Keith Ablow - Asesinato suicida

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Asesinato suicida: краткое содержание, описание и аннотация

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John Snow es un brillante inventor que trabaja en la indistria aeronáutica; tiene dinero, familia, e incluso una amante que no le da problemas. Pero sufre una enfermedad rara y terrible: una extraña forma de epilepsia que afecta su cerebro. La única posibilidad de curarse pasa por someterse a cirugía, pero el precio que ha de pagar es muy alto y a cambio de su salud perderá la memoria, el recuerdo de los suyos y el acceso a sus secretos. Cuando toma por fin la decisión de operarse, aparece asesinado de un disparo. El psiquiatra forense Frannk Clevenger deberá ahondar en la mente de Snow para atrapar descubrir si este se suicidó o bien fue asesinado.

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15:50 h

Clevenger había dejado el móvil en la camioneta. Salió de la comisaría de policía de Boston y consultó el buzón de voz. Billy le había dejado un mensaje a las 15:12.

– Me han dicho que me buscabas -decía-. Me voy al gimnasio.

Qué raro, estaba previsto que la operación de la niña de nueve años se alargara hasta la noche. Clevenger se preguntó si comprobar que Billy estaba en el quirófano le había arruinado la experiencia, por tratarlo como un niño delante de Heller. Llamó a Billy al móvil, pero no le contestó. Decidió ir al gimnasio a verlo.

Cuando entró, Billy estaba en el cuadrilátero, arrinconando a su oponente. El otro chico era larguirucho, aunque musculoso, y al menos quince centímetros más alto que Billy Soltó un corto que alcanzó a Billy en un lado de la cabeza y luego otro que le dio de lleno en la nariz.

Billy siguió presionando.

Clevenger se apoyó en la pared de hormigón y saludó con la cabeza a Buddy Donovan, el entrenador de Billy. Donovan le devolvió el saludo.

El otro chico estaba contra las cuerdas. Se agachó un poco y se inclinó a un lado y a otro mientras Billy soltaba una serie de zurdazos y derechazos, la mayoría sin ton ni son. Cuando pudo, el chico soltó sus propios puñetazos y le asestó un par de golpes rápidos.

Clevenger esperó la inevitable explosión apenas controlada, el modo que tenía Billy de acabar una pelea.

El otro chico lanzó un gancho de derecha que alcanzó a Billy en un lado del cuello.

Billy retrocedió.

Donovan miró a Clevenger y se encogió de hombros. Se acercó al cuadrilátero.

– ¿Qué haces ahí dentro, Bishop? -gritó-. Lo tienes donde quieres. ¿A qué esperas?

Billy lanzó lo que pareció una serie de puñetazos desganados. Dos dieron en el blanco, lo que obligó a su oponente a cubrirse de nuevo. Pero ninguno parecía tener demasiada sustancia. Entonces Billy retrocedió otro paso.

– ¿Me he perdido algo? -preguntó Donovan, mirándolo desde abajo en un lado del cuadrilátero-. ¿Ha lanzado un golpe fantasma, u hoy no tienes ganas de pelear? ¿Quizá crees que ya estás listo para hacerte profesional? Te aburren los amateurs. ¿Es eso?

Billy lo miró. Al hacerlo, encajó un duro derechazo en la barbilla que le hizo tambalearse.

– Buen golpe, Jackie -le dijo Donovan al otro boxeador-. Creo que es todo tuyo. Hoy se está dando un pequeño respiro. Pero ten cuidado.

El chico dio dos pasos hacia Billy con los músculos de los brazos tensos, a punto. Se inclinó hacia la derecha, listo para lanzar un gancho de derecha, pero justo al hacerlo, Billy le asestó un único gancho de izquierda salido de la nada y cayó rodilla en tierra.

Donovan miró al chico y vio que luchaba por no desplomarse.

– Atrás, Billy. Ya no puede seguir -gritó.

Billy ya se había dado la vuelta y caminaba hacia su rincón. Cogió su toalla, separó las cuerdas y saltó fuera del cuadrilátero.

Clevenger se acercó a él.

– Creía que no estabas prestando atención. Supongo que me equivocaba.

Billy se encogió de hombros.

– Parece que tú también has bajado la guardia.

Clevenger se tocó el labio.

– Un sospechoso al que no le ha gustado mi línea de investigación. ¿No se suponía que tenías que estar en quirófano hasta la noche?

– Me aburría. -Se secó el sudor de la cara-. Tengo algo para ti en la taquilla. ¿Vienes conmigo?

– Claro. ¿Qué es?

– Ven.

Clevenger lo siguió a los vestuarios.

Billy comenzó a pulsar los números de su combinación.

– Tendremos que hablar en algún momento de las clases que te has perdido hoy -dijo Clevenger.

Billy dejó de pulsar botones un segundo, y comenzó de nuevo.

– Entiendo que te encante la cirugía. Creo que es genial. En serio. Pero no puede afectar a los estudios.

– Da igual -dijo Billy, mirando la cerradura con los ojos entornados-. Ya te he dicho que me aburría. -Volvió a marcar números.

Saltarse las clases no daba igual, y a Clevenger no le gustó el modo en que Billy parecía pasar del tema.

– Ya hablaremos cuando lleguemos a casa -dijo.

Billy se encogió de hombros y abrió la taquilla.

A Clevenger tampoco le sentó bien que se encogiera de hombros.

– También tenemos que hablar de mi ordenador y tú, de que miraras mis archivos.

Billy meneó la cabeza con incredulidad.

– ¿Crees que te estoy espiando?

– No he dicho eso. Billy se volvió y lo miró.

– Claro que sí.

– No hace falta que hablemos de ello ahora.

– No quieres que me acerque a tus cosas. Ya lo capto.

– Yo no miro tus cosas. Y espero que tú no mires las mías. Eso es todo.

– Guay -dijo Billy-. Quizá deberíamos dibujar una línea que divida el piso.

– ¿A qué viene eso?

Billy metió la mano en la taquilla, sacó un fajo de papeles y se los tiró a Clevenger.

Éste los cogió. Era el diario de John Snow.

– ¿De dónde lo has sacado?

– De tu mesa -dijo Billy-. Lo cogí y me lo guardé en la chaqueta cuando los federales vinieron al loft. Pero no te preocupes. No volveré a violar tu espacio personal nunca más.

Clevenger no sabía muy bien qué decir. Billy tenía que respetar su espacio.

– Mira, te lo agradezco -dijo-. En serio. Es una gran ayuda para el caso Snow. Pero está el tema de la convivencia y el respeto…

– Ningún problema -dijo Billy-. Hecho. -Cerró la taquilla-. Vámonos.

No se dijeron nada durante el trayecto a casa. Cuando llegaron al loft, eran las cinco de la tarde pasadas y ya había oscurecido. Billy se fue directo a su cuarto y cerró la puerta.

Clevenger pensó en darle algo de tiempo para que se relajara de lo que fuera que lo hubiera herido tanto. Se dirigió a su mesa y tocó el espacio vacío donde había estado su ordenador. Abrió los cajones. Habían confiscado todos sus disquetes, incluso los que aún estaban sin estrenar. Abrió el archivador, vio que habían sacado todos los papeles y que los habían vuelto a guardar de cualquier forma; también los habían revisado.

Escuchó los mensajes telefónicos y llamó a Kim Moffett para que lo pusiera al día. No había nada urgente.

Cogió el diario de John Snow, hielo para el labio y se sentó en el sofá. Pasó las hojas hasta llegar al dibujo de Grace Baxter; su rostro era un collage de números, letras y símbolos aritméticos. Se quedó mirándolo, pensando en el modo tan absoluto en que Baxter se había infiltrado en la mente de Snow, en cómo la energía de ella se entrelazaba con el espíritu creativo de él. Era increíble, pensó, que una persona pudiera penetrar de un modo tan absoluto en otra. Era increíble también que Snow quisiera zafarse de ese abrazo, incluso después de que Grace dejara claro en su nota que no podría sobrevivir sola, que consideraba que ellos dos eran una sola persona.

Unos minutos después, llamaron a la puerta del loft.

Clevenger se levantó y caminó hacia la entrada.

– ¿Quién es? -preguntó.

– Jet -dijo Heller.

Clevenger abrió la puerta.

Heller, que llevaba unos vaqueros, un jersey negro de cuello alto y sus botas de cocodrilo negras, se agarraba al marco de la puerta para mantenerse en pie. Estaba pálido y apestaba a whisky.

– ¿Cómo lo lleva? -preguntó.

– Bien, supongo. ¿Por qué?

– Se ha marchado del quirófano antes de que pudiera hablar con él.

– ¿Se ha marchado sin más?

Heller asintió.

– Era una causa perdida, pero…

– ¿Qué era una causa perdida?

– La niña. No quedaba nada de la arteria. Había diez milímetros que eran como papel de fumar. He intentado salvarla, salvar a la niña, pero… -Cerró los ojos.

– ¿Ha muerto?

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