Sinta, la mujer de Abraham, entró en el dormitorio pisando fuerte.
– Escuche, mademoiselle detective…-Separó los pies como para que sostuvieran sus anchas caderas y volvió a sujetarse el denso cabello negro con las peinetas de carey. Desde los pliegues del delantal descolorido le interrumpió un fuerte pitido-. Alors !-murmuró y sacó del bolsillo una Nintendo Game Boy. Pulsó varios botones y volvió a meterla en el delantal.
– ¡ Salauds (cerdos) neonazis !- Tenía una voz sorprendentemente melódica, con fuerte acento israelí-. En la tienda nos acosan día y noche-continuó impasible- Lili siempre les chillaba para que se fueran. Me dijo que no les tenía miedo, pero supongo que tendría que haberlo tenido.
– ¿Era una banda? ¿Qué aspecto tenían?-preguntó Aimeé-. El húmedo frío traspasaba su chaqueta de lana. ¿Por qué no encendían la calefacción?
– Nunca les presté demasiada atención-dijo Sinta encongiéndose de hombros-. Yo cocinaba la repostería en la cocina de la parte de atrás y ella trataba con los clientes.
– Su marido mencionó que ella veía fantasmas-dijo Aimeé.
– sí, los viejos lo hacen.-Sinta puso los ojos en blanco mirando a Raquel, la cual asintió con complicidad.
– No hablo mal de los muertos, ella era mi suegra. Vivimos bajo el mismo techo durante trece años-dijo Sinta-. Pero tenía un carácter difícil. Ultimamente le había dado por ver fantasmas en todos los sitios: en el armario, por la ventana, en la calle…fantasmas.
– ¿Sombras?
Sinta miraba hacia otro lado, como si la estuviera despidiendo. Aimeé se levantó y la agarró del codo, forzando así a la mujer a darse la vuelta y mirarla directamente.
– ¿Qué ha querido decir con eso?-preguntó Aimeé.
Sinta hablo sin demasiadas ganas.
– Hablaba del pasado, veía fantasmas a la vuelta de la esquina.-Movió la cabeza y suspiró-. Imaginaba que algún colaboracionista había regresado y la había embrujado.- Sinta ladeó la cabeza y apoyó las manos en las caderas-. Un día se alteró tanto que al final le dije que me enseñara el fantasma, así que fuimos por la rue des Francs Bourgeois y la rue de Sévigné hasta ese parque de las ruinas romanas. Nos sentamos allí un buen rato, en silencio. Entonces parecía estar tranquila y dijo: “Al final, el círculo se cierra, siempre ocurre”, y eso fue todo. Ni una sola mención más a los fantasmas.
– ¿Los colaboracionistas?- dio Aimeé sorprendida.
Sinta recolocó un mechón de pelo que se le resistía.
– Sí, la vieja historia.
– ¿Por qué no la creía?-dijo Aimeé.
.Les Blancs Nationaux realizan pintadas y destrozan ventanas por toda la rue des Rosiers. Parece obvio.
Era la segunda vez que oía a alguien mencionar a Les Blancs Nationaux.
Sinta se detuvo y miró a su alrededor. Raquel había cerrado los ojos y en su boca abierta traqueteaban suaves ronquidos.
– Ultimamente Lili se había convertido en una paranoica.-Bajó la voz-. Entre usted y yo, no tenía muchos amigos. La pobre Raquel la aguantaba, pero nadie más. Vaya a investigar a esa gentuza, ahí es donde debería mirar.- Sinta suspiró-. Ya no tengo más tiempo para el pasado.
Sinta abrió el resquebrajado armario de madera de Lili con lo que se extendió un fuerte olor a cedro. Colocó una fladas negras y retiró a un lado un par de zapatos con el tacón recién arreglado, y la etiqueta del arreglo.
– Qué mala suerte. Acababa de recogerlos del zapatero.-Sinta movió la cabeza-.Todo esto irá para la venta benéfica de la sinagoga a favor de los judíos de Serbia.
– ¿Qué prisa hay, Sinta?
– Es hora de limpiarlo todo-dijo Sinta con determinación-. Se acabó el vivir en el pasado.
Cuando Sinta alcanzó la parte de atrás del armario, Aimeé vió un abrigo medio cubierto por un papel lamarillo con una vieja etiqueta de la tintorería que decía “Madame L. Stein”. El corte y la caída denotaban que era alta costura, pero la lana peinada, llena de pelusas negras, pareciía mñas bien una mezcolanza de los tejidos disponibles en la posguerra.
– Qué bonito- dijo
Sinta lo sacó del armario y lo tiró al montón.
Aimeé recogió el abrigo y miró a Sinta a los ojos al hacerlo.
– Quizá podría conservar este.
– ¿Por qué?
Aimeé lo miró melancólica. Su madre había llevado un abrigo como ese.
– ¿No tiene la impresión de que este abrigo pertenece a la época más feliz de su vida?
Raquel se despertó con un gruñido. Se le alegró la mirada al ver lo que tenía Aimeé en las manos.
– ¡Ay! La nueva imagen de Dior…¡1948! Lili me hizo un abrigo como este. El mío tenía lazos en la costura trasera.
– Shcmates!, ¡Trapos! Todo irá a la sinagoga. Los refugiados serbios utilizarán el paño. Se convertirá en algo útil y práctico, no en un recuerdo comido por las polillas.
Aimeé sentía que algo intensamente personal perteneciente a Lili Stein emanaba de ese abrigo.
– En lugar de eso, deje que me quede con el abrigo y haré una donación económica a la sinagoga. En honor a mi madre. Yo tampoco la conocí.
Sinta dio un paso atrás.
– ¿se supone que tengo que sentir pena por usted?-Refulgían sus ojos negros-¿Penar por una madre a la que no conoció?- Se plantó junto a Aimeé-. El mercado de mi compasión está cerrado. Mi madre nació en Treblinka. Por lo que a mí respecta, mentalmente nunca se marchó. No pudo abandonar el pasado. No paraba de rascarse en busca de piojos y mendigar pidiendo comida hasta en el kibutz en 1973…- Dejó de hablar al ver que entraba Abraham.
Le lanzó a Sinta una mirada furibunda.
– Ya está bien.- Recogió el abrigo y se lo entregó a Aimeé-. Maman no se lo había puesto desde hacía años. Cójalo.
– Gracias, monsieur Stein -dijo ella. Cogió unos cuantos periódicos hebreos del montón del rincón y envolvió el abrigo con ellos.
Escuchó la sonora voz de Sinta en el pasillo, elevada a proepósito para que ella pudiera oírla.
– No parece detective… ¿Por qué te has puesto del lado de esa shiksa , Abraham?
Con las palabras de Sinta en sus oídos, Aimeé volvió sobre sus pasos escaleras abajo. En el patio, los contenedores de basura bloqueaban el tragaluz. Los apartó a un lado haciendo lo posible por ignorar el olor a podrido. Dentro del espacio circular brillaba un débil haz de luz. La ventana condenada de Lili daba exactamente al lugar en el que ella se encontraba.
Mentalmente apartó el comentario de Raquel sonre las huellas de sangre para poder comprobarlo más tarde. Era hora de hacer una visita a Les Blancs Nationaux.
Jueves por la noche
– Cierre total- dijo el ministro Cazaux por lo bajo-. La Confédération Francaise du Travail (CFDT), los sindicatos de izquierdas, prometen bloqueos en las fronteras si se aprueba el tratado comercial.-Se encogió de hombros-. Por otro lado, los de la derecha son los que lideran el voto popular.
Hartmuth había aprendido técnicas para controlar su tartamudeo: una de ellas era apretar los puños. Era la que estaba utilizando ahora.
– Aquí un cierre es una tradición socialista-dijo Hartmuth con las manos en los bolsillos. Sabía quién ostentaba el poder real. El Parlamento pertenecía a la derecha, no a la DFDT-. Es solo una afirmación, y luego todo habrá acabado.
– Eso es cierto-asintió Cazaux-. Pero al principio habrá mucho descontento.
Se encontraban de pie bajo las lámparas de cristal en la parcialmente redecorada salle des Fetes del siglo XVIII en el palacio del Elíseo. En la cola del besamanos, Hartmuth se había dado cuenta, nervioso, de la manera en la que Cazaux lo examinaba con la intensidad del láser. No era capaz de escuchar los cambios de marcha en el cerebro de Cazaux en medio del tintineo de los cubiertos y el zumbido de las conversaciones. Como un astuto diplomático. Como el mismo Hartmuth.
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