Aimée deslizó sus uñas púrpura en los bolsillos de los ajustados vaqueros. Se encogió de hombros y se rascó la cabeza.
– No empieces-dijo la mujer. Parecía estar tan enfadada como para escupirle.
Aimée se levantó de un salto.
– Mira, yo…
– ¡Ya fue suficiente la última vez!- interrumpió la mujer.
Definitivamente, esta esquelética mujer de ojos raros tenía una fijación.
Aimée escuchó ruidos en el pasillo.
Una expresión de alarma surcó el rostro de la mujer. Estaba aterrorizada, de eso Aimée estaba segura. La mujer se levantó de su silla como un resorte.
– ¡Se lo explicas tú!-dijo acercándose a la puerta a grandes zancadas. El frío miedo a lo desconocido recorrió las venas de Aimée. Ahora deseaba haber traído a René de apoyo.
La puerta se abrió de golpe. Un hombre alto con pelo rapado y oscuro que ensombrecía su cráneo empujaba una plataforma llena de cajas apiladas. Tras las cajas de cartón se vislumbraba su traje a raya diplomática.
– Acaban de llegar-dijo-. Hay más en el coche-dijo dirigiéndose a la mujer.
Ella se movió con rapidez.
– Te encargas tú de ella-dijo antes de salir.
El hombre levantó las cajas con un gruñido, las apoyó en el suelo y entonces vio a Aimée. Su rostro bronceado de marcadas arrugas contrastaba con sus brillantes y agudos ojos turquesa. Tomó un vídeo en un estuche de plástico de dentro de una de las cajas, se lo lanzó y comenzó a almacenar un montón de vídeos en una esquina.
Aimée leyó la reseña en el interior del plástico transparente: “Todo está aquí, vea la VERDAD, visite lo que llaman un campo de la muerte y vea el engaño perpetuado durante cincuenta años”.
– ¡Impresionante!-dijo ella.
El se volvió y le dedicó una mirada.
Ella palideció. En su muñeca lucía tatuajes con símbolos de las SS como si fueran brazaletes.
– Discutimos formas artísticas ideales, comparando el arte degenerado del presente y exponiendo mitos de la filosofía del siglo XX como la falacia de los campos de la muerte.-Señaló un cartel frente a ella.
Ella hizo como que estudiaba el eslogan del cartel: “Guía para reconocer los tentáculos sionistas en la literatura!”.
El extendió el brazo y lanzó un puñetazo, como si lo estuviera apuntando con una aguja.
– Nuestros cuerpos son templos arios y nosotros no fumamos hierba.-Sus helados ojos turquesa no abandonaban nunca el rostro de ella.
Pensó que no se le escapaba nada. Y daba más miedo que la recepcionista del ojo errante.
– No pasa nada. Estoy limpia, limpia de verdad-dijo con demasiado énfasis.
– ¿Quién ere?
Ella se encogió de hombros.
– Eso es lo que yo me pregunto.
– ¿Dónde están?.- A ella le entró el pánico. ¿Qué era lo que esperaban? ¿Qué pasaría si el verdadero mensajero llegaba mientras ella hablaba?
Sobre el escritorio que tenía tras él sonó el teléfono y contestó. Le dio la espalda y se puso a escribir en una libreta.
Si se trataba de alguien que llamaba para hablar sobre su supuesto asunto, entonces estaba en un serio peligro. Comenzó a estudiar los panfletos sobre los expositores de la pared al tiempo que se acercaba a la puerta poco a poco mientas él hablaba por teléfono. Casi había llegado a la puerta cuando el colgó el teléfono de golpe.
– No tan deprisa-dijo él-. Llévate estos- dijo al tiempo que el entregaba un montón de vídeos. Parecía estar más tranquilo-. Todo se ha reorganizado. Tráelos a nuestra reunión del sábado. En Montgaller , en el piso de arriba de ClicClac Vídeo.
– D’accord -accedió ella. Sacó su tarjeta-. Este es mi trabajo real.
Ahora él parecía incluso casi amable. La tarjeta rezaba “Luna, del Jardín del Sonido, Organización de Eventos/Gestión de sonidos, Les Halles”. Se trataba de una que había tomado de su fichero de alias.
De manera teatral se quitó el polvo de las manos y buscó la suya. Cuando intercambiaron sus tarjetas ella se dio cuenta de que sus manos estaban frías como el hielo. En su tarjeta se leía “Thierry Rambuteau, DocuProducciones” junto a una corta lista de direcciones de fax, correo electrónico y números de teléfono.
Se escucharon gritos procedentes del pasillo. Al oír el sonido del cristal al romperse y de los forcejeos, ella asió los puños americanos en el interior de los bolsillos de la cazadora de cuero. El rostro de Thierry permaneció como una máscara mientras unas carcajadas escandalosas resonaban en el vestíbulo exterior. La condujo hasta la puerta.
– Quédate a hablar con nosotros después de la reunión, Luna-dijo en un tono de voz diferente. Sus ojos azules brillaban con calidez-. Nuestra causa cambiara tu vida. Lo hizo con la mía.
Una posibilidad remota. Eso es lo que ella quería decirle. En el exterior, trozos de cristal se dispersaban en el suelo de parqué del vestíbulo. No había ni rastro de nadie, pero la puerta del cuarto de baño de enfrente se encontraba ligeramente abierta.
Ella salió a la luz del sol en la avenida Jean Jaurès con la curiosidad de saber lo que había ocurrido, pero a la vez satisfecha de poder marcharse. ¿Qué ocurría?
Esperó diez minutos y luego volvió sobre sus pasos y entró de nuevo en el edificio. Silencio. Un olor a cítrico flotaba en el pasillo. Habían barrido los cristales y habían cerrado con candado la puerta de Les Blancs Nationaux
¿Había descubierto Thierry Rambuteau que Aimée no era la persona por la que había tomado la esquelética mujer del ojo errante? ¿Y si le había seguido la corriente? Podría averiguarlo si Morbier la ayudaba.
Había dejado el abrigo de Lili Stein que olía a cedro en una taquilla de la estación con la intención de llevarlo a la tintorería. Se lo puso, cansada de la reacción de otras personas en el metro.
Pensó en Lili Stein y en su propia madre. La madre cuyo rostro permanecía borroso, flotando vagamente en los recodos de la memoria. Rodeó con los brazos el abrigo que cubría los tatuajes y el cuero negro.
– Maman -susurró en voz baja mientras arropaba su cuerpo con el abrigo.
Viernes al mediodía
– ¡Sarah!- Tras ella escuchó una voz aguda y risueña.La anciana se detuvo sonriendo y se dio la vuelta. Se dio cuenta demasiado tarde de que un grupo de niñas hablaban entre ellas, y no era ella a la que se dirigían. Nadie la había llamado así desde hacía cincuenta años. ¿Por qué había vuelto la cabeza después de todo este tiempo?
Llegó a la esquina y se quedó delante de los escaparates luminosos. Y, por primera vez en mucho tiempo, se dedicó a observar la forma en la que ella se aparecía ante el mundo. Mirándola fijamente se encontraba una mujer de sesenta y cinco años, de rostro delgado surcado de arrugas con marcados pómulos y unas bolsas de la compra repletas entre sus pies. No veía ni rastro de la Sarah que fue.
Se detuvo a tomar un café con leche en el Boulevard Voltaire frente a Tati, la tienda de oportunidades. Sobre la máquina de café colgaba un espejo de marco dorado rodeado de sobadas tarjetas de visita y viejos resguardos de lotería.
Marie, la regordeta dueña con delantal tomó aire.
– Has estado en las rebajas de Monoprix, ¿no?
Sarah asintió.
– Oui .-Atusó unos mechones sobre sus orejas, con cuidado de no estropear la peluca.
Marie movió la cabeza y mostró su aprobación mientras pasaba un trapo al mostrador.
– Yo quiero ir antes de que sea demasiado tarde; solo son una vez al año. ¿Quedan muchas cosas?
Sarah se las arregló para componer una cansada sonrisa mientras se ajustaba el pañuelo sobre la frente.
– No he podido llegar hasta el cuarto piso. Estaba demasiado abarrotado pero todavía tenían bastantes cosas para la casa, la gente no había empezado a pelearse todavía.
Читать дальше