Oyó el ruido de neumáticos en el pavimento y al abrir los ojos se encontró que el coche que había parado delante de ella era un pequeño y alegre Vauxhall rojo. La mujer al volante bajó la ventanilla y se asomó.
– Parece algo perdida. ¿Puedo ayudarla? -Tenía una voz levemente ronca aunque melodiosa, llevaba una melena color platino y tenía la nariz más grande que Gemma jamás había visto.
Se sintió avergonzada por haber sido pillada soñando despierta como una idiota y tartamudeó:
– Yo no… Es decir, estoy bien. Gracias. Sólo espero a alguien.
La mujer la estudió hasta que Gemma apartó los ojos de su penetrante mirada.
– Usted debe de ser la escurridiza sargento James. He oído hablar de usted a Geoff, entre otros. Soy Madeleine Wade. -Sacó la mano por la ventana y Gemma notó unos dedos tan fuertes como los suyos propios-. Si busca a su comisario, no lo he visto últimamente. ¡Hasta luego! -Con un saludo puso la primera y arrancó dejando a Gemma boquiabierta.
Cerró la boca con un chasquido y se preguntó por qué se sentía como si la hubieran abierto y vuelto a cerrar. ¿Y había notado el énfasis puesto en el su delante de comisario o estaba imaginando cosas? Atónita, cruzó la calle y rodeó el aparcamiento del pub, pero no vio el Rover.
Despacio se dirigió al camino y miró la casa de los Gilbert. ¿Le estaría ganando una mano a Kincaid si aprovechaba la oportunidad para charlar con Claire Gilbert? Sintió que ella y Claire habían establecido una relación y quizás ella sola tendría más posibilidades de ganar la confianza de Claire.
Abrió la puerta de la verja y pasó de largo ante la austera puerta principal que le parecía que simbolizaba la presencia de Alastair Gilbert en la casa. Tomó el sendero que llevaba al jardín trasero.
Lo que vio entonces podría haber adornado la tela de un pintor. Alguien había colocado una silla blanca de hierro forjado en un rincón soleado del césped. En ella estaba sentada Claire, que llevaba una blusa victoriana de cuello alto y una falda que parecía un montón de flores silvestres. Lucy estaba sentada en el suelo junto a ella, con la cabeza apoyada en la rodilla de su madre. Lewis retozaba con una pelota de tenis en la boca y que soltó rápidamente para poder saludar a Gemma con entusiasmo.
– Sargento -dijo Claire mientras Gemma cruzaba el césped-, coja una silla y venga. Este tiempo es indecente para noviembre, ¿no cree? -Volvió la palma de la mano hacia el perfecto cielo azul-. Tome limonada. Está recién exprimida, no es de la que venden embotellada. Lucy la ha preparado.
– Iré a buscarle un vaso -dijo Lucy con una sonrisa y se levantó con elegante facilidad-. No, Lewis -lo reprendió mientras traía una silla para Gemma-. No quiere jugar contigo ahora, bobo. -El perro ladeó la cabeza y jadeó. La rosada lengua contrastaba con su oscuro hocico.
– Me siento una holgazana total -dijo Gemma un poco avergonzada, aunque se sentó agradecida en la silla.
Claire cerró los ojos.
– A veces es la mejor opción y no la aprovechamos a menudo.
– Todo el mundo me dice hoy lo mismo. ¿Acaso hay una conspiración?
Claire se rió.
– ¿También la educaron machacándole lo de «las manos ociosas son instrumento del diablo»? Es gracioso lo difícil que es deshacerse de estos lastres.
Lucy volvió con un vaso de limonada para Gemma y regresó a su sitio junto a la silla de su madre.
– ¿Deshacerse de qué lastres? -preguntó mirándolas.
– Las cosas que aprendemos en las rodillas de nuestras madres -respondió Claire con delicadeza, pasando su mano por el cabello de Lucy-. Cómo escuchar, cómo agradar, cómo hacer lo que se espera de nosotras. ¿No es así, sargento? -Miró a Gemma inquisitivamente-. No puedo evitar llamarla sargento. Su nombre es Gemma, ¿no?
Gemma asintió, pensando en la franca independencia de su madre (que su padre solía llamar empecinamiento). Sin embargo, a pesar de su influencia, Gemma satisfizo cada capricho de Rob como si hubiera sido un rey. El recuerdo la hizo estremecerse. ¿De dónde venía ese comportamiento? ¿Y cómo se protegía una contra él?
– Será mejor que me prepare -dijo Lucy interrumpiendo el momento de ensueño de Gemma-. Las babas de perro no son apropiadas para la ocasión. -Se levantó y se limpió la camisa.
– ¿Ocasión? -preguntó Gemma.
– Vamos a llevar a Gwen a tomar el té y mamá dice que he de llevar algo apropiado. ¿No odia esa palabra?
– Es terrible -estuvo de acuerdo Gemma y sonrió-. ¿Cómo lo sobrelleva la madre de Alastair, por cierto?
– Iré enseguida, cielo -le dijo Claire a Lucy, luego se volvió de nuevo hacia Gemma-. Todo lo bien que se pueda esperar. El shock la ha dejado un poco confusa. A veces parece que olvida lo que ha pasado, pero cuando lo recuerda se preocupa por el funeral. -Claire miró los árboles que se subían por la pendiente de detrás del jardín. Cuando oyó el golpe de la puerta de la cocina dijo-: Dado que no sabemos cuándo van a entregamos el cuerpo, Becca opina que sería mejor hacer una ceremonia discreta sin que se convierta en un festín para la prensa. -Casi sonriendo añadió-: Creo que Alastair se habría sentido decepcionado de que no se le mostrase el debido respeto. Ya sabe… brazaletes negros, portadores y todos los valientes oficiales de uniforme.
Claire se acabó su vaso de limonada y miró su reloj.
– Supongo que será mejor que también me ponga algo más apropiado para ir a buscar a Gwen a Dorking.
– Sólo quiero hablar un momento con usted -dijo Gemma-, si pudiera quedarse un rato más.
Claire se volvió a sentar en la silla y miró a Gemma con atención.
– Se trata de su cuenta bancaria, señora Gilbert. La que abrió en Dorking. ¿Por qué solicitó que enviaran la correspondencia a su trabajo?
– ¿Cuenta bancaria? -dijo Claire sin comprender, mirando fijamente a Gemma-. ¿Pero cómo…? -Apartó la mirada con un parpadeo. Luego se alisó la falda por donde la había arrugado con su puño-. Fui una hija única muy supervisada y me casé con Stephen a los diecinueve años. Fui directa de los brazos de mis padres a los suyos. Exceptuando el corto período tras la muerte de Stephen, nunca he vivido sola. -Se enfrentó de nuevo a la mirada de Gemma y sus ojos eran feroces-. ¿Entiende lo que es querer algo para usted sola? ¿Lo ha sentido alguna vez? Eso era todo lo que quería, algo que nadie más pudiera tocar. No tenía que pedir permiso para gastarlo, no tenía que justificarme. Era maravilloso y era mi secreto. -Se miró las manos y las cerró fuerte de nuevo, formando puños, mientras respiraba hondo-. ¿Cómo lo han descubierto? Malcolm no puede habérselo dicho.
– No lo hizo -dijo Gemma en voz baja-. Encontramos su número de cuenta en el bolsillo de su esposo.
* * *
Gemma estaba sentada en la mesa de picnic del jardín delantero del pub, observando cómo se desarrollaba la vida del pueblo a su alrededor. Brian pasó en su pequeña camioneta blanca, Claire y Lucy se fueron en su Volvo, Geoff paró a hablar con ella de camino a la vicaría para ayudar en el jardín.
Al cabo de un rato cerró los ojos, esforzándose por no pensar ni en Jackie, ni en Alastair Gilbert, ni en nada. Disfrutó del sol que calentaba su piel y fue el fresco que notó al caer una sombra sobre su cara lo que le hizo abrir los ojos sobresaltada.
– ¿En qué piensas? -preguntó Kincaid.
– ¿Dónde…? No te he visto pasar.
– Es obvio. -Arqueó las cejas mientras se sentaba en el banco frente a Gemma.
Irritada por sus bromas, Gemma empezó a hablar de su viaje a Dorking con Will y luego, algo vacilante, habló de su visita a Claire.
El único comentario de Kincaid fue arquear las cejas un poco más. Luego, con voz inexpresiva, le explicó a Gemma la entrevista con la doctora.
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