Deborah Crombie - Un pasado oculto

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Connor Swann, yerno de Sir Gerald Asherton, director de orquesta, y de su mujer, Dame Caroline, cantante de ópera, es hallado muerto en una esclusa del Támesis en la encantadora campiña de los alrededores de Henley. Ante las dudas acerca de las circunstancias de su fallecimiento, el comisario Duncan Kincaid y la sargento Gemma James son designados para encargarse de dilucidar el caso, y pronto se percatan de que no se trata de un accidente. Otro suceso trágico ya había golpeado a los Asherton veinte años atrás con la muerte por ahogamiento de su hijo Matthew ante los ojos de Julia, hermana del niño. Aunque aparentemente los dos sucesos no tienen relación, no se descarta que exista un nexo. Con los hábiles interrogatorios y el acercamiento a la vida íntima de los personajes, ambos policías construyen pieza a pieza el telón de fondo de la verdadera historia. El flash de una imagen que surge con fuerza de la mente de Kincaid será la clave para descubrir el móvil que ha provocado el luctuoso hecho.

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Oyó el coche antes de llegar a verlo.

– Te van a poner una multa si aparcas en la doble línea amarilla -le dijo mientras Gemma abría la puerta.

– No, si bloqueo mi propio garaje. ¿Qué estás haciendo aquí, jefe?

Desabrochó el cinturón de Toby y este trepó por encima de ella, gritando excitado.

– Qué agradable que alguien lo aprecie a uno tanto -dijo Kincaid dando una palmada a Toby. Luego lo cogió en brazos y le alborotó el pelo liso y rubio-. El motor empieza a sonar a metálico -continuó diciéndole a Gemma mientras ella cerraba el Escort.

Hizo una mueca.

– No me lo recuerdes. Al menos no todavía. -Se quedaron mirándose, incómodos; Gemma con un ramo de rosas rosas en el pecho. El silencio se prolongó y aumentó la incomodidad.

¿Por qué había pensado Kincaid que podría cruzar sin consecuencias las barreras que Gemma había levantado tan cuidadosamente? Esta invasión de su intimidad, palpable como una piedra, parecía separarlos.

– Lo siento. No voy a entrar. Es que no te podía localizar y he pensado que podíamos ponernos al día. -Sintiéndose cada vez más contrito, añadió-: Puedo llevaros a ti y a Toby a comer algo.

– No seas bobo. -Buscó las llaves en su bolso-. Entra, por favor. -Gemma abrió la puerta y se retiró, sonriente, para dejarlo pasar. Tommy, chillando, pasó entre los dos como una flecha-. Ésta es mi casa -dijo Gemma, mientras entraba detrás de él.

Su ropa colgaba en un perchero al lado de la puerta. Kincaid rozó un vestido y olió por un instante la fragancia floral del perfume que Gemma llevaba normalmente. Se tomó su tiempo, echando una ojeada con placer, contemplando. Le sorprendió la simplicidad, y sin embargo, de alguna manera, no le sorprendió.

– Te pega -dijo finalmente-. Me gusta.

Gemma se movió como si la acabaran de liberar. Cruzó la habitación hacia la pequeña cocina y llenó de agua un jarrón para las rosas.

– A mi también. Y creo que a Toby también -dijo, señalando con la cabeza hacia su hijo. Éste estaba abriendo los cajones de un banco de debajo de las ventanas que daban al jardín-. Pero esta tarde me he llevado una buena zurra de mi madre. Ella opina que éste no es un sitio adecuado para un niño.

– Al contrario -dijo Kincaid. Paseó por la habitación e inspeccionó con mayor detenimiento-. Hay algo de ingenuo en este espacio, como una casa de muñecas. O la cabina de un barco, donde todo tiene su lugar.

Gemma rió.

– Le he dicho a mi madre que al abuelo le hubiera encantado. Estuvo en la marina. -Colocó las flores en una mesa de centro. El rosa daba una nota de color al negro y gris de la habitación.

– La elección obvia hubiera sido el rojo -dijo Kincaid, sonriendo.

– Demasiado aburrido. -Dos pares de bragas, algo desgastadas y raídas por las gomas, colgaban frente al radiador. Ruborizada, Gemma las cogió rápidamente y las metió en un cajón junto a la cama. Encendió las lámparas y cerró los estores, dejando afuera el jardín en penumbra-. Me voy a cambiar.

– Déjame que os invite. -Seguía sintiéndose obligado a reparar el daño-. A menos que ya tengáis planes -añadió, ofreciendo así una escapatoria fácil-. O podemos tomar una copa rápidamente, nos ponemos al día, y me iré enseguida.

Gemma se quedó de pie un momento, con la chaqueta en una mano y una percha en la otra, mirando alrededor como evaluando las posibilidades.

– No. Hay un Europa justo en la esquina. Compraremos un par de cosas y cocinaremos. -Colgó la chaqueta con decisión y sacó unos tejanos y un suéter del baúl que había junto al perchero.

– ¿Aquí? -preguntó Kincaid, echando una ojeada de desconfianza a la cocina.

– Cobarde. Tan sólo se necesita práctica. Ya verás.

* * *

– Tiene sus limitaciones, -admitió Gemma mientras empujaban las sillas hacia la mesa en forma de media luna-. Pero uno se adapta. Y no es que disponga de demasiado tiempo para cocinar cosas elaboradas. -Miró a Kincaid en plan indirecta mientras le llenaba la copa de vino.

– Así es la vida de un poli. De mi no recibirás compasión -le dijo, sonriendo. Pero la realidad es que admiraba su determinación. Con horarios imposibles e impredecibles y los muchos casos acumulados, el departamento era una opción dura para una madre soltera y opinaba que Gemma se lo montaba sorprendentemente bien. Sin embargo, no valía la pena mostrar compasión, ya que a Gemma le irritaba cualquier cosa que se pudiera interpretar como trato especial.

– Salud. -Levantó su copa-. Brindo por tu adaptabilidad. -Cocinaron pasta en el quemador de gas y la sirvieron con salsa preparada, ensalada, una barra de pan francés recién sacado del horno y una botella de un vino tinto bastante decente. No estaba mal para una cocina del tamaño de un armario para utensilios de la limpieza.

– Ah, espera. Casi lo olvidaba. -Gemma se levantó de la silla y rebuscó en su bolso, del que sacó una cassette. La metió en un reproductor que había en un estante encima de la cama y le llevó la caja a Kincaid-. Es Caroline Stowe interpretando a Violeta en La Traviata . Es la última grabación que hizo.

Kincaid escuchó los suaves, casi melancólicos sones de la obertura. Mientras estaban haciendo la compra, le había explicado a Gemma su encuentro con Sharon Doyle y sus visitas a Trevor Simons y el vicario. A su vez Gemma le había relatado sus entrevistas en el Coliseum. Había sido minuciosa como siempre, pero había un elemento adicional en su relato, un interés que iba más allá de los límites del caso.

– Éste es el famoso brindis -dijo Gemma cuando la música cambió-. Alfredo canta sobre su vida despreocupada, antes de conocer a Violeta. -Entusiasmado, Toby aporreó su taza sobre la mesa al compás de la alegre melodía-. Escucha ahora -dijo Gemma bajito-. Es Violeta.

La voz era más sombría y rica de lo que él había esperado e incluso en las primeras estrofas pudo oír su conmovedora potencia. Miró la cara absorta de Gemma.

– Te fascina todo esto, ¿verdad?

Gemma tomó un sorbo de su vino, luego dijo despacio:

– Supongo que sí. Nunca lo hubiera pensado. Pero hay algo… -Apartó la mirada de él y se dedicó a cortar la pasta de Toby en trozos más pequeños.

– No creo haberte visto nunca falta de palabras, Gemma -dijo Kincaid algo divertido-. Normalmente pecas de lo contrario. ¿Qué ocurre?

Levantó la mirada hacia él, apartándose un descarriado cabello color cobre de la mejilla.

– No lo sé. No puedo explicarlo -dijo, pero su mano fue a parar a su pecho en un gesto más elocuente que las palabras.

– ¿Lo has comprado hoy? -Kincaid dio un golpecito a la caja de la cassette desde la que lo miraba una Caroline Stowe más joven y cuya delicada belleza se veía acentuada por el traje del siglo diecinueve que vestía.

– En la tienda de regalos de la ENO.

Él le sonrió.

– Eres una conversa, ¿no? Una prosélita. Te diré lo que harás: mañana interrogarás a Caroline Stowe. Seguimos necesitando una explicación más detallada de sus movimientos del jueves por la noche. Así podrás satisfacer tu curiosidad.

– ¿Qué hay de la autopsia? -preguntó Gemma mientras limpiaba las manos de Tony con una servilleta-. Esperaba ir contigo. -Dio un cachete a Toby en el trasero cuando le hizo levantarse de la silla y le susurró-: Es hora de dormir, cielo.

Mirándola, Kincaid dijo:

– Puedo ir solo esta vez. Quédate aquí hasta que puedas ver a Tommy Godwin y luego ve a Badger’s End y aborda a Dame Caroline.

Abrió la boca para protestar, pero la cerró de nuevo tras unos segundos y se dedicó a pinchar la ensalada con el tenedor. Asistir a autopsias era una cuestión de honor para Gemma y Kincaid se sorprendió de que no pusiera más objeciones.

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