¡Odar e staba fuera de sí! El perro mordía al aire, enseñaba los dientes y ladraba roncamente con el hocico lleno de espuma. Se abalanzaba contra el coche, que no paraba de chocar y aplastar cosas. Se abalanzaba también contra el hombre que había llegado hacía dos horas, después de que su amo lo atara y lo dejara allí. ¡ Odar quería atacar! ¡A quien fuera, a lo que fuera!
Farley puso la primera y pisó el acelerador a fondo en dirección a Cosmo, que se apartó de un salto y disparó un tiro que entró por la ventanilla del copiloto, por detrás de la cabeza de Farley. Farley embistió contra la cancela por segunda vez. El coche se estremeció y retrocedió de nuevo, pero la cancela seguía cerrada. Miró por el retrovisor y vio a Cosmo correr hacia el coche con la pistola en una mano y una linterna en la otra.
Farley volvió a dar marcha atrás pisando a fondo. Los neumáticos giraron a toda velocidad, se quemaron y echaron humo, y el coche reculó bruscamente; Cosmo se apartó de un salto otra vez y disparó dos tiros más, que rozaron el techo del Corolla.
El coche iba hacia atrás a trompicones y el conductor no sabía adónde ir, pero giró y evitó la colisión contra el edificio. Entonces pisó el freno, el coche giró en redondo y se detuvo, pero a él seguía dándole vueltas la cabeza.
Vio un borrón a la luz de los faros y supo que era Cosmo Betrossian, que venía a matarlo, de modo que metió la primera, pisó el acelerador y giró el volante bruscamente a la izquierda, sin saber si Cosmo seguía allí, aunque oía los disparos y veía los destellos del arma, que se dirigían hacia él. El guardabarros delantero izquierdo del coche de Farley estaba ya medio roto, pero golpeó a Cosmo en la cadera y lo mandó a más de cinco de metros de distancia, contra el asfalto, donde aterrizó sobre la misma cadera y perdió la pistola entre un montón de chatarra y trapos grasientos.
Sabía que había hecho daño a Cosmo y pisó a fondo otra vez, directo a la cancela, pero en el último segundo pisó el freno, salió y echó a correr hacia la verja pensando que le alcanzaría una bala en la cabeza. Descorrió el pestillo de acero y ya había abierto la cancela casi por completo cuando, al volverse, vio a Cosmo que se le acercaba renqueando, sin pistola pero con una barra de metal que había cogido del montón de chatarra. Cosmo cojeaba y maldecía en su idioma. Y se acercaba a él.
Farley terminó de abrir la cancela y fue hacia el asiento del conductor, pero ya era tarde. Cosmo se le echó encima y la barra cayó sobre la ventana del conductor después de que Farley la esquivara. Farley echó a correr, y Cosmo detrás, hacia la oscuridad, hacia las filas de coches amontonados que esperaban a ser aplastados, y luego hacia las de coches que serían desmontados y vendidos por piezas.
Odar no podía soportarlo más. Esos dos intrusos corriendo a su antojo por todo el solar eran demasiado para él. Saturado de adrenalina canina, emprendió la cañera, una larga carrera hacia los dos hombres, y la correa se tensó como una cuerda de piano, hasta que se rompió el cable que la sujetaba. Y Ociar, con los ojos como ascuas, los colmillos al aire y todo el hocico cubierto de espuma, entrecerró los ojos demoníacos y fue por los dos hombres.
Farley fue el primero que lo vio y se encaramó al techo de un Plymouth destrozado. Cuando Cosmo vio a Odar, no tuvo tiempo de defenderse con la barra e imitó a Farley subiéndose de un salto al capó de un Audi destrozado. Luego se arrastró hasta el techo perseguido por Odar, cuyo manto negro brillaba a la luz de la luna.
El perro saltó, resbaló, se cayó del coche al suelo; luego volvió a intentarlo y, unos segundos después, estaba en el techo del Audi arrastrando la correa. Pero Cosmo saltó del Audi a un Pontiac, y del Pontiac a un Suburban casi desguazado del todo. De pronto, Odar dejó de perseguir a Cosmo y fue por Farley, que también iba saltando de coche en coche, unos enteros, otros incompletos, hasta que se dio la vuelta y vio con honor que el maldito peno hacía lo mismo que él.
Cosmo empezaba a resentirse de las contusiones de la cadera y Farley estaba encaramado en un viejo Cadillac, mientras el perro, confundido, se agazapaba en el techo de un Mustang entre los dos hombres, mirándolos alternativamente sin saber a cuál atacar.
Entonces, Cosmo empezó a hablar con el perro en armenio, quería ganárselo hablándole en la lengua a la que el animal estaba acostumbrado. Empezó a darle órdenes suaves en su lengua materna.
Farley, que no estaba tan malherido como Cosmo pero sí igual de agotado, también intentó convencer al perro, pero cuando quiso hablar, sólo pudo balbucir histéricamente mientras las lágrimas se le metían en la boca.
– No le hagas caso, Odar. ¡Tú y yo somos iguales! Yo también soy un odar. ¡Mátalo! ¡Mata a ese armenio hijoputa!
Entonces, Odar se dirigió a Farley y éste empezó a llorar como una mujer. Los gritos ele terror tocaron alguna fibra sensible a la bestia de ataque. El perro dio media vuelta y, saltando de tapa de motor en capó y de capó en techo, se abalanzó sobre Cosmo como un misil y lo tiró del coche al suelo. Su propio impulso lo arrastró con Cosmo y cayó con fuerza sobre el duro suelo en muy mala postura; aulló de dolor y se levantó cojeando lamentablemente. Unos segundos después no podía apoyar la pata trasera izquierda en absoluto, y la derecha a duras penas.
Farley aprovechó la circunstancia para llegar corriendo al coche; entró, no pudo ponerlo en marcha, ahogó el motor, cerró el contacto otra vez, echó el seguro a la puerta y lloró mientras Cosmo se acercaba cojeando al montón de chatarra donde había perdido la pistola. Pero también había perdido la linterna y, en la oscuridad, sólo podía hundir las manos entre los metales retorcidos; se cortó un dedo hasta el hueso, pero encontró el arma.
Farley probó el contacto otra vez ¡y funcionó! Metió la marcha y apretó el acelerador en el mismo momento en que Cosmo saltaba a la ventanilla del lado del copiloto, disparaba cinco tiros a través del cristal y fallaba los cuatro primeros. El quinto y último le entró a Farley por la axila derecha cuando giraba el volante a la izquierda y levantaba una nube de polvo dejando olor a goma quemada.
Fuera de combate, el perro se sentó sobre la cadera derecha sin dejar de aullar y enseñar los dientes a Cosmo, que fue cojeando a su Cadillac, escondido detrás del edificio, puso el motor en marcha e intentó perseguir a Farley. Pero no había recorrido ni un kilómetro cuando tuvo que salirse de la carretera, rasgarse la camisa y utilizarla para cortar la hemorragia de un feo corte en la cabeza, que sangraba sobre sus ojos y le impedía ver.
Farley ha recorrido menos de un kilómetro desde el solar de desguace cuando se da cuenta de que está herido. Se lleva la mano izquierda a la herida, toca la humedad y empieza a vociferar. Pero sigue conduciendo; un solo faro ilumina el camino, y los guardabarros destrozados rascan las dos ruedas delanteras.
Pierde la noción del tiempo pero el instinto lo lleva a Sunset Boulevard Oeste, al comienzo, cerca del centro de Los Ángeles. A veces se detiene en los semáforos, a veces no. No ve el primer coche de policía que lo ve a él saltándose un semáforo en rojo en Alvarado, provocando una serie de frenazos bruscos, claxonazos y gritos de otros conductores.
Conduce tranquilamente por los barrios étnicos donde la gente habla lenguas latinoamericanas, surasiáticas y del Extremo Oriente, y también ruso, armenio, árabe y muchas lenguas más que odia. Va hacia el oeste, hacia Hollywood, hacia casa.
Farley Ramsdale tampoco oye la sirena de la policía y, por descontado, no tiene la menor idea de que una unidad del distrito de Rampart ha dado aviso de la persecución de un Corolla blanco, además de su número de carnet de conducir, su localización y su dirección, y por ese motivo, los coches del distrito de Hollywood se han puesto en marcha hacia Sunset Boulevard y todos están convencidos de que ese borracho temerario dará por lo menos una tasa de alcohol de 25, porque va haciendo eses por Sunset a menos de cincuenta por hora y obliga a todo el tráfico del sentido contrario a girar a la derecha y detenerse, sin oír, al parecer, las sirenas ni ver la cola de blancos y negros que se ha formado detrás de él.
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