Mientras tanto, la ausencia de Abif llegó a oídos del rey Salomón que envió a varias personas a buscarle. La gravedad de la situación hizo que la verdad tardara poco en aflorar gracias al testimonio de doce trabajadores del templo que confesaron al rey que ellos y otros tres más (Jubela, Jubelo y Jubelum) habían conspirado para arrancar los secretos masónicos a su maestro.
En el último momento habían dado marcha atrás, pero supusieron que los otros no, dando muerte a su jefe. Agradecido por su honestidad, el rey los envió en grupos de tres para buscar el cuerpo de Hiram Abif.
Tras varias semanas de búsqueda dieron con los restos del arquitecto e informaron a Salomón de su hallazgo. Éste les ordenó levantar el cadáver de la sepultura mediante el «apretón de manos de un aprendiz», correspondiente al primer grado de la masonería. Al fracasar en su intento, el rey les dijo que probaran el «apretón de manos de un artesano compañero», del segundo grado. Tampoco lo consiguieron, y, entonces, el mismo Salomón se presentó en el lugar donde yacía Abif para levantarlo con el «apretón de manos de un maestro masón», o tercer grado. Gracias a ello, no sólo pudo levantarse el cuerpo sino que la vida regresó a él de nuevo. La primera palabra que pronunció en su nuevo estado, fue recogida por los masones y utilizada en sustitución de la perdida con su muerte. Desde entonces ha sido trasmitida de generación en generación hasta la actualidad. Muchos historiadores y escritores masones enmarcan la historia de Hiram Abif dentro del mito, mientras que otros están convencidos de su autenticidad.
Acerca de los tres primeros grados de la masonería, los investigadores británicos Christopher Knight y Robert Lomas dicen en su libro La clave masónica: «El personaje central de la masonería libre es el constructor del templo de Salomón, Hiram Abif, que fue asesinado por tres de sus propios hombres. La muerte estilizada y resurrección del candidato es el hecho que convierte a uno en “maestro masón” y cuando está levantado de su tumba, el lucero de la mañana está en el horizonte».
La logia de los Illuminati
Varios grupos sin conexión entre sí se han identificado con el nombre Illuminati, que en latín significa «alumbrados» o «iluminados». En algunos casos, esta denominación se debía a la posesión de textos gnósticos u otra información oculta no disponible para el público. En el siglo XV, otros grupos afines reivindicaron que la iluminación venía del interior de cada persona como resultado de una conciencia alterada o de un despertar de la conciencia. Los «alumbrados» españoles pertenecían a este último tipo. Las primeras referencias históricas a los «alumbrados» en España se remonta a 1492. Éstos tenían un origen gnóstico, y su filosofía se extendió en la Península gracias a la influencia italiana. Uno de sus primeros líderes, fue una campesina nacida en Salamanca, conocida como la beata de Piedrahita, cuyas pretendidas conversaciones con la Virgen y Jesús llegaron a conocimiento de la Inquisición en 1511, aunque gracias a un protector no tuvo que enfrentarse al todopoderoso organismo. Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, no fue tan afortunado. En 1527, cuando estudiaba en Salamanca, fue llevado ante una comisión eclesiástica acusado de simpatizar con los «alumbrados» consiguiendo eludir el castigo con una amonestación. Otros acusados de Toledo fueron sometidos a latigazos y encarcelamiento en 1529. En los años siguientes, y hasta principios del siglo XVII, muchos otros «alumbrados» fueron perseguidos por la Inquisición, sobre todo en Córdoba.
En su novela Ángeles y demonios, el escritor estadounidense Dan Brown plantea que Galileo era miembro de los Illuminati. Una afirmación sin otra validez que la de aportar intriga a la trama de la novela. Sí que es cierto, por otra parte, que en 1610 fue invitado a formar parte de una sociedad italiana de científicos e investigadores llamada Academia de los Linces (Accademia dei Lincei), fundada por Federico Cesi en 1603.
El nombre de este grupo procedía de Lynceus, el argonauta de la mitología griega dotado de una perspicaz vista. Junto con Cesi, el matemático Francesco Stelluti, el médico Johannes Eck, de los Países Bajos, y Anastasio de Fillis fueron los primeros miembros de la Academia, y vivían en comunidad en la casa del fundador, donde el anfitrión les proporcionaba libros y equipos de laboratorio. En un documento de 1605, se publicaron los objetivos de la Academia:
[...] no sólo adquirir conocimiento de cosas y sabiduría y vivir juntos legal y piamente, sino también mostrarla a los hombres de una manera pacífica, tanto oralmente como por escrito, sin causar daño.
Tanto el padre de Cesi como los aristócratas romanos estaban en contra de la Academia de los Linces. Acusaron a sus miembros de practicar magia negra, oponerse a la doctrina católica y llevar una vida escandalosa. Eck fue obligado a marcharse de Roma y durante algún tiempo sus miembros estuvieron esparcidos. Sin embargo, Cesi mantuvo la unión de los miembros por correspondencia.
Galileo fue el miembro más famoso y las publicaciones más prestigiosas de la Academia de los Linces fueron las suyas. En primer lugar apareció su «Tratado sobre las manchas solares» (1613) y luego, «El ensayador» (1623).
Con la captación de Galileo, el número de miembros del grupo creció hasta 32.
La muerte de Cesi, en 1630, precipitó el fin de la Academia.
El Priorato de Sión
Esta sociedad secreta, menos conocida, salió a la luz por el protagonismo que le concedió el mencionado Dan Brown en El código Da Vinci. En este bestséller mundial, se habla del Priorato de Sión como la sociedad que protege uno de los secretos más guardados del cristianismo no ortodoxo: la supervivencia de Jesucristo, su matrimonio con María Magdalena, sus tres hijos y su huida a Francia. El contenido místico de Brown se apoya en buena medida en el libro de investigación de Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, El enigma sagrado. Estos investigadores realizan una serie de afirmaciones sobre esta sociedad, empezando por decir que su historia comienza con la creación de la orden de los Caballeros Templarios, que fueron su brazo armado. El objetivo principal del Priorato era restaurar la dinastía merovingia, que gobernó el reino de los francos entre 447 y 751, en las monarquías de Europa y en el Reino de Jerusalén. Dicha orden, por lo tanto, protegía a los que consideraba los descendientes auténticos de Jesús y María Magdalena.
También especulan sobre las metas últimas del Priorato de Sión, donde la restauración monárquica adquiriría la forma de un Imperio Sagrado Europeo cuyo objetivo sería preparar el camino hacia un Nuevo Orden Mundial de paz y prosperidad. Para lo cual habría que sustituir la Iglesia católica romana por una religión estatal ecuménica y mesiánica, que contaría con el Santo Grial y las reliquias perdidas del antiguo templo de Herodes. Finalmente, se prepararía y coronaría al rey ungido del Gran Israel.
Ambos libros ofrecen una lista ininterrumpida de los grandes maestros del Priorato de Sión entre los siglos XII y XX, incluyendo a personajes como Leonardo da Vinci, Robert Fludd, Robert Boyle, Isaac Newton y Claude Debussy, entre otros —nombres asociados también con otras sociedades secretas como los Rosacruces.
Conclusiones
Este recorrido a través de algunas sociedades secretas revela que las más importantes poseían unos vínculos estrechos con los primeros nueve templarios y con sus hallazgos bajo los establos del templo de Salomón. Además de encontrar la línea de sangre que unía a los reyes David y Salomón con las familias Rex Deus de Europa, hallaron unos manuscritos secretos, que probablemente fueran llevados hasta Rosslyn por Enrique St. Clair, el primer barón de Rosslyn. También, es posible que encontraran otras reliquias importantes durante sus excavaciones, incluso el Arca de la Alianza y el Santo Grial.
Читать дальше