Y si no había trampa y Gregori se ofendía por el procedimiento de entrega y lo amenazaba con no volver a hacer tratos con él, qué se le iba a hacer. Gregori no tendría que tratar con armenios armados como Cosmo. Sí, pensó Farley con creciente seguridad, mientras fantaseaba sobre el crystal que se fumaría por la noche, ese plan no tenía fallos.
De pronto, tanto pensar le dio hambre, pero no soportaba la idea de un sándwich de queso. Le apetecían unos donuts, de Ruby's, concretamente, dos de los grandes, rellenos de crema y cubiertos de chocolate. Fue a buscar el billete de veinte dólares de emergencia que guardaba en el cajón de la ropa interior, donde Olive jamás buscaría, encajó la puerta de atrás como mejor pudo y se fue a Ruby's. Ruby's Donuts, igual que Pablo's Tacos y el cibercafé, era una de las últimas paradas de la línea de Villanfeta.
Vio a un par de anfetamínicos conocidos en el aparcamiento, parecían hambrientos, pero no de donuts. Ahora que lo pensaba, era la primera vez en su vida que iba a Ruby's a buscar algo que llevarse al estómago. Las noches de Hollywood cada vez se le hacían más raras, más marcianas y temibles, y no parecía que él pudiera evitarlo.
En realidad, no hacía falta que Samuel R. Culhane los acompañara a casa de Farley. Con una llamada lo solucionaron. Había bastante información sobre Farley Ramsdale y Olive O. Ramsdale, y la dirección correcta figuraba en el carnet de conducir de Farley. Como a otros anfetamínicos, los detenían continuamente, los interrogaban y les hacían ficha, pero Viktor fingió que la presencia de Culhane era necesaria sólo para asegurarse de que, si lo dejaban solo, no se arrepentiría y avisaría a Farley enseguida por teléfono.
Samuel R. Culhane hizo lo que le dijeron y fue en el Pinto a casa de Farley, guiando al 6 X 72 y a Viktor Chernenko; al acercarse aminoró y les señaló la casa con el intermitente de la izquierda. Luego se marchó en dirección a su casa mientras los policías aparcaban, salían del blanco y negro y se acercaban a la casa con las linternas apagadas.
Igual que la otra vez, Wesley fue a cubrir la puerta de atrás y la encontró entreabierta, con un gozne suelto, sujeta con una silla de cocina. Nadie respondió a la llamada de Nate y Viktor y no había luz en el interior. Wesley miró en el garaje, donde tampoco había nadie.
– Es un anfetamínico típico -dijo Nate a Viktor-. Ha salido a pillar crystal. Cuando lo encuentre, volverá a casa.
– Tengo que organizar una operación de vigilancia -dijo Viktor-. Siento con mucha fuerza que este Farley Ramsdale robó la carta del buzón que desembocó en el asalto a la joyería. Pero es sólo lo que siento. Sin embargo, estoy seguro de que los ladrones de las joyas son los asesinos del cajero automático. Será el más grande caso de mi carrera si puedo demostrar que es cierto.
– Podría ser un caso para las noticias de la televisión y el L.A. Times -dijo Hollywood Nate.
– Es más que posible -dijo Viktor.
Hollywood Nate hizo una pausa y sólo se le ocurrió una palabra: publicidad. Se imaginó entrando en una agencia de casting con el Times bajo el brazo, con su foto en el periódico, quizá.
– Viktor -dijo-, puesto que hemos estado juntos en esto, hasta el momento, ¿nos avisará, si aparece el tío? Le haríamos el transporte encantados, le ayudaríamos a buscar pruebas o lo que sea necesario. Estuvimos cuando lo de la granada; este caso es también un poco nuestro.
– Investigador -añadió Wesley-, esto es lo más importante que he hecho en mi vida. Por favor, llámenos.
– Pueden estar seguros de que los llamaré personalmente -dijo Viktor-. No voy a casa esta noche hasta que hable con el señor Farley Ramsdale y su amiga que se llama a sí misma Olive O. Ramsdale. Y si lo desean, pueden ir ahora a buscarlos a los tugurios de anfetamínicos. Quizá no tengamos bastante para relacionarlos con los crímenes, pero no podemos quedarnos tan tranquilos con los brazos en cruz.
Ilya aleccionaba a Cosmo como si fuera un niño, y él, con un cigarrillo entre los dedos, teñidos de nicotina, la escuchaba de buen grado, como hombre que se había quedado sin ideas.
– Entiende lo que digo, Cosmo, y confía. Olive se ha ido y Farley no saldrá de su coche en el desguace de Gregori. No, no saldrá por ti. No creas que todo el mundo es tan tonto como… -Se detuvo ahí-. Tienes que matarlo en el coche, fuera del desguace.
– Ilya, no encuentra sitio para esconder fuera. Es carretera abierta, no hay coches aparcados en la calle de noche. ¿Dónde puedo escondo?
– Piensa bien -dijo Ilya-, utiliza el cerebro. Cuando lo matas, lo llevas a otro sitio en su coche. Aparcas a dos kilómetros, lo dejas, vuelves al desguace y coges tu coche.
– ¿Cómo vuelvo al desguace? ¿Llamo un taxi?
– ¡No! -dijo ella-. ¡No llamas un taxi! ¿Quieres que la policía sabe que un taxi lleva a un hombre del lugar con cadáver al desguace de Gregori? ¡Maldita sea, Cosmo!
– De acuerdo, Ilya, perdona. Voy a pie.
– Luego, tú y yo vamos a ver a Dmitri en coche. Tienes unos diamantes en el bolsillo, no muchos. Das los diamantes a Dmitri. Su hombre examina los diamantes. Tú dices que por favor lleva dinero abajo, al club, y se lo da a Ilya. Yo estaré sentada en bar. El me da el dinero, yo voy al servicio y saco los demás diamantes del sitio escondido y seguro. Habrá mucha gente en club nocturno, estaremos seguros.
– Pero Ilya -dijo Dmitri-, olvidas el dinero del cajero automático.
– No, no lo olvido. Tienes que contar a Dmitri casi toda verdad.
– ¡Ilya! ¡Me matará!
– No, él quiere el dinero cajero automático. Tú dices a Dmitri que sabes dónde está Olive. Dices que mañana la buscarás. Cuando tenemos el dinero, la matamos. Llevamos la mitad del dinero a Dmitri, como es el trato.
– Se enfadará mucho -dijo Cosmo con desesperación-. Me matará.
– ¿Dmitri quiere matar alguien? ¡Dile que mata su maldito georgiano que nos dio un coche de mierda que no funciona!
– Entonces, ¿qué hacemos mañana? Si no encontramos a Olive, no podemos tenemos el dinero para Dmitri.
– Aquí hay un dicho, Cosmo. No sé muy bien qué significan todas las palabras, pero entiendo la idea. Mañana nos largamos de Dodge echando mixtos.
El Oráculo tenía una mala noche. El teniente no estaba y él era el comandante del turno, así que tuvo que responder a la llamada del enfurecido abogado Anthony Butler.
– Señor Butler -le dijo-, los investigadores se han ido a casa, llame usted mañana, por favor.
– ¡Llevo todo el día esperando a sus investigadores! -respondió el abogado-. O mejor dicho, mi hija. ¿Sabe que le administraron una droga en un sitio llamado Omar's Lounge?
– Sí, he sacado el informe y lo he repasado, tal como usted me pidió, pero yo no soy investigador.
– Hace veinte minutos hablé con su investigador de noche. Ese hombre es un idiota.
El Oráculo no le contradijo en eso.
– Me ocuparé personalmente de que el comandante de investigación tenga constancia de su llamada, él le enviará a alguien a su oficina mañana.
– Ese tal Andrei que intentó drogar a mi hija sabe que ella se equivocó de coche. Seguramente sepa que se llamó a la policía. ¿Cómo podemos saber que no es amigo de los iraníes? Quizá pueda identificados. ¿Y si se trataba de un plan sucio entre Andrei y esos cerdos iraníes? Me escandaliza que no haya ido nadie al Gulag a identificar al tal Andrei, al menos.
– Si de verdad es el encargado del Gulag -dijo el Oráculo-, tiene un buen trabajo y no se irá a ninguna parte. Estará allí mañana. Y, como abogado, usted entenderá que sería imposible demostrar que a su hija le administraron una droga anoche.
– Quiero saber -insistió el abogado- si ese hombre tiene antecedentes de esta clase de cosas. Sargento, Sara es mi hija, mi única hija. Un agente de seguridad de mi compañía nos acompañará a mi hija y a mí esta noche al Gulag, y ella me dirá quién fue, si lo ve allí. Le tomaremos el nombre y la dirección. Quiero que ese miserable sea desgraciado de por vida, con ayuda de los investigadores de la comisaría Hollywood o sin ella.
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