Brad Meltzer - Los millonarios

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Si supiera que no será descubierto ¿robaría tres millones de dólares?
Charlie y Oliver Caruso son hermanos y trabajan en un banco privado tan exclusivo que se necesitan dos millones de dólares para abrir una cuenta. Allí descubren una cuenta abandonada, cuya existencia nadie conoce y que no pertenece a nadie, con tres millones de dólares. Antes de que el estado se quede con el dinero deciden apropiárselo, sin saber que algo que hacen para resolver su existencia estará a punto de costarles la vida.

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5

– ¿Qué hacemos ahora? -pregunta Charlie mientras cierra la puerta de mi oficina el lunes por la mañana temprano.

– Exactamente lo que hemos hablado -digo; saco del maletín el trabajo del fin de semana y lo dejo caer pesadamente sobre el escritorio. Me muevo a mi ritmo frenético habitual, corriendo del escritorio al archivador y vuelta al escritorio, pero hoy…

– Hay un extraño brinco en tu forma de andar -dice Charlie, súbitamente excitado-, Y no se trata del movimiento del hámster-en-la-rueda al que estás acostumbrado.

– No sabes de qué estás hablando.

– Sí que lo sé. -Me observa atentamente; analiza cada movimiento-. Brazos que se balancean… hombros erguidos… incluso debajo del traje. Sí, hermano. Deja que suene la libertad.

Busco el fax que alguien envió el viernes por la noche y lo dejo delante de mi ordenador. Hoy, al mediodía, las cuentas abandonadas deben ser enviadas al estado o bien devueltas a sus titulares. Eso nos deja un margen de tres horas para robar tres millones de dólares. Justo antes de comenzar hago crujir los nudillos.

– No dudes -me advierte Charlie.

Está preocupado por la posibilidad de que me arrepienta. Hago crujir los nudillos por última vez y comienzo a copiar el lax de Duckworth.

– ¿Y ahora qué estamos haciendo? -pregunta Charlie.

Lo mismo que ha hecho nuestro misterioso amigo, escribir una carta falsa reclamando el dinero; sólo que esta carta ingresa el dinero en una cuenta nuestra.

Charlie asiente y sonríe.

– ¿Sabías que anoche hubo luna llena? -dice-. Apuesto a que ésa es una de las principales razones por las que lo hicieron.

– ¿Puedes dejar por favor de ponerte dramático conmigo?

– No te burles de la luna -me advierte Charlie-. Puedes creer cuanto quieras en la lógica de la parte izquierda de tu cerebro, pero cuando estaba trabajando en ese empleo de telemarketing respondiendo a las quejas de los consumidores, las noches en que había luna llena recibíamos un setenta por ciento más de llamadas. No es broma, esa noche todos los chiflados salen a bailar. -Se queda un momento en silencio, pero es incapaz de mantenerse así-. ¿Alguna nueva idea con respecto a quién era el ladrón original?

– De hecho, ésa iba a ser mi siguiente… -Levanto el auricular del teléfono, leo el número del fax de Duckworth y comienzo a marcar. Antes de que Charlie pueda siquiera formular la pregunta, pongo el teléfono en modalidad manos libres para que pueda oír la conversación.

– Información telefónica -dice una voz femenina mecanizada-. ¿Qué ciudad?

– Manhattan -digo.

– ¿Qué nombre?

Leo el nombre en el fax.

– Midland National Bank.

El banco adonde el misterioso ladrón quería transferir el dinero.

– ¿Por qué…?

– Shhhhh -digo con impaciencia mientras marco el nuevo número.

Charlie sacude la cabeza, evidentemente divertido. Está acostumbrado a ser el hermano pequeño.

– Midland National -contesta una voz femenina-. ¿En qué puedo ayudarle?

– Hola -digo, adoptando nuevamente mi voz de atención al cliente-. Me llamo Marty Duckworth y llamo para confirmar los datos de una próxima transferencia electrónica.

– De acuerdo. ¿Cuál es su número de cuenta, señor?

Vuelvo a leer el número que consta en la carta e incluyo el número de la Seguridad Social de Duckworth.

– El nombre es Martin -añado.

Oímos un leve sonido mientras la mujer teclea.

– Muy bien, ¿en qué puedo ayudarle hoy, señor Duckworth?

Charlie se inclina hacia mí.

– Pregúntale el nombre -susurra en mi oído.

– Lo siento, ¿cómo me dijo que se llamaba? -añado. Es el mismo truco que Tanner Drew empleó conmigo: pregúntales sus nombres y son súbitamente responsables.

– Sandy -contesta rápidamente.

– Muy bien, Sandy, sólo quería confirmar…

– … las instrucciones electrónicas para una próxima transferencia -dice quizá con un exceso de entusiasmo-. Tengo esa información aquí mismo, señor. La transferencia se hará desde el Banco Greene & Greene de Nueva York y luego, cuando la recibamos, tenemos instrucciones suyas de enviar el dinero a TPM Limited en el Banco de Londres, a la cuenta número B2178692792.

Escritor mucho más veloz, Charlie apunta el número rápidamente. Junto a «TPM Limited», cojo su bolígrafo y escribo: «compañía falsa. Inteligente».

– Perfecto. Gracias, Sandy…

– ¿Puedo ayudarle en alguna otra cosa, señor Duckworth?

Miro a Charlie y él se acerca al altavoz. Impostando la voz en su mejor imitación de la mía, añade:

– En realidad sí, ahora que hablo con usted… no he recibido mis últimos estados de cuenta, ¿podría comprobar si tiene apuntada correctamente mi dirección?

Caramba, este chico es realmente bueno.

– Lo comprobaré -dice Sandy.

Cuando tenía nueve años y estaba enfermo con cuarenta grados de fiebre, Charlie me preparó un bocadillo de mantequilla de cacahuete y mayonesa que dijo que me curaría. Me hizo vomitar por toda la casa. Hoy, la voz de Charlie es más dulce que nunca. Tiene una sonrisa afectada dibujada en los labios. Todos estos años pensé que intentaba ser útil. Ahora me pregunto si no es simplemente un tío insensible.

– Muy bien, creo que ya sé dónde está el problema -interrumpe Sandy-. ¿A qué dirección desea que le enviemos la información?

Charlie, desconcertado, duda un momento.

– ¿Tienen más de una dirección? -pregunto.

– Bueno, está la dirección de Nueva York: 405…

– … Amsterdam Avenue, apartamento 2B -completo la dilección leyendo la que consta en la carta.

– Y luego tenemos otra en Miami…

Charlie me alcanza un Post-it y cojo un bolígrafo. Sólo tendremos una oportunidad de apuntarla.

– 1004 calle Diez, Miami Beach, Florida, 33139 -anuncia Sandy.

Instintivamente, Charlie apunta ciudad, estado y código postal. Yo apunto la dirección de la calle. Es la forma en que solíamos memorizar los números de teléfono: yo me encargaba de la primera mitad y Charlie del resto. «Es la historia de mi vida», solía decir.

– Si lo desea, puedo cambiarla a la de Nueva York -explica Sandy.

– No, no, déjela como está. Siempre que sepa dónde buscar…

Alguien llama a la puerta de mi oficina. Me giro justo a tiempo de ver cómo se abre.

– ¿Hay alguien en casa? -pregunta una voz grave.

Charlie coge la carta. Yo cojo el auricular y desconecto el altavoz.

– Muy bien, gracias otra vez por su ayuda.

Cuelgo el auricular.

– Hola, Shep -canta Charlie, poniendo su cara más feliz para el jefe de Seguridad.

– ¿Todo bien? -pregunta Shep, avanzando hacia nosotros.

– Sí -dice Charlie.

– Perfectamente -añado.

– ¿Qué podría ir mal?

Charlie se muerde los labios tan pronto como la pregunta ha salido de sus labios.

– ¿En qué puedo ayudarte hoy, Shep? -pregunto.

– De hecho, esperaba poder ayudarte a ti -dice Shep, empleando su tono más amable.

– ¿Perdón? -digo.

– Sólo quería hablarte de esa transferencia que enviaste a Tanner Drew…

Los hombros de Charlie se hunden con un terror súbito. No es bueno en las confrontaciones.

– Fue una transferencia perfectamente legal -digo en tono desafiante.

– Escucha -me interrumpe Shep-. Puedes ahorrarte ese tono. -Shep percibe que ha llamado nuestra atención y añade-: Ya he hablado con Lapidus. Está encantado por las pelotas que le echaste al hacerte cargo del asunto. Tanner Drew es feliz; todo está bien. Pero en lo que a mí respecta… bueno, no me gusta nada ver cómo pasan zumbando cuarenta millones de pavos… especialmente cuando utilizas la contraseña de otra persona.

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