Índice
Claves secretas de la historia
Dedicatoria
Prólogo
Agradecimientos
Introducción
PRIMERA PARTE
Historia de las sociedades secretas
1. Las primeras sociedades secretas europeas
2. Rastreando la huella de los templarios
3. Los Illuminati y los saboteos
4. El gran secreto de la masonería
SEGUNDA PARTE
Presente de las sociedades secretas
5. Las sociedades secretas derivadas de los Illuminati
6. Las elites del dinero
7. La Reserva Federal de Estados Unidos
8. La última meta de los templarios: el hundimiento de la economía estadounidense
9. El gran reino de Enlil: el Vaticano
TERCERA PARTE
Las tragedias modernas (1991-2005) y la política oculta desarrollada entre 1917 y 1948
10.Preparando el tablero de ajedrez para el gran final
11. La guerra del Golfo y la tragedia del uranio empobrecido
12. El atentado de Oklahoma: ¿terrorismo de Estado durante el mandato de Bill Clinton?
13. El 11-S
14. ¿Qué se buscaba realmente con el ataque a Afganistán?
15. La tragedia española del 11-M
16. El otoño de 2004 (ajuste final de las piezas del juego)
17. El tsunami de la Navidad de 2004
18. Objetivo Irán
Apéndice I
El diamante de los Illuminati y el 17 de enero de 2006
Apéndice II
Los atentados del 7 de julio de 2005 y su relación con un hipotético atentado el 17 de enero de 2006
Epílogo
Bibliografía
Robert Goodman
Claves secretas de la historia
© Robert Goodman
2020
© Ediciones Robinbook, s. l., Barcelona
Diseño e imagen de cubierta: Regina Richling con fotografías de Photos.com
ISBN: 978-84-9917-599-7
Dedicatoria
Dedico este libro a la memoria de las víctimas de las dos guerras mundiales, de los conflictos bélicos de todo tipo y los atentados terroristas, ya estén perpetrados por grupos de fanáticos o por Gobiernos despiadados. También a todas aquellas personas asesinadas por servir los intereses ocultos de los Gobiernos, sean éstos democráticos o no. En mi lista de víctimas no puedo olvidar las bajas producidas en las fuerzas armadas enviadas a conflictos bélicos que sólo sirven a los intereses de unos pocos.
Tampoco olvido a los más indefensos: los niños. Son nuestro futuro y no podemos tolerar que se les explote y se abuse de ellos como si fueran meros objetos de consumo. En la actualidad existe una guerra permanente contra la infancia, no sólo en el Tercer Mundo sino también en Occidente. Estamos frente a una de las últimas etapas en el camino hacia el Nuevo Orden Mundial, el objetivo de algunas sociedades secretas desde hace muchos años.
Prólogo
En mis conferencias hay una analogía que suelo utilizar y a la que con el tiempo he llegado a coger cariño, sobre todo por el encendido debate que suele provocar entre los asistentes. Imaginemos el devenir de la historia como si se tratara de una representación teatral. Frente a nosotros hay un escenario y sobre él un reducido grupo de actores que dan vida a los personajes de la obra. Ellos serían los políticos y personalidades públicas cuyos nombres y vidas acaban pasando a los libros de texto. En el patio de butacas estamos nosotros, el público. Somos la inmensa mayoría de los que participan en la representación, pero nuestro papel es fundamentalmente pasivo. Contemplamos lo que hacen los actores y ello condiciona en aquel momento nuestra existencia, nos alegra o nos entristece. A veces, si la situación lo requiere, podemos mostrar nuestro agrado o desagrado ante lo que ocurre. Podemos aplaudir y vitorear a los actores, o patear y abuchearlos, incluso hasta sacarles del escenario.
Pero eso no es todo. Existe algo sumamente importante en lo que rara vez pensamos. Tras los decorados se mueve una laboriosa legión de personajes, invisibles para nosotros, pero sin los cuales sería imposible la representación. Son los tramoyistas, iluminadores, encargados del vestuario y el maquillaje. Los podemos llamar poderes fácticos. A pesar de ser desconocidos para el público, su capacidad de actuación es impresionante. Pueden arruinar la actuación de un actor con un mal maquillaje o un vestido incómodo. Si lo desean, pueden bajar el telón y dar por concluida la representación. Incluso podrían apagar todas las luces de la sala, dejando a oscuras el patio de butacas, provocando el pánico entre los espectadores.
No obstante, incluso entre estos detentadores del poder invisible existe una elite. Son los que dictan a los actores lo que tienen que hacer y decir, los que trazan, diseñan y supervisan el desarrollo de la obra. Son el director, el autor y el apuntador, cuyas instrucciones son seguidas puntualmente por los actores.
Pues bien, a lo largo de los próximos capítulos Robert Goodman nos va a desentrañar todo lo que sucede detrás de ese escenario que es la historia contemporánea. Les aconsejo que no pierdan detalle porque están ustedes a punto de embarcarse en un viaje apasionante y estremecedor guiados por el mejor cicerone posible. A lo largo de los años que llevo dedicado al periodismo más o menos heterodoxo, he tenido el privilegio de conocer a muchos colegas, algunos de ellos con gran renombre. Con algunos de ellos mantengo una buena amistad, con otros me he llevado tremendas decepciones y puedo decir que hay muy, pero que muy pocos, que despierten mi admiración. Robert Goodman es uno de ellos.
Me suele molestar mucho el peloteo indiscriminado del que se suelen poblar los prólogos de los libros, así que considero necesario razonar los motivos de esa admiración. Robert Goodman es un investigador riguroso y tenaz aparte de un escritor ameno e inteligente. Sin embargo, lo mismo se puede decir de muchos de los que compartimos con él las estanterías de las librerías. Lo que le distingue son dos cualidades que, por desgracia, se no se encuentran en la actualidad en sus horas más altas: la honradez y el valor.
Sé por propia experiencia que los temas de los que escribimos Robert y yo se prestan más que otros a la tentación del recurso fácil y el sensacionalismo barato, a «decorar» los hechos para hacerlos parecer más interesantes o estremecedores, a tratarlos en un tono truculento, de fogata de campamento, para provocar el miedo o la indignación por el camino más corto, o a utilizar el relato a mayor gloria del autor, que se acaba presentando a sí mismo como un nuevo James Bond acechado que ha sorteado toda clase de peligros para traernos la información de su libro. Quien busque algo de esto en la obra de Robert Goodman no lo encontrará. En las siguientes páginas sólo hay mucho trabajo de investigación bien realizado, cuyos resultados son presentados al lector para que éste interprete por sí mismo lo que son sólo hechos.
En cuanto al valor de Robert Goodman es la cualidad que más admiro de él. Cuando se camina sobre el filo de la navaja, sacando a la luz los secretos que otros han querido mantener ocultos, a veces durante siglos, desentrañando misterios cuya solución bien podría cambiar para siempre nuestra imagen del mundo tal y como lo concebimos actualmente, es lógico que el autor en ocasiones contenga su pluma y no dé a conocer todo lo que sabe ni todo lo que sospecha. Es algo que se hace no por el miedo a las represalias, sino por otro temor más insidioso, el de lo políticamente correcto. Uno teme que revelando hechos especialmente desestabilizadores, apuntando hipótesis demasiado apartadas del consenso, su imagen se vea dañada en un mundo presidido por la dictadura de lo políticamente correcto. Robert Goodman, en cambio, tira del hilo hasta el final, con todas sus consecuencias y, como los realmente grandes, si los hechos y las pruebas le indican una dirección, no abandona el camino por mucho que se aparte de la ruta que siguen los demás.
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