Keith Ablow - Asesinato suicida

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Asesinato suicida: краткое содержание, описание и аннотация

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John Snow es un brillante inventor que trabaja en la indistria aeronáutica; tiene dinero, familia, e incluso una amante que no le da problemas. Pero sufre una enfermedad rara y terrible: una extraña forma de epilepsia que afecta su cerebro. La única posibilidad de curarse pasa por someterse a cirugía, pero el precio que ha de pagar es muy alto y a cambio de su salud perderá la memoria, el recuerdo de los suyos y el acceso a sus secretos. Cuando toma por fin la decisión de operarse, aparece asesinado de un disparo. El psiquiatra forense Frannk Clevenger deberá ahondar en la mente de Snow para atrapar descubrir si este se suicidó o bien fue asesinado.

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– Sí.

– Pues yo estuve trabajando con Snow durante un año. Me jugué la carrera por él. Era mucho más que su cirujano. Era su confesor. Y fui yo quien le atendió en urgencias. Fui yo quien le metió la mano en el pecho y le bombeó el corazón.

Clevenger miró a Heller fijamente para buscar algún rastro de falsedad en su mirada. Pero parecía sincero, como si hubiera perdido a un hermano, o a un hijo.

– Descubra lo que descubra al final, no lo leerás en los periódicos -le dijo-. Te lo haré saber en cuanto pueda. Te doy mi palabra.

– Confío en ti -dijo Heller-. Y, por favor, recuerda mi ofrecimiento: si necesitas más dinero para investigar con más profundidad, dímelo. Estaría dispuesto a ofrecer una recompensa, si crees que puede servir de ayuda.

– Lo tendré presente.

Se acabó lo que quedaba de whisky.

– El tercero sabe a gloria -dijo-. ¿Qué me dices? ¿Listo para marcharnos?

– ¿Estás bien para conducir? -le preguntó Clevenger.

Heller se levantó, se puso a la pata coja, primero una pierna, luego la otra. Se frotó la pantorrilla izquierda con el pie derecho, sin temblar un ápice.

– Estoy bien. Odio admitir la de noches que he tomado tres whiskys estos últimos seis meses. Vivía y respiraba el caso de John.

Heller hablaba como un alcohólico.

– El caso ha terminado -dijo Clevenger, levantándose.

– No -dijo Heller-. Encuentra al que mató a Snow. Entonces habrá terminado.

* * *

Clevenger regresó al loft poco antes de las doce. No se veía luz por debajo de la puerta de Billy. Al parecer. Estructura cerebral y medular lo había dejado frito.

Se dirigió a su ordenador, vio que el plasma aún brillaba y que la clave o el galimatías del último archivo VTK que había abierto aún estaba en pantalla. Era extraño; el salvapantallas debía saltar a los cinco minutos. Se inclinó y tocó el asiento de la silla. Estaba caliente.

Estaba enfadado y decepcionado. Billy había examinado sus archivos. Volvió a mirar hacia la puerta de su cuarto. Quizá lo indicado era sentarse en su cama y tener una charla sobre el respeto a la intimidad del otro. Quizá si lo castigaba sin salir, aprendería la lección. Pero otro sentimiento eclipsó inesperadamente los demás. Se sintió triunfante, sobre Jet Heller, Abraham Kader, la neurocirugía misma. Porque mientras Heller y él estaban en el Alpine, Billy seguramente no había estado leyendo sobre el sistema nervioso. Se había sentado al ordenador para intentar acercarse a él y a su trabajo. Y si bien Clevenger temía perderlo en la oscuridad de los casos de asesinato, no podía negar que la curiosidad que mostraba su hijo le hacía sentirse bien.

No llamó a la puerta de Billy ni le gritó que saliera. Se sentó en la silla y cerró los ojos, sabiendo que Billy había estado allí hacía tan sólo unos momentos.

Capítulo 15

El Four Seasons

Un día de verano, cinco meses antes

18:00 h

Grace Baxter llamó a la puerta de su suite, con la duda de si estaría allí. Habían quedado en verse hacía una semana, pero desde entonces no había tenido noticias de él, a pesar de haberle telefoneado mil veces. Volvió a llamar, esperó diez, quince segundos, y se dio la vuelta para marcharse.

Él abrió la puerta.

Ella se volvió y se quedó horrorizada con lo que vio. Estaba sin afeitar, tenía los ojos inyectados en sangre y ojeras. La camisa blanca que llevaba estaba arrugada y manchada de sudor. Grace entró y cerró la puerta.

– John, ¿qué pasa? -le preguntó.

Él meneó la cabeza y miró al suelo.

– Lo siento. -Volvió a mirarla. Llevaba un vestido negro suelto y sandalias negras de tacón; estaba radiante.

– No he… -Se frotó los ojos.

Ella le cogió la mano y lo llevó a un confidente de terciopelo.

– No quería que me vieras así -dijo él.

– Dijimos que no nos esconderíamos nada.

Él la miró.

– Las cosas no van bien.

– ¿Qué cosas?

Él meneó la cabeza.

– Pues…

– ¿Qué cosas? John, por favor, dímelo.

– Mi mente -dijo, apenas fijando la vista en ella-. El trabajo. Estoy en un callejón sin salida.

Ella se inclinó hacia delante.

– Dices que te ayuda que nos veamos más. Yo estoy dispuesta a verte, si quieres. John cerró los ojos.

Ella le guió la mano a la parte interior de su muslo, hasta que las yemas de sus dedos tocaron el encaje del tanga.

– Es otro bache en el camino. Nada más. Estás bloqueado. Podemos superarlo.

John sintió su calidez, su humedad. Y una parte de él quiso entrar en ella, sacar la energía que le había ayudado a vencer tantos obstáculos creativos durante los últimos seis meses, acercando el Vortek cada vez más a la realidad. Pero la última vez que habían estado juntos, no se había sentido tan fuerte o menos estéril. Estaba convencido de que ni siquiera ella podía ya seguir alimentando su imaginación. Se había quedado sin ideas. Y para John Snow, eso era como estar muerto.

Grace se acercó más a él y le dio un beso en la boca.

John apenas sintió sus labios. No podía alcanzarla y cada vez se alejaba más. De repente, se sintió mareado.

Ella le besó el cuello.

Unos escalofríos le recorrieron el cuero cabelludo. Se le entumecieron los brazos y las piernas. La miró y la vio sentada en el confidente a tres metros de él. Sin embargo, aún sentía la calidez de sus labios. ¿Cómo era posible?, se preguntó.

– Te quiero -le susurró ella al oído.

Oyó sus palabras como un eco distante. Y entonces supo lo que iba a pasar. La traición incalificable, inconcebible, de los cortocircuitos de su cerebro. Una pérdida total de control, de luz, de amor. Notó que se apartaba de ella. ¿O estaba cayéndose?

– John -dijo-. ¿Qué te pasa? Dios mío.

Vio que todo sucedía como si fuera una tercera persona que estuviera presente en la habitación: los ojos se le pusieron en blanco, estiró el cuello, le temblaban las extremidades, la espalda se le retorcía de un modo horrible, como si fuera un trapo que alguien quiere escurrir. Vio su aspecto grotesco reflejado en el horror del rostro de Grace. Y, aun así, cuando su mandíbula se cerró, cuando notó el sabor de la sangre que le salía de la lengua, vio que ella lo sujetaba, sintió que lo abrazaba con fuerza.

* * *

Se despertó en el suelo, en sus brazos. Ella lloraba, y lo mecía como a un bebé. La miró.

– ¿John? -dijo ella, tocándole la mejilla-. No pasa nada. Te pondrás bien.

Intentó hablar, pero era como si tuviera la boca llena de hojas de afeitar. Notó una sensación extraña en los pantalones. Se había orinado encima.

– No -dijo ella-. Te has mordido la lengua. No intentes hablar.

Se quedó tumbado en silencio, aún aturdido, mirándola. Ella siguió meciéndolo.

– No puedes hacerte esto -le dijo ella-. ¿No lo entiendes? Tienes que dejar este proyecto. Olvídalo. Puedes retomarlo dentro de un año, o cinco, o nunca. No importa.

Notó las lágrimas de Grace en su rostro.

– Sólo es una idea -dijo ella-. No puedes permitir que te destruya. No te dejaré. Te quiero.

Le pareció extraño sentir el poder real de la devoción de Grace en su peor momento, y no en el mejor, que lo amara a pesar del colapso. Sin embargo, otra parte de él sabía que nunca hubiera recibido aquel don en cualquier otra situación. Porque ahora estaba totalmente seguro de que lo quería a él, no a su cerebro. A John Snow. Al hombre, no a la máquina. Y del mismo modo que el amor puro e incondicional puede curar de verdad, puede inspirar de verdad, en el fondo de su corazón supo que no iba a abandonar la lucha por crear aquello que muchos otros insistían en que sólo era una fantasía. Porque, en aquel momento, en los brazos de Grace, sin afeitar, ensangrentado, apenas pudiendo controlar sus extremidades, todo, absolutamente todo, parecía estar a su alcance.

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