– Mejor que no. Últimamente he pasado muy poco tiempo con Toby. Es que no estoy segura de querer…
El teléfono sonó con tal fuerza que los sobresaltó a los dos. Kincaid arrancó el auricular de la horquilla y se lo puso a la oreja.
– Kincaid.
Al otro lado de la línea oyó la voz de Will Darling.
– Tenía razón, jefe. Pero no sé lo que significa. En el bolsillo de Gilbert había un papel arrugado de la tintorería con un número apuntado. Lo he estado estudiando, pensándome que era un número de teléfono. Entonces, ¡bingo!, se me ha encendido la bombilla y me he dicho: «Es una maldita cuenta bancaria.» Lo he comparado con la cuenta conjunta de los Gilbert en Lloyd’s y no coincidía. Me ha costado toda la tarde, pero he encontrado la sucursal que usa esa secuencia numérica y está en Dorking. Me he inventado un farol y les he dicho que llamaba de la joyería Darling de Guildford y que tenía un cheque en mis manos por mil libras y que quería verificar si había suficientes fondos en la cuenta. Nombre, Gilbert, número de cuenta tal…
– ¿Y…? -lo apremió Kincaid.
– Dijeron que no había problema, que la cuenta de la señora Gilbert contenía suficientes fondos para cubrir el cheque.
Cuando al día siguiente Gemma entró sin hacer ruido en el despacho de Kincaid, él estaba exactamente en la misma posición en que lo había dejado la noche anterior: con un codo apoyado sobre el escritorio, los dedos metidos en su mata de pelo y la mirada clavada en un montón de informes. Se había aflojado la corbata y su camisa estaba sospechosamente arrugada. Parecía aún más cansado que el día anterior.
– No te has ido a casa, ¿verdad? -Mientras colgaba su abrigo en el perchero, Gemma sintió una punzada de culpa por las pocas horas que había pasado fuera de la oficina. Pero a pesar de haber estado en su apartamento, su sueño fue agitado y movido, interrumpido por pesadillas en las que veía a Jackie sosteniendo un niño de pelo rubio. Finalmente se levantó y se arrodilló junto a la cama de Toby para colocar la palma de su mano en la espalda del niño y sentir su respiración. Cuando empezó a palidecer el rectángulo proyectado en la habitación de la ventana del jardín, sus piernas llevaban tiempo entumecidas.
Kincaid la miró y sonrió.
– Palabra de boy scout. Pero no me pude dormir y he vuelto de madrugada. -Se estiró, hizo crujir sus nudillos y apartó los papeles-. Estoy empezando a sentirme una maldita pelota de ping pong con este caso. Londres, Surrey, Surrey, Londres. -Mientras hablaba movía la cabeza de atrás adelante y viceversa-. Después de descubrir que hay gato encerrado con los Gilbert, lo primero que he recibido esta mañana es una llamada de un tipo del comité de disciplina. Me ha dicho que cuando han intentado ponerse en contacto con Ogilvie esta mañana han descubierto que ha desaparecido del curso de formación. Parece ser que tenía que haber impartido hoy el taller final y que no ha aparecido. Su habitación de hotel también está limpia.
Gemma se hundió en su silla y dio un silbido.
– Quizás dejara un mensaje y se ha perdido. Ya sabes, una emergencia familiar o algo así.
– ¿Ahora eres la abogada del diablo? -Kincaid se sentó más derecho.
– Es posible -replicó Gemma.
– Pero muy improbable.
Gemma se dio por vencida y asintió.
– ¿Entonces dónde está y qué van a hacer los del comité de disciplina?
– Seguirán el rastro de los contactos principales e investigarán lo más obvio. Pero opinan que no tienen suficientes pruebas como para poner en marcha todos sus recursos. Lo que me gustaría saber es qué ha sido lo que ha precipitado esta fuga. Si dispuso la muerte de Jackie, ¿por qué esperar dos días antes de dejarse llevar por el pánico?
– ¿Pero por qué dejarse llevar por el pánico? -Gemma trazó un círculo en el polvo que había sobre la mesa de Kincaid. Luego dibujó otro-. A menos que hayamos removido el fango más de lo que suponíamos. Pero en ese caso, ¿quién lo ha avisado? -Conectó los círculos con una línea ondulada y luego se limpió el polvo del dedo.
– Podría ser algo tan sencillo como su secretaria, la agradable señora como-se-llame, que le ha debido explicar que estamos investigando sus movimientos de la noche en que murió Gilbert. Pero habría esperado una respuesta más impasible de un poli experimentado como Ogilvie, como mínimo un buen farol.
Gemma asintió.
– Ogilvie. La impasibilidad personificada. ¿Pero qué hay de…?
– ¿Talley? Un converso, diría yo. Los del comité empezarán hoy con él y ellos aprietan bien los tomillos. Pero, mientras tanto, no es que podamos hacer mucho por ese lado. -Kincaid bostezó.
– ¿Qué hacemos ahora, jefe? -preguntó Gemma.
– Puedes preparamos un café, anda, sé buena chica -dijo Kincaid sonriendo.
Era una broma habitual entre ellos y esta mañana Gemma no se sentía inclinada a defraudarlo.
– Puede prepararse su maldito café usted mismo, señor -respondió sin poder aguantar la risa-. Pero me voy a preparar uno para mí, y si me tratas bien igual te traigo una taza. -Se levantó de la silla y añadió-: Pero en serio…
– De vuelta a Surrey, creo. ¿Quieres ir con Will a entrevistar al director del banco en Dorking?
Era más una petición que una orden y este gesto la emocionó más de lo que esperaba.
– Está bien. -Se sentó en el brazo de la silla-. ¿No quieres preguntarle a Claire primero? Podría haber una explicación muy sencilla.
Kincaid negó con la cabeza mientras se masajeaba la zona en tensión entre los ojos.
– No. -Dejó caer la mano y miró a Gemma sin rastro de la picardía que había mostrado hacía un momento-. Claire no nos lo está explicando todo, Gemma. Estoy seguro de ello y no me gusta nada. Creo que es hora de que tengamos otra charla con la doctora Gabriella Wilson.
* * *
Después de echarle una buena mirada al estado de su jefe en el aparcamiento de Scotland Yard, Gemma insistió en conducir ella el Rover que habían solicitado. Kincaid se quedó dormido antes de cruzar el puente de Westminster y nada perturbó su sueño mientras avanzaron lentamente por el clamor del tráfico de Londres. Gemma lo miró mientras esperaba ante otro semáforo interminable y pensó en la última vez que lo observó dormir, indefenso como un niño, y por primera vez le asaltaron las dudas. ¿Debería haber escuchado como mínimo su versión de las cosas?
Kincaid se movió y abrió los ojos por un momento, como si la conciencia de la mirada de Gemma hubiera llegado allá donde el ruido de las bocinas y el chirrido de los frenos no podían llegar.
Gemma agarró con fuerza el volante y se concentró en la conducción.
* * *
– ¿Le apetece comer primero? -preguntó Will Darling mientras le arrebataba una plaza de aparcamiento a otro conductor impaciente.
Gemma y Kincaid se habían cambiado los coches tan pronto llegaron a la comisaría de Guildford. Gemma se fue con Will, y Nick Deveney y Kincaid se quedaron con el Rover.
– Todavía no son las doce. -Gemma ofreció al conductor frustrado una sonrisa de disculpa mientras salía del coche y se dirigía a la acera, donde la estaba esperando Will.
– Dígaselo a mi estómago. -Will la cogió por el codo y la condujo a la calle principal-. Conozco un pub.
– De alguna manera no me sorprende. Pero nada de pescado con patatas -amonestó Gemma recordando la última vez que comieron juntos. Mientras caminaban por la concurrida calle, procurando esquivar la aglomeración de gente que iba de compras a mediodía, Gemma se dio cuenta de que tenía hambre. No pudo recordar si había comido desde que supo lo de Jackie el día anterior por la mañana, pero supuso que lo había hecho de manera mecánica.
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