Batya Gur - Un asesinato musical

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De la celebrada autora israeli, Batya Gur, nos llega una nueva novela de Michael Ohayon, la cuarta de esta popular serie de thrillers fascinantes e inteligentes. En esta ocasion, Michael Ohayon, un detective culto, solitario y encantador, entabla amistad con una chelista perteneciente a una familia de musicos de fama internacional. Pero su aficion a la musica le llevara a investigar un inesperado caso de doble asesinato que afecta el entorno de su nueva amiga y que tiene que ver con el descubrimiento de un antiguo requiem barroco. Puede una obra de arte convertirse en el movil de un crimen brutal?

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– ¿Y qué?

– Yo no sé nada de este tipo de música -prosiguió Balilty, revolviéndose-, y ni siquiera nuestro amigo Ohayon, que sí conoce esta música, y quizá mucho, le merece el menor respeto al maestro de fama internacional.

– Ah, ¿no? -dijo Zippo sorprendido. Eli Bahar emitió un profundo suspiro.

– Lo que piensa el maestro -prosiguió Balilty, y miró a Michael-, perdonadme que os lo diga, es que somos una panda de imbéciles. Incluido tú. ¿No es así?

Michael encendió un cigarrillo. Le temblaba la mano.

– ¿Qué más da? -dijo Zippo. Sacó brillo a su mechero plateado con el pulgar y se atusó el bigote-. Tú también me creías imbécil y eso no me ha impedido traerte la cinta de Herzl Cohen, ¿o no?

Balilty retiró las manos de la mesa, se enjugó la frente, miró a Michael y a Shorer con gesto de impotencia, y reconoció molesto:

– Has hecho un gran trabajo. Pero esto no es lo mismo.

– Si me lo hubieran explicado todo bien desde el principio -dijo Zippo con suavidad-, si él no se empeñara en trabajar siempre solo -continuó a la vez que señalaba a Michael con una inclinación de cabeza-, mi trabajo podría haber sido aún más eficaz.

– Dejemos de perder el tiempo -intervino Shorer-. Explícanos lo que piensas y por qué Michael está en contra. Como verás, nosotros no sabemos leer el pensamiento.

– Quiere montar una confrontación con Nita -soltó Michael. Tenía el rostro flameante-. Quiere que Nita hable con Theo. Y que nosotros lo veamos a través del cristal. Nita no será capaz de soportarlo. Y, además, no se va a prestar.

Shorer dirigió una mirada interrogante a Balilty y éste asintió y parpadeó, al parecer decepcionado porque Michael hubiera acertado en su suposición, lo que le impedía exponer su plan como es debido.

Un silencio tenso se adueñó de la sala de reuniones. Por lo visto, nadie estaba dispuesto a tomar postura. El sargento Ya'ir se cruzó de brazos y escudriñó todos los rostros con una mirada seria, atenta.

– ¿Qué dices tú? -preguntó al fin Shorer, mirando a Tzilla-. Tú has pasado con ella muchas horas. ¿Qué opinas? ¿Sería capaz de soportarlo?

– Está realmente enferma -repuso Tzilla titubeante-. La mitad del tiempo se lo pasa delirando. Pero no está excesivamente débil. Su cuerpo se ha debilitado mucho, pero Nita es… no sé cómo expresarlo, es como si tuviera una fuerza especial. No es una persona corriente.

– ¿Qué perdemos por intentarlo? -preguntó Balilty-. Si todos se prestan, si lo montamos bien, podemos obtener en un momento una confesión grabada y luego hacer que la escuche. En caso contrario, si ella no se prestara a participar, o si él no le contara nada, ¿qué habríamos perdido? Éste no es momento para preocuparse de lo que puede sentar bien o mal a la hermana.

– Las confesiones grabadas no tienen fuerza legal. ¿Y si luego se retracta? -dijo Abraham.

– Nita no se prestará -dijo Michael, y notó que se le humedecían las axilas.

– No hace falta que se lo planteemos directamente -replicó Balilty con brusquedad-. Si no estuvieras… Si fuera una desconocida, no verías ningún problema en hacerlo. ¿Dónde crees que estamos? ¿Desde cuándo hemos prometido decir siempre la verdad en los interrogatorios? Sabes que es lo mejor para que funcione bien la dinámica.

– La dinámica, claro, claro -masculló Michael-. La sagrada dinámica.

Balilty le dirigió una mirada acusadora.

– Fuiste tú quien introdujo ese término, y no tenías nada en su contra cuando se trataba de interrogar a desconocidos -añadió con malicia-. Pero ¿ahora? Ahora es un asunto de familia.

Shorer tosió.

– Ya está bien, Danny, lo has dejado claro -dijo a la vez que desmenuzaba una cerilla quemada que había sacado del cenicero colocado delante de Michael.

– Tal vez… -intervino, vacilante, el sargento Ya'ir. Todos se volvieron hacia él sorprendidos, como si se hubieran olvidado de su presencia-. Tal vez podríamos retomar el tema que ha planteado el jefe. Una vez asistí a una conferencia de Ohayon sobre la dinámica de los interrogatorios -continuó, señalando a Michael-, y no comprendo por qué no puede interrogar él mismo al sujeto. La mujer tiene fiebre, escalofríos y náuseas. Está en muy baja forma. Personalmente opino que está demasiado débil para someterse a algo así -sus ojos castaños cruzaron una mirada con Michael, quien lo miró como si lo viera por primera vez, recordando que Balilty había comentado burlonamente que Ya'ir le recordaba al Michael de hacía veinte años.

– Sabéis tan bien como yo -replicó Balilty impaciente- que interrogar a Theo van Gelden nos llevará horas y horas, y no habrá el dramatismo que se ve en las películas. No es ningún secreto que la inculpación tendrá que basarse en cuestiones técnicas. Es un asunto que requiere… una especie de química entre el interrogador y el sujeto. Y ninguno de nosotros va a conseguir esa química con el señor Theo van Gelden.

– No estoy de acuerdo -dijo el sargento Ya'ir mansamente-. Por el contrario, creo que sí puede darse esa química entre Theo van Gelden y el superintendente jefe Ohayon.

Shorer apartó el informe forense.

– ¿Es absolutamente necesario que nos pongamos a debatir la psicología de los interrogatorios en este momento? -masculló.

– No sé si está en lo cierto o no -dijo Michael, la vista puesta en el sargento Ya'ir-. La verdad es que no sé si lograría conducir a Van Gelden hasta un estado en que sintiera la necesidad de justificarse ante mí. Ni siquiera sé si no me considera un imbécil. Me trata como si fuera un objeto. Cuando no necesita nada concreto de mí, dejo de existir para él. Claro que eso podría cambiar durante el interrogatorio.

– Nunca llegaríais a la situación adecuada. Este tipo es demasiado creído -objetó Balilty-. Con él nunca lograrías crear una relación como la que conseguiste con aquel oficial de las Fuerzas Aéreas, el coronel Beitan. Y aquello no era un asesinato, simple malversación de fondos, pero la verdad es que esa vez… -meneó la cabeza con remisa admiración-, hiciste un trabajo estupendo. Al escuchar las cintas del interrogatorio, uno se da cuenta perfectamente de adonde lo ibas llevando y de lo que sucedía entre vosotros. El factor clave fue la confianza que tenía en ti y la importancia que le daba a lo que pensases de él.

– Me gustaría oír esas cintas -dijo, intrépido, el sargento Ya'ir-. Me gustaría saber qué pasó exactamente. En las primeras fases de la investigación, yo también conocí al coronel Beitan, y, desde luego, como decía mi padre, era una de esas personas «nacidas para la discordia, como las chispas que saltan por el aire».

Balilty lo miró con una mezcla de perplejidad y desconcierto. Se recostó en su silla, abrió y cerró la boca, giró los ojos en las órbitas, se enderezó e inclinó la cabeza como siempre lo hacía cuando iba a lanzar un comentario particularmente cáustico.

– ¿Qué tipo de chispas? -dijo con malevolencia. Lo que le molestaba no era la referencia bíblica, sino la extraña combinación de ingenuidad y aplomo, algo que también le llamó la atención a Michael, incluso en aquel momento de extrema tensión.

Antes de que Ya'ir pudiera decir algo más, Shorer intervino tajante:

– En aquel caso, ¿cómo podría decirlo?, el superintendente jefe Ohayon logró convertirse en una figura con autoridad moral a ojos del sujeto, al menos en aquel contexto determinado. Una figura con capacidad para otorgar la absolución. Después de dedicarle muchos años a esta profesión -explicó-, uno comprende que la gente tiene una gran necesidad de justificarse moralmente. Y a veces, si hay suerte, un interrogador consigue darle al sujeto la imagen de persona con poder para ofrecerle clemencia, el perdón o una legitimación moral. Se convierte en una figura con autoridad. No siempre se consigue, pero en aquel caso concreto salió de maravilla.

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