Batya Gur - Asesinato En El Kibbutz

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Asesinato En El Kibbutz: краткое содержание, описание и аннотация

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Tras el éxito obtenido con Un asesinato literario y El asesinato del sábado por la mañana, Batya Gur vuelve a presentarnos al comisario israelí Michael Ohayon, ahora decidido a resolver un crimen que ha tenido lugar en una sociedad compleja y cerrada: el kibbutz. Informado repetidamente de que «quien no haya vivido en un kibbutz no puede comprender cómo es la vida allí», Ohayon penetra con mayor determinación el espíritu del mundo que debe investigar. De forma gradual, revelando poco a poco los secretos del kibbutz, desenmascarando todas las contradicciones de este estilo de vida tan idealizado, Batya Gur logra crear una ingeniosa y original novela policiaca que examina la crisis de fe política e ideológica de la sociedad israelí a través del fascinante mundo del kibbutz.

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Se detuvo en el umbral del despacho de la tesorería, junto a la secretaría, respirando con dificultad. La mujer que allí hablaba por teléfono levantó la vista inquisitivamente. Sin hacer caso de las miradas perentorias de Michael ni de la pregunta que comenzó a formular, terminó de hablar con toda tranquilidad. Entonces Michael le preguntó dónde podía encontrar a Moish y ella dijo:

– Ha tenido que salir un momento; no ha dicho adonde iba, pero sí que volvería enseguida.

Contraviniendo todas las precauciones en las que él mismo había insistido, Michael le pidió la guía de teléfonos del kibbutz y marcó el número de la clínica. Se había colocado de espaldas a la mujer. Ella parecía absorta en sus asuntos. No le había preguntado quién era y, por el gesto con que le entregó la guía telefónica, los labios fruncidos, los ojos esquivos, y señaló el teléfono, Michael supo que sabía quién era y que estaba ocupándose de sus papeles sólo para disimular. Pero ni eso bastó para detenerlo. Al oír la voz de Avigail pronunciando un nervioso «¿Diga?», sólo logró articular con voz ahogada: «Buenos días».

– Ya casi es por la tarde -replicó Avigail, y esa respuesta seca lo tranquilizó tanto que se sentó en la silla frente a la mujer, quien seguía revolviendo sus papeles sin perderse una palabra. Michael sintió un temblor en las piernas cuando sus músculos se relajaron de pronto.

– Sólo quería saber si hay alguna novedad -dijo, midiendo cada palabra.

– No exactamente -repuso Avigail con cautela-. En este momento estoy acompañada, pero me alegraría mucho hablar contigo dentro de una media hora.

– Me pasaré por allí -dijo Michael haciendo caso omiso de las sirenas de alarma que sonaban en su cabeza advirtiéndole que fuera precavido. En el hilo telefónico se hizo el silencio. Michael tenía ante sus ojos el rostro vulnerable de Avigail, y, sabedor de que estaría retirándose la melena del cuello, vio su delicada mano bajo la cascada de pelo levantando los sedosos mechones castaños con aquel gesto tan suyo.

– ¿Te parece prudente? -dijo al fin su voz contenida, reservada.

– Ahora no puedo pararme a pensarlo -reconoció él-. Pero, dadas las circunstancias, me parece lo más natural.

Consultó su reloj y vio que no podría llegar a la clínica antes de las doce y veinte. Al dejar de oír la voz de Avigail, la inquietud volvió a adueñarse del ritmo de su respiración. Hizo un esfuerzo por relajarse y se oyó diciendo a la mujer unas palabras que le sonaron huecas:

– Entonces, ¿dice usted que volverá pronto?

– Dentro de cinco minutos -respondió la mujer; luego se encogió de hombros y añadió-: Eso es lo que dijo. Pero también ha estado aquí el otro hombre, el del bigote; me preguntó por él y se marchó.

Michael le dio las gracias y se encaminó hacia el antiguo edificio de la secretaría. Majluf Levy no estaba en la habitación que les habían cedido. Ni tampoco se veía por ningún lado al agente de inteligencia del subdistrito de Lakish. Michael se sintió perdido. Trató de dominar el pavor que se iba apoderando de él, de despertar en él las voces que lo ayudaban, y se preguntó adonde podría haber ido Moish al mediodía, justo antes de la comida.

Oyó los pesados pasos de Majluf Levy antes de que apareciera en el umbral. Tenía un aire grave y no cesaba de dar vueltas a su grueso anillo.

– ¿Qué pasa? -se oyó preguntar Michael con el mismo pánico que siempre oía en la voz de su ex suegra cuando la llamaba por teléfono-. ¿Qué pasa? -repitió titubeando, pero la ansiedad no se había disipado de su voz.

– No pasa nada -respondió Majluf Levy-, excepto que Moish de repente ha decidido ir a hablar con Dvorka. Antes estuvo hablando con Dave, ya sabes a quién me refiero.

– Sí, sí -dijo Michael impaciente-. ¿Qué ha hecho desde que se levantó por la mañana? ¿Desde que hicisteis el relevo?

– De noche no salió de su habitación. Su mujer le montó una escena, pero él no rechistó. Después no lograba dormirse. Creo -continuó Levy con gesto preocupado- que no se siente bien, la úlcera debe de estar machacándolo. Yo no lo vi, pero Ítzik, que ha hecho el turno de noche, me ha contado que no paraba de pasearse por la habitación. La persiana estaba levantada y lo vio todo sin problemas. También lo oíamos todo, pero no hubo nada que oír. Por la mañana fue al comedor pero apenas probó bocado. Y luego se marchó a trabajar a la secretaría. Hablé con él cuando estaba allí. Casi no podía articular palabra. No sé qué le estará fastidiando, o qué novedad le está fastidiando. Pero desde que me dijiste que no lo perdiera de vista, me he dado cuenta de que, como se suele decir, está perdiendo los papeles.

– ¿Cuándo fue a ver a Dave?

– Ése fue el problema, que fue a verlo cuando Dave estaba en la fábrica. Fue en bicicleta y me las vi y me las deseé para seguirlo, pero, como se suele decir, está en las nubes, ni siquiera notó que iba detrás de él. Al final yo también cogí una bicicleta; no había hecho tanto ejercicio desde hacía años.

– ¿Y bien? -dijo Michael-. ¿Qué pasó?

– Ya te he dicho que fue a la fábrica.

Michael miró a Majluf Levy con hostilidad. La tensión le hacía hablar despacio. Michael tenía ganas de zarandearlo. Como si le hubiera oído rechinar los dientes, Levy le dirigió una mirada nerviosa y dijo a toda prisa:

– Entró en la fábrica y salió acompañado de Dave. Hemos puesto micrófonos en su habitación, y en las demás, pero nadie lleva ninguno encima, así que fue imposible oír lo que decían. Por lo demás, todo el mundo ha estado donde tú les has ordenado. Nadie se ha movido de su puesto. Ítzik se pasó toda la noche junto a la habitación de Moish -lo miró expectante, pero Michael no dijo nada-. Dave tenía el mismo aire de siempre. Moish lo cogió así -dijo Levy, rodeando con su brazo un hombro imaginario- y se alejaron; después Dave volvió a la fábrica y salió con Yankele… No oí su conversación -explicó en respuesta a la mirada inquisitiva de Michael-. Me escondí detrás de la valla verde que hay allí y lo vi todo, pero no oí ni una palabra.

– ¿Y no has hablado con él después?

– ¿Cuándo? Si se fue directamente a la habitación de Dvorka.

– ¿La habitación de Dvorka? -repitió Michael.

– Sí, es donde está ahora mismo.

– Entonces, ¿qué haces tú aquí? -le preguntó Michael con brusquedad.

– La gente estaba saliendo de la fábrica para ir al comedor y no quería que me vieran paseándome por allí. Y, además, tenemos a Baruj apostado junto a la habitación de Dvorka.

– Deberíamos haber traído más hombres -se lamentó Michael.

– Eso es lo que yo decía -dijo Levy, balanceándose de un pie a otro.

– Bueno, ¿y a ti qué te pasa? -preguntó Michael-. ¿Qué es lo que te fastidia? Algo te tiene preocupado, es evidente.

La inquietud se acentuó en los ojos de Majluf Levy cuando dijo:

– En fin… no sé cómo expresarlo… En primer lugar, me has puesto nervioso con tantas advertencias, que no lo pierda de vista, que no se me escape ni un minuto. Cualquiera pensaría que estamos jugando a algo… Ni siquiera sé qué hay que averiguar, qué pasa por tu cabeza. Y ya no soy ningún chaval para andar dando vueltas por el kibbutz en bici a pleno sol.

Michael observó los pantalones de gabardina de Majluf Levy y su camisa bien planchada, esta vez sin corbata, e hizo un pausado gesto de asentimiento.

– Y, en segundo lugar -prosiguió Majluf, manoseándose el cuello de la camisa-, yo qué sé, me parece que se encuentra fatal, el tal Moish, y después de estas charlas… Tenemos micrófonos en la habitación de Dvorka; más tarde podremos oír su conversación.

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