A pesar de ello, de su amargura, de la progresiva, tal vez inevitable marginación a que le habían sometido sus antiguos compañeros, su amor propio de policía de raza permanecía intacto. Informatizar los fondos y clasificar el material arcaico le había obligado a realizar un sostenido esfuerzo. A base de obstinación y cursos externos, manejaba el computador con soltura. Cruzando e implementando archivos procedentes de la Central de Inteligencia, Interpol y otras fuentes policiales, había confeccionado programas alternativos y nuevas bases de datos.
Martina lo sorprendió entre los archivadores, revisando una pila de expedientes.
– Arriba las manos.
Horacio se giró con una sonrisa infeliz.
– Ah, subinspectora. Es usted.
Sentía aprecio hacia esa mujer. De Santo era uno de los escasos detectives que utilizaba por norma sus servicios.
– ¿Tan ocupado como siempre?
– No crea. Sólo estaba poniendo un poco de orden en mis viejos papeles. Mire esto -dijo el archivero, alcanzándole unas amarillentas holandesas escritas a máquina por ambas caras, a un solo y prieto espacio-. Casos antiguos, apolillados, casi. ¿Adivina a qué fechas se remontan? El que tengo en la mano, a 1940, recién concluida la guerra civil. ¿Había nacido usted?
– ¡Por supuesto que no! ¿Tan vieja le parezco?
– No, claro. Era una manera de medir el tiempo, que aquí es largo.
– Es usted un diablo.
– O un santo. Porque sólo un egregio varón aguantaría en este puesto de retaguardia. Hago excepciones, y a usted siempre la acompañará mi mejor disposición. ¿En qué puedo ayudarla?
– Debo salir para Portocristo. Necesito información.
– ¿Qué se le ha perdido por allá?
Martina notó que el polvillo ambiental se había introducido en sus pituitarias. Tenía la boca seca. Antes de contestar, se pasó la lengua por los labios.
– Un cadáver mutilado apareció en la tarde de ayer en un paraje del término municipal de Portocristo conocido como la Piedra de la Ballena. Han desmembrado y eviscerado el cuerpo, y le han sacado los ojos. La víctima es un pescador del pueblo, Dimas Golbardo.
– Recuerda al nombre de algún rey godo.
El archivero esbozaba el proyecto de una sonrisa, pero la subinspectora, que no parecía estar para bromas, siguió hablando:
– No se trata del primer hombre que en los últimos meses pierde la vida en esa franja de la costa, en medio de circunstancias anómalas. Ignoro si existe relación causal, pero me gustaría investigar también la muerte de un tal Pedro Zuazo, farero de Isla del Ángel, quien, al parecer, se despeñó el pasado mes de julio. Carrasco acaba de facilitarme su expediente. Quisiera saber si guardó usted en la hemeroteca algún dato adicional.
Muñoz hizo un gesto de colaboración.
– Tome asiento. No tardaré.
La subinspectora permaneció en pie. Transcurridos unos minutos, pudo comprobar que, de manera hasta cierto punto sorprendente, existía bastante información sobre aquel suceso.
Con su diligencia habitual, Muñoz había fotocopiado y conservado los originales de prensa que en su momento, el 15 y el 16 de julio, concretamente, se habían ocupado de informar sobre el accidente de Pedro Zuazo. Todos los medios, citando fuentes de la Guardia Civil, daban por hecho que había sido una muerte fortuita. De manera escueta, el triste final del farero de Isla del Ángel había sido recogido en las páginas de los principales diarios de Bolscan, y también por los de Argenta, la capital de la región. Sin embargo, el relato más detallado de los hechos correspondía a un periodiquillo de doble pliego: Ecos del Delta.
– Nunca había visto esa gaceta -dijo Martina.
– Se trata de un modesto semanario comarcal -le informó Muñoz-. Debe sumar una tirada de quinientos ejemplares, todo lo más, que se distribuyen por las pedanías del estuario. Fue fundado hace un par de décadas, hacia 1965, si no me falla la memoria; se lo confirmaré. Su director era y es un polígrafo local, Mesías de Born, a quien, por cierto, traté. Periodista vocacional, comenzó su carrera en el Diario de Bolscan, donde le encargaron de la sección de sucesos; de ahí nuestra relación. Pero no triunfó, o la nostalgia le pudo. Natural de Portocristo, retornó a sus orígenes para fundar su propia cabecera. También es autor de varios libros y de un diccionario dialectal. Lo sé porque él mismo me ha enviado, dedicadas, alguna de esas obras. No las he leído, pero no creo que eso le importe. En realidad, nunca le leyó casi nadie.
– El reportaje de Ecos del Delta sobre la muerte del farero está firmado por Gastón de Born -observó Martina.
– Que será pariente suyo, por descontado. El apellido es romance, de origen francés. Creo que este Gastón es hijo de Mesías de Born. Ese chico, siguiendo los pasos del padre, ha escrito algo. Literatura, quiero decir. Una novelita, o un libro de cuentos. Con un título muy curioso. Espere… Precisamente acaba de publicarse una reseña en la Actualidad Literaria. Por algún sitio debo tener el ejemplar que nos remite el gobierno autónomo, patrono de la publicación. Sí, mire, aquí está: Los Hermanos de la Costa y otros relatos de terror. Evoca un no sé qué de misterioso o sectario, ¿no es cierto?
La subinspectora alzó la mirada. Mientras escuchaba a Muñoz, había leído unos párrafos de la crónica de Gastón de Born sobre la muerte de Pedro Zuazo. Mal redactado, y con algunas faltas de ortografía, el reportaje venía ilustrado por una pésima fotografía en la que apenas podía verse un cadáver tirado en un muelle, cubierto por una manta y rodeado de curiosos. Asimismo, la fotografía estaba firmada por Gastón de Born.
– Acláreme algo, Horacio. ¿Cómo puede saber tantas cosas si se pasa el día encerrado entre estas cuatro paredes?
– Conservo algunas fuentes, subinspectora. Y leo a diario los periódicos, desde la primera hasta la última línea. Todo cuanto sucede, en el caso de que reúna cierta trascendencia, aparece impreso antes o después. También soy adicto a la radio.
– ¿Ha escuchado el noticiario de las once?
– Por supuesto.
– Me aseguran que acaban de informar sobre el crimen de Portocristo. No entiendo cómo han podido enterarse tan pronto.
– En Radio Nacional no han dicho nada.
– ¿Quizá en otra emisora?
– Tal vez. Cambiando de tema, Martina… Me gustaría pedirle un favor.
– ¿Cuánto? -bromeó la subinspectora.
– Oh, yo no necesito nada. Pero con la extraordinaria de Navidad podría comprarle a ese guarro del inspector Buj un manual de buenos modales. ¿Cómo le va con él? ¿Ya ha intentado violarla?
– No se preocupe por mí, sé arreglármelas sola. Vamos con su petición.
– ¿Le importaría utilizar sus influencias con el comisario para ubicar en cualquier otra parte esa maldita tubería de aguas fecales? Hoy no es de los días peores, pero en primavera y verano, con el bochorno, el hedor resulta insoportable.
– Veré lo que puedo hacer. Y, puesto que va a deberme un favor, seré yo quien le pida otro.
– Usted dirá.
– Quisiera llevar conmigo el expediente de Pedro Zuazo, así como la carpeta de prensa, con los originales.
– Habitualmente, exijo una solicitud. Pero, tratándose de usted, haré la vista gorda.
Martina le dedicó una luminosa sonrisa. Muñoz no ignoraba que la subinspectora podía mostrarse encantadora. En particular, si se la trataba con naturalidad, sin prejuicios.
– Gracias. De todos modos, le remitiré el volante. Pero todavía sigo necesitando su ayuda.
– Para eso estamos.
– Precisaría un informe exhaustivo sobre Portocristo y el delta del río Madre. Nunca he estado en ese lugar.
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