Francisco Ledesma - El pecado o algo parecido
Здесь есть возможность читать онлайн «Francisco Ledesma - El pecado o algo parecido» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El pecado o algo parecido
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El pecado o algo parecido: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El pecado o algo parecido»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Sinopsis: Méndez lamentó la crueldad de su destino. Había venido a Madrid para no trabajar nada, y se encontraba con que tenía que averiguar qué había detrás del repugnante crimen cometido con el culo ignorado de una mujer ignorada en un lugar ignorado.
El pecado o algo parecido — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El pecado o algo parecido», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Tuvo usted buenas experiencias y buenas escuelas para no creer en nada -dijo Méndez-. Pero me pregunto por qué Miguel Don le es tan fiel.
– Porque al igual que en las mafias sicilianas, ha seguido siempre al servicio de la familia.
– Y me pregunto por qué es tan salvaje.
– Porque también lo soy yo en el asunto de mi hija. En este sentido, nuestros sentimientos siempre se han encontrado. No olvide que él también la vio nacer.
Cerró un momento los ojos.
Quizá por su memoria pasaba el viejo Madrid, con su Puerta del Sol siempre viva, sus cafés que ya no existían, como el Flor, sus marisquerías olvidadas, como la Dólar, sus mercadillos, como el del Rastro, donde se vendían una peineta de la madre y un condón del abuelo, sus cines de mariconcetes, como el Carretas, donde se vendía un capullo recién nacido. Quizá pasaba por su memoria la vieja Barcelona, con sus burdeles de matronas, como La Gaucha, sus baños para oficinistas, como El Astillero, sus teatros para onanistas, como el Cómico, y sus cafés para pobres, como Los Cuernos, lleno hasta el techo de instrumentos frontales, muchos de ellos, se suponía, olvidados allí por los clientes. Gomara, a falta de otras virtudes -pensó Méndez-, era un hombre que había vivido.
Fue Gomara el que puso ambas manos sobre la mesa, con aire de serenidad establecida. Fue él quien musitó:
– Supongo que ha venido aquí para decirme que me va a trincar, Méndez, que me va a joder con todo el equipo, que me va a desvirgar en la puerta de la cárcel Modelo. Que no perdona la muerte de aquella putilla. Y yo le contesto dos cosas, Méndez: la primera es que nada puede contra mí. No puede probar nada. Y si, además, mañana se molesta en venir conmigo al propio Tribunal Supremo, verá cómo me tratan los presidentes de sala. La segunda cosa, y con ella quiero lavar mi conciencia de rico inseminador de sobrinas, es que la muerte de la putilla no estaba prevista. Fue un exceso de Kabir, pero lo ha pagado bien. ¿Y ahora qué, Méndez? ¿Va a mascar su fracaso? ¿O me va a acusar de algo, por ejemplo de un delito contra el medio ambiente? Si quiere que le ayude, Méndez, me fumaré otro Lusitania, pero éste dentro de una iglesia.
Rió lentamente, con insolencia. Rió con tranquilidad y con la seguridad de su triunfo.
Méndez se puso en pie.
Muchas veces habría notado que estaba pisando en falso, pero esta vez lo notaba más que nunca.
– Me olvidaba del entierro de Kabir -dijo en un soplo-. Si no llega a mencionarlo, se me va.
Y añadió, ya junto a la puerta:
– Tengo que aprender a cuidar de los entierros, para cuando llegue el suyo.
25 UNA CUESTIÓN DE MUJERES
Hay casas, sobre todo en el barrio barcelonés del Raval, el viejo barrio Chino, que están siendo pulverizadas por la piqueta. Quedan entonces al descubierto, en las que fueron paredes maestras, las baldosas de la antigua cocina, los garabatos que dibujó la nena en el comedor, las marcas de la cama donde papá y mamá se ve que hicieron maravillas. Quedan los anclajes de la escalera vecinal, los marcos de las ventanas que daban a un patio interior. Queda la sombra de un mundo que estuvo lleno de vida, de sacrificio, de pecado y esperanza, y que ahora está envuelto en dos cosas: el silencio y un decreto municipal.
La casa ante la que se detuvo Méndez tenía algo más, algo macabro, como había dicho el agente. Era algo casi irreal, como si la ahorcada colgase del cielo. Al derrumbarse parte de la casa, por una explosión de gas en el sótano, habían quedado algunas paredes intactas y algunas habitaciones al descubierto. También algunas vigas de las que sostuvieron el terrado vecinal. Y una lámpara milagrosa, sólidamente anclada a una de esas vigas, lámpara con bombillas de sesenta para alumbrar polvos de aniversario y meriendas de funeral. Del gancho de esa lámpara, prodigiosamente sólido, colgaba una mujer ahorcada.
Méndez se pasó una mano por los labios, sintiendo que se le habían quedado secos.
Tenía razón el agente: la mujer ahorcada colgaba en el aire como un trofeo, el último trofeo de la casa centenaria. En aquel espacio vacío, sin más techo que el cielo y las alas de las palomas, oscilaba todavía el cuerpo de aquella mujer. Y había tenido razón el agente en otra cosa: si se la fotografiaba desde abajo, se le veía toda la ropa interior, una ropa interior de boutique para madames y sobrinas de canónigo. Porque, aun vista desde lejos, la mujer ahorcada parecía joven, y desde luego guapa.
Estampa irrepetible. Y demasiada tentación para algunos fotógrafos de prensa.
Méndez vio a su jefe y a varios agentes de su comisaría. Todos lanzaban maldiciones y enviaban a la gente al carajo, para que nadie se acercase demasiado y al menos pudieran trabajar las ambulancias.
El jefe también vio a Méndez.
– ¡A trabajar! Aquí hace falta todo el mundo, incluso usted. Ocúpese de que nadie se ponga debajo de la tía cuando llegue la prensa.
– Muy bien, jefe. ¿Pero qué ha sido esto?
– Una explosión de butano en el sótano. Ignoro si es un accidente o un suicidio con mala hostia. Pero allí vivía una vieja que tenía al menos almacenadas seis bombonas. Debía de estar preparada por si el butano subía de precio, la muy puta.
– Lo ha pagado muy caro al morir -dijo Méndez por encima del griterío-. ¿Quién es la mujer ahorcada?
– No lo sabemos aún.
– ¿Quiere decir que ha aparecido así, tal cual, al derrumbarse la casa?
– Ha aparecido así, tal cual. Justo.
– Pues eso significa que ya estaba ahorcada antes.
– Compruebo asombrado, Méndez, que usted también piensa.
– Sólo cuando no tengo dolor de cabeza. Por tanto, de no ser por la catástrofe, podrían haber tardado en descubrirla.
– Es lo más lógico.
– ¿Sabe si era una vecina?
– Le he dicho que aún no sé nada, coño.
Méndez hizo un respetuoso saludo y se alejó. Como aún no había llegado ningún fotógrafo, disponía de tiempo. Fue a situarse debajo de la muerta, justo donde estaba prohibido que se situara nadie.
La mujer desconocida oscilaba a unos diez metros de altura por encima de la cabeza de Méndez. Era verdad que usaba ropa interior fina, comprobó el policía, dotado de finísima astucia post mortem. La falda acampanada, de buena calidad, permitía apreciarlo todo. Se le había caído uno de los zapatos de tacón, y ése era el único detalle que no encajaba en todo aquel conjunto de distinción llevado hasta más allá de la muerte.
Había otros detalles que tampoco encajaban, claro, y ahora Méndez los vio con más claridad. Por ejemplo, las manos, angustiosamente agarrotadas en torno al cuello, como si la víctima hubiera estado intentando arrancarse la soga hasta el mismo instante de morir. Eso indicaba que no se trataba de un suicidio, sino de un asesinato. ¿O quizá de uno de esos suicidios en los que la víctima se arrepiente en el último segundo? Méndez creía que no. Y estaba seguro de que la mujer pudo haber permanecido dos días ahorcada en el silencio de la habitación, pero el hundimiento la había hecho quedar colgada sobre el bullicio de la calle.
Era una visión asombrosa, a la vez que provocativa y macabra.
Méndez hurgó entre los cascotes situados inmediatamente debajo de la mujer muerta. El zapato que faltaba tenía que estar allí, aunque quizá situado bajo toneladas de ladrillos, vajillas en fase de trituración, vasos de todo a cien, retratos de antepasados, alimentos para gatos y reclamaciones de deuda.
Tuvo suerte. Entre dos cascotes asomaba el tacón, era alto, finísimo y de buena calidad. Méndez tiró de él para sacar el zapato. Era de piel, bien forrado, elegante y con la marca en el interior: Farrutx. Uno de esos zapatos de alto tacón -pensó nostálgicamente Méndez- hechos para el trance erótico, para que la señora gordita escale con ellos el colchón, para que balancee sobre las puntas su escultura y sus adornitos de canesú antes de caer de nalgas sobre el capullo de un ex espía soviético. Con unos zapatos así, una mujer hace maravillas, se dijo Méndez, entre ellas clavar el tacón en los genitales de personas no autorizadas, como por ejemplo un banquero que no haya pagado el polvo a tiempo. Pero además aquel tacón era prodigioso -siguió pensando Méndez al manosearlo- porque al quedar algo desencajado después de la caída permitía ver que tenía dentro un hueco reforzado, y dentro del hueco reforzado una especie de bisturí en dos piezas, con un filo capaz de segar de un tajo la garganta de un hombre, el pene de un arbitro y, en casos de mucho compromiso, el himen de una monja. Tacones de esos, que se podían girar con un movimiento bien calculado, habían aparecido en viejas películas que aún recordaba Méndez, pero sobre todo eran habituales, o lo fueron, en servicios secretos que empleaban a mujeres peligrosas y opulentas, a las que se exigía varios idiomas, y en especial un perfecto conocimiento del francés.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El pecado o algo parecido»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El pecado o algo parecido» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El pecado o algo parecido» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.