– Tu nombre no es Gillian. No eres la hija de Duckworth. Y es obvio que te importa una mierda lo que pueda pasarme. ¡Ahora dime quién eres!
Estamos frente a frente y ella intenta tocarme el brazo. La aparto con mi arma. Permanece donde está.
En ese momento su expresión cambia por completo. La sonrisa sedante… los inocentes ojos azules… se desvanecen y desaparecen. Veo una profunda arruga a lo largo de la frente. Sacude la cabeza como si yo hubiese cometido un error.
– Lamento que pienses así, Oliver. Sólo recuerda que tú lo has elegido…
Levanta la pistola y me apunta directamente al pecho.
– Dame esas cintas -me dice con voz helada.
No le contesto y alzo mi pistola y le apunto al corazón.
Ella mira el arma y luego comprueba algo en mis ojos. Me mantengo imperturbable. Sonríe y deja escapar una risa chillona y penetrante que me atraviesa como si fuese una navaja.
– Por favor, Oliver, ni siquiera en tu peor día puedes ser quien no eres.
Permanezco inmóvil con el dedo tenso en el gatillo.
– ¿Aún no has aprendido la lección? -pregunta-. ¿O siempre serás Oliver… el chico al que más he querido?
Mi mandíbula se descentra ligeramente, pero mi pistola no se mueve un milímetro.
– Sé que han herido tus sentimientos, pero si te hace sentir un poco mejor, no todo fue una actuación -añade, representando súbitamente el papel de la mujer amable. Cuando mueve la cadera, todo lo que sabía de ella se evapora. La muchacha descalza… el espíritu libre y temerario… hace tiempo que han desaparecido. Sus hombros ya no parecen colgar al costado de su cuerpo; ahora están erguidos y rectos, casi armados de púas. No comprendo cómo no lo vi antes. Pero como todo lo demás en mi vida, sólo veía lo que quería ver-. Realmente lo he pasado bien contigo -dice, tratando de recuperar el tono de sinceridad.
– ¿De verdad? ¿Qué parte te resultó más divertida, mentirme a la cara o traicionar mi confianza? De hecho, sigo olvidándome… Eres una mujer tan fuerte, tan realista, que deben gustarte los momentos simples… como clavarme un cuchillo en la espalda.
– Desahógate cuanto quieras, Oliver. Todo lo que dije era verdad. Aún puedes largarte de aquí, pero no con las cintas… y ciertamente no con nuestro dinero. De modo que, por qué no vuelves a la realidad y apartas esa pistola. Ambos sabemos quién es el temerario de tu familia, y sólo porque quieras interpretar ese papel no significa que vayas a hacerlo.
Igual que sucedió aquella noche en la embarcación de pesca, ella espera tocar mis puntos débiles. Lamentablemente para ella, eso hace que me concentre aún más en Charlie. El está a pocos metros de aquí, solo contra DeSanctis. Y lo único que me impide acudir en su ayuda es Gillian.
Quito el seguro del arma.
– Apártate de mi camino.
– Por qué no empezamos con las cintas…
– He dicho que te apartes de mi camino.
– No hasta que haya…
– Mi hermano está allí, Gillian. No volveré a pedírtelo.
El arma apunta directamente a su pecho. Mi dedo se tensa sobre el gatillo. Pensé que me temblaría la mano. Pero no es así.
– Ya está bien de representar el papel del malo de la película, Oliver. Quiero decir, ¿realmente crees que tienes pelotas para dispararme?
Es una pregunta sencilla. Es mi hermano.
– Realmente no me conoces, ¿verdad? -le pregunto. Sin esperar su respuesta, bajo el brazo, apunto el arma a su rodilla y aprieto el gatillo.
La pistola dispara con un resplandor luminoso y un zumbido agudo. Pero, en lugar de gritar de dolor o caer al suelo, Gillian sigue en el mismo lugar con una sonrisa burlona en los labios. Desconcertado, miro la pistola, que está a pocos centímetros de su rodilla. Vuelvo a apretar el gatillo. El arma dispara con un violento estampido; y nuevamente Gillian permanece ilesa delante de mí. No lo entiendo.
– ¿Nunca has oído hablar de las balas de fogueo? -se regodea Gillian-. Suenan y huelen como las balas auténticas, pero cuando te llevas la pistola a la cabeza, lo peor que puede pasarte es que te chamusques las patillas.
¿Balas de fogueo? Mis ojos diseccionan el arma y luego vuelven a posarse en la sonrisa burlona de Gillian.
– Sinceramente, me asombra que te haya llevado tanto tiempo -añade.
No tiene ningún sentido. Todo este tiempo… El arma ni siquiera es nuestra, la conseguimos de Gallo en Nueva York, justo después de que él le disparase a…
Dios mío.
A mi izquierda, una flamante sombra se desliza por la puerta abierta del almacén. Cuando Gallo dijo que contaba con ayuda, siempre imaginé que se trataba de Lapidus o de Quincy. Pero nunca que fuese él. Me vuelvo cuando entra. Sólo verle es como un cuchillo de carnicero en mi estómago.
– ¿Qué pasa, tío? -pregunta Shep con su sonrisa de boxeador-. Parece que hayas visto a un fantasma.
– Todo en orden en el Pecos Bill -dice una voz con inconfundible acento sureño a través de la radio de Joey mientras se abre paso a través de la multitud que se dirige a la Frontera. -Lo mismo en Country Bear -dice otra voz. Oculta entre la gente que llena las calles, Joey observó a dos hombres jóvenes, con camisas azules, que abandonaban el porche del Pecos Bill Café. Otros dos aparecieron desde el Country Bear Jamboree. Su forma de caminar era exactamente la misma: resuelta y poderosa, pero nunca demasiado rápida. La velocidad justa para no llamar la atención. Todo era parte del entrenamiento, confirmó Joey. Jamás asustar a los visitantes del parqué. "Con el rabillo del ojo vio a un hombre y a una mujer que se movían entre la multitud. No llevaban camisas iguales, pero Joey los descubrió por la forma de caminar: más miembros de la seguridad del parque. Pocos segundos más tarde, los tres grupos se separaron en direcciones opuestas, comprobando los restaurantes, tiendas y atracciones de los alrededores.
– Nosotros nos encargaremos de Piratas -dijo una voz femenina a través de la radio cuando la pareja de guardias giraban en la esquina en dirección a Piratas del Caribe.
En el centro de la multitud, Joey decidió no continuar. Charlie y Oliver eran mucho más inteligentes que eso. Una cosa era perderte en medio del gentío; otra muy distinta es meterte deliberadamente en un posible callejón sin salida, como un restaurante o una atracción cercanos. Moviendo la cabeza de derecha a izquierda, Joey examinó cuidadosamente el resto de la zona. Tiendas de souvenirs… quioscos que impulsaban igualmente a la compra… y una corriente interminable de turistas bulliciosos. El único momento tranquilo en ese huracán parecía estar más adelante, donde una puerta giratoria de madera bloqueaba parte de la calle. Joey no podía quitar la vista de ella. Los polis de Disney estaban preocupados por la protección de los visitantes de pago, pero si Charlie y Oliver aún estaban huyendo, no podían permitirse el lujo de dejarse ver, necesitarían un lugar tranquilo y apartado. Joey echó otro vistazo a la puerta giratoria. Justo detrás se veía un rótulo con las palabras «Solamente miembros del reparto».
– Tranquilo y apartado -susurró.
– ¿Has encontrado alguna cosa? -preguntó Noreen a través del auricular.
– Tal vez -dijo Joey, encaminándose hacia la puerta giratoria y dejando detrás a los polis de Disney-. Te lo diré dentro de un minuto…
– ¿Qué…? ¿Cómo estás…? -Mi boca cuelga hasta el suelo mientras contemplo a un hombre muerto-. ¿Qué diablos pasa aquí?
Shep se acerca a nosotros mientras me apunta con su arma, pero parece mucho más preocupado por Gallo, quien tiene un orificio negro en mitad de la espalda. Shep dirige una de sus miradas de reproche a Gillian. Ella se encoge de hombros como si no hubiese tenido otra alternativa.
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