Keith Ablow - Asesinato suicida

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John Snow es un brillante inventor que trabaja en la indistria aeronáutica; tiene dinero, familia, e incluso una amante que no le da problemas. Pero sufre una enfermedad rara y terrible: una extraña forma de epilepsia que afecta su cerebro. La única posibilidad de curarse pasa por someterse a cirugía, pero el precio que ha de pagar es muy alto y a cambio de su salud perderá la memoria, el recuerdo de los suyos y el acceso a sus secretos. Cuando toma por fin la decisión de operarse, aparece asesinado de un disparo. El psiquiatra forense Frannk Clevenger deberá ahondar en la mente de Snow para atrapar descubrir si este se suicidó o bien fue asesinado.

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– ¿Cómo sabes que es de fiar?

– Se las vendió en la tienda 24 horas que hay en la esquina de Chestnut y Charles. Kyle sale en la cinta de la cámara de seguridad comprando un sándwich y un cartón de leche después de cerrar el trato.

– ¿De verdad la gente se come esos sándwiches?

– Los compran, pero no sé si tienen el valor de comérselos.

– Así que lo tenemos aproximadamente a cuatro manzanas de la escena, una hora y media antes de que pasara todo, más o menos -dijo Clevenger.

Coady asintió.

– Segundo tema: voy a hacer pasar a George Reese para interrogarle cuando acabe la jornada laboral. Sin advertencias. Así mandamos un aviso a esta gente. Lo esposaré y lo arrastraré a comisaría. ¿Estás libre?

Éste era un Mike Coady totalmente nuevo. A veces, cuando presionas a alguien, descubres quién es esa persona en realidad.

– Sabes que sí -dijo Clevenger.

– ¿El FBI viene de Washington y se lleva pruebas de mi caso? ¿Sin avisar? ¿Sin respetarme? Si se lo consiento una sola vez, pronto ni yo mismo me respetaré.

– Me preocupas.

– ¿Por?

– Empezamos a pensar del mismo modo.

Capitulo 17

Kyle Snow era un chico delgado, pero fuerte, de dieciséis años, rasgos delicados, casi femeninos, y pelo negro y largo que apartaba constantemente de sus ojos azul grisáceos. Apenas podía estarse quieto. Llevaba el típico mono naranja del Departamento de Prisiones de Massachusetts. Daba golpecitos en el suelo con el pie mientras permanecía sentado a la mesa frente a Clevenger. Tenía las pupilas dilatadas. Minúsculas gotas de sudor le cubrían la frente. Necesitaba colocarse.

– Sí, le di la nota -dijo, respondiendo a la pregunta de Clevenger sobre si había entregado la nota de suicidio de Grace Baxter a su marido, George Reese-. ¿Y qué?

– ¿La leyó?

– Sí.

– ¿Cuál fue su reacción?

– Me dijo «gracias», así, muy tranquilo. No se quedó afectado ni nada. En mi opinión, ya sabía que ella hacía su vida. Seguramente él también hacía la suya.

– ¿Te preguntó algo?

– Sólo cómo la había conseguido.

– ¿Se lo dijiste?

– No.

– ¿Por qué se la llevaste? -No lo sé.

– ¿Estabas enfadado por lo de tu padre con Grace Baxter?

Kyle comenzó a dar golpecitos con los pies. Miró hacia la puerta de la sala de interrogatorios.

– ¿Van a darme algún día esa metadona?

– Un par de minutos más -dijo Clevenger. Esperó unos segundos-. ¿Estabas enfadado con tu padre?

– No especialmente.

Clevenger decidió enfocar el asunto de otro modo. -Tu padre y tú no teníais mucha relación, hasta hace poco.

– Me odiaba -sentenció Kyle con total inexpresividad-. Eso es un tipo de relación.

Clevenger lo sabía de primera mano, por su propio padre.

– ¿Tú también lo odiabas?

Kyle sonrió.

– Solía fantasear con matarlo. ¿Responde eso a su pregunta?

– Matarlo, ¿cómo?

– Pegarle un tiro. -Sonrió, meneando la cabeza con incredulidad-. Es extraño lo bien que salen las cosas.

Clevenger se quedó callado. Kyle se secó la frente.

– No me encuentro bien.

Clevenger se levantó y caminó hasta la puerta. La abrió y le hizo una señal al guardia que había sentado fuera en el pasillo.

El guardia se levantó y se acercó.

– ¿Y la metadona? -le preguntó Clevenger.

– Ya debería estar aquí, doctor -dijo el guardia-. Llamaré otra vez a la enfermería.

Clevenger volvió a entrar en la sala y se sentó frente a Kyle.

– Te vieron cerca del Mass General hacia la hora que mataron a tu padre.

– Qué lástima no haberlo sabido. Podría haber mirado. Clevenger lo miró a los ojos y le creyó. Quizá Kyle Snow había visto cómo disparaban a su padre, o quizá no. Pero no había duda de que habría disfrutado.

– ¿Sabes algo del proyecto en el que trabajaba tu padre cuando murió? -le preguntó.

– No sé qué era. Sólo sé que le creó muchas dificultades hasta hace un mes más o menos.

– ¿Cómo lo sabes?

– Se ponía muy tenso cuando las cosas no iban bien. Se quedaba despierto toda la noche, caminaba inquieto arriba y abajo o paseaba por el barrio. Venía haciendo toda esa mierda. Entonces, pareció que todo cambiaba. Como si hubiera hecho un avance importante o algo así. Se notaba por su forma de andar, más ligera. Y por la frente. Podía pasarse meses con el ceño fruncido, como si intentara leer la letra pequeña de algo, pero fuera demasiado pequeña. Y cuando acababa un proyecto, también eso desaparecía. Y es lo que pasó.

– Podías interpretarle bastante bien -dijo Clevenger.

– Se pasó todos esos años sin hablarme, apenas me miraba. Yo lo observaba, intentaba comprender qué pensaba, qué le pasaba. Qué estupidez.

– ¿Por qué?

– Porque no importaba. Intentaba encontrar un modo de acceder a él. Pero no lo había. Al menos para mí.

– ¿Y Lindsey? -preguntó Clevenger.

– ¿Qué pasa con ella?

– ¿Sentía lo mismo que tú por tu padre?

– Venga ya. Ella lo adoraba. Y él, a ella. Hasta que pasó todo esto.

– La aventura.

– No era sólo eso. Él estaba distinto, más humano. Que estuviera liado con Grace Baxter sólo era una parte de la historia. Que se llevara bien conmigo, tan de repente, era otra. Y al ser más persona, tuvo algunos desencuentros con mi hermana. Porque se pasara toda la noche con chicos, por ejemplo. Intentó ser más autoritario. Antes, ni siquiera se enteraba si llegaba a las cuatro o las cinco de la mañana. Se lo aseguro, a ella no le gustaban nada estos cambios.

– ¿Por qué no quería que estuvieras más unido a tu padre?

– Mire, no soy estúpido. Sólo saqué esos resultados en las pruebas. Ella no soportaba que mi padre me prestara atención. Durante todos esos años en los que él no me daba ni la hora, lo tenía para ella sola. -Se cambió de posición, nervioso en la silla-. En cierto modo, me tendió una trampa, si quiere que le diga la verdad.

Ahí había una grieta que quizá Clevenger podía abrir.

– ¿Al pedirte que le entregaras la nota a George Reese?

Asintió.

– Era evidente que mi padre descubriría que había sido yo. Eso seguramente explicaría por qué dejó de hablarme las dos últimas semanas.

– ¿Te molestó? -preguntó Clevenger.

– Estoy acostumbrado -dijo. Pero su voz dejó claro que, en el fondo, tras los últimos restos de Oxycontin, sufría muchísimo.

Llamaron a la puerta. Un enfermero la abrió y entró. Llevaba un vasito de cartón con un líquido transparente: la metadona de Snow. Se acercó y se la dio.

Kyle se la bebió y le devolvió el vaso.

– Gracias.

Clevenger esperó a que el enfermero saliera.

– Supongo que te dolió que tu padre volviera a pasar de ti, después de que por fin hubieras conectado con él.

– La verdad es que nunca llegué a creerme que hubiera cambiado -dijo, sin mucho convencimiento.

– ¿No?

– A ver, alguien desea que no hubieras nacido nunca, ¿y de repente quiere ser tu mejor amigo? Creo que no. Era la excitación del momento, y punto. Estaba flipado con Grace. Así que repartía un poco la alegría que sentía. Pero nunca fue por mí, sino por él… y por ella.

– ¿Sabías lo del retrato del salón?

– Lindsey me lo contó cuando lo descubrió. Se quedó muy afectada.

– ¿Y tú?

– Pensé que era guay, en realidad.

– ¿Guay?

– Aún no lo pilla. Mi padre ha sido siempre una máquina. Un ordenador. Datos que entran, datos que salen. El matrimonio de mis padres era una farsa. No sé cómo lo logró, pero Grace Baxter le devolvió la vida. Habría llevado su retrato pegado a la frente, si ella se lo hubiera pedido.

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