– Volveré a colocar estas puertas. Antes de que te encierres ahí quiero que sepas…
Su voz estaba demasiado cerca. Sacó el pie de la bañera, salpicando el colchón y se apresuró hasta la puerta. Tenía la mano casi en el pestillo cuando la puerta se abrió tres centímetros y después se abrió algo más.
– Que si quieres que yo…
Kathy se quedó en silencio durante un momento que hizo que Dudley comenzara a sentir el principio de un sofoco.
– ¿Quién es? -dijo con una voz que pareció no estar convencida de su propia existencia y abriendo la puerta del todo.
– Nadie.
El tiempo que tardó en decir aquello fue suficiente para pensar que una negativa sería bastante para convencer a su madre. Entonces el agua rebosó, empapando el colchón, y dos pies desnudos salieron a la superficie.
– Solo alguien que me ha estado ayudando con la investigación -dijo mirando con tanta dureza a su madre que le escocieron los ojos.
Al ver que su madre dudaba, estuvo seguro de que tenía una oportunidad.
– Déjanos solos o se sentirá avergonzada -dijo.
Kathy aún estaba en el rellano. Él agarró el pestillo y movió la puerta lentamente hacia ella.
– Si quieres ayudar -dijo-, vete un rato o perderé la inspiración No podré crear ninguna historia más.
Ella parpadeó. Sabía que lo haría si se lo pedía, pero tenía que pensar otro motivo. Aún no lo había hecho cuando ella se movió. Echó un paso atrás y después otro adelante. Tenía la cara agarrotada con tanta claridad como no la había visto nunca.
– No puede sentirse avergonzada -dijo-. Está vestida.
Dudley miró al paquete. Había levantado las piernas con los vaqueros hasta los grifos, intentando cortar el chorro o buscando una posición menos mala. Lo único que necesitaba era distraer a Kathy. Ella empujó la puerta a un lado y entró.
– Hay que cerrarlos -dijo.
Agarró los grifos, pero se le olvidó que tenía que girarlos cuando miró dentro de la bañera. Pensó que ella colaboraría con él una vez más aunque no quisiera, pero entonces ella cerró los grifos y tiró de la cadena para destaponar la bañera. Parte de él quiso darse a la fuga pero seguía siendo su madre. Si ella no confiaba en él, ¿quién lo haría? Lo miró más que decepcionada, como si no lo reconociera.
– ¿Qué demonios has estado haciendo mientras yo estaba fuera? -preguntó.
– Ya te lo he dicho. Investigar y escribir mucho. Ahí está la investigación.
Oía cómo se vaciaba el agua y cómo el paquete luchaba por mantenerse a flote. Se recordó a sí mismo que el paquete no podía hablar.
De todas las preguntas que visiblemente le rondaban a su madre por la cabeza, eligió:
– ¿Quién es?
– No quiere que nadie lo sepa. Por eso se sentiría avergonzada. No te preocupes, accedió a hacerlo. Estará bien.
Se aproximó a la bañera y sonrió al paquete, que estaba boca arriba.
– Si pudiera, te lo diría ella misma -dijo.
Se puso de lado, mostrando las manos atadas como si quisiera deshacerse del agua que tenía en la nariz.
– ¿Ves? Estará bien -dijo-. Lo estará.
Su madre lo miró fijamente y sus ojos desvelaron algo.
– Más te vale -dijo, encorvándose sobre el paquete.
– ¿Qué? ¿Qué estás haciendo?
– Quiero que me lo diga ella -dijo Kathy, sosteniendo los hombros del paquete y ayudándolo a sentarse-. ¿Puedes oírme? ¿Puedes hablar?
El bulto de la cabeza se movió de un lado a otro negando. Dudley aprovechó la oportunidad. Aún seguía siendo tan convincente como el señor Matagrama.
– Te lo he dicho -dijo-. No quiere.
El bulto titubeó y se movió de arriba abajo.
– Mira, está de acuerdo conmigo -dijo.
El bulto apenas parecía tener energía para volver a cambiar de dirección, pero lo hizo.
– Mira, ahora la estás confundiendo -objetó-. Dejémosla descansar donde está. Yo me quedaré con ella.
– Sí, tú te quedas. No creas que vas a ir a ninguna parte -dijo su madre inclinándose más sobre el paquete-. ¿Quieres hablar? -le dijo al oído.
Tuvo la esperanza de que se hubiera quedado sin fuerzas, pero el bulto asintió dos veces.
– De acuerdo. Te voy a quitar todo esto -dijo Kathy-. Intentaré no hacerte daño. Aunque no tengo ni idea de lo que habréis estado haciendo vosotros dos.
Dudley se prometió a sí mismo que lo creería a él y no al paquete. Era su madre y él era el señor Matagrama. Quizá el paquete no fuese capaz de contradecirlo. Su madre tuvo dificultades para encontrar el extremo de la cinta mojada y despegarlo. Él observaba con los brazos en jarra mientras ella desenrollaba la enrojecida garganta, la barbilla y la boca. No habló y pensó que quería llorar cuando le despegó la cinta de los ojos. Aquello era otro detalle que tenía que escribir. Apareció la nariz y vio cómo hundía los dientes en el labio inferior al arrancarle la cinta varias pestañas. El agua o las lágrimas le recorrían las mejillas. Entonces tuvo la cara completamente descubierta y guiñó los ojos con lo que Dudley esperaba que fuese ceguera.
– Patricia -dijo Kathy sin saber bien cómo continuar-. Pensé que serías tú.
Cuando Patricia sintió que el agua bajaba supo que no iba a ahogarse a menos que aquello hubiese sido un simple ensayo. Fue como volver a nacer. Había tomado todo el aire que pudo mientras su cabeza se hundía, pero empezaba a quedarse sin él. Al volver a respirar, se le llenó la nariz de agua y de pronto temió que estuviese jugando con ella, que hubiese tenido la inspiración de ahogarla con la ducha. No tuvo éxito al intentar vaciar la nariz de agua girando la cabeza, así que tuvo que forcejear para ponerse de lado. Al menos, el nivel del agua seguía bajando. El sonido de su pulso disminuyó y pudo oír voces. Una era la de la madre de Dudley.
No debía dejarla a solas con él. Patricia intentaba desesperadamente comunicar aquella idea cuando unas manos la asieron por los hombros y la levantaron. Eran demasiado delicadas para ser las de Dudley. Sintió que su mente se ablandaba, que apenas le quedaba voluntad, pero consiguió darse cuenta de que era probable que Kathy no la abandonara ahora que había visto en qué condiciones se hallaba. Entonces se preguntó si estaba dando por hecho demasiadas cosas porque Kathy preguntó:
– ¿Puedes oírme? ¿Puedes hablar?
Patricia, cuando estuvo segura de que las preguntas iban dirigidas a ella, tuvo que acordarse de cómo debía mover la cabeza para dar una respuesta negativa. Estaba empezando a recobrar la técnica cuando Dudley dijo:
– Te lo he dicho. No quiere.
¿Cómo iba a negar aquello? No sabía cuánto tiempo tardó en averiguar que tenía que asentir y entonces pensó que la confusión le había jugado una mala pasada porque estaba diciendo que ella estaba de acuerdo con él. Incluso estaba acusando a su madre de estar desconcertándola. De hecho, Patricia podía haberlos acusado a los dos de estar agravando los efectos de su difícil situación. Entonces oyó cómo él se ofrecía a quedarse con ella. Cuando estaba a punto de utilizar todo su cuerpo para expresar su aversión, Kathy le habló al oído.
– ¿Quieres hablar?
En aquel momento Patricia imaginó que la estaban forzando a participar en un juego que consistía en tener que decidir de qué manera tenía que mover la cabeza. Concentró todas sus fuerzas en su pegajoso cuello y asintió tres veces. Parecía que había acertado porque Kathy comenzó a desenrollarle la cinta de la cabeza. Mientras se preparaba para la horrible experiencia, Kathy dijo:
– No tengo ni idea de lo que habréis estado haciendo vosotros dos.
Patricia creyó que aquello era excesivamente irracional, así que apenas pudo esperar a hablar. Tuvo que concentrarse un momento para soportar el dolor mientras la cinta comenzaba a tirarle del pelo. Sintió el aire en la pegajosa garganta, en la barbilla, en la boca y en las mejillas. Se mordió los labios e intentó mantener los párpados cerrados mientras la cinta tiraba de ellos. Vio la cara de preocupación de Kathy por encima de ella y a Dudley en albornoz detrás de su madre. Patricia no sabía si era su confusión lo que le hacía parecer tan poco desafiante y seguro de sí mismo. Le enfureció el no ser capaz de contener las lágrimas que se le escaparon cuando Kathy descubrió su frente y el resto del pelo.
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