Åsa Larsson - Aurora boreal

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Aurora boreal fue galardonada con el Premio a la Mejor Primera Novela Negra por la Asociación Sueca de Escritores de Novela Negra, y Det blod spillts, la segunda entrega de la serie, con el Premio a la Mejor Novela Negra Sueca.
El cuerpo de Victor Strandgard, el predicador más famoso de Suecia, yace mutilado en una remota iglesia en Kiruna, una ciudad del norte sumergida en la eterna noche polar. La herman de la víctima ha encontrado el cadáver, y la sospecha se cierne sobre ella. Desesperada, pide ayuda a su amiga de infancia, la abogada Rebecka Martinsson, que actualmente vive en Estocolmo y que regresa a su ciudad natal dispuesta a averiguar quién es el verdadero culpable. Durante la investigación sólo cuenta con la complicidad de Anna-Maria Mella, una inteligente y peculiar policía embarazada. En Kiruna mucha gente parece tener algo que ocultar, y la nieve no tardará en teñirse de sangre.

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– Qué tranquilo está esto -le dijo a la chica del mostrador.

– Están todos de cursillo -le contestó-. Tenemos la Conferencia de los Milagros.

– Habéis decidido seguir adelante a pesar de que Viktor Strandgård…

– Sí -se apresuró a responder la chica-. Él lo habría querido así, y Dios también. Entre ayer y anteayer han pasado muchos periodistas por aquí. Haciendo preguntas y comprando cintas y libros, pero hoy se está muy tranquilo.

Aquí era. Rebecka había encontrado el estante con los libros de Viktor. El Cielo, ida y vuelta. Estaba en inglés, alemán y francés. Miró la contraportada. «Impreso por VictoryPrint HB.» Miró las contraportadas de otros libros y textos. También estaban impresos en VictoryPrint HB. En las cintas de vídeo ponía «copyright VictoryPrint HB». Bingo.

En ese momento oyó a alguien justo detrás suyo.

– Rebecka Martinsson -dijo una voz excesivamente alta-. Cuánto tiempo sin verte.

Al darse la vuelta vio al pastor Gunnar Isaksson. Lo tenía casi encima. Se le había acercado tanto a propósito y casi la rozaba con la barriga.

«Es una barriga magnífica y útil», pensó Rebecka.

Sobresalía por encima del cinturón como una vanguardia independiente y podía invadir el espacio de las personas mientras Gunnar Isaksson la usaba como protección y para mantenerse a una distancia adecuada. Rebecka venció el instinto de dar un paso hacia atrás.

«He soportado tus manos tocándome cuando rezabas por mí -pensó-. Así que por mis ovarios que puedo aguantar tenerte tan cerca.»

– Hola, Gunnar -dijo tranquila.

– He estado esperando a que aparecieras -le informó él-. Pensé que ahora que estás en la ciudad podrías venir a los encuentros que hacemos por la tarde.

Rebecka guardó silencio. Viktor Strandgård los observaba desde un póster en la pared.

– ¿Qué opinas de la librería? -continuó Gunnar Isaksson mirando orgulloso a su alrededor-. La reformamos el año pasado. La conectamos con la cafetería para que la gente pueda estar hojeando un libro mientras toma algo. Allí dentro puedes colgar el abrigo, si quieres. Les he propuesto colgar un cartel en la repisa de los sombreros que diga: «Deja la razón aquí.»

Rebecka lo miró un momento. Se le notaba la buena vida que se daba. La barriga más grande, camisa y corbata caras. La barba y el pelo bien cuidados.

– ¿Que qué opino de la librería? -respondió-. Opino que la congregación debería cavar pozos para sacar agua y darles escuelas a los niños de la calle para que no se prostituyan.

Gunnar Isaksson le lanzó una mirada arrogante.

– Dios no está para irrigaciones artificiales -dijo alzando la voz y enfatizando la palabra «Dios»-. En esta congregación ha brotado una fuente fruto de Su abundancia. Con nuestras plegarias, más fuentes correrán por todo el planeta.

Le echó un vistazo a la chica del mostrador y constató, para su satisfacción, que se había ganado también su atención. Era más divertido poner a Rebecka en su sitio con público delante.

– Esto -dijo con un gesto grandioso que parecía comprender la Iglesia de Cristal y todo el éxito que había tenido la congregación-, esto es sólo el principio.

– Esto no son más que chorradas -dijo Rebecka con indignación-. Los pobres tienen que rezar para alcanzar su propia riqueza, ¿es eso lo que quieres decir? ¿No dice Jesús: «Ciertamente, lo que no hayáis hecho por ninguno de los más débiles, tampoco lo habréis hecho por mí»? Y ¿qué se decía que les iba a pasar a los que no hubieran ayudado a los débiles? «E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»

Gunnar Isaksson se sonrojó. Se inclinó hacia adelante y su aliento cayó pesadamente sobre la cara de Rebecka. Olía a mentol y a naranja.

– ¿Y tú crees que perteneces a los justos? -le preguntó con sarcasmo.

– No -le dijo Rebecka también susurrando-. Pero tú quizá deberías ir preparándote para hacerme compañía en el infierno. -Antes de que Gunnar pudiera responder continuó-: He visto que VictoryPrint HB edita gran parte de lo que se vende aquí. Tu mujer es copropietaria de esa empresa, si no me equivoco.

– ¿Y? -dijo Gunnar, desconfiado.

– He estado en la delegación de Hacienda. La sociedad limitada ha recuperado cantidades enormes de impuestos del Estado. No se me ocurre otra explicación: alguien ha tenido que hacer grandes inversiones en la sociedad. ¿De dónde se ha sacado el dinero para hacerlo? ¿Tu mujer gana un buen sueldo? Antes era profesora, ¿no?

– No tienes ningún derecho a meter las narices en los asuntos de VictoryPrint -resopló Gunnar Isaksson.

– Las desgravaciones fiscales son públicas -contestó Rebecka en voz alta-. Me gustaría que respondieras a unas preguntas. ¿De dónde sale el dinero que se invierte en VictoryPrint? ¿Estaba preocupado Viktor por algo antes de morir? ¿Tenía una relación con alguien? Por ejemplo, ¿con algún hombre de la congregación?

Gunnar Isaksson dio un paso hacia atrás y la miró con desprecio. Entonces levantó el dedo índice y señaló la puerta.

– ¡Fuera! -gritó.

La chica del mostrador dio un respingo y los miró aterrada. Chapi se puso en pie y empezó a ladrar.

Gunnar Isaksson dio un paso amenazante hacia Rebecka y ésta tuvo que retroceder.

– ¡No vengas aquí intentando amenazar la obra de Dios y a la gente de Dios! -rugió-. ¡En el nombre de Cristo, rechazo todos tus actos! ¿Oyes lo que te digo? ¡Fuera!

Rebecka giró sobre sus talones y salió de la librería a paso ligero. El corazón le cabía en un puño. Chapi la seguía pegada a sus pies.

El atardecer cayó como un manto azul oscuro sobre el jardín de la abuela de Rebecka. Estaba sentada en un trineo de madera, mirando a Lova y a Chapi mientras jugaban. Sara estaba arriba, leyendo en la cama. Ni siquiera contestó cuando Rebecka le preguntó si quería salir. Cerró la puerta de la habitación y se echó en la cama.

– ¡Mira, Rebecka! -gritó Lova.

Se había subido al caballete del tejadillo de la despensa que estaba en el exterior, se dio la vuelta y se dejó caer de espaldas sobre la nieve. Había muy poca altura. Se quedó tumbada y empezó a mover los brazos y las piernas intentando dejar en la nieve la silueta de un ángel.

Jugaron casi una hora y construyeron una pista de obstáculos. Empezaba con un túnel a través de un montón de nieve en dirección al granero, después había que dar tres vueltas al abedul grande, subir al tejadillo de la despensa, hacer equilibrios en el caballete, saltar en la nieve y volver al punto de partida. Lova decidió que el último trozo había que hacerlo corriendo de espaldas por la nieve, que llegaba hasta la rodilla. Ahora estaba ocupada en señalizar la pista con ramas de pino, pero Chapi le estaba dando problemas: se las iba robando una a una y se las llevaba a lugares secretos a los que la luz no llegaba.

– ¡Te digo que pares! -le gritó sin aliento Lova a Chapi, que se marchó felizmente, corriendo con otro botín en la boca.

– Oye, ¿qué tal un poco de chocolate y tostadas? -intentó Rebecka por tercera vez.

Se había cansado cavando el túnel. Ahora ya había dejado de sudar y empezaba a tener frío. Quería entrar en casa. Aún seguía nevando.

Pero Lova protestaba acalorada. Rebecka tenía que tomarle el tiempo mientras daba una vuelta al recorrido.

– Pues vamos a hacerlo ahora -dijo Rebecka-. Tendrás que arreglártelas sin las ramas. Ya sabes por dónde va la pista.

Era complicado correr en la nieve. Las vueltas al abedul se quedaron en dos y el último trozo no lo corrió de espaldas. Cuando llegó a la meta se desplomó exhausta en los brazos de Rebecka.

– Récord del mundo -gritó Rebecka.

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