Deborah Crombie - Nadie llora al muerto

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La muerte violenta del comandante de la policía Alastair Gilbert, a golpes de martillo, en la cocina de su casa, convulsiona la aparente tranquilidad de Holmbury St. Mary, un pueblecito de Surrey cercano a Londres. El historial opaco de la víctima, poco apreciada por sus convecinos y tampoco por algunos círculos de la policía, hace que el trabajo de los investigadores de Scotland Yard, el comisario Duncan Kincaid y la sargento Gemma James, emprenda dos direcciones. ¿La delicada esposa del comandante o alguno de los vecinos están implicados en el asesinato o es el entorno policial de Gilbert el que lo está?

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Después de acabar el relato ella lo miró fijamente un momento y luego dijo:

– No lo dices en serio.

– Ojalá.

– ¿Pero cómo podía hacerle daño? Ella parece tan… frágil. -Gemma oyó en su imaginación el ruido seco de los huesos rotos y vio de nuevo la nuca de Claire, tan delicada como el tallo de un lirio.

Kincaid bajó la mirada a sus manos, con los dedos abiertos sobre la áspera madera de la mesa.

– No puedo estar seguro, pero tengo la sensación de que la apariencia de fragilidad de Claire la hacía más atractiva como víctima.

La idea le provocó náuseas a Gemma y cruzó los brazos por encima de su estómago a modo de escudo.

– No tienes pruebas.

– Es lo que dijo Nick. -Se encogió de hombros-. Ya me he equivocado en otras ocasiones. Pero tendré que enfrentarme a ella y decírselo. Tampoco creo que haya dicho toda la verdad sobre la cuenta bancaria. ¿Crees que el director de la sucursal describió a Ogilvie?

Esta vez fue Gemma quien se encogió de hombros.

– ¿Quién más podría ser? Nadie describiría a Gilbert como rapaz. Quizás nos hemos equivocado con Brian y Claire. Ella y Ogilvie se conocen desde hace mucho. Quizás han retomado su idilio donde lo dejaron años atrás.

– Pero si Ogilvie era el amante de Claire, ¿por qué tendría que ir a husmear su cuenta?

– En todo caso, ¿cómo averiguó Gilbert el número de cuenta? A menos que las dos cosas no estén relacionadas y Claire cometiera un descuido. Quizás dejó olvidado su talonario de cheques en el bolso. Las personas acaban siendo descuidadas cuando llevan tiempo engañando. Y quizás Gilbert lo encontró.

– O quizás Claire y Ogilvie planeaban deshacerse de Gilbert y Ogilvie pensó que ella lo estaba engañando y la investigó. -Kincaid se sintió bastante satisfecho con esta fantasía.

– No creo que Claire Gilbert planeara deliberadamente matar a su esposo, a pesar de lo que él le hiciera -dijo Gemma injustificadamente irritada.

Kincaid suspiró.

– Tampoco quiero creerlo, pero hemos de contemplar todas las opciones. Si ella lo mató, no creo que pudiera haberlo hecho sola. Esto es lo que nos hizo descartarla desde el principio. Puedes decir lo que quieras sobre Gilbert, pero no era un blandengue, y no creo que ella hubiera podido acercarse sigilosamente y golpearlo en la cabeza sin que él hubiera reaccionado a tiempo para salvarse.

Miró su reloj de muñeca y dijo:

– Mira, Gemma, tengo una idea. No podemos hablar con Claire hasta que vuelva de Dorking. Justo he hablado con Scotland Yard mientras dejaba a Nick en Guildford y no se sabe nada de Ogilvie, así que por el momento estamos en un punto muerto. -Entrecerró los ojos al levantar la mirada al sol-. Ven a pasear conmigo.

– ¿Pasear?

– Ya sabes. -Imitó el acto de caminar con los dedos encima de la mesa de picnic-. Locomoción con dos piernas. Tenemos tiempo antes de que se haga oscuro. Podríamos subir a la colina de Leith. Es el punto más alto del sur de Inglaterra.

– No tengo botas -protestó Gemma-. No voy vestida para…

– Vive peligrosamente. Seguro que tienes unas deportivas en tu bolsa de viaje y te prestaré mi anorak. Hace buen tiempo y no lo necesitaré. ¿Qué puedes perder?

* * *

Y así fue como Gemma se encontró caminando por la carretera junto a Kincaid, con el nylon de su anorak haciendo un frufrú debido al vaivén de sus brazos. Dejaron la carretera justo después de un bonito lugar llamado Bulmer Farm y al poco rato ya estaban subiendo por un sendero señalizado. Primero, el terreno caía en declive a su derecha. El gradiente estaba cubierto de hojas color rojizo y salpicado de esqueletos de árboles de corteza clara. Sin embargo, pronto empezaron a subir los taludes a ambos lados y el sendero se convirtió en una especie de surco enlodado.

Gemma saltaba como un conejo buscando los lugares secos y utilizaba las plantas para agarrarse. Al mismo tiempo maldecía a Kincaid por tener unas piernas largas.

– ¿Es ésta tu idea de diversión? -jadeó. Pero antes de que él pudiera responder oyeron un zumbido detrás de ellos. Eran un ciclista con casco y gafas, pedaleando a toda velocidad hacia ellos por el sendero. Gemma saltó a un lado y escaló el talud agarrándose a una raíz cuando el ciclista los pasó rozando y los salpicó de barro.

– ¡Desgraciado! -soltó Gemma furiosa-. Deberíamos denunciarlo.

– ¿A quién? -preguntó Kincaid mirando el barro que cubría sus pantalones-. ¿A la policía de tráfico?

– No tenía ningún derecho… -dijo Gemma mientras soltaba la raíz y empezaba a descender cautelosamente al camino. De repente los pies le salieron disparados hacia delante. Se retorció violentamente en el aire y aterrizó con dureza sobre una cadera y la palma de la mano. De repente notó el escozor y levantó la mano como si se estuviera quemando. Empezó a maldecir con ferocidad.

Kincaid se acercó y se arrodilló junto a ella.

– ¿Estás bien? -Por la expresión de su cara se veía que se estaba aguantando la risa y eso hizo que Gemma se pusiera aún más furiosa.- ¿No sabes que no es bueno tocar una ortiga? -le preguntó mientras le cogía la mano y examinaba la palma. Con el pulgar le restregó algo de barro que Gemma tenía en los dedos y el roce le quemó en la piel tanto como la ortiga.

Apartó su mano y se levantó con cuidado. Luego buscó un lugar donde el suelo estuviera seco.

– Busca una hoja de acedera -dijo Kincaid por detrás. En su voz todavía había indicios de sorna.

– ¿Para qué? -preguntó Gemma enojada.

– Para que deje de escocerte, por supuesto. ¿Nunca pasaste las vacaciones en el campo cuando eras niña?

– Mis padres trabajaban los siete días de la semana -dijo con la dignidad herida. Al cabo de un momento transigió-. A veces íbamos a la playa.

El recuerdo le sobrevino junto con el olor a sal del aire y el algodón de azúcar, el agua fría, siempre demasiado fría para que nadie con dos dedos de frente se bañase, la sensación del bañador húmedo y la arena sobre su piel, y las peleas con su hermana en el tren de vuelta a casa. Pero después venían los baños calientes y la sopa y el quedarse adormilada delante del fuego. Por un momento sintió nostalgia por la incuestionable sencillez de todo eso.

Cuando alcanzaron la cima media hora más tarde, Gemma se sentó agradecida en un banco que había en la base de la torre de observación y dejó que Kincaid le fuera a buscar un té en el puesto de refrescos. Los muslos le dolían por el ascenso y la cadera por la caída, pero al mirar las colinas que había frente a ella se sintió tonificada, como si hubiera llegado a la cima del mundo. Cuando Kincaid volvió con los vasos de plástico humeantes, ella ya había recuperado el aliento. Levantó la mirada hacia él y dijo:

– Ahora me alegro de haber venido. Gracias.

Se sentó junto a ella en el banco y le pasó el vaso.

– Dicen que en un día claro se puede ver Holanda desde lo alto de la torre. ¿Te animas?

Ella negó con la cabeza.

– No soy muy buena con las alturas. Esto ya es suficiente para mí.

Se quedaron un rato sentados en silencio, sorbiendo el té caliente y mirando la brumosa mancha que era Londres expandiéndose por la planicie hacia el norte. Luego Gemma subió las piernas al banco y se giró para encarar el sol.

Kincaid hizo lo mismo y se tapó los ojos con la mano.

– ¿Crees que eso de allá es el Canal, justo en el horizonte? -preguntó.

Gemma notó las lágrimas tras los párpados y al poco empezaron brotar por los rabillos. No podía hablar.

Kincaid la miró y dijo con preocupación:

– Gemma, ¿qué te pasa? No quería…

– Jackie… -Es todo lo que pudo decir. Luego tragó saliva y volvió a intentarlo-. Me acabo de acordar de que Jackie me dijo que quería ir allí de vacaciones. Siempre había querido ver París. Ella y Susan iban a coger el tren y pasar por el Eurotúnel para cruzar a Francia. Si no hubiera…

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