Tanto Sven-Erik como Anna-Maria negaron con la mano. Kristina Strandgård se volvió a sentar pero esta vez al borde del sofá, dispuesta a ponerse en pie en el momento que fuera necesario.
Anna-Maria se quedó observándola. No parecía una mujer que acababa de perder a su hijo. Llevaba el pelo recién lavado y peinado con secador. Vestía un polo, chaqueta y pantalones, de color arena y beige, a juego. Se había pintado los ojos y los labios. Sus manos no se entrelazaban de desesperación. No había sobre la mesa ni un solo pañuelo de papel arrugado frente a ella. Por el contrario, era como si se hubiera cerrado al mundo.
«No, no es eso -pensó Anna-Maria, sintiéndose de pronto muy incómoda-. No se ha cerrado al mundo. Se encierra en sí misma.»
– Agradecemos que pudieran venir enseguida -dijo Olof Strandgård-. Hace un momento hemos oído que han detenido a Sanna. Entenderán que eso es un error. Mi mujer y yo estamos muy preocupados.
– Naturalmente -respondió Sven-Erik-. Pero quizá deberíamos ir por partes. Primero les haremos unas preguntas relativas a Viktor y después podremos hablar de su hija.
– De acuerdo -dijo Olof Strandgård sonriendo.
«Bien, Sven-Erik -pensó Anna-Maria-. Coge el mando ahora porque, si no, esta visita se habrá acabado y no nos habrán dicho nada.»
– ¿Podrían explicarnos cosas de Viktor? -inquirió Sven-Erik-. ¿Qué clase de persona era?
– ¿En qué sentido les puede ayudar esa información en su trabajo? -preguntó Olof Strandgård.
– Es una pregunta que siempre se hace -insistió Sven-Erik sin dejarse provocar-. Tenemos que intentar hacernos una idea de su hijo, ya que no lo conocimos en vida.
– Tenía talento -dijo el padre, muy serio-. Mucho talento. Imagino que todos los padres dicen lo mismo de sus hijos, pero pregúntenles a sus antiguos maestros y confirmarán lo que les digo. Tenía excelentes notas en todas las asignaturas y estaba dotado para la música. Sabía concentrarse. Los deberes del colegio, las lecciones de guitarra… Y después del accidente se concentró en Dios al cien por cien.
Se echó hacia atrás en el sofá y se cogió ligeramente la pernera derecha del pantalón antes de cruzar la pierna sobre la izquierda.
– No es una empresa fácil lo que Dios le pidió al muchacho -continuó-. Lo dejó todo de lado. Dejó los estudios de bachiller y la música. Predicaba y rezaba. Y estaba obsesionado por su convicción de que la fe volvería a Kiruna, pero también estaba convencido de que era imprescindible que las iglesias libres se unieran. La unión hace la fuerza, como se dice. En aquellos tiempos no había ninguna hermandad entre la Iglesia de Pentecostés, la de la Misión y la Baptista, pero él era terco. Sólo tenía diecisiete años cuando recibió la llamada de la fe. Casi obligó a los pastores a que se encontraran y rezaran juntos: Thomas Söderberg, de la Iglesia de la Misión; Vesa Larsson, de la de Pentecostés; y Gunnar Isaksson, de la Baptista.
Anna-Maria se revolvió en el sillón. Estaba incómoda y el niño boxeaba con su vejiga.
– ¿Recibió la llamada de la fe cuando sufrió el accidente? -preguntó.
– Sí. El chico iba en bicicleta, era invierno, y lo atropellaron. Bueno, son de Kiruna, así que conocen el resto. La congregación no dejaba de crecer y pudimos construir la Iglesia de Cristal. Es tan conocida como nuestro muchacho. La popular Carola, la de Eurovisión, dio un concierto de Navidad en diciembre pasado.
– ¿Cómo era su relación con él? -preguntó Sven-Erik-. ¿Se veían a menudo?
Anna-Maria vio que Sven-Erik se esforzaba en llamar la atención de Kristina Strandgård con sus preguntas, pero su mirada sin voluntad se había fijado en el dibujo de medallones de las cortinas.
– Entre mis familiares hay muy buena relación -respondió Olof Strandgård.
– Aparte de la iglesia, ¿tenía contacto con alguien o algún otro interés?
– No, como ya le he dicho, decidió apartarse de todo y sólo trabajar para Dios.
– Pero ¿no les inquietaba? Quiero decir, que se apartara de las chicas y de los otros intereses que tenía.
– No, lo cierto es que no.
El padre se rió como si considerara que lo que Sven-Erik acababa de decir fuera ridículo.
– ¿Quiénes eran sus mejores amigos?
Sven-Erik miró las fotografías que había en las paredes. Encima del televisor había una gran fotografía de Sanna y de Viktor. Dos niños con el pelo largo, y rubios como el sol. Sanna con rizos de ángel. El pelo de Viktor liso como una cascada. Sanna tenía que estar al principio de la pubertad. Se podía ver que no quería sonreír al fotógrafo. Había algo de rebeldía en la expresión de su boca. Viktor también estaba serio, pero más natural. Como si estuviera pensando en otra cosa y hubiera olvidado dónde se encontraba.
– Sanna tenía trece años y el chico diez -dijo Olof, que vio a Sven-Erik mirando la fotografía-. Se ve claramente cómo admiraba a su hermana. Quería llevar el pelo largo como ella y, desde que era muy pequeño, gritaba como un cochinillo cada vez que su madre se le acercaba con las tijeras. Al principio, en el colegio se burlaban de él, pero insistió en llevar el pelo largo.
– ¿Y sus amigos? -recordó Anna-Maria.
– Yo creo que sus familiares éramos sus mejores amigos. Tenía mucha relación con nosotros y con Sanna. Y adoraba a las niñas.
– ¿Las hijas de Sanna?
– Sí.
– Kristina -dijo Sven-Erik.
Kristina Strandgård dio un respingo.
– ¿Hay algo más que quiera añadir? Sobre Viktor -aclaró Sven-Erik cuando la miró con gesto interrogante.
– ¿Qué puedo decir? -respondió insegura y mirando de reojo a su marido-. No tengo nada que añadir. Olof lo ha descrito muy bien, creo yo.
– ¿Tienen algún álbum con recortes de prensa de Viktor? -preguntó Anna-Maria-. Quiero decir que como salía a menudo en los periódicos…
– Ahí -respondió Kristina Strandgård señalando un mueble-. Es el álbum grande y marrón, en el estante de abajo.
– ¿Me lo pueden prestar? -preguntó Anna-Maria mientras se levantaba para cogerlo de la estantería-. Se lo devolveremos en cuanto nos sea posible.
Mantuvo cogido el álbum un instante y luego lo dejó sobre la mesa, delante de ella. Le gustaría tener otras imágenes de Viktor en su cabeza que aquel cuerpo destrozado y los ojos arrancados.
– Necesitaríamos que escribieran los nombres de las personas que lo conocían -pidió Sven-Erik-. Queremos hablar con ellos.
– Será una lista muy larga -respondió Olof Strandgård-. Toda Suecia, y aún me quedo corto.
– Quiero decir los que lo conocían personalmente -respondió Sven-Erik, paciente-. Enviaremos a alguien a buscar la lista esta tarde. ¿Cuándo fue la última vez que vieron a su hijo con vida?
– El domingo por la noche, en el canto de salmos de la iglesia.
– El domingo por la noche antes de que lo asesinaran, claro. ¿Hablaron con él?
Olof Strandgård movió la cabeza con pena.
– No, estaba con el grupo de oración y totalmente ocupado.
– ¿Cuándo fue la última vez que se vieron y tuvieron tiempo de hablar?
– El viernes por la tarde, dos días antes de que…
El padre se interrumpió y miró a su mujer.
– Le habías preparado comida, Kristina. ¿Verdad que fue el viernes?
– Sí, así es. La Conferencia de los Milagros empezaba entonces y yo sé que se olvida hasta de comer. Siempre antepone a los demás. Así que fuimos a su casa y le llenamos el congelador. Me dijo que era como una gallina con sus polluelos.
– ¿Parecía preocupado por algo? -les preguntó Sven-Erik-. ¿Había algo por lo que estuviera intranquilo?
– No -respondió Olof.
– Al parecer no había comido desde hacía tiempo cuando murió -añadió Anna-Maria-. ¿Saben ustedes por qué? ¿Puede ser porque lo hubiera olvidado?
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