Se trataba de un pub realmente agradable y un lugar favorito entre los lugareños tal como demostraba la clientela temprana. Después de pedir en la barra del bar, se fueron con sus bebidas a una mesa situada en una esquina. Will dijo:
– ¿Sabe la primera norma del buen policía? Primero, comer bien. Nunca se sabe cuándo va a tener uno otra oportunidad.
– Se lo ha tomado muy en serio.
– Supongo que el ejército tiene algo que ver. -Will se quedó mirando por la ventana mientras sorbía la espuma de su pinta-. Vivir al límite hace que tendamos a reconocer más fácilmente las prioridades.
– ¿Al límite? -repitió Gemma, desconcertada.
– Estuve destinado en Irlanda del Norte durante dos años.
La camarera les trajo la comida: patatas asadas y ensaladilla de langostinos para Gemma y pollo asado para Will. Mientras mezclaba la ensaladilla con las patatas, Gemma miró a Will a través del vapor que emanaba de su plato. Se lo imaginó en uniforme y botas, con ese aspecto de mofletudo granjero de Surrey.
– Cuando fui era tan ambicioso como usted -prosiguió Will tragándose un bocado de pollo-. No se moleste en discutirlo -añadió con una sonrisa-. Las mujeres de la metropolitana no llegan a su rango de otro modo. Quiere llegar a agente de la división de investigación criminal, o incluso comisario, ¿no? -Agitó una patata frita para poner énfasis-. Yo también entonces, sólo que yo tenía puestas mis esperanzas en un cuerpo comarcal, preferentemente éste.
Gemma se llevó el tenedor a la boca y paró en seco.
– No lo entiendo, Will. Seguro que no es demasiado tarde. Sólo tiene, ¿cuántos…? -Recordó lo que dijo sobre su cumpleaños y calculó de cabeza-. ¿Treinta y cuatro? Y es un buen policía, no hace falta que se lo diga.
– Gracias de todos modos. -Se limpió los dedos con la servilleta y sonrió-. E imagino que subiré de rango por el desgaste de mis superiores, así de sencillo. La verdad es que ya no me importa. Dos de mis mejores compañeros estaban haciendo controles de rutina en la frontera una noche. -Puso la mano en el vaso de cerveza, pero no lo levantó-. Por desgracia el camión que pararon llevaba una bomba. -Su voz era desapasionada, sólo la quietud de la mano en el vaso lo delataba.
– Oh, no -susurró Gemma.
Will se encogió de hombros.
– Todos nos habíamos estado quejando de nuestro destino. Las protestas habituales, aburrimiento, comida pésima, escasez de chicas. -En sus mejillas apenas se veían los hoyuelos-. Íbamos a tener grandes aventuras cuando volviéramos a casa. Mi madre solía decir que lo importante era el trayecto, no llegar a la estación. Es un tópico muy usado, lo sé, pero ese día reconocí la verdad que encerraba.
Gemma puso el tenedor junto a la patata comida a medias.
– Le han explicado lo de Jackie, ¿verdad?
– Sí. -Alargó el brazo por encima de la mesa y tocó su mano-. Lo siento, Gemma.
No pudo hacer frente a la sincera simpatía de los ojos de Will y cogió de nuevo su tenedor para acabar jugueteando con la comida. Pensó en la terca negativa de Jackie a dejar las rondas porque le encantaba lo que llamaba «control cotidiano», el contacto regular con las personas de las que era responsable.
– Le hubieras gustado a Jackie -dijo Gemma-. Miró a Will cuando éste centró su atención de nuevo en la comida y se preguntó si él también se sentía responsable de las muertes de sus amigos.
* * *
En la placa que había sobre el escritorio del director del banco se leía Augustus Cokes. El nombre era tan apropiado que Gemma se preguntó si los apelativos dejaban una impronta, como un cromosoma adicional. Se trataba de un hombre pequeño con cara redonda, llevaba gafas y su cabello era ralo. Se levantó para saludarlos con una expresión de inquietud y confusión.
– Esto es de lo más insólito -dijo cuando se presentaron-. No sé en qué puedo ayudarlos, pero disparen.
Gemma se acomodó en la dura silla y se sacudió la solapa de su chaqueta. Hizo caso de la leve indicación de Will y empezó a hablar:
– Me temo que se trata de un asunto algo delicado, señor Cokes. Verá, concierne a la investigación de un asesinato. Estoy segura de que se habrá enterado por los periódicos de la muerte del comandante Alastair Gilbert. -Gemma vio que los gruesos labios rosados del hombre se abrían como si fuera un pez y prosiguió-. Nos han informado de que la esposa del comandante, Claire Gilbert, tenía abierta una cuenta aquí, y creemos que puede haber algunas… irregularidades. Nos gustaría…
– ¡No me diga! La mujer de un comandante, una vulgar delincuente. Quién lo hubiera pensado. -Cokes sacudió la cabeza encantado e hizo un mohín de desaprobación-. Y una mujer tan educada.
Will respondió a la mirada inquisitiva de Gemma con una de incomprensión.
– ¿De qué está hablando, señor Cokes? -preguntó Gemma-. No hemos insinuado en absoluto que la señora Gilbert haya cometido ningún delito. Simplemente queremos aclarar algunos puntos sobre el señor Gilbert.
– Pero, el otro policía… -Cokes miró a Gemma y luego a Will-. El que vino la semana pasada…
– ¿Qué otro policía? -Will preguntó pacientemente.
– Deberían aprender a coordinar mejor sus esfuerzos -dijo Cokes con cierta petulancia, como si estuviera empezando a disfrutar de su malestar-. No me extraña que en la televisión hagan todos esos programas escandalosos donde ponen en evidencia a la policía.
– Quizás deberíamos empezar por el principio, señor Cokes. -Will se sacó la cartera y extrajo la foto que él y Gemma habían mostrado sin éxito en el centro comercial Friary-. ¿He de entender que ha conocido personalmente a la señora Gilbert?
– Sí, cuando abrió su cuenta. A menudo me encargo yo de las nuevas cuentas, así mantengo mi influencia y además me gusta conocer un poco a los clientes. -Cokes cogió la foto de Will y la examinó un instante antes de devolverla-. Sí, es la señora Gilbert. Es inconfundible. Por supuesto, me sorprendió que me pidiera que le enviara los estados de cuenta a su trabajo.
– ¿Al trabajo? -repitió Gemma-. ¿Explicó la razón?
– No se lo pregunté. Aquí respetamos la privacidad de nuestros clientes, pero me dijo confidencialmente que estaba ahorrando suficiente dinero para sorprender a su esposo con unas vacaciones. -El eco del encanto de Claire Gilbert resonaba aún en la voz del hombre y la expresión levemente nostálgica de su cara-. Podrán imaginar lo sorprendido que me quedé cuando vino el primer policía a hacer preguntas sobre ella. Incluso entonces no sabía que su esposo era un policía.
Will se sentó más hacia el borde de la silla para visitas que acabó crujiendo peligrosamente.
– Háblenos de ese otro policía, señor Cokes. ¿Cuándo lo vino a ver y qué quería saber de Claire Gilbert?
Cokes emitió una especie de zumbido mientras miraba con ojos entrecerrados en su agenda.
– La reunión habitual de sucursales fue el martes pasado, y creo que eso fue el día después. Eso sería el miércoles, justo antes de cerrar. Solicitó una entrevista personal conmigo, pero cuando estuvimos a solas me enseñó sus credenciales y dijo que estaba investigando algo muy secreto. -Cokes se inclinó hacia delante y bajó la voz-. Una red de cheques fraudulentos. Dijo que no tenían ninguna prueba para relacionar a nuestra clienta, pero una mirada a su expediente aclararía el asunto. Por supuesto, le dije que aunque deseaba ayudar a la policía de una manera u otra, también estaba obligado a no divulgar los detalles de la cuenta de un cliente. -Cokes mostró su desaprobación con un gesto.
– ¿Quiere decir que este policía no vio el expediente de Claire Gilbert?
Cokes se aclaró la garganta y desplazó un milímetro el pisapapeles sobre la mesa.
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