Deborah Crombie - Nadie llora al muerto

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La muerte violenta del comandante de la policía Alastair Gilbert, a golpes de martillo, en la cocina de su casa, convulsiona la aparente tranquilidad de Holmbury St. Mary, un pueblecito de Surrey cercano a Londres. El historial opaco de la víctima, poco apreciada por sus convecinos y tampoco por algunos círculos de la policía, hace que el trabajo de los investigadores de Scotland Yard, el comisario Duncan Kincaid y la sargento Gemma James, emprenda dos direcciones. ¿La delicada esposa del comandante o alguno de los vecinos están implicados en el asesinato o es el entorno policial de Gilbert el que lo está?

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– ¿Qué pasa con Jackie? -explotó Gemma-. ¿Acaso no cuenta hacer que le disparen? ¿O eso ya está bien, puesto que no se ha ensuciado las manos?

– No he tenido nada que ver con eso -dijo Ogilvie y sonó irritado por primera vez.

– ¿Y Gilbert? -preguntó Kincaid-. ¿Usted vino aquí antes a buscar las pruebas y él lo sorprendió…?

Se oyó el inconfundible ruido de los neumáticos sobre la grava y luego un portazo. Ogilvie maldijo y luego se rió en voz baja.

– Bueno, supongo que podemos encender las luces y celebrar una fiesta. Cuantos más, mejor. -Dio un paso adelante para oprimir el interruptor. Gemma tuvo que parpadear cuando las lámparas con pantallas de cobre de Claire se iluminaron-. ¡Muévanse! -les gritó y apuntó con la pistola hacia el extremo de la cocina-. Lejos de la puerta. -Entonces sonrió y Gemma se estremeció, porque la luz de sus ojos le recordó unos dibujos que había visto de guerreros celtas entrando en combate. David Ogilvie estaba disfrutando.

Voces. Luego pasos. Se abrió la puerta del vestíbulo. Claire Gilbert entró en la cocina diciendo:

– ¿Qué significa…? -se paró en seco al darse cuenta del panorama que tenía delante-. ¿David? -Su voz pasó a ser un chillido de sorpresa.

– Hola, Claire.

– ¿Pero qué…? No entiendo. -Claire, la cara fláccida por la incomprensión, miró a Ogilvie, luego a Gemma y Kincaid.

– Pues yo diría «me alegro de verte», aunque no sea totalmente cierto por mi parte. -Ogilvie hizo un gesto de pesar-. Sabes que tomaste la decisión equivocada tiempo atrás, ¿no, querida? Me hubiera costado mi ascenso de todas formas -Alastair era vengativo además de celoso- pero al menos te hubiera tenido a ti como consuelo…

– ¡Mamá! -Lucy irrumpió en la habitación gimiendo-. Algo le pasa a Lewis. No lo puedo desper… -Derrapó al detenerse junto a su madre-. ¿Qué…?

– Tan sólo está drogado -dijo Ogilvie-. Deberías enseñarlo a no aceptar bistecs de extraños. Volverá en sí en un rato. -Dirigió de nuevo su atención a Claire-. Pero me tenías miedo. ¿Recuerdas habérmelo dicho cuando anunciaste que te ibas a casar con Alastair? Dijiste que yo tenía una veta salvaje y que debías tener en cuenta la necesidad de un hogar estable para Lucy. -Se rió con desdén.

Claire se acercó a Lucy.

– Sólo hice lo que…

– Él me chantajeó para que te siguiera. Sus sospechas lo consumían como una enfermedad, estaba carcomido. Durante meses he pasado mis horas fuera de servicio observando cada movimiento tuyo. Llevas una vida bastante aburrida, querida, con excepciones ocasionales. -Ogilvie sonrió a Claire-. Deberías alegrarte de que no le dijera todo lo que he descubierto.

Sus intensos ojos grises se volvieron hacia Gemma y Kincaid.

– Bueno. Todo esto ha sido muy agradable, pero opino que ya hemos charlado suficiente. Hay arriba un dormitorio que se cierra con llave, ¿no es cierto?

Claire asintió.

– Ahora todos juntos, sed buenos chicos. -Ogilvie les indicó con la pistola que se dirigieran hacia el pasillo.

La puerta del vestíbulo sonó al cerrarse. Todos se dieron la vuelta como marionetas y esperaron.

– Señora Gilbert, la puerta estaba abierta de par en par y he dejado su… -Will Darling se detuvo justo dentro de la cocina-. ¡Qué diablos…! -En una fracción de segundo asimiló la escena, se dio la vuelta y se tiró hacia la puerta.

La pistola chasqueó y Will cayó con un grito de dolor. El agente se dio la vuelta y se apretó el muslo con fuerza. Gemma vio como en sus pantalones aparecía y se extendía una mancha brillante. Le dolían los oídos por el ruido y tragó saliva para contrarrestar el olor acre de la pólvora.

Demasiada sangre, pensó Gemma frenéticamente. Por Dios, que no sea la arteria femoral. Se desangrará hasta morir. Trató de recordar su formación en primeros auxilios. Presión. Aplicar presión directamente en la herida. Ignorando a Ogilvie, Gemma cogió un trapo de cocina de la encimera y corrió junto a Will. Dobló el trapo para que tuviera grosor y lo apretó contra la pierna con toda la fuerza de su peso. Will trató de levantarse pero cayó de nuevo con un gruñido de dolor. Cogió el brazo de Gemma, le tiró de la manga.

– Gemma, ayúdame. Tengo que pedir refuerzos. Qué…

– ¡No hables! Te pondrás bien, Will. Estáte quieto. -Entonces Gemma miró a Ogilvie. Tenía los labios apretados y su brazo estaba rígido. Ahora podía reaccionar de cualquier manera, pensó Gemma. Había cruzado la barrera que separaba a la mayoría de las personas de la posibilidad de violencia. Ahora podía ocurrir cualquier cosa.

– Escuche, colega. -Kincaid dio un paso en su dirección, luego otro-. Ya ve que no hay ninguna razón para continuar con esto. ¿Qué va a hacer? ¿Dispararnos a todos? No va a hacer daño a Lucy o a Claire. Entréguese.

– Atrás. -Ogilvie apuntó la pistola hacia Kincaid y la levantó a la altura del corazón.

Kincaid se paró con las manos levantadas y las palmas hacia fuera.

– Está bien. Nos podría encerrar, pero no puede dejar al agente sin atención médica. Él sólo estaba haciendo su trabajo. ¿Quiere tener esto en su conciencia? -Dio otro paso hacia Ogilvie, con las palmas todavía hacia fuera-. Déme la pistola.

– Le digo que… -Ogilvie levantó la mano izquierda para dar soporte a la derecha.

En posición para disparar, pensó Gemma, observando consternada y furiosa. No.

– Tengo frío, Gemma -dijo Will. La fuerza en su brazo era más débil. Las luces del coche. Se había dejado las luces del coche encendidas-. ¿Por qué tengo tanto frío? -Ahora la cara del agente estaba blanca, cubierta de sudor y el trapo estaba caliente y mojado.

– Alguien tiene que ayudarlo -dijo Gemma apretando los dientes para evitar el castañeteo.

Claire empujó a Lucy detrás suyo y dio un paso adelante.

– David, escúchame. No puedes hacer esto. Te conozco. Me puedo haber equivocado con Alastair, pero no me equivoco contigo. Si le disparas a él tendrás que dispararme a mí. Entrégate.

Gemma oyó gimotear a Lucy, pero no podía apartar los ojos del triángulo Kincaid, Claire y Ogilvie.

Por un momento pensó que el brazo de Ogilvie temblaba levemente y que el dedo se tensaba en el gatillo. Ogilvie sonrió.

– Hay algo honorable en una derrota digna. Y supongo que un cuerpo en el suelo de tu cocina es más que suficiente para ti, querida. -Se pasó la pistola a la mano izquierda se la entregó por la culata a Kincaid sin apartar los ojos de Claire. Añadió suavemente, con algo de pesar-: Nunca he sido capaz de negarte nada.

Claire se fue hacia él y le puso el dorso de su mano contra la mejilla.

– David.

Kincaid, con la pistola aún levantada, retrocedió hasta encontrar el teléfono en la mesa del desayuno y marcó el 999.

* * *

Kincaid estaba solo en la cocina de los Gilbert. Gemma se había ido con Will en la ambulancia y un coche patrulla se había llevado a un David Ogilvie que no opuso resistencia. Alertado por las luces y el ruido de las sirenas, Brian había cruzado corriendo la carretera y conducido a Claire al invernadero con una bebida fuerte.

La subida de adrenalina también se había hecho sentir en Kincaid. Levantó las manos y se preguntó si el temblor era visible. No temblaban tanto como para no poder interrogar a David Ogilvie cuando llegara a la comisaría. Más tarde pensaría en las posibles consecuencias de lo que había ocurrido.

Oyó el chirrido de la puerta del vestíbulo y luego un caminar silencioso. Lucy entró en la cocina. Todavía llevaba puesto el conjunto de la tarde, un vestido verde oscuro de talle alto y largo hasta la pantorrilla. La hacía parecer inocentemente anticuada y alejada de las corrientes de violencia que habían circulado por la casa. Le sonrió.

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