, llevaba el traje arrugado y se había desabrochado el primer botón de la camisa.
– Gracias por continuar con la investigación -dijo Rebus acercando una silla y pensando que él hubiera preferido que la llevase otro, alguien con más garra.
– No tiene importancia.
– ¿Hay algo nuevo?
– Un par de buenos testigos oculares que aguardaban el cambio de luz del semáforo.
– ¿Qué versión han dado?
Pryde se lo pensó antes de contestar puesto que, además de con el policía, hablaba con el padre de la atropellada.
– Ella se disponía a cruzar en dirección a Minto Street, quizás hacia la parada del autobús.
Rebus negó con la cabeza.
– No, Bill, se marchó con idea de ir paseando hasta casa de una amiga en Gilmour Road.
Es lo que le había dicho mientras comían la pizza, excusándose por no quedarse más rato. Con que sólo hubiese tomado otro café… Otro café y no se habría encontrado en aquel lugar en ese momento. O si hubiese dejado que la llevase él en coche… Piensa uno en la vida imaginándola como períodos de tiempo, cuando en realidad está compuesta por una serie de momentos relacionados entre sí y cualquiera de ellos puede cambiarlo todo.
– El coche iba en dirección sur -continuó Bill Pryde- y por lo que parece se saltó un semáforo en rojo. Eso es lo que dijeron los automovilistas que había más atrás aguardando a que cambiara el semáforo.
– ¿Se sabe si iba borracho?
Pryde asintió con la cabeza.
– Por la forma de conducir. Bueno, podría haber perdido el control del coche, pero en ese caso, ¿por qué huyó?
– ¿Tenemos alguna descripción?
Pryde negó con la cabeza.
– Consta que era un coche oscuro, de tipo deportivo, pero nadie anotó la matrícula.
– Es una calle muy transitada y coches no faltarían.
– Ha habido un par de llamadas -añadió Pryde mirando sus notas- que no aportan nada en concreto, pero voy a hablar con esas personas a ver si recuerdan algún detalle.
– ¿No sería un coche robado? Quizá por eso iba tan rápido.
– Lo comprobaré.
– Te ayudaré.
– ¿Lo dices en serio? -replicó Pryde pensativo.
– No podrás impedírmelo, Bill.
– No hay huellas de frenazo. Ni antes ni después del impacto.
Estaban en el cruce de Minto Street y Newington Road. Las bocacalles eran Salisbury Place y Salisbury Road. Coches, camionetas y autobuses se apiñaban en el semáforo mientras cruzaban los peatones.
Podría haberle tocado a cualquiera de éstos, pensó Rebus. Podría haber estado cualquier otro en el puesto de Sammy…
– Iba por aquí más o menos -prosiguió Pryde señalando en un punto más allá del paso de peatones junto a la raya del carril del autobús en la ancha calzada.
Le debió de dar pereza cruzar por el semáforo y habría seguido caminando hasta Minto Street para cruzar en diagonal. De niña le habían enseñado a cruzar la calle. Seguridad Vial y todo eso, haciendo que se lo aprendiera a fuerza de repetírselo. Rebus miró a un lado y otro. En la esquina de arriba de Minto Street había casas particulares y habitaciones para dormir con derecho a desayuno. Otra esquina la ocupaba un banco y en la opuesta había una sucursal de Remnant Kings y, justo al lado, un pequeño puesto de pinchos morunos.
– La tienda estaría abierta -dijo Rebus señalando hacia ella. En la cuarta esquina había un Spar-. Y ese comercio también. ¿Por dónde dices que iba?
– Cerca del carril del autobús. -Había cruzado los otros tres y se encontraba ya a un metro o dos del bordillo-. Los testigos aseguran que estaba muy cerca de la acera cuando la embistió el coche. Para mí que iba borracho y perdió el control. Desde ahí llamaron los que lo vieron -añadió Pryde señalando dos cabinas telefónicas enfrente del banco con un cartel publicitario que mostraba un individuo al volante con cara de chalado y la frase «Muchos peatones y poco tiempo» anunciando un juego de ordenador…
– No le habría sido tan difícil esquivarla -dijo Rebus con voz desmayada.
– ¿Seguro que te encuentras bien?
– Estoy bien, Bill -replicó mirando a su alrededor y lanzando un profundo suspiro-. Creo que hay oficinas detrás del Spar, aunque supongo que a esa hora no habría nadie. Pero encima de Remnant Kings y del banco hay pisos.
– ¿Quieres que preguntemos?
– Y preguntaremos también en el Spar y en la tienda de pinchos morunos. Ve tú a las habitaciones de alquiler y a los pisos y nos encontramos aquí dentro de media hora.
Rebus anduvo preguntando de un lado a otro. En el Spar había entrado otro turno, pero el gerente le dio los números de teléfono de los empleados y habló con los del turno de noche. No habían visto ni oído nada; sólo se enteraron del accidente cuando vieron los destellos de las luces de la ambulancia. La tienda de pinchos morunos estaba cerrada, pero Rebus aporreó la puerta y del interior salió una mujer secándose las manos con un paño. Le enseñó la placa por el cristal para que abriera. La mujer dijo que había tenido muchos clientes por la noche y que no había visto el accidente. «El accidente»: eso era en realidad, pero Rebus no había asimilado la palabra hasta oírsela pronunciar a la mujer. Accidents Will Happen de Elvis Costello. ¿Cómo seguía la letra… «Sólo un atropello»?
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