– ¿Me dejarás adivinar, o me vas a dejar en suspenso? ¿Por qué alguien estaría tan decidido a matarte?
– Sabes como fastidiar una maravillosa noche perfectamente ¿verdad? -Rachael no apartó la cabeza de la comodidad de su hombro, pero miró detenidamente hacia el bosque. Las sombras se movían como un dosel en dirección al suelo. Cada crujido creaba una sinfonía de sonidos, los crujidos y el sonido de los insectos acompañaban al viento-. Siempre pensé que sería tranquilo. Los límites de los bosques tienen mucha actividad alrededor de los pantanos. Los peces saltan y los insectos siempre están atareados, pero por alguna razón pensé que en el interior todo estaría más tranquilo.
– Piensa en ello como si fueran las canciones del bosque. Siempre me gustó escuchar el revoloteo de los insectos y el sonido de los pájaros entre las hojas en el viento. Si te gustan esas cosas, es como si fuera música, Rachael.
– Supongo que si. ¿Por qué la gente no puede dejarnos en paz Rio? De acuerdo, me escapé. ¿Tanto importa por qué lo hice? ¿De quien huí? ¿Qué diferencia hay si estoy aquí, en medio del bosque?
– Es normal que quiera y tenga que saber por qué alguien quiere matarte. ¿Tienes un marido del cual escapaste? ¿Alguien rico y lo bastante poderoso como para seguirte el rastro hasta aquí? ¿Por qué no te deja ir simplemente? -la sentía a su lado, ajustandose perfectamente a las lineas de su cuerpo. Oyendo su suave respiración. Su piel era cálida, suave e invitadora. Era algo más que la atracción física, eran su coraje y su sentido del humor. Invadía sus pensamientos y su sangre. Rio se estiró para colocarle la muñeca rota encima del regazo para que estuviera lo más cómoda posible- Creo que es una pregunta tonta. Yo tampoco podría haberte dejado ir.
Rachael levantó la cabeza para mirarlo. Una débil sonrisa curvó su boca.
– Eso que has dicho es algo muy bonito, Rio. Gracias.
Pareció sentirse acosado en vez de agradecido por sus palabras.
– Tienes que decirme el motivo, Rachael. Si va a venir alguien buscándote, tengo que estar preparado.
– No hay manera de prepararse, en cuanto pueda hacerlo, seguiré huyendo. Tiene que haber algún lugar donde no puedan encontrarme. Espero que crean que he muerto.
– Si Kim está vivo, sabrá que sobreviviste. Es uno de los mejores rastreadores de por aquí. Irá a buscarte porque estabas bajo su tutela. El Gobierno va a levantarse en armas por traer a todo un grupo de la iglesia trayendo medicamentos que roban los bandidos. Van a perseguirles a todos. Los pueblos necesitan ayuda y lo último que necesitan es un peligroso viaje por los rios y los alrededores del bosque, persiguiendo a dos turistas. Y si hay alguien más, alguien del exterior, que obligue al gobierno a ir tras los bandidos, van a hacer una busqueda a fondo.
– La gente se ahoga continuamente y nunca se encuentran sus cuerpos. ¿Kim Pang es amigo tuyo? ¿Si viene a buscarme puedes convencerle para que diga que me ahogué?
– Kim no miente. Si sigue vivo; cosa que voy a averiguar cuanto antes; le pediré que desaparezca para que no le hagan preguntas. Tiene un bien merecida reputación y no debe perderla por esto.
Rachael apartó la cara.
– Me gustaba. Me gustaba más que los otros. No creo que los bandidos quisieran secuestrarnos por el rescate, creo que les pagaron mucho dinero para encontrarme.
Río sacudió la cabeza.
– No puedo creer que alguien te odie tanto.
– No dije que él me odiara.
Sintió el golpe en su tripa, la extensión oscura de los celos, los peligrosos restos de su lado animal. No iba a dejar que la pasión le cegara, era demasiado peligroso. Ahora tenía una vida de la que disfrutaba y que podía vivir. Rachael no iba a causar su ruina.
El viento cambió, llenando sus caras con gotitas de agua. Río se inclinó inmediatamente sobre ella, protegiendola de la lluvia hasta que el viento volvió a cambiar.
– Los bandidos son habituales por aquí, tanto río arriba como río abajo. Y no solo aquí si no en todos los países donde hay bosques y ríos en los que desaparecer rápidamente. Indochina, Malasia, Filipinas, Tailandia, todos ellos. No es una situación única ni anormal. ¿no te advirtieron de los peligros? -mantuvo el tono de voz bajo. No iba a traicionar la furia que ardía en su interior. Ella no le pertenecía. Y nunca iba a pertenecerle.
– Las probabilidades parecen estar a nuestro favor.
– Lo veo continuamente. Deberías haberte quedado en casa, Rachael. Deberías haber acudido a la policia.
– No todos tenemos esa opción, Rio. Hice todo lo que pude dadas las circunstancias. Solo me quedaré aquí el tiempo necesario hasta que se me cure la pierna.
– ¿Crees que eso va a suceder de la noche a la mañana?
Su voz era baja, casi sensual y suave como el terciopelo, pero ella tuvo que contener las lágrimas. Llevaba el peligro con ella, tanto si él quería creerlo como si no. Quería pensar que podía alejarse, mantenerse a salvo, pero sabía que él tenía razón. No quería volver nunca más a la realidad que era su vida. Si estuvo lo bastante desesperada como para desafiar al embravecido río, él debía adivinar que necesitaba algo de tiempo para poder suponer que estaba a salvo.
El bosque la llamaba, un oscuro santuario capaz de ocultar toda clase de secretos. ¿Por qué no a ella? El follaje y las enredaderas ocultaban su casa situada entre las ramas de un árbol. Tenía que haber un modo de desaparecer en el bosque pluvial.
– Rio, se que vives aquí porque te ocultas del mundo. ¿No puedes enseñarme a sobrevivir en este lugar? Tiene que haber algún lugar para mí.
– Nací aquí. El bosque es mi casa y siempre lo será. No puedo vivir en la ciudad. No tengo ningún deseo de vivir y trabajar allí. No quiero ni televisión ni películas. Voy, consigo mis libros y soy un hombre feliz. Una mujer como tú no podría vivir aquí.
– ¿Como yo? -le miró con sus poderosos ojos oscuros- ¿Una mujer como yo? ¿Y que tipo de mujer soy, Rio? Me gustaría saberlo, porque lo dices mucho. Una mujer como yo.
Río no volvió la cabeza, estaba divertido e incluso admirado. En la voz de ella había un tono de desafío típicamente femenino. Estaba sentada en su porche delantero, envuelta en su camisa, con el muslo desnudo pegado a su pierna, con una devastadora infección y la selva acechando; y seguía actuando como si estuviera en su propia casa e incluso se molestaba con él.
En casa con él. A gusto, como si se conocieran desde siempre.
Un pájaro gritó una advertencia, por encima del follaje. Los monos parecieron dar una alerta. Todo movimiento en el bosque, cesó. Se produjo un repentino y antinatural silencio. Solo se oía el sonido monótono de la lluvia. Rio se puso instantaneamente de pie, escondiendose entre las sombras, elevando el rostro al viento, olisqueando el aire como si percibiera el olor de los enemigos. Chasqueó los dedos, agachándose, cuando los dos leopardos se movieron silenciosamente por la veranda, como si les hubiera convocado. Uno de ellos enseñó los dientes con un silencioso gruñido. Rio se acuclilló lentamente, con cuidado para no hacer ruido, rodeó los cuellos de ambos felinos con los brazos y le acarició mientras les susurraba algo. Cuando se alejó, los dos leopardos treparon a los árboles.
Río levantó Rachael en sus brazos. Otra vez sus movimientos fueron lentos, muy lentos.
– No hagas ni un solo ruido. Ni un sonido, Rachael -Sus labios estaban presionados contra su oído, enviando un pequeño estremecimiento por su espina dorsal. Se movió con agilidad para colocarla de espaldas encima de la cama. Estando como estaba pegada a su cuerpo, le notó temblar, algo se movió bajo su piel empujando contra la de ella. La perturbó por un momento. Sus manos fueron suaves cuando la arropó pero ella notó algo afilado a lo largo de su piel, como si algo la hubiera arañado.
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