Dudley la miró con el ceño fruncido y ocultó el teclado con la mano que tenía libre mientras tecleaba su contraseña para Internet, aunque Patricia no tuvo ninguna dificultad en identificar el puñado de letras. Deletreó «secreto», lo cual le confirmaba la falta de imaginación de la que ya se había dado cuenta su profesor. Abrió un motor de búsqueda y tecleó con las yemas de los dedos, demasiado juguetonamente para su gusto.
– ¿Será lo bastante importante como para aparecer aquí?
Patricia se contuvo su odio.
– Solo hay una manera de averiguarlo, ¿no?
Tecleó el nombre de la chica sin mayúsculas, lo que a Patricia le pareció una forma más de desprecio. En unos cuantos segundos el motor de búsqueda produjo una lista de referencias a Angela Manning, todas ellas irrelevantes. Algunas eran de Estados Unidos, y otras de Escocia o del sur de Londres; las únicas que procedían del norte de Inglaterra hacían referencia a un salón de peluquería y a una retratista. Patricia empezó a pensar que Dudley había recibido la respuesta que esperaba cuando Kathy dijo:
– Ahí hay otra página.
Hizo clic sobre la flecha que conducía a ella. O lo traicionó la velocidad o de verdad creía que aquella segunda página no era ninguna amenaza, a menos que ya lo supiera. ¿Habría buscado ya en aquella página web algo que lo pudiera delatar? ¿O había estado fingiendo renuencia para parecer más inocente una vez que demostrara que no existía ninguna prueba? Patricia hizo lo que pudo para tragar y mantener la cabeza derecha mientras reemplazaba la página. Una profesora estadounidense, una activista política africana, una referencia al personal de un barco, un sitio dedicado a una halconera…
– ¿Podría ser esta? -preguntó Kathy-. Una estudiante muerta bajo un tren.
Dudley dudó hasta que alcanzó el ratón.
– Yo lo haré -dijo haciendo clic sobre la lista-. ¿Veis como tenía razón? No está entre las primeras.
– Oh, Dudley. No digas esas cosas solo porque aún no te hayan publicado la historia. Estoy segura de que alguna vez lo harán.
Kathy echó un vistazo a las pocas líneas del Correo diario de Liverpool y después al principio de la página.
– Bueno, es extraño -dijo-. Fue la semana que viene de hace cinco años.
– Y ya sabe lo que es más extraño aún -dijo Patricia-. La fecha en que escribió la historia.
– No lo recuerdo -dijo Kathy girándose apuradamente hacia Dudley-. Enséñamela otra vez.
Dudley cubrió el ratón con su mano y estuvo a punto de romperlo. Después volvió a la ventana anterior que contenía la historia.
– Es el mismo día que pone el periódico -dijo Kathy-. ¿Tan inspirado estabas cuando lo leíste que escribiste la historia justo después? Ojalá no hubiese enviado esa. Elegí mal y, aunque no lo sabía, te pido disculpas.
Patricia luchaba por controlar la frustración que le hacía sentir la piel tensa y en carne viva.
– Apuesto a que hay una historia donde arrojan a alguien a la carretera del túnel del Mersey -dijo.
– Seguro que la viste cuando te dejé ojear sus historias.
Patricia no había hecho tal cosa, pero discutir sobre aquello solo le haría perder más tiempo.
– Espero que recuerde el título, ¿o no es así, Kathy?
– Enséñanos La cabeza por delante en la hora punta, Dudley. Adelante, no hay nada que temer.
Como consecuencia de aquel comentario o de su ira, mostró los dientes a la vez que abría el documento.
– ¿Y cuándo la escribiste? -preguntó Kathy como si quisiera darle la bienvenida a la respuesta-. Vaya, esto es aún más extraño, ¿no? El viernes pasado hizo dos años.
– Mire las noticias -dijo Patricia con toda la compostura con la que fue capaz de ordenar-. Y veamos qué pasa después.
– No me digas que fue otra de sus inspiraciones instantáneas.
Patricia no creía que pudiera mirar a Kathy a la cara. Miró a Dudley con la mano sobre el ratón y después, mientras él regresaba a Internet, vio que sonreía. Abrió en la pantalla la página del día en cuestión y dio un paso atrás.
– No quiero que nadie piense que estoy escondiendo algo. Mirad lo que queráis.
Kathy se acercó para leer la información de las noticias y repitió el mismo ejercicio con una mirada que sugería que le hacía gracia lo que le iba a decir a Patricia.
– Bueno, a menos que esté ciega, no veo nada. Ninguna chica de aquí fue asesinada aquel día y por supuesto, no de la forma en que mataron a la chica de su historia.
– ¿Estás ya satisfecha, Patricia?
Patricia cerró los ojos y aspiró algo del seco aire. Estaba más confusa de lo que creía y había caído en el juego de Dudley. Ni siquiera pudo tragar cuando oyó que él dijo:
– ¿Me dejáis ya que vaya y arregle mis asuntos?
– Vete. Esperaré a Patricia abajo hasta que se seque su ropa.
– Adiós, Patricia. Siento que pensaras que podías volver a mi madre en mi contra. Supongo que Patricia pensó que nuestra historia no era lo bastante extraordinaria. Así deben de ser todos los periodistas.
Al principio, Patricia no sabía lo que estaba mascullando, pero resultaron ser palabras:
– Espera un minuto, Dudley.
– ¿Qué pasa ahora?
Fue Kathy quien habló con algo más que impaciencia, pero Patricia no desistió de su propósito.
– Kathy, echémosles un vistazo a las noticias del día siguiente.
– Oh, qué tontería. Sabes perfectamente que no vamos a encontrar nada.
– Si es así, lo dejaré -dijo Patricia temiendo que estuviese yendo demasiado rápido-. Si usted no quiere mirar, yo lo haré.
– Estoy segura de que Dudley preferirá que lo haga.
Dudley dio un paso atrás que podía haberse descrito como subrepticio.
– Haz lo que quieras si es que no te has dado cuenta aún de lo que intenta hacer.
Kathy tecleó la fecha en el cuadro de búsqueda y el clic del ratón sonó igual que al cortarse una uña. La pantalla comenzó a llenarse de titulares y párrafos. Una advertencia de sequía que había sido inminente hacía dos años, una serie de ataques con incendios provocados, un tren descarrilado porque un camión había volcado por el calor, una anciana pareja que había muerto por deshidratación… Entonces uno de los titulares se volvió más oscuro y más sólido a medida que la vista de Patricia se ciñó sobre él. «Caída mortal al túnel del Mersey», decía el titular.
Kathy leyó el párrafo y se volvió para encontrar a su hijo.
– Siento decirte esto delante de Patricia, Dudley, pero espero que no escribas nada más sobre asesinatos actuales ahora que has visto los problemas que la gente te ha causado por uno solo. Para ser honesta, me hace sentir algo incómoda.
Patricia esperó, deseando que aún no hubiese terminado. Cuando el gruñido indiferente de Dudley demostró que la reprimenda había llegado a su fin, Patricia dijo:
– ¿Y cómo lo sabía?
– Lo debiste haber oído por la radio, ¿no, Dudley? Lo estarían dando en las noticias.
– ¿Tanto escucha él la radio? -preguntó Patricia, esperando no parecer demasiado desesperada-. No sabía que tuvieras una.
– Claro que tenemos -protestó Kathy sin retirar los ojos de su hijo-. Aunque no recuerdo haber escuchado esta información. ¿Cuándo te enteraste?
– ¿Me estás cuestionando como ha hecho ella?
– Solo estoy intentando demostrarle lo equivocada que está con respecto a ti. No te ofendas y dinos cuándo.
Dudley fijó la mirada en Patricia.
– Lo leí en el periódico de alguien en el tren de vuelta.
– Pero aquí dice que ocurrió de noche -dijo Kathy-. Fue después de que regresaras a casa del trabajo.
Dudley se pasó la punta de la lengua por la sonrisa, como para suavizarla.
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