– Me lo he inventado para ver qué decía ella. ¿No lo has adivinado?
– Entonces, ¿cuál es la verdad? -preguntó Patricia-. Estoy segura de que no te importará que la sepa.
– Estoy de acuerdo con ella, Dudley. Demuéstrale que no tienes nada que esconder.
¿Estaba Kathy convencida de aquello o era que deseaba que fuese así? Patricia y ella lo único que consiguieron fue una mirada de la desafiante máscara de la cara de Dudley. Cuando ellas se la devolvieron, se volvió a humedecer los labios.
– Ya he tenido suficiente -espetó-. Salid de mi habitación.
– Eso no arreglará nada, ¿verdad? -dijo Kathy-. Solo dinos…
– No le voy a decir nada a nadie. Piensa lo que quieras, si crees que me he molestado en mentir. No estarías molesta ahora si no hubieses entrado en mi habitación. Todo esto empezó cuando le diste mis historias para que las leyera sin mi permiso.
– No, empezó mucho antes de eso -dijo Patricia-. Me pregunto cuándo exactamente. ¿Cuándo fue la primera…?
No le dio tiempo de agacharse cuando él se abalanzó sobre ella. Su cansancio la habría hecho caer y de todos modos no iba a mostrarle ningún miedo. Cualquier cosa que hiciera lo traicionaría ante Kathy, así que Patricia se acurrucó. Mientras él se acercaba, ella pensó que quería cogerla y tirarla por la ventana, por lo que apretó las rodillas contra la parte inferior del escritorio. Pero él se detuvo para desenchufar el cable del ordenador.
– Mira lo que me has hecho hacer -gritó, o más bien gruñó-. Espero que ahora estés contenta. Espero que esto haya borrado todas mis historias.
– Seguro que no -suplicó Kathy-. Vuelve a encenderlo y…
– No, hasta que no haya nadie aquí.
Al ver que su mirada no la movía ni a ella ni a Patricia, dijo:
– No voy a perder más tiempo. No me importa que os quedéis aquí. Tengo cosas importantes que hacer.
Patricia se dio cuenta de que debería haberlo agarrado mientras estuvo a su alcance. Su reacción pudo haber sido lo único que le faltaba para convencer a Kathy. Estaba casi en la puerta cuando Kathy dijo:
– No, Dudley. Quédate tú también.
Pareció como si se estuviese dirigiendo a alguien de la mitad de la edad de su hijo. La boca y labios de Dudley forzaron una sonrisa, pero no pudieron permanecer callados.
– ¿Con quién te crees que estás hablando? -preguntó.
– Con mi hijo, espero. Quédate y haz la maleta mientras tienes la oportunidad.
– No quiero que me des una oportunidad.
En cuestión de segundos, alcanzó la puerta, donde se giró con aire desdeñoso.
– Nadie le dice al señor Matagrama lo que tiene que hacer -dijo-. Y menos, las mujeres.
– Dudley, haz lo que te digo por una vez. Dudley. Dudley.
Su madre corrió hacia el rellano, pero el portazo la silenció. Patricia intentó levantarse, pero sus músculos le temblaban tanto que tuvo que quedarse hundida en la silla. Vio que Dudley daba una carrera al cruzar la calle y al subir por el camino de la colina. Kathy regresó y se quedó de pie a su lado mientras él desaparecía entre los árboles.
– Tendrá que regresar -dijo.
– ¿De verdad lo cree?
– Cuando se tranquilice. ¿Por qué no habría de hacerlo? ¿A qué otro sitio podría ir?
– ¿No cree que lo que ha ocurrido lo mantendrá alejado?
– Tiene que haber alguna explicación, ¿no? Solo es una historia. Quizá la página de las noticias de sucesos sea incorrecta. Incluso los medios de comunicación cometen errores, ya sabes.
Patricia no sabía hasta qué punto debía tomarse aquel comentario como algo personal. Lo único que importaba era asegurarse de que Dudley no fuera muy lejos antes de que la policía se enterase de lo suyo. Sabía que Kathy no estaba preparada para llamarlos.
– Podemos averiguarlo enseguida -dijo agachándose con cuidado para volver a enchufar el ordenador.
Temió que Kathy la detuviera o de que la información se hubiese borrado de verdad. Pero Kathy dejó que la pantalla reviviera y, cuando el ordenador halló los errores, Patricia tecleó ambas contraseñas. Ahora lo único que debía temer era la reacción de Kathy cuando la verdad fuese inevitable.
– ¿Aún piensa que solo se trata de una historia? -dijo Patricia sin encontrar en aquello ningún placer-. Veámoslo.
Finalmente Kathy se dio cuenta de que tenía que deshacerse de Patricia. Solo podría ser capaz de pensar estando a solas, aunque parecía que su mente se había hundido en una profunda fosa cuya oscuridad le tapaba la visión, impidiendo dejar pasar la luz del día. Hizo lo posible por echarle la culpa de aquello a la insistencia de Patricia en enseñarle todas aquellas fechas y de hacerle sentir compasión, a pesar de no estar dándose cuenta de lo condescendiente que ya estaba siendo. Sin embargo, de aquella manera no iba a conseguir que Patricia se marchara. Dudley estaba en lo alto de la colina, vigilando la casa.
Lo había visto hacía unos minutos y temió que Patricia también se hubiera dado cuenta. Tendría que fingir querer ver un par de fechas más para mantener ocupada a su torturadora. Al menos tenía una razón para alegrarse de que Patricia estuviese en el escritorio: Dudley podría ver que no era seguro aventurarse a volver a casa. Kathy simuló estar interesada en los detalles de la pantalla hasta que estuvo segura de que él estaba observando la situación desde detrás de algunos helechos.
– Está bien -dijo entonces, esperando que pudiera ser así.
Patricia levantó la cabeza con tanta firmeza que no pareció natural y miró a Kathy a los ojos. Casi con más pena de la que Kathy fue capaz de soportar y con la discreción que lo agravaba aún más, dijo:
– Entonces ya ha visto suficiente.
– Definitivamente sí.
– ¿Llama usted o prefiere que lo haga yo?
– Por supuesto que llamaré yo.
– Disculpe si le he parecido entrometida. De hecho, no sé dónde está mi móvil. Lo utilizó para enviarles un mensaje de texto a mis padres diciéndoles que me había ido a Londres.
Kathy estaba pensando que aquella tardía explicación era inútil cuando Patricia dijo:
– Espero que aún lo lleve consigo. Así podrán seguirle la pista.
– No había pensado en eso. ¿Quieres ir a ver si tu ropa está ya lista mientras llamo por teléfono?
La mirada de Patricia no fue lo bastante larga como para demostrar abiertamente su sospecha.
– Yo también iré -dijo.
Cuando Patricia se dirigió con mucho cuidado hacia el rellano, Kathy apagó el ordenador. Ahora no podía localizar a Dudley, pero le daba igual con tal de que permaneciera escondido. Una vez que se hubiera deshecho de Patricia, podría llamarlo y decirle que viniera a casa. Mientras seguía a Patricia por las escaleras y miraba cómo retiraba la ropa del tendedero, se sintió protectora con respecto a la chica. Quizá se trataba de aquel sentimiento de domesticidad que tenía tantas ganas de preservar: la idea de que mientras la vida dependiera de aquella clase de detalles, se mantendría sólida y familiar o al menos sería capaz de volver a esa condición.
– ¿Estás bien? -le preguntó a Patricia como un eco de sí misma.
– Voy a estarlo. Aún no ha llamado, ¿verdad?
– Primero quería ver cómo estabas.
– Estoy en ello -dijo Patricia, volviendo a mirarla.
– Cámbiate aquí si no quieres subir.
Patricia buscó algo de intimidad mientras Kathy esperaba, pero dejó la puerta del cuarto de baño abierta. Kathy tuvo que agacharse sobre el teléfono y mantener baja la voz, pero que se la oyera. Patricia salió del cuarto de baño con aire desaliñado aunque decidido, mientras Kathy terminaba la llamada. Kathy vio que aún quedaba un asunto en el aire y no tardó en hablar.
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