Clevenger se quedó mirando a Kyle varios segundos.
– En resumen -dijo al fin-, ¿te alegras de que esté muerto?
Kyle no respondió.
Clevenger esperó.
– Lo echo de menos, supongo -dijo-. Pero lo he echado de menos toda la vida. Que esté muerto es mejor, en realidad.
– ¿Por qué es mejor?
– Ya no me despreciará nunca más.
Kyle Snow acababa de plantear un móvil psicológico para cometer un asesinato. Matando a su padre, habría eliminado de su vida al hombre cuya presencia le recordaba constantemente que era defectuoso y que no lo quería. Quizá no pudo soportar el dolor que le produjo que su padre se acercara a él y luego volviera a distanciarse. Quizá aquello había bastado para arremeter contra él. Pero el modo en que Kyle parecía ser también muy consciente de sus sentimientos, y dolorosamente sincero respecto a ellos, no favorecía la teoría de que hubiera recurrido al asesinato. Y su acceso al Oxycontin significaba que contaba con un suministro estable de droga para eliminar su cólera.
– ¿Crees que tu padre se suicidó? -le preguntó Clevenger.
– Puede que disparara el arma. Pero eso es irrelevante.
– ¿Qué quieres decir?
– Aunque apretara él el gatillo, nosotros lo matamos. Lindsey, yo, su socio Collin. -Sonrió-. ¿Ha visto a Collin?
– Sí-dijo Clevenger.
– Menuda pieza. ¿Sabía que le contó a Lindsey que Grace y mi padre eran amantes?
– Sí -dijo Clevenger.
– Bien. Está haciendo los deberes. Así es como yo lo veo: con Grace, mi padre volvió a la vida durante una temporada, comenzó a respirar por primera vez. Como si volviera a nacer, algo así. Y nosotros le cortamos el aire, le asfixiamos.
– Le empujasteis al suicidio.
– Ahí está. Y por eso he dicho eso de que todo era tan raro. Quería matarlo y no tuve que hacerlo.
Clevenger asintió. Tenía lógica. Collin Coroway, Lindsey y Kyle creían que habían conspirado para convertir la vida de John Snow en un sinvivir. Quizá eso fue lo que al final le empujó a operarse. Quizá, por una vez, pensó realmente que podía renacer en el amor de Grace Baxter. Y cuando le echaron la soga al cuello, decidió que sólo podría ser libre con la ayuda del bisturí.
Pero una pregunta importante seguía pendiente: si Grace Baxter amaba a John Snow lo suficiente como para escribir una nota de suicidio cuando lo perdió, si ella era su mapa del amor y él era el de ella, ¿por qué ese amor tan grande no había bastado para superarlo todo? ¿Por qué destapar su aventura le pondría fin?
Faltaba una pieza del rompecabezas.
Clevenger miró fijamente a Kyle y se vio reflejado en él. Y si bien sabía que estaba allí para investigar dos muertes, que Kyle era un sospechoso y no un paciente suyo, no pudo evitar ver el mundo de dolor en el que vivía. En realidad, lo notaba en su interior. Así era su don, y la cruz que cargaba. Era permeable al sufrimiento de los demás. Era lo que le había empujado a la bebida, las drogas y el juego para olvidar. Y era lo que le impedía levantarse e irse en aquel momento. Porque ya tenía todo lo que quería de Kyle Snow. Pero ahora sentía la necesidad de darle algo a cambio.
– Crees que el hecho de que tu padre ya no esté, hará que te sientas mejor, ¿no es así? -le preguntó Clevenger.
– Más o menos.
– Pues te equivocas.
– La única persona que siempre se ha preocupado por mí ha sido mi madre. Ahora somos una familia monoparental. Ya me siento mejor.
– Quizá sí, durante una semana. Tal vez dos. Pero la verdad es que borrar a tu padre de la faz de la tierra no cambia el hecho de que aún esté dentro de ti.
– Nunca me ha ido ese rollo New Age.
– Por eso consumes Oxys, por cierto. Las tomas para alimentar la parte de ti que es tu padre, la parte que cree que no sirves para nada, que nunca debiste nacer.
– Ahí fuera hay mucho Oxy
Clevenger sonrió para sí. Hubo un tiempo en que él pensaba igual: que mientras tuviera alcohol y coca suficiente, no tenía ningún problema.
– No hay suficiente Oxycontin en el mundo para aplacar ese sentimiento. No a largo plazo. El único modo de conseguirlo es comenzar a pensar, y a sentir, por ti mismo.
Kyle puso los ojos en blanco y apartó la mirada.
– Mi padre utilizaba un cinturón para convencerme de que no debía vivir. En realidad, creo que fue más fácil enfrentarse a eso que al hecho de ser ignorado. Cuando te ignoran, empiezas a preguntarte incluso si existes. Yo lo sabía, sólo por los moratones… -Cerró los ojos, recordó. Cuando los abrió, Kyle lo miraba fijamente-. Bueno, ¿qué se te da bien? -le preguntó Clevenger-. ¿Por qué estás en este planeta?
– Se me da muy bien conseguir que me detengan. Eso se lo aseguro.
Clevenger siguió mirándolo. Diez segundos, quince. «Vamos -pensó para sí-, abandona ya.» Diez segundos más. Estaba a punto de darse por vencido, dejarlo estar, cuando Kyle habló por fin.
– No se me da mal el dibujo -dijo, y toda la bravata de chico duro se evaporó al pronunciar aquellas palabras, que dejaron tras ellas a una persona que parecía terriblemente vulnerable. Un cervatillo asustado-. Supongo que lo heredé de mamá.
– ¿Qué clase de dibujo?
– Arquitectónico, como ella. Se me da bastante bien. Bueno, eso creo.
– ¿Lo sabe ella?
– No.
– Quizá deberías decírselo.
– Sí, quizá sí -dijo sin ningún entusiasmo.
Clevenger sabía qué problema tenía Kyle Snow con esa sugerencia. Era el amor de su padre el premio con el que había soñado en silencio. Buscar de manera activa el afecto de su madre significaría que había perdido el de su padre, definitivamente.
– Kyle, voy a decirte algo sin andarme con rodeos, porque no creo que exista la posibilidad real de que pases cien horas con un psiquiatra para entenderlo: tu padre era incapaz de querer a nadie. Adoraba la belleza y la perfección. Adoraba su propia mente. Pero no podía comprenderse a sí mismo, ni a nadie, incluida tu hermana. Quizá Grace Baxter podría haberlo arreglado, quizá no. Resultó ser demasiado tarde.
Kyle bajó la mirada a la mesa y se encogió de hombros.
– Así que ahora tienes que quererte a ti mismo -prosiguió Clevenger-. No te queda otra opción. Tienes que pensar en el talento que tienes, en el don que puedes ofrecer al mundo que te rodea. Y tienes que aprovechar la oportunidad de ofrecerlo. Y si lo haces, estarás demasiado ocupado como para ir buscando Oxycontin. Porque ya no estarás ocupado odiándote.
– Lo que usted diga.
Clevenger sintió el impulso de tomar cartas en el asunto como padre sustituto de Kyle. ¿Era porque aquel chico le necesitaba de verdad?, se preguntó. ¿O porque Clevenger deseaba que alguien hubiera hecho lo mismo por él? En cualquier caso, no pudo resistirse.
– En cuanto acabe la investigación -le dijo a Kyle-, me gustaría echar un vistazo a lo que hayas dibujado. Tengo algunos amigos en estudios de arquitectura. Estoy seguro de que estarán dispuestos a hablarte de este mundo.
– Siempre que no me haya detenido por asesinato, quiere decir -dijo Kyle.
Clevenger oyó una pregunta muy escondida en ese comentario aparentemente brusco, una pregunta sobre hasta qué punto iba Clevenger a hacerle de padre. ¿Lo entregaría a la policía si resultaba que era culpable? Y al escuchar aquello, le quedó claro lo importante que era no fingir que Kyle era su paciente, y menos aún su hijo. Estaba corriendo el mismo peligro que con Lindsey Snow: perderse dentro de la dinámica emocional de la familia Snow. Miró a Kyle a los ojos.
– Si tengo que detenerte por asesinato, amigo mío, tendrás todo el tiempo del mundo para dibujar -le dijo-. Y seguiré queriendo echar un vistazo a tus dibujos.
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