Juan Bolea - La mariposa de obsidiana

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La mariposa de obsidiana: краткое содержание, описание и аннотация

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En su primer día de vigilancia, la guardia jurado del Palacio Caballería, donde se viene celebrando una exposición dedicada a sacrificios humanos, es atrozmente asesinada. El crimen es perpetrado de noche, en la soledad del museo, y responde a la escenografía de los antiguos sacrificios aztecas. Para llevarlo a cabo, el criminal ha podido utilizar uno de los antiguos cuchillos de obsidiana que se mostraban en la exposición. Con la misma arma, arrancó la piel a su víctima, abandonando el cadáver sobre la piedra del sacrificio, en una macabra reproducción de los ritos que históricamente tuvieron lugar en las pirámides aztecas. A partir de ahí, la policía atribuirá el salvaje asesinato a un criminal perseguido por la comisión de otros homicidios recientes, algunos de los cuales se llevaron a cabo igualmente con bárbaras mutilaciones. Sin embargo, la subinspectora Martina de Santo apuntará pronto en otra dirección, eligiendo una línea de investigación que la conducirá por derroteros muy distintos.

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– Se lo agradeceré.

La propia Martina se puso al auricular para reservar una habitación en el Hotel El Corzo. Aunque la deprimían esos albergues abuhardillados, con las paredes forradas de papel pintado, y grabados de caza en el restaurante, la perspectiva de una ducha caliente la animó.

Terminó su bocadillo, apuró el whisky y pagó al tabernero.

– Todavía le pediré otro favor. Necesito la dirección de la familia Bacamorta.

El tabernero señaló a un hombre tuerto, de pelo lustroso, con chaqueta de pana, que jugaba a las cartas acodado a una de las mesas.

– Jonás. Es el hermano.

Martina pensó que la suerte, en ocasiones, se manifestaba en clave compensatoria. Sin preocuparse por lo improcedente de su actitud, ni por el hecho de que en el bar no hubiera ninguna otra mujer, arrimó una silla a la mesa donde Jonás Bacamorta jugaba al guiñote. Se sentó frente al tuerto y estuvo observándole sin disimulo hasta que Jonás, molesto, inquirió:

– ¿Nos conocemos, señora?

– No, pero quiero hablar con usted.

– ¿No ve que estoy ocupado?

– Puedo esperar unos minutos. Al fin y al cabo, el cadáver de su hermana Lucía lleva dos años esperando una respuesta.

Como si hubiese sonado una blasfemia, un silencio de hielo recorrió el local. Jonás Bacamorta apoyó las manos en el tapete y se levantó con pesadez, mirando a Martina con su único ojo sano. En el lugar donde había estado el otro, un hundido pliegue del párpado dibujaba una herida de color rosa oscuro.

– No vaya a hacer ninguna tontería -le advirtió Martina-. Soy policía. Vamos afuera.

El tuerto se levantó con tal coraje que derribó la silla. Fue al perchero, cogió su pelliza y su boina y salió a la calle. Nevaba con furia.

– Espero que lo que tenga que decirme sea importante.

– Lo es. Diríjase hacia su casa. Hablaremos allí.

Capítulo 53

A pesar de que la rodilla le dolía cada vez más, Martina caminó aprisa detrás de él, agachando la cabeza para protegerse de la nieve. No cambiaron palabra hasta llegar a la casa de los Bacamorta. La subinspectora tenía tanto frío que, al entrar en el humilde comedor y ver una chimenea encendida, estuvo a punto de emitir un grito de júbilo.

Martina se acercó al fuego. Jonás arrojó un leño y avivó las llamas con un atizador.

– Retírese, no vaya a quemarse.

Una anciana estaba sentada junto al hogar, haciendo calceta, pero no dio la menor señal de haber percibido a la visita. Continuó concentrada en su punto de cruz, moviendo apenas los labios, como si rezara.

– Está sorda y casi ciega -dijo Jonás-, pero se empeña en seguir cosiendo para la chica. ¡Abuela!

La mujeruca se levantó, como si la hubieran reprendido, y desapareció hacia la cocina, mal iluminada por una bombilla de cuarenta vatios que dejaba en penumbra el fogón.

Jonás se acercó a la subinspectora con el atizador en la mano.

– Lo que dijo en el bar no estuvo bien.

– De algún modo tenía que llamar su atención. Cálmese, Jonás -agregó Martina, acercando las manos al fuego-. Y suelte ese atizador.

– Todavía no ha demostrado ser quien dice.

La subinspectora le mostró la placa.

– Su hermana María también es muy desconfiada.

– Será cosa de familia. ¿De qué conoce a mi hermana?

– La saludé hace unas noches, en su camerino del Teatro Fénix. ¿Acudió usted al estreno de la obra?

– No.

– Sin embargo, sus padres sí que asistieron. Tengo entendido que están en Bolscan, y que se alojan en el mismo hotel que María. Pensé que a lo mejor regresaban hoy a Los Oscuros para asistir al entierro de Sonia Barca.

– Está claro que no lo han hecho. Tampoco he ido yo.

Martina se agachó hacia el hogar, cogió una ramita y encendió un cigarrillo con la llama.

– ¿Ha visto actuar a su hermana María alguna vez?

– Una sola, en el Instituto, hace años. No me gustó.

– ¿Por qué no?

– Hacía un papel de puta, o algo así. Ese profesor, Flin, las obligaba a maquillarse y vestirse como fulanas. Hasta hablaban como fulanas, con sus boquitas pintadas. A mí todo aquello me daba asco.

Martina asintió, como si compartiera su desdén hacia el arte. La subinspectora fumó pensativamente, hasta que se decidió a levantar sus cartas:

– Antes le aseguré, Jonás, que debía comunicarle algo importante. Tengo razones para creer que su hermana Lucía no sufrió un accidente.

El tuerto se mantuvo callado. Se había sentado enfrente de la subinspectora, y seguía enredando con el atizador.

Martina argumentó:

– Sonia Barca, compañera de Instituto de sus dos hermanas, resultó asesinada en la noche del pasado lunes, en Bolscan. Estamos investigando ese crimen. A Sonia la mataron de una forma horrenda, y le arrancaron la piel. He podido saber, por el médico de este pueblo, el doctor Moros, que Lucía apareció aguas abajo del lago, después de tres días de búsqueda, y que a su rostro le faltaba parte de la epidermis. No es ésta la única coincidencia entre las muertes de Sonia y de Lucía. Un mismo hombre, Alfredo Flin, el profesor de teatro, a quien usted acaba de mencionar, se encontraba cerca de ellas cuando las dos dejaron de existir.

El tuerto replicó:

– También mi otra hermana estaba con él cuando Lucía murió. María y Flin buscaron a Lucía por todo el lago, y bajaron al pueblo a pedir ayuda.

– He oído esa versión -dijo Martina-. Para comprobarla, acabo de estar en la Laguna Negra. Desde la orilla, se domina con nitidez la superficie del lago. Se me hace difícil creer que Lucía se ahogase de pronto, que desapareciera bajo las aguas sin emitir un solo grito.

– Pudo sufrir un corte de digestión.

– Eso no explicaría la mutilación de su epidermis facial.

– Los peces debieron de cebarse con sus restos.

– El cuerpo de un ahogado suele descender hasta el fondo -argüyó Martina-, para quedar en posición de puente, con las puntas de los pies apoyadas en el lecho y el rostro semienterrado en el fango. Se me hace muy extraño que a los peces sólo les llamase la atención la piel de su cara, por otra parte incrustada en el lodo.

– La corriente la arrastraría, la golpearía contra las rocas.

– Es posible -murmuró la subinspectora-. ¿Tiene alguna fotografía suya?

– ¿De Lucía?

– De las gemelas.

– Aguarde un momento.

Jonás desapareció en el interior de la vivienda. Desde una de las alcobas se oyó ruido de cajas. El tuerto reapareció con un cofre de latón, sosteniéndolo en las manos como una urna.

– Tenga.

Las fotografías estaban sin clasificar. Las antiguas, en blanco y negro, se mezclaban con las más actuales. La humedad y la deficiente impresión habían desvaído los colores. Curiosamente, las hermanas Bacamorta no aparecían juntas en ninguna de las imágenes.

– ¿Por qué no hay fotos de las dos? -preguntó la subinspectora.

– Eran independientes una de otra. En eso, no parecían gemelas. En el físico, sí.

– Supongo que incluso a usted le resultaría difícil distinguirlas.

– Lucía era un poco más delgada.

En una de las fotos, María posaba en el salón de actos del Instituto, ante el telón de boca. Enlutada y con los rubios cabellos recogidos en un moño pasado de moda, parecía a punto de actuar en una tragedia de García Lorca. En otra de las instantáneas, Lucía figuraba junto a Flin. El profesor de arte dramático la abrazaba por la cintura.

– ¿María y Lucía no se llevaban bien?

– Reñían más de la cuenta.

– ¿Alguna vez discutieron por un mismo chico?

– Se mostraban muy reservadas con las cosas de novios. Nunca supimos casi nada.

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