Se le estaban cerrando los ojos y pensó que tal vez una siesta de media horita le sentaría bien. Se inclinó para apagar el televisor, extendió el brazo y se quedó paralizado con el culo en suspenso en el aire: en la pantalla acababa de aparecer un elefante muerto; la cámara mostró una lenta panorámica a lo largo de la cabeza de la bestia y enfocó un ojo destrozado por un proyectil. Montalbano subió el volumen.
– … absolutamente inexplicable -dijo la voz en off de Nicolò Zito, un periodista amigo suyo-. El Circo de las Maravillas llegó a Fiacca el sábado por la mañana y ofreció su primer espectáculo esa misma noche. El domingo, aparte de la sesión matinal para los niños, dio una representación vespertina y otra nocturna. Todo se desarrolló con normalidad. Sobre las tres de la noche, el señor Ademaro Ramirez, director del circo, despertó a causa de unos insólitos barritos procedentes de la jaula de los elefantes, que está situada muy cerca de su caravana. Se levantó, se acercó hasta allí y vio que uno de los tres elefantes estaba tumbado en una posición anormal, mientras que los otros dos se mostraban muy alterados. En aquel momento llegó la domadora, despertada también por los barritos, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para calmar a los dos animales, peligrosamente agitados. Cuando consiguió entrar en la jaula, la mujer se dio cuenta de que el elefante tumbado en el suelo, llamado Alacek, estaba muerto a causa de un solo disparo de pistola efectuado con extrema precisión y frialdad en el ojo izquierdo.
Apareció la imagen de la domadora, una hermosa rubia, llorando desesperada. Volvió a oírse la voz en off del periodista mientras las cámaras enfocaban a otros animales del circo.
– Detalle inquietante: Adragna, el comandante de carabineros que dirige las investigaciones, ha encontrado en el interior de la jaula un trocito de papel cuadriculado en el cual figuraba escrita la enigmática frase: «Estoy a punto de terminar de contraerme.» Las investigaciones acerca del misterioso episodio…
Montalbano apagó el televisor. Lo primero que hizo fue llamar a Mimì Augello.
– ¿Sabes que en nuestras tierras también hay elefantes?
– Pero ¿qué…?
– Después te lo explico. Dentro de una hora como máximo en la comisaría.
A continuación llamó a Fazio.
– Han matado un elefante.
– ¿Está de guasa?
– No estoy para bromas. En Fiacca, pertenecía a un circo. Han encontrado la nota. Creo que tú eres amigo del comandante Adragna.
– Es mi compadre.
– Muy bien, acércate a Fiacca, y si tu compadre ha hallado la bala, pídele que te la preste durante un día. Ah, y ya que estás, a ver si te da también la nota.
Mientras se dirigía en su automóvil a la comisaría, pensó que había algo que no encajaba. Si su teoría era acertada, y él creía que lo era, el asesino de animales necesitaba un nombre que empezara por i. Entonces, ¿qué pintaba el Circo de las Maravillas? Y hasta el nombre del elefante empezaba por a. ¿Entonces?
La respuesta la obtuvo casi de inmediato. En la fachada lateral de una de las primeras casas de Vigàta había un gran cartel multicolor. De soslayo le pareció ver la imagen de un payaso. Se detuvo, bajó y fue a mirar. Era la publicidad del Circo de las Maravillas y debía de llevar varios días allí, pues estaba un poco deteriorada a causa del mal tiempo. Anunciaba la llegada del circo a Vigàta el 20 de noviembre. Demasiado tarde para el asesino.
Pero había también un calendario de la gira por la provincia; a través de ese medio, el hombre que se creía Dios o pensaba guardar alguna relación con él había averiguado la fecha de las representaciones en Fiacca. En el cartel destacaba la lista de las atracciones: en segundo lugar figuraba en letras doradas el nombre de Irina Ignatievic, estrella del Circo de Moscú y domadora de elefantes.
La letra i que debería colocarse después de la D.
El hombre que se creía Dios o pensaba guardar alguna relación con él había leído el cartel y había actuado expeditivamente. ¿Qué mejor ocasión podría tener?
Pero aprovechar aquella ocasión no debía de haberle resultado muy fácil, los riesgos que entrañaba eran enormes y su magnitud podía dar al traste con sus planes. Habría bastado con la presencia de un vigilante nocturno o el desquicio de los animales ante la cercanía de un desconocido. Sin embargo, había entrado en un circo de noche, o por lo menos en las primeras horas de la madrugada, y había conseguido matar un elefante. ¿Era un loco que actuaba al azar, a la buena de Dios, sin orden ni concierto, o era un loco de otra especie, perteneciente a la categoría de los meticulosos y metódicos? Todo permitía suponer que jamás dejaba nada al azar.
Además, había que considerar el progresivo aumento de tamaño de las llamadas «víctimas». Seguramente ese hecho tenía un significado, encerraba un mensaje que había que descifrar. Después del asesinato de la cabra, él había pensado con cierta inquietud que le tocaría a un hombre. En cambio, en lugar de eso, el loco había matado un asno. Y después había pasado a un elefante. Ahora bien, entre una cabra y un elefante había espacio suficiente para el cuerpo de un hombre. No lo había hecho. ¿Por qué? ¿Por escasa consideración hacia los hombres? No; a los hombres les dejaba cada vez una nota en la que informaba del estado de su contracción, fuera lo que eso fuese, lo cual quería decir que a los hombres los tomaba en consideración, y de qué manera. Los advertía de un acontecimiento inminente. Puede que el loco disparara contra un hombre el lunes siguiente y ello debido a que lo situaba en la cúspide de la pirámide del reino animal. Así tendría que ser sin duda: la próxima vez le tocaría a un ser humano. En efecto, a diferencia de los otros animales, el hombre está dotado de razón. Y ese hecho lo vuelve superior. O por lo menos así se sigue creyendo, a pesar de todas las pruebas en sentido contrario que los propios hombres jamás han dejado de exhibir a lo largo de su secular historia.
La reunión empezó más tarde de lo previsto porque Fazio había encontrado mucho tráfico en el camino de vuelta de Fiacca. Nada más entrar en el despacho, le entregó dos balas al comisario.
– Guárdelas en el cajón junto con las demás.
Montalbano pareció sorprenderse.
– ¿Dos balas? ¿Efectuó dos disparos?
– No, señor dottore, sólo uno.
– Pues entonces, ¿por qué Adragna te ha dado dos?
– Dottore, éstas son de las que teníamos nosotros. Verá, he pensado que si le pedía prestados a mi compadre el proyectil y el mensaje, él desplegaría las antenas y empezaría con razón a preguntar por qué nos interesaba tanto la muerte de un elefante. En cambio, le expliqué que había ido a Fiacca a ver a un amigo y aprovechaba para saludarlo. Conseguí hacerlo hablar del asunto del circo y él me enseñó la bala y la nota. Como tuvo que salir un momento del despacho, la comparé con las que yo llevaba. Idénticas. Esta vez la nota dice: «Estoy a punto de terminar de contraerme.»
– Sí, ya lo sé, lo han dicho en la televisión.
– Me pregunto qué coño ocurrirá cuando termine de contraerse -dijo Mimì en tono pensativo.
– ¿Adragna te ha contado si alguien ha visto u oído algo extraño durante la noche? -preguntó Montalbano.
– Nada. Las jaulas de los animales están situadas lejos de las caravanas donde duermen los asistentes y los artistas. La domadora oyó esas cosas que hacen los elefantes…
– ¿Barrites?
– Sí, señor, pero como es algo que hacen a menudo cuando se ponen nerviosos, porque a lo mejor alguien está pasando por allí cerca, no le dio demasiada importancia.
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