Ramsey Campbell - La historia secreta

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Escritor y editor británico nacido en Merseyside, Liverpool, el 4 de enero de 1946. Es considerado uno de los mayores exponentes del género de terror del siglo XX. Sus primeras historias, aunque situadas en lugares hipotéticos de Gran Bretaña (a instancias de su editor) y no en Estados Unidos, eran claramente lovecraftianas, tendencia que fue abandonando en posteriores relatos y novelas. Dentro del terror ha publicado tanto novelas y cuentos “realistas” como otros en los que aparecen elementos fantásticos en la trama, todo ello con un estilo muy particular y cuidado que le ha hecho merecedor de buenas críticas. Campbell también ha destacado como editor de antologías de terror, y colabora con la BBC en programas de crítica de cine. La obra de Campbell, tanto corta como en formato largo, ha sido galardonada en múltiples ocasiones, siendo uno de los autores del género con más premios en su haber.

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Kathy abrió la boca y después la cerró mientras se volvía hacia su hijo.

– Yo me lo llegué a preguntar. ¿Es cierto?

– ¿A quién vas a creer? ¿A mí o a una escritorzuela?

– No creo que tengas que ser tan desagradable con ella, ¿no? Se ha portado como una buena amiga contigo, después de todo. A menudo los escritores sacan sus ideas de su vida, como tú. Sabemos que ya lo hacías cuando estabas en el colegio y ahora te estás inventando algunas nuevas, ¿verdad?

Aunque aún no estaba más que acercándose a la cuestión, Patricia se sentía ya bastante mareada.

– No se trata simplemente de que sacara de ahí su material, sino de cómo llegaba a saber tanto.

Kathy bajó la cabeza para mirar bajo sus incrédulas cejas.

– ¿Y cómo es eso posible?

– Díselo, Dudley.

En aquel soleado salón de la zona de las afueras, donde cualquier observador habría pensado que se trataba de una conversación entre una visita, o incluso un miembro de la familia, con una madre superprotectora y su hijo, de pronto Patricia no supo cómo proceder.

– Ya se lo has ocultado bastante -dijo.

Kathy le dedicó una sonrisa tan atractiva que se sintió inquieta e impaciente, pero él le devolvió la mirada fija que había estado ensayando antes con Patricia.

– Investigación -dijo-. Ya lo sabías.

Kathy lo miró antes de admitir:

– Creo que no me gusta la manera en que lo has dicho.

– ¿Cómo quieres que lo diga? Solo puedo decirlo como se dice, la verdad.

– Sé lo que estás intentando -le dijo, atrayendo la atención sobre Patricia, con la boca atrofiada por la tensión que estaba soportando mientras esperaba la respuesta de Kathy-. Lo habéis hecho entre los dos, ¿no? Se supone que es igual que su personaje, es el escritor quien es el asesino. ¿Estabais probando a ver lo convincente que resultaba para la película?

A Patricia la cabeza se le iba y venía como si fuera de agua. Pensó que se debía al mareo.

– ¿Cómo piensa que podría haber hecho algo así con él sin poder hablar?

Cuando Kathy puso las manos con las palmas hacia arriba en señal de estar esperando una respuesta, Patricia dijo:

– ¿Qué cree que podría haberme ocurrido si no me hubiese rescatado?

– Solo sé lo que yo hice. Ya sé que está bastante mal pero tú accediste a formar parte, ya sabes.

Patricia estaba casi segura de que Kathy intentaba convencerse a sí misma.

– ¿Las demás no le importaban porque no las conocía? -espetó.

– Claro que… -dijo Kathy intentando parecer como si la hubiesen confundido-. ¿Quiénes?

Entonces, Patricia supo cómo enfrentarse a ella y agravó su confusión. Estaba punto de responderle cuando Dudley dijo:

– Seguid hablando lo que queráis. Yo tengo que arreglar ese malentendido en el trabajo.

Antes de que ella pudiera decir nada, él ya estaba de pie y se sintió sobrecogida por culpa de su falta de fuerzas.

– No querrás dejar a tu madre con la incertidumbre -dijo-. Sé lo primero que puedes hacer para que no esté preocupada.

De pronto temió que Kathy lo animara a irse, pero su respuesta fue demasiado rápida:

– ¿Qué? -preguntó.

Patricia estuvo a punto de dejarse llevar por su furia y decir demasiado, demasiado pronto.

– Enséñale tus historias. Enséñanoslas a ambas.

– Ya las habéis visto -dijo Dudley, mirando a su madre con bastante resentimiento-. Y también las habéis leído.

– Impresas, no -le dijo Patricia-. En la pantalla.

– ¿Por qué en la pantalla? -dijo Kathy sin estar segura de quererlo saber.

– Porque podría haberlas cambiado, ¿no? La versión impresa podría ser solo a lo que se podía arriesgar a que la gente leyera.

Claro que aquello no era el quid de la cuestión y sintió inquietud por si Kathy objetaba que aquello era demasiado improbable. De hecho, empezaba a mostrarse escéptica cuando Dudley dijo:

– Eso es pura basura. Ridículo.

– Estoy segura de que sí, pero ¿podemos echarles un vistazo de todas formas? No me importaría que demostraras que está equivocada, si me lo permites, Patricia.

Mientras Patricia encogía sus doloridos hombros, Dudley dijo:

– No quiero que entre en mi habitación.

– Será mejor que sí lo haga, ¿no crees? De esa forma verá por sí misma que no tiene ningún argumento. Seguro que no quieres que escriba esa tipo de cosas sobre ti. Quiero pensar que una vez que admita su error, no volveremos a verla de nuevo.

Patricia se estaba sintiendo menospreciada en aquellos momentos, y su debilidad hizo que de pronto tuviera ganas de llorar. Vio como Dudley dudó en el recibidor y se preguntó si estaba pensando en escapar. Antes de que pudiera encontrar las palabras para que cambiara de idea, Kathy dijo:

– Sube, Dudley. Nosotras te seguimos.

¿Y si había borrado las pruebas y fingía que el ordenador se había estropeado? Patricia hundió las uñas en el brazo del sillón para ayudarse a cruzar la habitación. Tuvo que agarrar al marco de la puerta y el pasamanos como apoyo. Al menos, la barandilla la ayudaba a subir la escalera aunque los peldaños parecían temblar bajo sus pies como si fuesen de gelatina. Quizá se debía a la vibración de los pasos de Kathy tras ella.

– ¿Estás bien? -preguntó Kathy, no muy comprensiva, mientras Patricia se agarraba al pomo de la puerta de la habitación de Dudley.

– Lo estaré.

Y realmente iba a estarlo, porque había llegado en el momento justo para ver que Dudley estaba tecleando la contraseña, por si la necesitaba: p, a, letra, letra, a, letra, e. Casi dice en voz alta la palabra que le vino a la mente si no llega a ser porque Kathy la agarró del codo.

– Gracias -murmuró.

– Deja que Patricia se siente en tu sitio, Dudley. Ya ha pasado bastante por ti, fuese de quien fuese la idea.

Patricia aceptó la silla que había dejado libre a regañadientes y se guardó muy bien de no mantener ningún contacto con él a la vez que él evitaba tocarla.

– ¿Qué crees que tengo que enseñaros? -dijo con una media sonrisa.

– La primera. Los trenes nocturnos no te llevan a casa.

– ¿Esa antigualla? Ya estoy bastante harto de ella, me ha metido en muchos problemas, o quizá no, pero la gente ha intentado que sí los tuviera.

Abrió el documento agitando los dedos.

– Ahí está -dijo. Buena suerte al compararla con la versión impresa.

– De hecho, no necesitamos leerla. Solo tenemos que ver una cosa.

Se quedó en silencio, inquieto quizá, y fue su madre la que dijo:

– ¿Qué tenemos que ver?

– La fecha.

Al parecer su madre no percibía su tensión.

– ¿Qué fecha? -preguntó.

– La fecha en la que terminó la historia.

– No tengo ningún registro -dijo Dudley demasiado forzado-. Ahí no va a aparecer.

– Sí aparece, déjame que te lo enseñe -dijo Kathy para desplegar las propiedades del documento. Mira, ahí tienes algo que tu madre sabía y tú no. Puedes hacerlo con cada documento, pero el porqué de que Patricia quiera verla, es otro asunto.

– ¿Recuerda cuándo asesinaron a Angela Manning?

– Perdona, ¿a quién?

– Angela Manning. Dudley puede hablarle de ella.

– Es la chica por la que se armó tanto alboroto. Y sigue habiéndolo -dijo Dudley aún con más amargura.

– ¿Y cuándo ocurrió eso?

– No te lo sé decir. ¿Por qué iba yo a saberlo?

– Pensé que posiblemente sí podrías, ya que se cumple ahora su aniversario. ¿No era esa parte de la objeción?

– Si tú lo dices… Sabes lo mismo que yo -dijo Dudley mirando a Patricia con los ojos enrojecidos.

– Entonces, averigüémoslo. Búscala.

– Sí, continúa -dijo Kathy mientras él dudaba-. Eso no nos puede hacer ningún mal.

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