Keith Ablow - Asesinato suicida

Здесь есть возможность читать онлайн «Keith Ablow - Asesinato suicida» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Asesinato suicida: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Asesinato suicida»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

John Snow es un brillante inventor que trabaja en la indistria aeronáutica; tiene dinero, familia, e incluso una amante que no le da problemas. Pero sufre una enfermedad rara y terrible: una extraña forma de epilepsia que afecta su cerebro. La única posibilidad de curarse pasa por someterse a cirugía, pero el precio que ha de pagar es muy alto y a cambio de su salud perderá la memoria, el recuerdo de los suyos y el acceso a sus secretos. Cuando toma por fin la decisión de operarse, aparece asesinado de un disparo. El psiquiatra forense Frannk Clevenger deberá ahondar en la mente de Snow para atrapar descubrir si este se suicidó o bien fue asesinado.

Asesinato suicida — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Asesinato suicida», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать
* * *

North Anderson estaba esperando a Clevenger en el vestíbulo de la prisión cuando salió. Clevenger se acercó a él.

– Coady me ha dicho que estarías aquí -dijo Anderson-. He descubierto algo que deberías saber.

– ¿Qué? -preguntó Clevenger.

– He comenzado a revisar los consejos de administración de los contratistas militares, esperando encontrar a alguien que conociera, para que nos ayudara a investigar el Vortek. No he visto a nadie que me resultara familiar. Eso sirve para Lockheed, Boeing y Grumman. Luego he decidido pasarme por la tesorería del estado, para mirar los archivos corporativos y verificar su propio consejo de administración.

– ¿Y?

– Ninguna sorpresa, en realidad. Están Coroway, Snow, un ángel inversor de Merrill Lynch, y un profesor de Harvard, ese genio informático que se llama Russell Frye. El único inusual es Byron Fitzpatrick, quien resulta que fue secretario de Estado de la administración Ford. Pero imagino que este tipo seguramente estará en mil consejos.

– Quizá -dijo Clevenger-, pero también es presidente de InterState Commerce, la empresa que Coroway visitó ayer en Washington.

– Entonces tenemos trabajo que hacer. Porque mi siguiente parada fue una visita a mi colega del departamento de hacienda de Massachusetts. Le pedí que mirara las declaraciones del impuesto de sociedades de Snow-Coroway de los últimos cinco años. Adivina quién compró el diez por ciento de la empresa en 2002.

– Soy psiquiatra, no parapsicólogo.

– El Beacon Street Bank.

La contundencia de la información hizo que Clevenger retrocediera un paso.

– Pagaron veinticinco millones por el diez por ciento de la empresa.

Clevenger recordó que Collin Coroway le había dicho que la cantidad que se había dedicado originalmente a los fondos de I+D del Vortek era de veinticinco millones de dólares. ¿Era sólo una coincidencia?

– Así que imagino que Reese y el Beacon Street estaban muy interesados en que el Vortek saliera al mercado -añadió Anderson.

– Entonces querría a Snow con vida -dijo Clevenger.

– Al menos hasta que el Vortek estuviera acabado. Creo que sería conveniente que yo también fuera a Washington, a echar un vistazo por la oficina de patentes. He preguntado a un par de abogados de patentes que conozco: la naturaleza real de cualquier patente de misiles estará clasificada. Pero Snow y Coroway aparecerían en el registro si hubieran presentado alguna.

– Ten cuidado. Es obvio que estamos pisándole el terreno a alguien.

– ¿Lo dices porque ese federal te ha noqueado?

Clevenger se tocó la nuca dolorida.

– Por eso y porque Whitney McCormick ha volado hasta aquí para intentar pararme los pies. Vuelve a trabajar en el FBI.

Anderson esbozó una gran sonrisa.

– ¿Cuánto pensabas tardar en decírmelo?

– Estaba en la comisaría de policía cuando he ido a ver a Coady.

– Eso sí que es un verdadero avance en el caso. En tu caso, al menos. Ya fue muy difícil decirle adiós una vez. Podría haber vuelto para quedarse, amigo mío.

– Tiene otros planes.

– Quizá. Pero creo que eres tú quien ha de tener cuidado -dijo Anderson.

– Recuérdamelo.

* * *

Clevenger llamó a las oficinas del Instituto Forense de Boston para hablar con Kim Moffett.

– He alquilado tres ordenadores -dijo-. Gastos de empresa. Espero que no te importe.

– ¿Importaría que me importara?

– Imagino que se quedarán una temporadita con los nuestros.

– Bien pensado.

– ¿Puedo preguntarte algo?

– Soy todo oídos.

– ¿Van a mirar nuestros archivos personales, correos electrónicos y todo eso?

– Si tienen una orden de registro -dijo Clevenger-. Puede que aunque no la tengan. ¿Por?

– Por nada.

– Vamos.

– Es que está mi anuncio de Match.com con las respuestas -dijo Moffett.

– ¿Y?

– Es privado. Me da vergüenza.

– Serán discretos. Pero quizá será mejor que en el futuro te ocupes de esas cosas en tu tiempo libre -dijo Clevenger-. La semana pasada pediste un aumento porque tenías mucho trabajo.

– No recibo demasiadas respuestas a mi anuncio. Tardo dos segundos en comprobarlo.

– Estoy seguro de que te llueven las ofertas. Y eso del tiempo era broma.

– Contigo nunca se sabe. Siempre tienes la misma voz.

– Es por mi formación psiquiátrica. ¿Algún mensaje?

– Sólo de Billy.

– ¿Me ha dejado un mensaje en la oficina? -preguntó Clevenger.

– Me ha dicho que te había llamado al móvil, pero que no había podido hablar contigo.

– ¿Cuál es el mensaje?

– No ha ido a clase para asistir a otra operación del doctor Heller.

– ¿Cómo?

– Creo que no quería decírtelo en persona; en persona por teléfono, quiero decir. Por eso ha llamado aquí.

– ¿Ha dicho algo más?

– Sólo que es un caso muy importante y que por eso sabía que no te importaría. Ha dicho que podía estar todo el día, y parte de la noche.

– ¿En serio?

– Le he dicho que sonaba muy impreciso -dijo Moffett-. Que papá no lo había autorizado, ¿sabes?

– ¿Ha llamado Heller para preguntar si me parecía bien?

– No. Quizá trató de llamarte al móvil.

– Lo comprobaré. ¿Qué más?

– John Haggerty tiene un caso para ti. Un alegato de enajenación mental. Quiere mandarte el expediente.

– Dile que me lo mande. Pero tardaré un tiempo en poder comenzar a trabajar.

– Se lo diré.

Después de que Clevenger colgara, comprobó los mensajes de voz de su móvil. Tenía un mensaje de Mike Coady diciéndole que le llamara, pero ninguno de Heller. Era obvio que tendría que poner límites respecto a cuándo podía ir Billy al Mass General.

Marcó el número de Coady y le pasaron con él.

– ¿Qué pasa? -preguntó.

– He detenido a George Reese un poco antes.

Clevenger miró la hora. La una y veinte.

– ¿Por qué?

– Iba al aeropuerto de Logan. He hecho que lo siguieran a la terminal internacional. Tenía reserva para un vuelo a Madrid.

– ¿Unas pequeñas vacaciones después de perder a Grace? -El billete era sólo de ida.

– Quizá no le guste atarse a un vuelo de regreso.

– Bueno, ahora sí que lo tenemos bien atado. Al menos de momento. Jack LeGrand está en la celda con él.

LeGrand era el rey del derecho penal de Nueva Inglaterra, un abogado defensor que luchaba por todos los casos como un gladiador y que ganaba muchos más de los que perdía. Clevenger había trabajado con él en un par de casos hacía unos años.

– Saluda a Jack de mi parte.

– Me gustaría que te pasaras por aquí más temprano que tarde. No sé cuánto tiempo podré retener a Reese sin acusarle de algo. Y no estoy listo para hacerlo.

– Llegaré antes de una hora -dijo Clevenger.

– Ahora te veo.

Desde Storrow Drive, Clevenger salió por Back Bay y se dirigió al Mass General. Quería asegurarse de que al menos Billy decía la verdad sobre por qué se saltaba las clases.

Dejó el coche en el aparcamiento y subió a la planta de quirófanos. La recepcionista, una mujer voluminosa de mejillas rubicundas y unos sesenta años, le dijo que Heller estaba operando y le confirmó que un joven había entrado a quirófano con él.

– Soy su padre -dijo Clevenger-. ¿Sabe de qué caso se trata?

– Un aneurisma en la arteria basilar -le dijo-. Llevan ahí dentro tres horas. Como mínimo les quedan cinco más.

La arteria basilar recorría la base del cerebro. Formaba parte del polígono de Willis, la mayor red de vasos que alimentan la corteza cerebral. Sujetar un aneurisma en esa zona era extremadamente arriesgado.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Asesinato suicida»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Asesinato suicida» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Asesinato suicida»

Обсуждение, отзывы о книге «Asesinato suicida» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x