Åsa Larsson - Aurora boreal

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Aurora boreal fue galardonada con el Premio a la Mejor Primera Novela Negra por la Asociación Sueca de Escritores de Novela Negra, y Det blod spillts, la segunda entrega de la serie, con el Premio a la Mejor Novela Negra Sueca.
El cuerpo de Victor Strandgard, el predicador más famoso de Suecia, yace mutilado en una remota iglesia en Kiruna, una ciudad del norte sumergida en la eterna noche polar. La herman de la víctima ha encontrado el cadáver, y la sospecha se cierne sobre ella. Desesperada, pide ayuda a su amiga de infancia, la abogada Rebecka Martinsson, que actualmente vive en Estocolmo y que regresa a su ciudad natal dispuesta a averiguar quién es el verdadero culpable. Durante la investigación sólo cuenta con la complicidad de Anna-Maria Mella, una inteligente y peculiar policía embarazada. En Kiruna mucha gente parece tener algo que ocultar, y la nieve no tardará en teñirse de sangre.

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– Seguramente ayunaba -respondió el padre.

«Voy a tener que preguntar dónde está el baño», pensó Anna-Maria.

– ¿Ayunar? -preguntó, aguantándose sus necesidades-. ¿Por qué?

– Bueno -respondió Olof Strandgård-. En la Biblia pone que Jesús ayunó cuarenta días en el desierto y fue tentado por el diablo antes de que apareciera en Galilea y escogiera a sus primeros discípulos. Y pone que los apóstoles rezaron y ayunaron cuando nombró a los primeros consejos de ancianos de las primeras congregaciones y los consagró a Dios. En el Antiguo Testamento Moisés y Elías ayunaron antes de que se les apareciera Dios. Probablemente Viktor sintió que le esperaba un arduo trabajo durante la Conferencia de los Milagros y quería concentrarse con ayuda del ayuno y la oración.

– ¿Qué es eso de la Conferencia de los Milagros? -preguntó Sven-Erik.

– Empezaba el viernes por la noche y acabará el próximo domingo por la noche. Durante el día, cursillos; y por la noche, encuentros. Trata de los milagros. Curaciones, milagros, atención de ruegos, regalos espirituales. Esperen un momento.

Olof Strandgård se levantó y desapareció en dirección al recibidor. Al cabo de un rato volvió con una cartulina de color brillante en las manos. Se la dio a Sven-Erik. Éste se inclinó hacia Anna-Maria para que ella también pudiera ver de qué se trataba.

Era una invitación doblada, tamaño A4. Había una fotografía de gente alegre con las manos levantadas. En otra foto una mujer riendo alzaba a su hijo pequeño. En otra se veía a Viktor Strandgård rezando por un hombre que estaba de rodillas, con las manos alzadas hacia el cielo. Viktor tenía puestos los dedos índice y corazón en la frente del hombre y éste cerraba los ojos. En el texto ponía que los cursillos tratarían, entre otros temas, de «Tienes poder para pedir misericordia», «Dios ya ha vencido tu enfermedad» y «Deja salir tu misericordia espiritual». Y añadía que en los encuentros de la noche se podría bailar, cantar y reír espiritualmente, y ver cómo Dios hacía milagros en uno mismo y en los demás. Todo al precio de cuatro mil doscientas coronas, comida y alojamiento aparte.

– ¿Cuánta gente participará en la conferencia? -cuestionó Sven-Erik.

– No sé exactamente -respondió Olof, dejando entrever cierto orgullo-, pero más de dos mil.

Anna-Maria vio cómo Sven-Erik contaba mentalmente los importantes ingresos que la congregación habría obtenido con la conferencia.

– Queremos una lista de los participantes -dijo Anna-Maria-. ¿A quién nos hemos de dirigir?

Olof Strandgård le dio un nombre y ella lo escribió en su cuaderno de notas. Sven-Erik tendría que poner a alguien a comparar la lista con el registro de la policía.

– ¿Cómo era la relación con Sanna? -preguntó Anna-Maria.

– ¿Perdone? -contestó Olof Strandgård.

– Sí, ¿podrían describir su relación?

– Eran hermanos.

– Pero eso no significa que, por definición, tuvieran una buena relación -insistió Anna-Maria.

El padre respiró hondo.

– Eran muy buenos amigos, aunque Sanna es una persona frágil. Sensible. Tanto yo como mi mujer y nuestro hijo la hemos tenido que cuidar más de una vez, a ella y a las niñas.

«Qué pesadez con lo de lo frágil que es», pensó Anna-Maria.

– ¿Qué quiere decir con lo de que es sensible? -preguntó. Vio que Kristina se revolvía en su asiento.

– No es fácil hablar de eso -dijo Olof-. Es que hay períodos en los que tiene dificultades para portarse como una persona adulta. Le es difícil ponerles límites a las niñas. Y a veces le ha sido difícil cuidar de sí misma y de ellas. ¿No es verdad, Kristina?

– Sí -respondió su esposa, sumisa.

– En alguna ocasión se ha quedado tumbada en una habitación a oscuras durante una semana entera -continuó Olof Strandgård-. Sin contestar cuando le hablaban. En esos casos, hemos cuidado de las niñas, y el chico le daba de comer a Sanna con una cuchara, como si fuera una niña.

Hizo una pausa mirando fijamente a Anna-Maria.

– No hubiera podido quedarse con las niñas si no hubiera sido por la ayuda de la familia -añadió.

«De acuerdo -pensó Anna-Maria-. Realmente quieres convencernos de lo frágil y débil que es. ¿Por qué? Una familia de bien como vosotros debería silenciar esos temas.»

– ¿Las niñas no tienen padre?

Olof Strandgård suspiró.

– Claro que sí -respondió-. Sanna sólo tenía diecisiete años cuando tuvo a Sara. Y yo… -sacudió la cabeza al recordar lo pasado-… yo insistí en que se casaran, aunque fueran tan jóvenes. Pero la promesa ante Dios no le impidió al marido abandonar a la esposa y a la niña cuando Sara sólo tenía un año. El padre de Lova fue una debilidad esporádica.

– ¿Cómo se llaman? Queremos ponernos en contacto con ellos -inquirió Sven-Erik.

– Claro que sí. Ronny Björnström, el padre de Sara, vive en Narvik. Creemos. No tiene contacto con su hija. Sammy Andersson, el padre de Lova, murió en un trágico accidente de moto hace unos dos años. Iba por un lago a finales de invierno y el hielo se rompió. Una historia horrible.

«Si no quiero hacérmelo en este bonito sillón…», pensó Anna-Maria levantándose trabajosamente.

– Disculpen, pero tengo que ir al… -dijo.

– En el recibidor, a la derecha -respondió Olof Strandgård, levantándose mientras ella dejaba la sala.

El baño estaba igual de limpio que el resto de la casa. Había un aroma artificial a flores. Seguramente sería el perfume que había en alguno de los sprays encima del armario. Dentro de la taza había un colgante con algo azul que coloreaba el agua cuando se tiraba de la cadena.

– Estamos muy preocupados porque Rebecka Martinsson se haga cargo de las niñas -dijo Olof Strandgård cuando ella volvió a sentarse en el sillón-. Probablemente estén impresionadas y asustadas por todo lo que ha sucedido. Necesitan seguridad y tranquilidad a su alrededor.

– La policía no puede hacer nada al respecto -respondió Anna-Maria-. Su hija es su madre y si las ha dejado con Rebecka Martinsson…

– Pero yo digo que Sanna no es responsable de sus actos. Si no hubiera sido por mí y por mi esposa, hoy no hubiera tenido la tutela de las niñas.

– Eso tampoco es asunto de la policía -respondió Anna-Maria de forma neutral-. Son los servicios sociales y el tribunal administrativo provincial quienes deciden quitarle la tutela a los padres, si lo consideran procedente.

De golpe desapareció la suavidad en la voz de Olof Strandgård.

– Así que no podemos esperar ninguna ayuda por parte de la policía -dijo cortante-. Naturalmente que me pondré en contacto con los servicios sociales si es necesario.

– ¿Es que no lo entienden? -exclamó Kristina Strandgård de pronto-. Rebecka ya ha intentado antes dividir a la familia. Hará cualquier cosa para poner a las niñas en nuestra contra. Igual que hizo antes con Sanna.

Lo último se lo dijo a su marido. Olof Strandgård estaba sentado, con las mandíbulas apretadas, mirando a través de la ventana de la sala de estar. Su postura era rígida y tenía las manos entrelazadas.

– ¿Qué quiere decir «antes con Sanna»? -preguntó Sven-Erik con suavidad.

– Cuando Sara tenía tres o cuatro años Sanna y Rebecka Martinsson compartían piso -continuó Kristina Strandgård con esfuerzo-. Intentó dividir a nuestra familia. Y es una enemiga de la Iglesia y del trabajo de Dios en la ciudad. ¿No entienden lo que sentimos al saber que las niñas están a su merced?

– Lo entiendo -respondió Sven-Erik para congraciarse-. ¿De qué manera intentó dividir a la familia y combatir a la Iglesia?

– Haciendo…

Una mirada de su marido hizo que se mordiera los labios y no acabara la frase.

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