Juan Bolea - Los hermanos de la costa

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Los hermanos de la costa: краткое содержание, описание и аннотация

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La subinspectora Martina de Santo debe descubrir al autor de unos terribles asesinatos cometidos en la remota costa de Portosanto, un pueblecito del norte, reducto en el pasado de los últimos cazadores de ballenas. En el transcurso de su búsqueda, Martina de Santo conocerá a los «Hermanos de la Costa», una misteriosa asociación en la que se fusionan creación artística y ritos macabros. Los crímenes, que vienen cometiéndose desde tiempo atrás, tienen su origen en acontecimientos del pasado que la subinspectora va desvelando poco a poco, enfrentándose, al mismo tiempo, a delitos actuales relacionados con el narcotráfico. Juan Bolea combina lo ancestral y lo presente de manera inteligente y sutil para crear una trama apasionante que interesa desde la primera hasta la última página.

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La mano le sangraba. Se arrancó el cristal con los dientes, y con el pañuelo improvisó un rápido vendaje.

– ¿Y a casa de un amigo entras a robar, so ladrona? -le espetó Rita Jaguar-. ¿Tendré que poner un cartel para gente de tu calaña? ¿No se te ha ocurrido pensar que ésta es una propiedad privada?

– Se trata de un error, créame.

El borsalino se le había caído. La subinspectora lo recogió y lo sacudió de arena.

– Mi amigo se llama Fosco, Daniel Fosco. Me proporcionó una dirección que he debido interpretar mal. Quizá ustedes le conozcan. Éste es un pueblo pequeño, al fin y al cabo. ¿Podrían decirme dónde vive? Y, de paso, ¿dónde queda el cuartelillo de la Guardia Civil?

– No conocemos a ningún Fosco -dijo Cayo, separando unos labios de color miel.

– ¿Para qué quiere ver a los picoletos? -gruñó la madam.

– Para denunciar un robo -improvisó la subinspector-. Mi maleta desapareció del ferry nocturno. Mucho me temo que uno de los estibadores se la haya apropiado. Acepte mis disculpas, se lo ruego. Creo que encontraré la casa de los Fosco. Mi amigo me indicó que lucía dos palmeras en la entrada. Como las que tienen ustedes ahí pintadas, en el telón del jardín. Bonito escenario. ¿Hay fiesta por las noches? ¿Conciertos al aire libre?

– Una señorita como tú sabrá encontrar otras distracciones -opinó Rita-. A menos que estés buscando trabajo. -Sonriendo con lascivia, se ajustó el quimono. Globosos y fláccidos se insinuaron sus senos-. ¿Sí? ¿Era eso, gatina? Haber empezado por ahí. ¿Tenemos algún puesto vacante, Cayo?

– Aquí siempre hay trabajo, madre. Nos vendría bien otra camarera.

– ¿Has oído? Si lo quieres, el puesto es tuyo.

– Lo pensaré -repuso Martina. Sentía deseos de alejar se, y de encender un cigarrillo, pero preguntó-: ¿Cuánto?

– Hablaríamos de un fijo, más comisiones y propinas.

– ¿Qué tendré que hacer? ¿Poner copas? ¿Sólo eso?

– Déjame ver. Creo que debajo de esos trapos de marca se esconde algo que vale la pena.

Rita Jaguar la obligó a alzar la barbilla y le abrió la gabardina. Martina percibió su espeso aliento. Olía a tabaco y a algún licor dulce, pipermín, quizá.

– Podría servir. ¿Qué opinas, Cayo? ¿Cuánto pagarías por pasar un rato agradable con ella?

– Por favor, madre. Déjala ir.

Martina coincidió con su inesperado paladín en que había llegado el momento de retirarse y apartó las manos de la mujer, que se habían instalado en sus caderas con una posesiva presión.

– Volveremos a vernos, señora.

– Te estaremos esperando, bombón. No nos defraudes.

La subinspectora asintió, navegando sobre un océano de vejación, y se alejó por la playa. Cuando se dio la vuelta, Rita Jaguar y Cayo habían desaparecido.

Examinó su herida. Había dejado de sangrar, pero tardaría en cerrarse. Martina remontó una duna y se acercó a la orilla. La brisa marina le acarició la cara. Imaginó que a Berta le gustaría aquel paseo. «Tal vez podamos hacerlo juntas, más adelante», pensó. «Pasar unos días aquí cuando todo esto haya terminado.»

Pero su mente no lograba fijar una cadena lógica. Su cerebro vagaba y cambiaba de orientación como las nubes del horizonte, prendidas de las bajas presiones en una línea de vapor azulado. Si había algo que la subinspectora, hecha al rigor, a la disciplina, odiara, era la tiranía de la dispersión. Aquel caso se estaba revelando cada vez más complejo. Martina tenía la intuición de que todo cuanto había sucedido en las últimas horas estaba relacionado entre sí, como las piezas de un rompecabezas, según diría su amigo Horacio. Pero, ¿cuál sería la clave principal, la llave maestra?

La subinspectora caminaba ahora más deprisa. Había sepultado la cabeza entre los hombros, como acostumbraba hacer cuando necesitaba concentrarse. Apenas reparó en que sus pies se hundían en la arena húmeda. Las vueltas de su impecable pantalón se habían chipiado, pero se limitó a quitarse los zapatos y a continuar andando, ensimismada.

¿En qué año habían asesinado al carpintero? ¿Cuándo se había sobreseído el caso? Tenía que existir una razón por la que esa mujer, Rita Jaguar, hubiese abandonado la ciudad para comenzar una nueva vida en un pueblo perdido, lejos de la capital, más lejos aún de su pasado. Un misterio que permanecía sepultado en la tumba del carpintero. ¿Dónde había dicho Horacio que estaba enterrado Jerónimo Dauder? En el cementerio de Bolscan, sí, a pocas calles del nicho donde reposaba el cuerpo de su primera mujer, a la que él había dado muerte. Alguien la vengaría, años después. Alguien sorprendería a Dauder en su carpintería y le rompería el cráneo a martillazos. ¿Quién?, había preguntado Horacio Muñoz.

El sol se ocultó tras las nubes, oscureciendo el agua y provocando un efecto de cónica luminosidad. En el centro de ese reflectante vértice, mar adentro, una líquida sombra nadaba sorteando las grandes olas. La subinspectora admiró su arrojo, pues el agua estaba fría y las corrientes debían implicar un serio peligro. La cabeza aparecía y desaparecía, pero los brazos no cejaban en su rítmico movimiento.

Cuando estuvo más cerca, a unos cincuenta metros de la orilla, la subinspectora adivinó que la nadadora era una mujer.

La espuma azotaba su melena, confiriendo a la natación una plasticidad heroica, de desigual enfrentamiento con el mar. A ratos daba la impresión de que iba a desaparecer, arrastrada por la resaca, pero volvía a emerger una y otra vez. Cuando hizo pie aprovechó el impulso de una ola para deslizarse hasta la playa.

Martina vio salir del agua, a la carrera, alzando con sus rodillas respumones de agua, a una chica morena, apenas una niña. Estaba desnuda, y sonreía, feliz.

Pero esa sonrisa, intuyó la subinspectora, no iba destinada a ella, sino a alguien que debía estar situado en algún lugar a su espalda. Martina se giró, convencida de no hallarse sola en el arenal; sólo pudo ver las ondulantes dunas y, a lo lejos, la fachada blanca de la casa del placer, con su rótulo de neón encendido.

– Hola -dijo la chica.

Su belleza resultaba casi dolorosa. Tenía el pelo negro y la piel bruñida por el sol y la sal, pero en el centro de su hermoso rostro los ojos eran como piedras gastadas. Martina había aprendido en las calles a distinguir el origen de ese mortecino resplandor. Las miradas de los jóvenes marginales emitían esa misma y opaca luz.

Un poco más allá, junto a las dunas, la nadadora había doblado su ropa y una desteñida toalla. La desplegó y empezó a frotarse. Martina se acercó a ella lentamente, con una sensación de pudor frente a su desnudez.

– Hubo un momento en que creí que la resaca iba a poder contigo. Decidí quedarme cerca, por si necesitabas ayuda.

– Ah, no. Conozco el mar. De todas formas, gracias.

– ¿No tienes frío?

– Siempre me baño desnuda, excepto cuando estoy enferma. Aunque, en realidad, nunca lo estoy. -La niña adoptó un tono sarcástico-: Mamá se preocupa de darme mis medicinas.

Volvió a reír. Pero era una risa cansada, que burbujeaba en su garganta, propia de una persona de más edad.

Martina comentó:

– El agua debe estar helada.

– Todavía guarda el calor del verano. A partir de enero estará aún más fría. No eres de por esta parte, ¿verdad?

– Soy de Bolscan. Trabajo en una revista.

– Me chiflan las revistas. En casa recibimos algunas. Todas de cotilleo. Modelos y toreros, y también todas esas putitas que salen a pescar millonarios con yate.

– En realidad, mi publicación se dedica a otros temas. Ecología, naturaleza… He venido a observar a los pájaros. ¿Puedo preguntarte a qué te dedicas?

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