Aimeé arrastró una silla de mimbre, la única de la habitación, hacia la ventana. Las patas de la irregular silla se tambalearon, ya que una de ellas no tocaba el suelo. Le indicó que se sentara en la cama.
– Monsieur Stein, veamos…
– ¿Qué hacía usted en la habitación?-La interrumpió él
Ella quería decirle la verdad, contarle lo acorralada y confusa que se sentía.
Después de la explosión, cuando hubieron retirado los restos chamuscados de su padre, y ella yacía en el hospital, nadie había hablado con ella, ni le explicaron su investigación. Algunos flics jóvenes la interrogaron durante el tratamiento de sus quemaduras como si fuera culpable.
Hizo mentalmente la señal de la cruz y suplicó de nuevo el perdón de la mujer muerta.
– Con franqueza, monsieur , esto es materia reservada, pero creo que usted se merece saberlo-dijo.
– ¿Eh?- Pero se sentó en la cama.
– Su madre era el objetivo de una operación policial montada para obtener pruebas contra grupos de extrema derecha como Les Blancs Nationaux .
Abraham Stein abrió los ojos como platos. ¿ Cómo podía mentir a este pobre hombre?
Pero no sabía qué hacer.
No solo la devastada cuenta bancaria y los impuestos sin pagar de Leduc Detectives la habían forzado a aceptar este caso. Parte de ella todavía tenía que probar que podía seguir siendo detective: con flics o sin ellos, la justicia se haría a su manera, administrada de una forma a a la que las familias de la victimas no estaban acostumbradas. Por otra parte estaba la honra de su padre.
Abraham se aclaró la garganta.
– ¡Ella cooperaba con los flics ? No tiene sentido. Maman evitaba cualquier cosa que tuviera que ver con la guerra, la política o la policía.
– A pesar de lo raro que es encontrar mujeres detectives en París, monsieur, yo soy una de ellas. Voy a averiguar quién mató a su madre. Movió la cabeza. Ella sacó la licencia de investigador privado con una foto no muy favorecedora. El la examinó con rapidez.
Aimeé pasó la mano sobre el gastado secreter para intentar sentir la esencia de Lili Stein. En las pequeñas baldas del interior se encontraban, ordenados, amarillentos libros de contabilidad.
– Y,¿Por qué le iba a importar esto a una detective privada?-preguntó.
– Perdí a mi padre en un atentado terrorista, monsieur. Trabajábamos con la Brigada Criminal, en vigilancia, hasta que el explosivo plástico colocado bajo nuestra furgoneta incineró a mi padre.-Se inclinó hacia delante-. Lo que todavía me corroe es cómo escaparon sus asesinos. El caso se cerró. Nadie mostró ningún reconocimiento a las familias de las víctimas…Yo he vivido eso, y quiero ayudarle.
El desvió la mirada. Del vestíbulo llegaban los amortiguados quejidos de las mujeres mayores. Oscuro y medieval, el apartamento resonaba con el dolor. Los fantasmas emanaban de las paredes. Los imbuían siglos de nacimientos, amor, traiciones y muerte.
– Hábleme de su madre.
Su rostro se ablandó. Quizá la sinceridad de su tono o la soledad que sentía Abraham Stein hizo que se abriera.
– Maman siempre estaba ocupada haciendo punto o ganchillo. Nunca estaba quieta.-Abarcó la habitación, cubierta de tapetes de encaje, con un movimiento de sus brazos-. Si no estaba en la tienda, estaba junto a la radio tejiendo.
La humedad se filtraba en el dormitorio sin calefacción.
– ¿Puede decirme por qué alguien la mataría así?
Su ceño mostró profundas arrugas de preocupación.
– Hacía años que no pensaba en esto, pero una vez maman me dijo que nunca olvidar ni perdonara.
Aimeé asintió.
– ¿Podría explicármelo?
Desenrolló la bufanda que llevaba sobre los hombros.
– Yo era un niño, pero recuerdo que un día me recogió de la escuela. Por alguna razón, cogimos el autobús equivocado y acabamos cerca de Odeón en la bulliciosa rue Raspail. Maman parecía estar más triste que nunca. Le pregunté por qué. Señaló el decrépito hotel Lutetia, cubierto por tablones, que se encontraba frente a nosotros. “Aquí era donde venía todos los días después de la escuela para encontrar a mi familia”, dijo maman . Sacó la labor de ganchillo de la pequeña cesta de flores que llevaba en la bolsa de la compra, al igual que hacía siempre. El rítmico gancho, pausa y lazo del hilo blanco enrollado alrededor del ganchillo siempre me hipnotizaba.
Ahora, el hotel Lutetia es un hotel de cuatro estrellas, pero en aquel momento era el destino final de los camiones que transportaban supervivientes de los campos. Maman dijo que ella mantenía en alto señales y fotos mientras corría de camilla en camilla y preguntaba si alguien había visto a su familia. En persona, de oídas, quizá por casualidad o recordaban algo…quizá alguien se acordaría. Un hombre recordaba haber visto a su hermana, a mi tía, salir dando tumbos del tren en Auschwitz. Eso fue todo.
Pestañeó, pero continuó hablando.
– Un año después de la liberación, encontró a mi grand-père , casi irreconocible. Lo recuerdo como un hombre que se sobresaltaba ante el menor de los ruidos. Ella me contó que nunca había olvidado a los que se llevaron a su familia: “ Chèri , no puedo permitir que se les olvide. Debes recordar”.
Aimeé se imaginó que muy poco había cambiado desde entonces en esa sombría habitación con rancio olor a anciana. Se subió los guantes para ahuyentar el frío.
– ¿Por qué no se llevó la Gestapo a su madre, monsieur Stein?
– Incluso ellos cometieron errores con sus famosas listas. Varios de los supervivientes que conozco estaban en el parque o en clase de piano cuando se llevaron a sus familias. Maman dijo que ella volvió de la escuela pero las carteras que estaban en el pasillo, llenas de roja y de las cosas que necesitaban, ya habían desaparecido. También sus cosas. Así lo supo.
– Y ¿qué es lo que supo?
– Que sus padres la habían salvado.
Aimeé recordó la nota que su propia madre había pegado con celo a la puerta de casa: “Me marcho unos dias. Quédate con Sophie, la vecina, hasta que papá vuelva a casa”. Nunca volvió. Pero, ¡qué terrible volver a casa de la escuela y ver que toda tu familia ha desaparecido!
– Y ¡su madre se quedó aquí? ¿Una niña sola?
Asintió.
– Durante un tiempo tuvo ayuda del conserje. Nunca habló sobre el resto de la guerra.
Aimeé dudó un momento y luego sacó la foto que había descifrado para Soli Hecht.
– ¿Reconoce esto?
La miró con atención. Después de un momento, retiró un taco de facturas y dejó ver un montón de viejas fotografías descolorida sobre la pared forrada de madera. Había un espacio en blanco.
Movió la cabeza.
– Aquí había una foto. Parecida, pero sin nazis. Maman odiaba a los nazis. Nunca tocó nada que fuera alemán.
– Abraham manipuló hasta conseguir abrir el cajón de abajo. Dentro había varios sobres vacíos dirigidos al Centre de Documentation Juive Contemporaine , el Centro de Documentación Judía Contemporánea, en el 17 de la rue Geoffrey l’Asnier, 75004 París.
– Hacía donaciones a sus fondos del Holocausto.-Se levantó y se frotó los ojos, cansado-. No se me ocurre nada más-dijo voviendo la cabeza-.No creo que el pasado tenga nada que ver son esto.
Ahora más que nunca, Aimeé quiso contarle lo de soli Hecht. Sin embargo, lo último que quería era poner en peligro a Abraham.
– No puedo creer que se haya visto envuelta en un operativo. Pero sí que mencionó recientemente haber visto fantasmas-dijo levantando los brazos.
– La brigada antiterrorista…
El la interrumpió.
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