– ¿Y bien? -preguntó Noreen.
– Es lo que siempre te digo… -comenzó Joey. Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una radio negra de la policía con la palabra «Seguridad» en ella-. Cuando salgas de vacaciones debes tener cuidado con los carteristas.
Subió el volumen y se llevó el aparato a la oreja. Sólo tenía que escuchar.
– Podemos salir de aquí, Oliver. Lo único que debes hacer es tener un poco de fe -dice Gallo. Su voz chillona llega desde la esquina trasera del almacén silencioso.
Agachado detrás de la proa del barco pirata, cierro los ojos y repaso los acontecimientos de los últimos días: desde el momento en que conocimos a Gillian… hasta nuestra noche de submarinismo… hasta todo lo sucedido en medio.
– Es la verdad -grita Gallo-. Aunque tengas miedo de creerlo.
Una vez más, espero que Gillian rebata su argumento. Una vez más, ella no está en ninguna parte.
– Venga, Oliver, ¿realmente estás tan sorprendido? Tú sabes muy bien lo que está en juego aquí… tú encontraste el gusano. -Por la forma en que sus zapatos se arrastran sobre el cemento, parece que Gallo está recorriendo uno de los pasillos de la parte de atrás-. Es asombroso, ¿no crees? Todo a partir de un pequeño trozo de código informático. Lo cortas por la mitad y sigue creciendo. -Gallo se echa a reír-. Cuando piensas en ello, ese programa es el auténtico hijo de Duckworth.
Dondequiera que esté, Gillian permanece en silencio.
– ¿Qué significa ese silencio, Oliver? ¿Te sientes herido en tus sentimientos? ¿Nunca has tenido un cuchillo en la espalda? Por favor, hijo -conozco a tus jefes en el banco-, te pagan para que te lo quites de la espalda todos los días. ¿Y qué pasa con todos esos clientes ricos que fingen apreciarte? Deberías ser un verdadero experto en embusteros. Sólo por eso, la patraña de Gillian debería haber fracasado. Tendrías que haberte dado cuenta de que todos sus antecedentes parecían dudosos, ¿o acaso nunca te molestaste en averiguar de dónde había sacado ese acento de Nueva York? Además, sólo hace dos días que conoces a esa chica; ¿tan trastornado estabas para…?
Gallo se interrumpe. Y, nuevamente, deja escapar una risa profunda y gutural.
– Oh, Oliver…
Cierro los ojos pero la imagen no desaparece.
– … realmente pensaste que le gustabas, ¿no es así? -pregunta Gallo.
Me deslizo hacia el suelo, raspándome la espalda contra el casco del barco.
En una esquina, Gallo se detiene y vuelve sobre sus pasos. Sabe que estoy ahí. Como el mejor de los depredadores, es capaz de oler la desesperación.
Pocos segundos después se dirige hacia mi escondite.
– ¿Cómo hizo Gillian para que mordieras el anzuelo? -pregunta, disfrazando de la pregunta-. ¿Fue sólo esa historia de mierda que te contó, o acaso algo más físico?
Por el sonido de sus pisadas, Gallo parece haber regresado a la parte delantera de los pasillos que separan las carrozas.
– Deja que lo adivine: ella te vendió todo ese rollo de la pobre huerfanita y, como postre, añadió la-posibilidad-de-tener-una-cita-con-la-chica-guapa-a-quien-no-te-atreviste-a-invitar-al-baile-de-promoción. Súmale a eso la emocionante huida y, de pronto, sentiste que toda tu miserable vida estaba cambiando. ¿Cómo lo estoy haciendo, Oliver? ¿Empieza a sonarte familiar?
Trato de averiguar el origen de su voz, aunque sin despegar el culo del suelo. Ahora está a un pasillo de distancia. Debería echar a correr. Pero no lo hago.
– ¿Y qué me dices de su edad? -añade Gallo-. ¿Qué fue lo que te dijo? Espera… deja que lo adivine… ¿Veintiséis? ¿Veintisiete? -Hace una pausa sólo para disfrutar del momento-.Tiene treinta y cuatro años, Oliver. ¿Eso te rompe el corazón o sólo te hace sentir un poco más gilipollas?
Me incorporo lentamente conociendo perfectamente la respuesta. No estoy seguro de dónde se encuentra Gallo. Y ni siquiera estoy seguro de que eso me importe.
– Y no olvidemos el nombre: Gillian… Gillian Duckworth, realmente bueno si tenemos en cuenta el poco tiempo que tuvieron para preparar el montaje. Por supuesto, si ella utilizaba Sherry, nadie hubiese notado la diferencia.
«¿Sherry?»
En la parte delantera del pasillo, dos zapatos negros baratos giran en la esquina y se detienen. Miro hacia el final de la fila de carrozas. Gallo mira directamente hacia mí. Tiene el arma levantada; la mía cuelga junto a mi pierna. Con su típica sonrisa en la cara de rata, Gallo sacude la cabeza en una última muestra de burla machista. Pero en ningún momento pierde de vista mi expresión.
– Realmente nunca tuviste la menor sospecha, ¿verdad, Oliver?
No contesto.
– Durante todo este tiempo pensabas que estabas volando en primera clase y entonces la azafata te abofetea para despertarte y te dice que estás atado a un kamikaze…
Mientras estudia mi reacción, yo miro el suelo. Está cubierto de polvo. Igual que la mesa auxiliar de Gillian. Charlie me lo había dicho.
– Para serte sincero, nunca pensé que pudieran conseguirlo -añade Gallo-. Pero si nunca la habías visto antes, supongo que era imposible que supieras que era su esposa.
Alzo rápidamente la cabeza.
– ¿Era la esposa de quién? -pregunto, finalmente, rompiendo mi silencio.
Gallo sonríe ante la pregunta.
– Venga, Oliver, utiliza tu cerebro aunque sea una vez. ¿Cómo crees que conseguimos que el programa de Duckworth pasara los controles de Seg…?
Detrás de Gallo se produce una explosión ensordecedora. Antes de que yo siquiera pueda parpadear, su pecho estalla, esparciendo finas salpicaduras de sangre entre las carrozas. Estoy a unos cinco metros cuando las últimas gotas de sangre me salpican el rostro y la camisa.
Miro a Gallo y sus ojos están abiertos como platos. Su cuerpo se estremece levemente y luego cae hacia adelante. Golpea el suelo con un ruido desagradable, pero mis ojos siguen fijos en el pasillo, justo detrás de Gallo. Gillian me mira fijamente y su arma sigue apuntada en mi dirección. Ignoro dónde la ha conseguido, pero mientras la sujeta con ambas manos una delgada columna de humo sale del cañón.
Baja el arma y contempla el orificio húmedo que acaba de abrir en la espalda de Gallo.
– ¡¿Qué es…?! ¡¿Qué demonios estás haciendo?! -grito.
Pero ella sigue concentrada en Gallo… siguiendo el camino de la bala.
– Gilli… Sherry… comoquiera que te llames… ¡Estoy hablando contigo!
– Ten cuidado -dice ella, señalando el cuerpo sin vida de Gallo-. No pises la sangre.
La miro como si se hubiese vuelto loca.
– ¿De qué estás hablando? ¿Qué diablos te pasa?
Ella señala la puerta que lleva al exterior.
– Vamos, Oliver, debemos salir de aquí…
– ¡No te muevas! -grito, dando mi primer paso hacia ella-. ¿Acaso no has oído lo que ha dicho Gallo? Se acabó, Gillian. ¡Basta de mierda!
Ahora es ella quien me mira como si yo me hubiese vuelto loco.
– Espera un momento… -comienza a decir-. No creerás que… No me digas que realmente has creído lo que te estaba diciendo. Estaba mintiendo, Oliver.
No. Basta de juegos mentales.
– Dime quién eres -le exijo mientras me acerco a ella.
– Oliver…
– ¡Dime quién coño eres!
Ella tiene la suficiente presencia de ánimo como para lanzar una risa inocente.
– Acaso no comprendes lo que pretendía… Sólo quería enfrentarnos, para así poder…
– ¿Realmente te parezco un tío tan crédulo?
– Oliver, no se trata de ser crédulo o no. Fíjate a quien estabas escuchando, ¡al hombre que quería matarnos!
Cuando avanzo por el pasillo, sus palabras rebotan en mí. En el instante en que pronunció mi verdadero nombre yo debería haber salido disparando en la dirección contraria. Cometí ese error una vez. Otra vez no.
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