Brad Meltzer - Los millonarios

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Si supiera que no será descubierto ¿robaría tres millones de dólares?
Charlie y Oliver Caruso son hermanos y trabajan en un banco privado tan exclusivo que se necesitan dos millones de dólares para abrir una cuenta. Allí descubren una cuenta abandonada, cuya existencia nadie conoce y que no pertenece a nadie, con tres millones de dólares. Antes de que el estado se quede con el dinero deciden apropiárselo, sin saber que algo que hacen para resolver su existencia estará a punto de costarles la vida.

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Mientras las palabras salen de su boca, sé que tiene razón. Pero eso no significa que vaya a meterme en la cama con una serpiente y su…

– ¡Que nadie se mueva! -grita una voz femenina a nuestras espaldas.

Shep y yo nos volvemos y buscamos el origen de la voz en la puerta del almacén. Hay una mujer con un arma. La investigadora de la urbanización… la pelirroja… Joey… Está apuntando su arma directamente hacia nosotros. Primero a mí, luego a Shep.

Con una enorme sensación de alivio, doy un paso hacia ella, alejándome de Shep.

– ¡He dicho que nadie se mueva! -grita y yo alzo las manos en el aire.

– Ya era hora -dice Shep, con tono tranquilo-. Me preguntaba cuándo llegaría.

– ¿Perdón? -pregunta Joey.

Espero ver algún tipo de reconocimiento en su rostro. Shep está vivo y ella es lo suficientemente inteligente para completar el resto de la historia. En cambio, parece confundida.

– ¿Quién diablos es usted? -pregunta.

Los brazos se me entumecen mientras apuntan hacia el cielorraso. No puedo creerlo. Ella no tiene la menor idea de quién es Shep.

– ¿Yo? -pregunta Shep con una sonrisa torcida. Se rasca el antebrazo y deja escapar una risa profunda y relajada-. Soy investigador… igual que usted.

– ¡Está mintiendo! -digo-. ¡Es Shep!

– No deje que la engañe, señorita Lemont…

– ¿Cómo sabe mi nombre? -pregunta Joey.

– Se lo he dicho; he estado investigando este caso desde el principio. Llame a Henry Lapidus, él se lo explicará todo.

Cuando pronuncia el nombre de Lapidus, hay una nueva calma en su voz. Mete la mano en el interior de la chaqueta…

– ¡Ni siquiera lo piense! -le advierte Joey.

– No es un arma, señorita Lemont. -Del bolsillo de la camisa saca una cartera de cuero negro-. Aquí tiene mi identificación -dice, lanzando la cartera a los pies de Joey. Ella se agacha para recogerla, pero en ningún momento deja de apuntarnos.

– Se lo juro, Joey, su nombre es Shep Graves…

– Señorita Lemont, no le escuche…

– … fingió su muerte para que nos culpasen a nosotros!

Ella echa un vistazo a la identificación de Shep y luego cierra la cartera.

– ¿De modo que trabaja con Lapidus? -pregunta Joey con escepticismo.

Shep asiente.

– ¿Y él respaldará su historia?

– Totalmente -dice Shep.

No estoy seguro de si Shep se está echando un farol o si tiene un truco absolutamente nuevo oculto en la manga. En cualquier caso, Joey ha llegado demasiado lejos como para irse sin la verdad.

– Noreen, ¿estás ahí? -pregunta, hablando a través del pequeño micrófono sujeto a su blusa. Asintiendo para sí, añade-: Ponme con Henry Lapidus.

84

– ¿Charlie…? ¿Charlie, dónde estás? -susurró Gillian mientras atravesaba el corto pasadizo y salía al pasillo perpendicular que conectaba con él. Apartó de un puntapié la cabeza de Goofy y estudió el pasillo, pasando luego junto a la mesa plegable volcada. En el extremo izquierdo estaba la puerta de salida. Imposible, pensó. DeSanctis no se hubiese marchado sin avisarles. Un sonido agudo, como si alguien estuviese rascando algo, le confirmó el resto. Se volvió y echó a andar en la dirección del sonido. Hacia la parte trasera del pasillo, más allá del carrito de la ropa y el biombo plegable. Conocía ese sonido. Como si alguien estuviese corriendo. O escondiéndose.

Avanzando con mucha cautela por el pasillo, Gillian se mantuvo alerta ante la posibilidad de que DeSanctis apareciera súbitamente. Él seguía enfadado por el corte que le había hecho en la cabeza, aunque no hasta el extremo de echarlo todo a perder, se dijo, mientras pasaba junto al biombo. Aun así, era mejor quedarse quieta y pensar dónde…

Gillian se detuvo allí mismo. Desde el suelo hasta los extremos de los colgadores, Minnie, Donald, Pluto, y docenas de cabezas de otros personajes la observaban, cada una de ellas con su sonrisa vacía y helada. Evitando deliberadamente sus miradas, avanzó hacia el interior de la habitación.

– Hola… -susurró nuevamente-. ¿Hay alguien ahí?

No hubo respuesta. Y entonces comprendió por qué.

Justo delante de ella, al final del primer pasillo de colgadores, DeSanctis yacía boca abajo en el suelo, los brazos atados a la espalda con lo que parecía ser una cuerda de saltar. Gillian no podía creerlo. DeSanctis tenía la nariz cubierta de sangre y el ojo izquierdo estaba muy hinchado. No se movía. Le tocó el hombro con la punta del zapato, pero era como patear un ladrillo. Sorprendida, se agachó para mirarle mejor. ¿Acaso estaba…? No, se dio cuenta al ver que el pecho subía y bajaba. Sólo estaba inconsciente.

En ese momento se oyó otro ruido, esta vez varios metros más lejos, en otro de los pasillos de colgadores. Sobresaltada, Gillian se puso de pie de un salto. Pero al volver a oírlo, esbozó una sonrisa. Este sonido era diferente del primero. Más profundo. Más gutural. Como si alguien estuviese respirando… o jadeando. Alguien a quien le falta el aliento.

Miró a su alrededor y fijó la vista en la parte posterior de los colgadores.

– ¡Charlie! -llamó-. ¡Soy yo, Gillian!

La respiración cesó.

– Charlie, ¿estás ahí?

Nadie respondió.

Cruzó al siguiente pasillo de disfraces, luego al siguiente. Excepto por los coloridos conjuntos con lentejuelas y un juego de cabezas, ambos pasillos estaban vacíos.

– Charlie, sé que has oído los disparos. ¡Oliver está herido!

Nuevamente, el silencio.

– ¡Le han disparado, Charlie! El hirió a Gallo y Gallo le alcanzó en el muslo… ¡Si no conseguimos que le vea un médico…!

– Gillian, será mejor que no me estés mintiendo -le advirtió una voz a sus espaldas.

Se volvió rápidamente cuando Charlie salía del pasillo por el que ella acababa de pasar. Sostenía la escoba en la mano derecha y, aunque intentaba endurecer la expresión, era evidente que jadeaba con cada inspiración. Las carreras y las peleas, había sido demasiado para él.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó ella.

Charlie la estudió cuidadosamente. Sus manos estaban vacías. No había nada fuera de lugar.

– Muéstrame dónde está Ollie -exigió Charlie. Volviéndole la espalda a Gillian, se dirigió hacia la puerta pero, antes de que pudiese dar más de dos pasos, detrás de él se oyó un click apagado.

Charlie se quedó inmóvil.

– Lo siento -dijo Gillian mientras le apuntaba con su arma-. Eso es lo que consigues por confiar en desconocidos.

Negándose a mirarla, Charlie cerró los ojos. No pensaba rendirse sin luchar. Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor del palo de la escoba… y el dedo de Gillian se tensó en el gatillo. Charlie se volvió tan velozmente como pudo. Pero no fue suficiente.

85

Joey tiene el dedo en el gatillo y sus ojos fijos en mí y Shep, pero está concentrada en lo que alguien le está diciendo a través del pequeño auricular que lleva en la oreja derecha. Mis brazos siguen levantados por encima de la cabeza, pero aun así alcanzo a ver mi reloj. Pasan de las siete. Lapidus está en su coche, de camino a su granja en Connecticut. No hay ninguna posibilidad de que ella sea capaz de…

– ¿Hola, señor Lapidus? -dice, hablando al micrófono-. Soy Joey… exacto, la investigadora priv… No, aún no hemos encontrado el dinero… No, lo entiendo, señor, pero tengo una pregunta rápida y esperaba que usted pudiese ayudarme. ¿Conoce a alguien llamado… -echa un vistazo a la identificación de Shep-… Kenneth Kerr?

Se produce una larga pausa mientras Joey escucha lo que le están diciendo desde el otro lado de la línea. Cuanto más se extiende la conversación, más observa a Shep. El no se mueve. Cree que lo de Joey es un farol. De modo que, mientras conserve la calma, ella no puede demostrar nada.

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