– Por supuesto. Voy a buscarlo. -Erica subió corriendo al piso de arriba y bajó con las pertenencias de Elsy, que había guardado en su despacho. De vuelta en la cocina, las dejó sobre la mesa: los diarios, la camisita de bebé y la medalla.
Anna se quedó mirando los objetos.
– ¿De dónde demonios sacó esto? -preguntó con la medalla en la palma de la mano, observándola detenidamente-. ¿Y esto de quién es? -Anna sostenía la camisita mugrienta-. ¿Son manchas de óxido? -Sostenía la camisa cerca de la cara, para estudiar detalladamente las manchas que cubrían la mayor parte de la prenda.
– Patrik cree que es sangre -respondió Erica. Anna apartó horrorizada la prenda.
– ¿Sangre? ¿Por qué iba a guardar mamá en un baúl una camisita de bebé manchada de sangre? -Anna dejó la camisa en la mesa con un mohín de repugnancia y cogió los diarios.
– ¿Hay en ellos algo para adultos? -preguntó Anna blandiendo los cuadernos azules-. ¿Ninguna historia de sexo que me traumatice para el resto de mi vida si los leo?
– No -rio Erica-. Estás como una cabra. No, nada de lo que contienen es para adultos. La verdad es que no dicen mucho. Tan sólo historias cotidianas de lo más anodinas. Pero… para ser sincera, he estado pensando en una cosa… -Erica formulaba por primera vez una idea que llevaba un tiempo fraguándose en los límites de su conciencia.
– ¿Ajá? -dijo Anna con curiosidad mientras hojeaba los diarios.
– Pues verás, me pregunto si no habrá más diarios en algún sitio… Terminan en mayo de 1944, con el final del cuarto cuaderno. Luego, ni una palabra más. Y, por supuesto, puede ser que mamá se cansara de escribir diarios, pero ¿justo cuando terminó el cuarto? Me resulta un tanto extraño.
– Así que crees que hay más, ¿no? ¿Y qué íbamos a sacar de ellos, de ser así, salvo lo que ya has sabido por estos? Quiero decir que mamá no parece haber vivido una vida apasionante. Nació y se crio aquí, conoció a papá, nacimos nosotras y… bueno, no hay mucho más.
– Yo no estaría tan segura -objetó Erica meditabunda. Pensaba en si no debería revelarle algo más a su hermana. En realidad, no tenía nada concreto. Pero la intuición le decía… Sabía que lo que había averiguado desvelaba un perfil de mucha más envergadura, algo que había proyectado su sombra sobre sus vidas. Y, ante todo, la medalla y la camisa debieron de desempeñar un papel relevante en la vida de su madre y, pese a todo, ninguna de las dos había oído una palabra al respecto.
Erica se armó de valor y le habló con detalle de las conversaciones que había mantenido con Erik, con Axel y con Britta.
– ¿Quieres decir que fuiste a casa de Axel Frankel para pedirle que te devolviera la medalla de mamá? ¿Un par de días después de que encontraran muerto a su hermano? Joder, debió de pensar que eras un buitre -aseveró Anna con la sinceridad descarnada que sólo era capaz de emplear una hermana menor.
– Oye, oye, ¿quieres saber lo que dijeron o no? -replicó Erica dolida, aunque, hasta cierto punto, estaba de acuerdo con Anna. No podía decirse que hubiese tenido mucho tacto.
Cuando Erica terminó de referirle las tres visitas, Anna se quedó mirándola con el ceño fruncido:
– Pues se diría que ellos conocieron a una persona totalmente distinta. ¿Y qué dijo Britta de la medalla? ¿Sabía ella por qué tenía mamá una medalla nazi?
Erica negó con un gesto.
– No llegué a preguntárselo. Tiene Alzheimer y, al cabo de un rato, empezó a delirar. Luego llegó su marido, que se enojó muchísimo, y… bueno… -Erica carraspeó un poco-…me pidió que me marchara de allí.
– ¡Pero Erica! -exclamó Anna-, ¿Fuiste a casa de una pobre mujer enferma? ¡Y diste pie a que su marido te echara de su casa! Desde luego, comprendo que lo hiciera… Creo que todo esto te ha perturbado -aseguró Anna meneando la cabeza con expresión incrédula.
– Ya, bueno, pero ¿no sientes curiosidad? ¿Por qué tendría mamá guardadas todas estas cosas? ¿Y por qué la gente que la conoció nos describe a un ser totalmente distinto? La Elsy de la que ellos hablan no es la que nosotras conocimos. En algún punto del camino sucedió algo… Britta iba a entrar en materia cuando empezó a divagar, algo de viejos huesos y… bah, no me acuerdo bien, pero tuve la sensación de que lo usaba como una especie de metáfora de algo oculto y… No, puede que todo sean figuraciones mías, pero aquí hay algo extraño y pienso llegar al fondo del misterio, y…
En ese momento sonó el teléfono y Erica dejó a medias su incoherente explicación para ir a atenderlo.
– Aquí Erica. Ah, hola, Karin. -Erica se volvió hacia Anna con los ojos como platos-. Sí, gracias, todo bien. Sí, yo también me alegro de hablar contigo por fin. -Le hizo una mueca a Anna, que no parecía entender de qué iba el asunto-. ¿Patrik? No, en estos momentos no está en casa. Se fue con Maja a la comisaría para saludar a los colegas y luego no sé adónde iban. Ajá, vaya… Sí… Claro, seguro que les apetecerá ir a pasear mañana contigo y con Ludde. A las diez. En la farmacia. De acuerdo, se lo diré. Ya te llamará él si tiene otros planes, pero no lo creo. Bueno, pues gracias. Claro, seguro que estaremos en contacto. Gracias, gracias.
– ¿Qué pasa? -preguntó Anna desconcertada-, ¿Quién es Karin? ¿Y qué va a hacer Patrik con ella mañana en la farmacia?
Erica se sentó a la mesa. Tras una larga pausa, explicó:
– Karin es la ex mujer de Patrik. Ella y Leffe, el de la banda de música, se han mudado a Fjällbacka. Y da la casualidad de que la baja paternal de Patrik ha coincidido con su baja, de modo que mañana saldrán juntos a pasear.
Anna estaba a punto de morirse de risa.
– ¿Me estás diciendo que acabas de concertarle a Patrik una cita para que salga de paseo con su ex mujer? ¡Por Dios santo, esto es increíbleeee! ¿Y no tiene por ahí ninguna ex novia que quiera sumarse? Para que el pobre no se aburra mientras está de baja paternal.
Erica clavó en su hermana una mirada iracunda.
– Por si no te has dado cuenta, ha sido ella la que ha llamado. Y tampoco creo que haya nada de extraño. Los dos están separados. Desde hace varios años. Y de baja al mismo tiempo. No, no tiene nada de extraño. Vamos, que a mí no me supone ningún problema.
– Ya, claro -se reía Anna con las manos en el estómago-. Ya oigo, ya, que no te supone ningún problema… Te está creciendo la nariz por segundos.
Erica sopesó la posibilidad de tirarle a su hermana uno de los bollos, pero al final resolvió contenerse. Anna era muy dueña de creer lo que quisiera, ella no era celosa.
– ¿Vamos a hablar con la mujer de la limpieza ahora mismo? -propuso Martin. Patrik vaciló un instante y sacó el móvil.
– Antes voy a comprobar que todo va bien con Maja.
Recibido el informe de Annika, se guardó el móvil en el bolsillo y asintió.
– Vale, tranquilo. Annika acaba de dormirla en el cochecito. ¿Tienes la dirección? -le preguntó a Paula.
– Sí, aquí la tengo -respondió Paula hojeando el bloc de notas, antes de leerla en voz alta.
– Se llama Laila Valthers. Aseguró que estaría en casa todo el día -añadió-, ¿Sabes dónde queda?
– Sí, es una de las casas que hay junto a la rotonda de la entrada sur de Fjällbacka.
– ¿Las casas amarillas? -quiso asegurarse Martin.
– Exacto, sabrás llegar, ¿verdad? Sólo tienes que girar a la derecha ahí delante, cerca de la escuela.
No les llevó más de un par de minutos llegar al edificio en cuestión. Laila estaba en casa, como había prometido. Se la veía un tanto asustada cuando les abrió la puerta. Y no parecía muy dispuesta a dejarlos entrar, por lo que se quedaron todos en el vestíbulo. En realidad, no tenían tantas preguntas que hacerle, de modo que no vieron motivo para pedirle que les permitiese entrar en su casa.
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