Deborah Crombie - Nadie llora al muerto

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La muerte violenta del comandante de la policía Alastair Gilbert, a golpes de martillo, en la cocina de su casa, convulsiona la aparente tranquilidad de Holmbury St. Mary, un pueblecito de Surrey cercano a Londres. El historial opaco de la víctima, poco apreciada por sus convecinos y tampoco por algunos círculos de la policía, hace que el trabajo de los investigadores de Scotland Yard, el comisario Duncan Kincaid y la sargento Gemma James, emprenda dos direcciones. ¿La delicada esposa del comandante o alguno de los vecinos están implicados en el asesinato o es el entorno policial de Gilbert el que lo está?

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– Tantas veces como pueda -le echó una mirada mientras se abrochaba el cinturón del asiento del pasajero- una vez concluyamos este caso.

Habían encontrado al pintor de Ogilvie y lo habían entrevistado esa misma mañana. En efecto, había confirmado la coartada de Ogilvie. Deveney estaba escarbando con la determinación de un bulldog, tratando de encontrar un punto débil en la historia o la conexión entre ambos hombres. Se había registrado de nuevo y en vano el estudio de Gilbert después de detener a Ogilvie. Ahora esperaban que el comité de disciplina tuviera más suerte destapando las pruebas que tenía Gilbert de la corrupción de Ogilvie.

Gemma, como si le hubiera leído los pensamientos, dijo:

– Crees a Ogilvie, ¿verdad? -Dieron la vuelta a una rotonda en dirección a Holmbury St. Mary-. ¿Por qué?

Kincaid se encogió de hombros y dijo:

– No estoy seguro. -Luego sonrió-. Es ese infame instinto. En serio… mintió sobre algunas cosas, y lo noté. Por ejemplo, la respuesta de Gilbert cuando le dijo que ya no quería hacerle el trabajo sucio. Pero no creo que mienta en lo que a Gilbert o Jackie se refiere.

– Incluso si tienes razón, lo cual es discutible, ¿por qué Claire?

Kincaid creyó detectar cierto resentimiento en su voz. Suspiró y pensó que no la podía culpar. A él también le gustaba Claire, incluso la admiraba. Y quizás, sólo quizás, estuviera equivocado.

– En primer lugar, no hay pruebas físicas que lo sitúen en la casa. No hay ni un pelo, ni una fibra en la cocina.

»Además, piensa en todo lo que hemos averiguado sobre Alastair Gilbert. Era celoso y vengativo con la sed de poder de un megalómano. Disfrutaba haciendo daño a los demás, tanto físico como emocional. ¿Quién sería la persona más afectada? -Miró el perfil de Gemma y dijo categóricamente-: Su esposa. Siempre he dicho que este asesinato se cometió en un momento de ira, y creo que Claire Gilbert odiaba a su esposo.

– Si tienes razón -dijo Gemma-, ¿cómo vas a demostrarlo?

* * *

Claire los recibió en la puerta trasera con expresión de ansiedad.

– He llamado al hospital y no dicen nada sobre el estado del agente Darling. ¿Saben algo?

– Mejor que saber -la tranquilizó Gemma-. Lo he visitado esta mañana a primera hora y está bien.

Kincaid se detuvo en el vestíbulo para echar una ojeada a los impermeables que colgaban de una fila de ganchos. Cuando vio lo que buscaba no supo si alegrarse o sentir pesar.

– ¿Y… David? -preguntó Claire cuando entraron en la cocina. Miró a Kincaid.

– Nos está ayudando en la investigación.

Lewis seguía estirado en el edredón de Lucy, pero esta vez levantó la cabeza y meneó la cola. Kincaid se arrodilló y le acarició las orejas.

– Veo que este paciente también está mejorando, a pesar de no ser el bravucón de siempre.

– Lucy insistió en quedarse con él toda la noche. Después de que viniera el veterinario hace una hora la convencí para que se estirara en el sofá del invernadero. -Claire toqueteó vacilante el pañuelo de seda que llevaba fruncido alrededor del cuello de la camisa blanca esmeradamente confeccionada-. En cuanto a David… Era buena persona, en el pasado. Lo que sea que le haya pasado en estos últimos años, en fin, no le creo capaz de… matar a nadie.

– Me inclino a coincidir con usted -dijo Kincaid notando la intensa mirada de Gemma.

Claire sonrió aliviada.

– Gracias por venir a tranquilizarme. ¿Puedo ofrecerles café o té?

Kincaid respiró hondo.

– En realidad, nos gustaría hablar con usted. En un lugar algo más privado, si no le importa.

Su sonrisa flaqueó, pero aceptó de inmediato.

– Podemos ir al salón. Prefiero no molestar a Lucy.

La siguieron hasta la sala que había parecido tan acogedora la noche en que murió Alastair Gilbert, y dejaron la puerta entornada. En la chimenea el fuego no estaba encendido y las paredes rojas eran más bien de mal gusto vistas a la débil luz del día que entraba por los postigos.

Kincaid se sentó muy derecho en el sillón tapizado en chintz. Había repasado todos los ángulos, cómo sorprenderla, cómo engañarla, pero al final empezó con simplicidad.

– Señora Gilbert. He averiguado una serie de cosas durante esta semana que me han llevado a pensar que su marido abusaba físicamente de usted. Quizás sólo ocurriera en una o dos ocasiones, quizás fue algo que ha venido sucediendo desde el inicio de su matrimonio. No lo sé.

»Lo que sí sé, no obstante, por fuentes que no son David Ogilvie, es que su esposo sospechaba que usted tenía una aventura. Fue tan lejos como para acusar a Malcolm Reid y lo amenazó.

Claire se puso la mano en la boca, apretando fuerte con los dedos. Reid no se lo ha dicho, pensó Kincaid. ¿Qué más no le habían contado sus amigos para protegerla? ¿Y qué había escondido ella de ellos?

– Pero Reid sólo era culpable de ayudarla a esconder sus bienes y le dijo a su esposo que dejara de fastidiar. ¿Cuán cerca de la verdad estuvo su esposo, Claire? ¿También amenazó a Brian?

El silencio se alargó mientras Claire retorcía las manos en su regazo. Era el momento decisivo, Kincaid lo sabía y tuvo que acordarse de respirar. Si negaba su relación con Brian ya no le quedaba nada más para conseguir que hablara y no tenía pruebas excepto sus propias extravagantes suposiciones. La cara de Claire parecía paralizada y remota, como si nada de todo esto tuviera que ver con ella, luego respiró hondo y dijo:

– David lo sabía, ¿verdad?

Kincaid asintió e hizo un gran esfuerzo de no dejar que se notase el alivio en su voz.

– Eso creo, pero no fue él quien nos lo dijo.

– Lo mío con Brian no fue una aventura apasionada entre dos personas maduras, ¿entiende? -dijo ella con una sonrisa meramente insinuada-. Los dos estábamos solos y necesitados. Ha sido un buen amigo.

»Y también Malcolm. Nunca le expliqué a Malcolm toda la verdad sobre Alastair, sólo lo que podía soportar. Dije que estaba cansada de que fuera condescendiente conmigo, de ser tratada como su pertenencia, y Malcolm me ayudó como pudo. Tuve mucho cuidado de no llevar el talonario a casa. Incluso lo escondí en un lugar secreto en la tienda, por si acaso Alastair llegara de alguna manera a registrar mi escritorio. Era muy convincente cuando quería, ¿sabe? Imaginé que vendría cuando supiera que yo no estaba y le diría a Malcolm que yo había llamado y le había pedido que me cogiera alguna cosa. ¿Qué podría hacer Malcolm entonces?

»Y luego, claro, me preguntaba si mi paranoia había alcanzado proporciones épicas, si me estaba volviendo loca. -Sacudió la cabeza y lanzó una risa ahogada-. Pero ahora sé que ni siquiera mi paranoia estaba a la altura de Alastair.

Vertía las palabras como un torrente desatado y a Kincaid le pareció que el muro de falsas apariencias que había levantado Claire Gilbert a su alrededor estaba empezando a derrumbarse ante sus ojos. Ahora emergía por entre los escombros la verdadera Claire: asustada, enfadada, resentida y ya nada remota.

– Ni siquiera se le ocurrió preguntarse por qué llevaba a casa tan poco dinero. No creía que mi trabajo tuviera valor. Ésa, por supuesto, fue la única razón por la que toleró que yo trabajase y no estoy segura de que hubiese durado demasiado.

»Tengo una amiga del colegio en Estados Unidos, en Carolina del Norte. Pensaba que para cuando Lucy hubiera acabado la escuela ya habría ahorrado suficiente dinero y que podríamos… desaparecer.

– ¿Y qué pasaría con Brian? -preguntó Gemma, que sonó como si el hombre necesitara un partidario.

Despacio, Claire dijo:

– Brian lo habría comprendido. Los problemas con Alastair se habían intensificado durante el último año. Tenía miedo.

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