Keith Ablow - Asesinato suicida

Здесь есть возможность читать онлайн «Keith Ablow - Asesinato suicida» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Asesinato suicida: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Asesinato suicida»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

John Snow es un brillante inventor que trabaja en la indistria aeronáutica; tiene dinero, familia, e incluso una amante que no le da problemas. Pero sufre una enfermedad rara y terrible: una extraña forma de epilepsia que afecta su cerebro. La única posibilidad de curarse pasa por someterse a cirugía, pero el precio que ha de pagar es muy alto y a cambio de su salud perderá la memoria, el recuerdo de los suyos y el acceso a sus secretos. Cuando toma por fin la decisión de operarse, aparece asesinado de un disparo. El psiquiatra forense Frannk Clevenger deberá ahondar en la mente de Snow para atrapar descubrir si este se suicidó o bien fue asesinado.

Asesinato suicida — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Asesinato suicida», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– La paciente es una niña de nueve años -dijo la recepcionista.

A Clevenger se le cayó el alma a los pies. -Nueve años.

La tragedia de una niña sometiéndose a ocho horas o más de neurocirugía hizo que se diera cuenta de hasta qué punto las enfermedades eran completamente imparciales y tremendamente injustas. Le preocupó cómo reaccionaría Billy si la pequeña no salía adelante.

– Está en buenas manos -dijo la recepcionista-. El doctor Heller hace todo lo posible por un paciente. Siempre se lo toma como algo personal. Se lleva el trabajo a casa, ¿sabe?

– Es lo que he oído decir de él -dijo Clevenger. Era difícil centrarse en las habilidades quirúrgicas de Heller cuando sus aptitudes sociales parecían estar tan en duda. No había tenido la decencia de informar a Clevenger de que había vuelto a invitar a Billy al Mass General.

Pensó en pedir que llamaran a Billy para que saliera del quirófano y llevarlo a casa en aquel preciso instante, sólo para enseñarle que no podía decidir por su cuenta saltarse el instituto y jugar a los médicos. Pero no quería avergonzarlo delante de Heller.

– ¿Podría decirle que me he pasado por aquí para asegurarme de que estaba bien? -le preguntó Clevenger.

– Puede esperarlo, si quiere. Seguro que querrá tomarse un descanso dentro de poco.

– Yo no lo tendría tan claro -dijo Clevenger.

Capítulo 18

Clevenger regresó a la jefatura de policía de Boston minutos antes de las dos de la tarde. Mike Coady quería que se reunieran en su despacho antes de probar suerte con George Reese.

– Ha llamado Jeremiah Wolfe -dijo Coady-. Tiene los resultados del ADN del bebé de Grace Baxter. -Se sentó en la silla de detrás de la mesa-. Era de John Snow. Un niño.

Escuchar aquel dato recordó a Clevenger que quizá Grace Baxter estuviera lo bastante enfadada con Snow por haberla dejado como para querer eliminar cualquier rastro de él, incluida la sangre contaminada que corría por sus venas.

– De acuerdo -dijo-. Entendido. ¿Algo más?

Coady negó con la cabeza.

– ¿Quieres interrogar a Reese tú mismo, o quieres observar cómo lo hago yo desde detrás del espejo unidireccional? Tú decides.

– Creo que le sacaremos más información si lo ponemos nervioso -dijo Clevenger-. O de verdad está furioso conmigo, o querrá que lo parezca. Quizá tenga problemas para mantener una historia coherente.

– Quizá debas pensar en ese detalle confidencial que te di sobre que tuvieras cuidado. Entre los federales y Reese…

– Ya hablaremos de eso.

– ¿Cuándo? -preguntó Coady.

– Luego.

– Esto es cosa seria, Frank.

– ¿Acaso me estoy riendo?

Coady negó con la cabeza.

– Kyle Snow se ha ido a casa. Su madre ha pagado la fianza. Cien mil dólares. Para esta gente es calderilla.

– ¿Qué te ha parecido?

– Que odiaba a su viejo, eso está claro.

– Yo también odiaba al mío. Y no lo maté.

– ¿Por qué no?

– Buena pregunta -dijo Clevenger. Había fantaseado más de una vez con estrangularlo con el cinturón que utilizaba para sus palizas-. No tenía una pistola.

Coady apenas sonrió.

– A veces las oportunidades te dan idea -dijo-. La verdad es que si tratas a un niño como Snow trató a su hijo, lo mejor es no tener un arma en casa.

– Aún no puedo borrar a Kyle de ninguna lista -dijo Clevenger.

– ¿Y a Lindsey?

– Ella tenía acceso a la pistola, igual que su hermano. Sabía lo de la aventura, igual que él. Y todo su mundo estaba cambiando porque Snow estaba cambiando.

– Entonces, no la borramos -repuso Coady-. ¿Y la mujer?

– Ídem. Snow era como la piedra angular de su familia. Si él se iba, la familia se desintegraba. Y todos lo sabían, al menos inconscientemente.

– Ya te dije que generar una lista de sospechosos en un caso como éste es fácil. Lo complicado es reducirla.

– Cierto -dijo Clevenger-. Pero me alegro de tener aquí a Reese, a pesar de todo. Es el único de la lista que iba manchado de sangre cuando lo conocí.

* * *

Clevenger abrió la puerta de la sala de interrogatorios y entró.

Reese, que llevaba un traje gris de raya diplomática, camisa blanca y una corbata color burdeos, se levantó de la larga mesa de madera donde estaba sentado junto al abogado Jack LeGrand.

– ¿Qué coño hace usted aquí? -le preguntó a Clevenger.

– Trabajo con la policía, ¿recuerda? -contestó él-. Tengo que hacerle unas preguntas.

– ¿Que usted tiene que hacerme unas preguntas?

– Siéntese -dijo Clevenger.

Reese siguió de pie.

LeGrand puso la mano en el brazo de Reese y con suavidad, hizo que se sentara en la silla. Tendría unos cincuenta años, el pelo rojizo ondulado, los labios gruesos, las cejas largas y los ojos marrón oscuro, casi negros. Parecía un lobo meditabundo endomingado con su traje de Armani de dos mil dólares.

– Me alegro de verte, Frank -dijo, con una voz gutural que en la sala de un tribunal sonaría atronadora al instante.

Clevenger lo saludó con la cabeza y se acercó a la mesa. Sacó una silla y se sentó.

– ¿Le han leído sus derechos? -le preguntó a Reese.

– Deberían leérselos a usted -sentenció Reese furioso.

– Mi cliente no está detenido -dijo LeGrand-. Está aquí por voluntad propia.

– Vamos al grano, pues -dijo Clevenger. Miró a Reese-. ¿Cuándo descubrió que su esposa tenía una aventura con John Snow?

Reese le devolvió la mirada, sin inmutarse.

– Mi cliente no responderá a esa pregunta -dijo LeGrand-. Estoy seguro de que lo entiendes.

– No estoy seguro de entenderlo -dijo Clevenger, a pesar de que sabía exactamente por qué LeGrand le daría a su cliente la instrucción de no responder. No tenía nada que ganar si hablaba oficialmente. La única razón por la que LeGrand permitía el interrogatorio era para hacerse una idea de en qué dirección podía ir la policía-. ¿Estás apelando a su derecho de acogerse a la quinta enmienda para no declarar en su contra? -le preguntó Clevenger.

– No me hace falta -dijo LeGrand-. No está acusado de nada. No eres miembro de un gran jurado. Esto no es un juicio. Mi cliente elige no responder, eso es todo. Quizá no le guste tu tono de voz.

Clevenger volvió a mirar a Reese.

– ¿Sabía que se veían en el Four Seasons?

– Un hotel precioso -dijo Reese-. A mí también me gusta.

– ¿Dónde encontró la nota de suicidio de su esposa? -preguntó Clevenger.

Los músculos de la mandíbula de Reese se tensaron.

– ¿Cómo tiene el valor de mencionar el suicidio de mi mujer? Si no fuera por usted, aún estaría viva.

Esas palabras seguían afectando muchísimo a Clevenger. Hizo lo que pudo para impedir que se notara.

– ¿Cuántas veces le llamó ese día para pedirle ayuda? -preguntó Reese.

LeGrand le tocó el brazo.

– De nuevo -le dijo a Clevenger-, mi cliente no hará ningún comentario sobre si halló o no una nota de suicidio ni sobre dónde la encontró o dejó de encontrar.

A Clevenger le pareció que la conversación no pasaría de ahí. Quería desconcertar a Reese, que se preguntara cuánto podía tener la policía en contra de él.

– Se reunió con Kyle Snow, ¿verdad?

– Sin comentarios -dijo LeGrand.

– ¿Le dio Kyle Snow algo en esa reunión? -preguntó Clevenger.

– No respondas -le dijo LeGrand a Reese.

– Que se acoja a la quinta enmienda -dijo Clevenger, sin apartar la mirada de Reese en ningún momento.

– No es necesario.

Clevenger siguió mirando a Reese.

– Entonces, deja que hable. No tiene nada que esconder, ¿verdad?

– Sigue -dijo LeGrand.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Asesinato suicida»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Asesinato suicida» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Asesinato suicida»

Обсуждение, отзывы о книге «Asesinato suicida» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x