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Cara Black: Asesinato En Paris

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Cara Black Asesinato En Paris

Asesinato En Paris: краткое содержание, описание и аннотация

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Cara Black se ha forjado un renombre con las novelas que narran las aventuras de la detective Leduc, ambientadas en París. En sus páginas se puede disfrutar de La Ciudad de la Luz como si se paseara por sus calles. Es la serie de la que se habla en toda Europa. Un misterioso rabino se acerca a Aimeé Leduc, detective parisina medio francesa y medio americana, y le pide que descifre una fotografía codificada de cincuenta años de antigüedad y se la haga llegar a una mujer en el Marais, el viejo barrio judío. Cuando lo hace, se encuentra con un cadáver en cuya frente alguien ha grabado una esvástica. Con la ayuda de su socio, un enano de extraordinarias habilidades informáticas, se decide a resolver este horrendo asesinato y se encuentra en el centro de un peligroso juego de política actual y viejos crímenes de guerra. Aimée recorre tejados y cloacas, los órganos del poder y los bajos fondos de París, para descubrir la historia de la ciudad que conforma su presente.

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Se sentía atrapado, se asfixiaba. Rápidamente sacó el traje de doble botonadura que había llevado el día anterior, alisó las arrugas y entró en la suite adjunta. Ilse levantó sorprendida la mirada de su ordenador portátil.

– Volveré para la reunión-dijo él y se escapó antes de que ella pudiera responder.

Tenía que salir. Librarse de los recuerdos. Comenzó a notar un sudor frío mientras casi volaba por el pasillo.

Dobló la esquina y se dio de bruces con una robusta figura vestida con traje negro, justo delante de él.

– Ca va, monsieur Griffe? Es estupendo tenerlo aquí-dijo Henri Quimper, sonriente y de mejillas sonrosadas.

Demasiado tarde para escapar. Henri Quimper, el homónimo belga de Hartmuth, lo abrazó y lo besó en las mejillas. Le dio un pequeño codazo de forma conspirativa-. Los franceses piensan que pueden pegárnosla,¿eh?

Hartmuth, con la frente perlada de sudor, asintió intranquilo. No tenía ni idea de a qué se refería Quimper.

Un grupo de delegados avanzaban hacia ellos por el pasillo precedidos por prodigiosas nubes de humo de puro.

Cazaux, el ministro de comercio francés y probablemente futuro primer ministro, avanzaba entre ellos a grandes zancadas. Sonrió al ver a Hartmuth y a Quimper juntos.

Ah! Monsieur Griffe, bienvenu !-dijo saludando a Hartmuth calurosamente y agarrándolo del hombro. Tenía las mejillas surcadas por venas de color púrpura en forma de tela de araña-.¿Me concede unos minutos? Con todas esta reuniones…-Cazaux se encogió de hombros y sonrió.

A Hartmuth se le había olvidado cómo movían los franceses los brazos en el aire para enfatizar sus palabras. Los músculos del nervudo cuello de Cazaux se retorcían cuando hablaba.

Hartmuth asintió. Sabía que las elecciones tendrían lugar la próxima semana, y el partido de Cazaux se encontraba involucrado de manera importante en el asunto del comercio. La tarea de Hartmuth consistiría en impulsar a Cazaux firmando el tratado comercial. Eso era lo que los Hombres Lobo habían ordenado. Unter den Linden .

Cazaux y Hartmuth se dirigieron a uns estancia que daba a un patio de caliza.

– Estoy preocupado-dijo Cazaux-. Esos informes, esas cuotas excluyentes…Francamente, me preocupa lo que pueda ocurrir.

– Ministro Cazaux: no estoy seguro de lo que quiere decir-replicó Hartmuth con cautela.

– Usted y yo sabemos que algunos apartados de este tratado llevan las cosas demasiado lejos-dijo Cazaux-.Le diré lo que yo pienso. Las cuotas limitan con el fascismo.

Mentalmente, Hartmuth se mostró de acuerdo. Sin embargo, después de haber participado en círculos diplomáticos durante tantos años, sabía lo suficiente como para guardarse para sí mismo lo que de verdad pensaba.

– Después de una revisión concienzuda, lo entenderé mejor-digo.

– Tengo la impresión de que nuestras opiniones sobre este asunto son muy similares-dijo Cazaux bajando la voz-.Lo cual es un dilema. Porque mi gobierno prefiere mantener el status quo, reducir el desempleo y pacificar a les conservatives . Este tratado es la única manera en la que podemos conseguir beneficios económicos para Europa, estandarizar el comercio y conseguir unas líneas de actuación uniforme.

– Entiendo-dijo Hartmuth, deseoso de librarse de la presión añadida que le suponía Cazaux. No hacía falta decir más.

Los dos hombres se reunieron con Quimper y con el resto de los delegados en el vestíbulo. Intercambiaron más besos y saludos joviales. Hartmuth se excusó tan pronto como le resultó diplomáticamente posible y se escapó escaleras abajo. Se detuvo un piso más abajo en el descansillo de mármol y se apoyó contra un antiguo tapiz, una escena en el bosque con una ninfa desnuda que se metía un puñado de uvas en la boca mientras el jugo le resbalaba por la barbilla.

Mientras permanecía ahí de pie, solo entre los dos pisos, se le apareció en una visión el rostro de Sarah, y sus increíbles ojos azules reían. ¡Qué no daría por cambiar el pasado!

Pero era solo un viejo solitario lleno de arrepentimientos que había tratado de dejar atrás, a la vez que la guerra. Pensó que resultaba patético, y esperó a que el dolor del corazón remitiera hasta convertirse en un latido sordo.

Jueves por la tarde

El fétido olor a potaje de col flotaba en el pasillo del número 64 de la rue des Rosiers. Abraham Stein abrió la puerta cuando llamó Aimeé, su descolorido kipá color granate se escondía entre los rizos negros, entrelazados con grises cabellos y una bufanda color púrpura se extendía sobre sus delgados hombros. Ella quería darse la media vuelta, avergonzada de ser una intrusa en su dolor.

– ¿Qué es lo que quiere?-dijo él.

Aimeé se retorció el pelo, que estaba todavía húmedo después de nadar, y se lo puso detrás de la oreja.

– Monsieur Stein, necesito hablar con usted sobre su madre-dijo.

– No es el momento-dijo, girándose para cerrar la puerta.

– Lo siento. Por favor, perdone, pero para un asesinato nunca es el momento adecuado- dijo ella, apretujándose para pasar tras él. Temerosa de que le cerrara la puerta en la cara.

– Estamos celebrando el shiva.

Su mirada vacía y su pie dentro de la puerta le obligaron a explicarlo.

– Un ritual de duelo. El shiva ayuda a canalizar nuestro sufrimiento mientras rezamos por el muerto.

– Por favor, perdóneme, solo nos llevará unos minutos-dijo ella-. Prometo que luego me iré.

Se colocó la bufanda sobre la cabeza y la condujo dentro de la sala de estar forrada de madera oscura. Sobre el aparador de pino, al que habían sacado brillo, descansaba un libro de oraciones abierto. El espejo del comedor estaba envuelto en una tela negra. Candelas encendidas borboteaban en pozos de cera y emitían una débil luz. Mujeres cubiertas de negro, que gemían, se balanceaban adelante y atrás sobre sillas como palillos y cajas de color naranja.

Ella mantuvo la vista baja. No quería respirar el viejo y triste olor de esa gente.

Un rabino joven, que vestía una chaqueta que le quedaba mal y le colgaba por todos los sitios, la saludó cuando pasaron junto a él en una mezcla de hebreo y francés. Quería huir de este apartamento, tan oscuro y tan cargado por la pena.

Se podía oír rap francés proveniente de una habitación trasera, en la cual enfurruñados adolescentes se congregaban junto a una puerta abierta.

La cinta que delimitaba la escena del crimen había desaparecido, pero permanecían el ruido insistente del goteo del grifo en el sombrío cuarto de baño y el aura de la muerte. Siempre vería el rayado zapato negro con el tacón gastado y el rostro ausente tatuado con la esvástica. Una extraña esvástica ladeada, con los bordes redondeados.

Los técnicos criminalistas habían dejado ordenados los montones con los artículos personales de Lili Stein sobre el secreter. Habían desaparecido el pez ángel de hinchada cabeza y su pecera. Una bolsa de calceta llena de gruesas agujas y de lana multicolor sobresalía por encima de la colcha de ganchillo tejida a mano. Ejemplares del Hebrew Times se apilaban en una esquina y junto a la cama.

– ¿Son suyos?- Cogió una sección que estaba doblada. El periódico se arrugó y se cayó un suplemento en color.

Maman ignoraba los periódicos franceses-dijo-.Se negaba a tener televisión. Solo se permitía una subscripción al periódico hebreo de Tel Aviv.

Ya no estaban los tablones de la ventana que daba al patio adoquinado. Lazos de la cinta amarilla que delimitaba la escena del crimen cruzaba el gris tragaluz.

– ¿Por qué cubrió su madre la ventana con tablones?

El se encogió de hombros.

– Siempre decía que la molestaba el ruido, y que necesitaba intimidad.

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